8/12/13

R.E.M. en concierto (DVD): R.E.M. ON STAGE REVISITED


 
A Yolanda, sin duda alguna,
Entre la obstinación y la ternura,
Entre la obsesión y la melancolía.

Escribe: Rogelio Llanos Q.

I.

Fue casual que llegara a la vieja tienda de vídeos a la búsqueda de algunos clásicos o de cine independiente, sólo para incrementar la ya larga lista de títulos que tengo acumulados en casa como una suerte de resguardo contra la angustia o la depresión. Pero no fue casual que mi mujer descubriera un vídeo reciente de R.E.M., banda que ama de manera incondicional y con una pasión rayana en la obsesión. Habiendo visto y revisado todos los vídeos que hay en el mercado, siempre está atenta a descubrir alguna novedad del grupo que lidera Mike Stipe. Y no es para menos, esta banda procedente de Georgia, talentosa y carismática hasta lo entrañable, dejó a su paso por Lima un gratísimo recuerdo a través de un concierto que colmó nuestras expectativas, y en la que la nostalgia y la vanguardia se dieron la mano con la afirmación política – muy sutil, por cierto- y la entrega vital de unos músicos que desplegaron sobre el escenario su virtuosismo y su revelador quehacer.

R.E.M. Panatinaiko Stadium Athens, Greece 2008, testimonia con fidelidad uno de los episodios del último tour mundial de Stipe, Mills y Buck. Y lo interesante y valioso de este vídeo, registro de la última escala europea (5 de octubre de 2008),  es que refleja bastante bien lo que esta banda hizo una y otra vez a lo largo de los múltiples escenarios por los que exhibió un repertorio cargado de emoción y vitalidad y que, luego reeditaría con igual éxito en el segmento sudamericano de la gira. Por ello, apreciar este vídeo me hace bucear en los recuerdos de aquella noche primaveral del pasado  14  de noviembre de 2008 en la que, en medio de miles de personas,  fui joven una vez más, saltando, gritando y coreando las canciones de una de mis bandas predilectas, quizás la más querida, si no fuera porque  The Band y la Velvet Underground –tan distantes y tan cercanas – ya han ocupado lugares de privilegio en mi olimpo personal.

II.

La cámara a la altura del hombre ve pasar en penumbra a Mike Mills, con su habitual sombrero vaquero; le sigue Mike Stipe con saco oscuro, camisa rayada y corbata del mismo estilo, allí nomás, detrás de él, sale el bueno de Peter Buck ubicándose a la izquierda del escenario. De manera discreta, Bill Rieflin se dirige lentamente hacia sus tambores y apenas si distinguimos a Scott McCaughey que soporta con guitarra y teclados a REM tanto en estudio como en vivo. Aclamación del público. Las luces se encienden, mientras las cuerdas de Peter Buck y los platillos de Rieflin anuncian el arrollador Living Well is the Best Revenge, con el que se inicia ese fascinante ritual de REM sobre el escenario. Y ya desde ese arranque Stipe se  muestra vital, aún cuando su voz la notamos más ronca de lo habitual –y más adelante, se apreciará en ella los efectos de un tour agotador iniciado el 23 de mayo en Vancouver- pero su entrega al público es, típico en él, incondicional y generosa. Las cámaras de MTV muestran el lugar en todo su esplendor, con impresionantes travellings a lo largo del escenario o sobre la multitud que en sus momentos de exaltación sólo atina a gritar hechizada:  ¡AR!  ¡I!  ¡EM! ,  ¡AR!  ¡I!  ¡EM!

En Lima siguieron implacables con I Call Your Name, pero en Atenas, optaron por el hit What’s the Frequency Kenneth? que las cámaras registran, en planos espectaculares desde arriba, desde el público y con planos cercanos. Stipe empieza a dar unos pequeños pasos de baile que sus admiradores bien conocen mientras que el parco y sereno Peter Buck inaugura aquellos saltitos inesperados que muestran a las claras que la procesión va por dentro.

De pronto, las guitarras de sonidos duros e intensos se aquietan y las notas graves, delicadas de las cuerdas de Buck se encuentran con el Smack, crack, bushwhacked /…Hey Kids rock and roll  /Nobody tells you where to goEs el esperado Drive que nos emociona Sí, muchachos, nadie tiene que decirles por dónde deben ir, nadie tiene que dirigirlos, manipularlos. La música de REM destila actualidad, rebeldía, sin perder su sensibilidad. Jamás llegará al vulgar panfleto, pero sí se las trae con su dureza y su ironía, cuando no con el insulto directo y sin subterfugios a quienes tienen las riendas del poder en su país. Man-sized wreath e Ignoreland, los dos temas siguientes  confluyen  directamente en esta onda cuya virulencia  no sólo se evidencia en esa voz en alto y la música tensa de las guitarras eléctricas sino en los versos mismos como el lapidario inicio de Ignoreland: These bastards stole their power from the / victims of the Us v. Them years. Bastardo fue Bush padre, bastardo ahora el Bush hijo, como lo fue antes Reagan y su ralea. Así de duro es R.E.M., arropando sus versos con una música vigorosa, exaltante, luminosa. Aún me recuerdo saltando con el puño en alto gritando Ignoreland , yeah, yeah, yeah…. Emocionante y nostálgico a la vez por toda la carga afectiva y evocativa de aquellos años en que los jóvenes creímos que podíamos cambiar el mundo.

Para Bill Rieflin, el baterista que reemplazó a Bill Berry, cada vez que le pega a los tambores en Ignoreland, siente que tiene la misma vida y magia de la primera vez que la interpretó. Y será por ello que vemos cómo su rostro es surcado por una sonrisa de satisfacción mientras marca el compás de una canción aguerrida que encuentra luego su continuación en Bad Day y Hollow Man. Rieflien aquí, en Hollow Man, está brillante, preciso, inspirado. De mirada serena y sonrisa fácil, transmite tranquilidad y alegría. Y toda la banda se contagia de su entusiasmo. ¡Qué tal brío al manejar las baquetas!  Al apreciar el trabajo invalorable de Rieflin, no puedo dejar de contrastar sus movimientos, sus gestos, su actitud toda con la de otros bateristas notables: Charlie Watts (Rolling Stones), aparentando indiferencia (y una gran tensión, según lo vimos en Shine a Light); Levon Helm (the Band), muecas y concentración, cuando no está cantando a todo pulmón; Tony ‘Thunder’ Smith (de la banda de Lou Reed), muecas y sonrisas nerviosas, abriendo y cerrando la boca como guiándose para no perder el ritmo; Larry Mullen (U2), tenso, agestado, mudo, concentrado en sus tambores.

III.

Electrolite y  (Don’t go back to) Rockville  tienen como protagonista a Mike Mills. El piano, en la primera, le da una nueva dimensión al concierto. Lo impregna de nostalgia, de cierta ternura en un tema que alude a personajes cinematográficos y al celébre Mullholland Drive californiano, mientras Stipe ensaya nuevos pasos de baile. En la segunda Mills, se anima a ponerse frente al micrófono y entonar este country que ya se ha hecho un clásico de la banda. Si bien Mills no es un gran cantante, sin embargo, el tono y el ritmo de la canción, inspirado en Patsy Cline y Wanda Jackson,  va bien con su aspecto de vaquero, con su infaltable sombrero y en la ya famosa posición combativa de pierna derecha adelante, guitarra en ristre rostro pegado al micro haciendo los coros y, luego, un caminar acompasado hacia atrás o hacia delante, casi siempre solo aunque, a veces, atina a juntarse con McCaughey para disfrutar de los sonidos guitarreros, de las  armonías concertadas, como siempre solía hacer el gran George Harrison.

La vuelta de Stipe a la interpretación se produce con The Great Beyond, el tema dedicado al iconoclasta humorista norteamericano Andy Kauffman. Tema repleto de nostalgia y cuya línea melódica tiene esta vez el soporte en los teclados de Scott McCaughey. Emotivo, poético, Stipe repite una y otra vez el estribillo I'm breaking through /I'm bending spoons / I'm keeping flowers in full bloom /I'm looking for answers from the great beyond. Y por un momento, repetimos con él, silenciosamente, con el corazón agarrotado por la emoción, que también seguimos buscando esas respuestas cada vez que  escuchamos el across the green mountain dylaniano.

Dos golpes firmes de batería y arranca The One I love, con el que Stipe, el hombre con la sonrisa de niño y ya en la cumbre de la exaltación, baja del escenario a recoger palmas, abrazos, besos, elogios; a compartir con la gente que ha ido a verlo y admirarlo, el contacto físico, la palabra amable, la música, sus canciones. Se queda con ellos mientras dura la canción. Y mientras retumban los tambores finales, sube nuevamente al escenario y levanta los brazos en agradecimiento a un público que se ha rendido a su talento, a su carisma. She Just Wants To Be es un tema intenso, de gratísima estirpe rockera,  y mientras en la letra hay un pequeño homenaje a grandes del jazz como Chet Baker o Charles Mingus, en el riff que  Peter Buck aborda con decisión hay un ingreso sutil hacia los predios guitarreros de The Edge (U2).

Y luego llega Losing My Religion con Buck en la mandolina y la aclamación es general, apenas se perciben sus sonidos. Sin duda, el público aquí, allá y en todas partes, actúa , siente y responde de manera similar ante aquellos temas que los ‘mass-media’ han convertido en hits. Let Me In, sin embargo, interpretada en un tono intimista, con la percusión ausente, y los músicos, dispuestos en círculo, tocando las acústicas, junto a unos teclados en los que Peter Buck desgrana unas cuantas notas, adquiere las formas de un sentido ritual ofrecido al amigo muerto. El espíritu de Kurt Cobain planeó sobre el escenario.

IV.

Y una vez más, de retorno al plano contestatario, a la expresión dura contra el establishment, cuando no la expresión irónica cortando como el filo de una navaja: Horse to Water: I could have kept my head down / I might have kept my mouth shut / I should have held my own, /You lead a horse to water and you watch him drown. Pero no, responde versos más adelante:  I'm not that easy, / I am not your horse to water. / I hold my breath I come around, round, round. No se puede vivir en la humillación, con la mirada en el suelo y esperando que nos asfixien con una política asesina. La rebeldía es el grito con el puño en alto, la rebeldía es la voz indignada con el índice acusador, la rebeldía sigue viva en el rock. Y para rematar, la aplastante Orange Crush, batería y guitarras en la onda de U2, altavoz en mano - el instrumento intimidatorio de los policías, de los soldados- y una alusión al agente cancerígeno que usaron los americanos en Vietnam. Pero, luego, el tono amable se instala una vez más en el escenario con Imitation of Life. Amable sí, pero sin perder de vista la mentira que vivimos, el cine de Hollywood y su imitación de la vida, la farsa, la ficción.

El encore, compuesto de tres temas: Supernatural Superserious, It’s The End of The World y Man on the Moon, no hizo más que confirmar lo que R.E.M. hizo a lo largo del concierto: mostrar que es una banda que se encuentra pasando un gran momento, que su música –sin dejar de conmovernos por la riqueza de sus sonidos- está concebida para inquietarnos, movernos, apelando a la emoción, a nuestra sensibilidad de melómanos, pero también a nuestra condición de seres inteligentes capaces de cambiar el estado de cosas en el que vivimos. Para muchos, quizás, la música de REM sólo sea un simple divertimento, un buen motivo para levantarse y saltar y gritar y bailar. Bien por ellos. Pero, no olvidemos que en esos versos, no pocas veces herméticos o ambiguos, que Stipe pronuncia con pasión, desenfado, alegría o nostalgia, anida la definición moral de una banda que confía en lo que hace, que goza con la música que construye, que disfruta cada minuto en el escenario,  y que cree que el artista sí puede aportar a hacer de su entorno un mundo cada vez mejor.

Lima, 8 de febrero de 2009


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