(Saving
Private Ryan, 1998)
“Territorio comanche...es el
lugar donde los caminos
están desiertos y las casas
son ruinas chamuscadas; donde siempre
parece a punto de anochecer y
caminas pegado a las paredes, hacia
los tiros que suenan a lo
lejos...y aunque no ves a nadie sabes que
te están mirando. Donde no
ves los fusiles, pero los fusiles
sí te ven a tí”.
Arturo Pérez-Reverte. “Territorio Comanche”, 1994
Playa de Omaha, Normandía. 6
de junio de 1944. El capitán John Miller (Tom Hanks) y sus hombres desembarcan
en medio del fuego mortífero de las baterías alemanas. Con un alto costo en
vidas humanas, la invasión ha comenzado. Conseguido el objetivo, el alto mando
norteamericano ordena a Miller, en gesto simbólico, encontrar al soldado James
Ryan (Matt Damon), cuyos tres hermanos han muerto en diferentes frentes de
batalla, y llevarlo de vuelta a casa. La primera parte de la misión -ubicar a
Ryan- se cumple luego de varias peripecias, pero la segunda es postergada por
decisión del propio Ryan para defender un punto que los aliados estiman de alto
valor estratégico. Miller y sus hombres se unen al pelotón de Ryan para
enfrentar al batallón alemán que, superior en hombres y armas, intenta
desalojarlos del puente donde están parapetados. Tras una defensa heroica y al
borde de la catástrofe, la aviación y el ejército aliados - como la caballería
en los filmes de antaño- hacen su aparición para decidir a su favor la suerte
del combate.
El film, perteneciendo al
género bélico en su variante de cinta sobre comandos, afilia por momentos al
cine de horror por la impresionante cuota de violencia y sangre que sorprende
al espectador y lo conduce al borde de
la angustia. El tratamiento, planteado dentro de tales coordenadas, le permite a Spielberg remarcar la presencia
del hombre en un medio extraño y despiadado, que lo obliga a luchar para
conservar la vida. En lo formal, la cinta tiene tres partes bien marcadas (el
desembarco, la búsqueda de Ryan y la defensa del puente) estructuradas dentro
de un extenso “flash back”, además de un prólogo y un epílogo que tienen lugar
en el tiempo presente.
Un prólogo innecesario
Acerca del prólogo es
necesario hacer una precisión. Las conclusiones inmediatas que de allí se
desprenden son dos: el relato es la memoria del capitán John Miller o bien la
de uno de los soldados que estuvo presente en el lugar de los acontecimientos.
El fundido en negro sobre el rostro del viejo soldado en el cementerio y su
encadenamiento - con el tiempo pasado - con la mano temblorosa de Miller
agarrando la cantimplora en los momentos previos al desembarco, hace posible
llegar a ellas de manera indudable. Ryan no estuvo presente en el lugar porque,
según nos enteramos más adelante, fue lanzado en paracaídas detrás de las líneas
alemanas. Por lo tanto, descubrir al final, en el viejo soldado que entra al
cementerio al Ryan de la historia, es, sorpresa aparte, una jugada tramposa y un mal planteamiento del punto de vista del
film.
Una crítica adicional: el tono llorón impreso, el carácter
melodramático de la situación, están en completo desacuerdo con la dureza de la historia y revela con
facilidad su carácter impostado. Una vez más, lamentablemente, Spielberg
muestra una tendencia peligrosa hacia el desborde sentimental o al apunte fuera
de cuadro. Sin embargo, tanto el prólogo como el epílogo, son absolutamente
prescindibles, en tanto no afectan el sentido del film. La eliminación de
ambos, si ello fuera posible, lo beneficiaría: se mantendría la unidad de tono
y se evitaría poner en evidencia el cambio del punto de vista.
¿Un
film patriotero?
Rescatando
al Soldado Ryan ha sido acusada por ciertos sectores de ser una
película patriotera. Creo, en mi modesto parecer, que Spielberg en esta cinta
no es más patriotero que el John Ford acusado de tal por Truffaut en sus épocas
de crítico, como tampoco lo es más que el Raoul Walsh de la admirable Objetivo Birmania (Objective, Burma!,
1945). No estamos de acuerdo, pues, que el término patriotero sea usado de
manera apresurada para quitar validez al film. Unas cuantas escenas sensibleras
no pueden empañar el resto de la cinta.
De otro lado, como ya lo ha
señalado Federico de Cárdenas, una bandera deslucida en primer plano al
comienzo y al final no significa precisamente una alabanza al ejército
norteamericano. En todo caso, su sentido es muy ambiguo. Bien podría ser esa
bandera que los soldados plantaron esforzadamente en Las Arenas de Iwo Jima (Sands of Iwo Jima, 1949, Allan Dwan) o
también aquella bandera del infame intervencionismo para la que lucharon los
soldados de Las Boinas Verdes (The
Green Berets, 1968, John Wayne, Ray Kellogg). Bien podría representar los
ideales de los héroes impolutos de John Ford o Anthony Mann como los de los
soldados desilusionados de Oliver Stone, De Palma o Kubrick. ‘Esa es la bandera
norteamericana de hoy, pero yo quiero recordar aquella bandera por la que
lucharon los soldados de los cuarenta’ , pareciera decirnos Spielberg, haciendo
aparecer, inmediatamente después, a todo color la bandera de las estrellas
flameando...en un cementerio.
Que Spielberg quiera
reivindicar al ejército que hizo posible la derrota del nazismo, es algo
incuestionable y está en su pleno derecho. Que para ello recurra a una cierta
caracterización que implica acentuar las virtudes personales o marciales de los
combatientes en un medio extremadamente duro y deshumanizante, es también su
opción. Sin embargo, el objetivo de Spielberg trasciende el mero efecto
propagandístico.
Horror y desencanto
Rescatando
al Soldado Ryan resume el espíritu de los tantos films de guerra
que Spielberg ha visto y ha admirado. Es una suerte de homenaje a esas cintas
de guerra que Spielberg ha deseado realizar desde sus años formativos,
empezando por Sin novedad en el frente (1930,
Lewis Milestone). Para Spielberg. la guerra es un hecho único, intenso y cruel.
Pero, quiérase o no la guerra, a través del cine, ha devenido en un motivo
espectacular, con reglas muy precisas de las cuales Spielberg no intenta
escapar. Por el contrario, se ciñe a ellas y, desde allí, con su realismo
exacerbado, provoca en el espectador una mezcla de fascinación y repulsión.
El desembarco en las playas
de Omaha, por ejemplo, adquiere caracteres paradigmáticos. Spielberg remarca
desde el plano inicial de la secuencia, que los soldados que van a entrar en
batalla no son los superhéroes invencibles e indestructibles que se enfrentan sonriendo al peligro como tantos
films norteamericanos del pasado nos lo hicieron creer en algún momento. Son,
por el contrario, muchachos que entran en combate arrastrando sus miedos y sus angustias: el “tic” nervioso del capitán,
el vómito de algunos, la señal de la cruz de otros. La tensión llega a su
clímax cuando abiertas la puertas de las lanchas, la violenta descarga de las baterías alemanas
convierte rápidamente a estos seres humanos en guiñapos, autómatas o masas
informes. Spielberg, en un registro memorable, acude a la técnica del documental
para captar en detalle, cámara en mano, todo lo que acontece en el campo de
batalla. Alternando con los planos generales o de conjunto que muestran el
penoso avance de los soldados, los planos de detalle muestran vísceras pugnando
por escapar de cuerpos reventados y miembros sangrantes desgajados de cuerpos
inútiles. Las playas de Omaha se convierten en el mismo infierno, donde no hay
otro parapeto que los cuerpos mismos de los compañeros muertos. El horror de la
guerra está plasmado en todos sus matices en este inmenso fresco de casi media
hora de duración.
Tras la invasión, llega la
orden de buscar a Ryan. Miller y sus hombres son designados para cumplir la
misión. ¿Sacrificar varios hombres para salvar a uno?. Es la pregunta que se
hacen todos los miembros del pelotón. Es, sin embargo, la orden del general
Marshall (Harve Presnell) que, desde su cómoda oficina, intenta, con fines propagandísticos, darle un
matiz humano a la guerra, inspirado en un viejo recuerdo del ex-presidente
Lincoln. Que esta orden sea convertida por Spielberg en un motivo de crítica
descarnada o de abierta burla, es
inconcebible. El cine de Spielberg no va por allí, aunque sí es evidente la
toma de posición de Spielberg respecto a la guerra y a quienes las declaran. En
esas imágenes de la guerra que el cineasta se empeña en mostrar, lo que
encontramos es la explicitación de los rasgos de la muerte de cada uno de los
integrantes del pelotón: soledad, desesperación, dolor. Este Spielberg, sin
regateo alguno, es allí categórico: nada justifica la pérdida de vidas humanas.
Y si hay que llevar adelante la misión, es porque, para quienes la viven, es la
única manera de ganarse el derecho a volver a casa.
Una preocupación adicional
que se desprende del film de Spielberg es
la relación violenta de los hombres con el medio hostil en el que se
desenvuelven, relación que, bajo los condicionamientos de la misión, resume un
único sentido: matar para sobrevivir y volver cuanto antes a la normalidad, a
esa dulce rutina que Miller añora o que Ryan recuerda. Si bien el cineasta
aborda, una vez más, los temas de su predilección: la vuelta al mundo
primitivo, el entorno amenazante, las tensiones internas del grupo y el combate
como elemento probatorio del valor del hombre, un profundo sentimiento de
desasosiego invade al film. La larga marcha por la campiña francesa convertida
en verdadero territorio comanche, la captura del soldado alemán y el conflicto
que a partir de allí se genera o el encuentro sorpresivo con los alemanes al
derrumbarse una pared, ejemplifican bastante bien los motivos del cineasta.
El sello Spielberg
Sin duda, la secuencia final
relativa a la defensa del puente lleva inequívocamente el sello de Spielberg.
Allí, todo está encadenado, milimétricamente concebido como para no dar respiro
al espectador. La dinámica de la caza, viejo recurso del director, que se remonta a Reto a Muerte (Duel, 1971), toma lugar
en su película, una vez más. Unos soldados persiguiendo a otros, las miras de
las armas reemplazando a los espejos y parabrisas amenazantes de su primer
film. Las acciones discurren como pequeños episodios que se van engranando
rápidamente, en cascada, como ya lo hiciera en la célebre secuencia inicial de Los cazadores del Arca Perdida. Spielberg
sabe dónde colocar su cámara, conoce a la perfección el tiempo que le debe dar
a cada suceso, el matiz que debe presidir cada momento (temor, exaltación,
dolor). La épica de Spielberg llega a grandes alturas devolviéndole al cine su
condición de fábrica de sueños.
El universo de Spielberg
está bien delimitado: la aventura, el gran espectáculo, el cine clásico. Resulta
inútil tratar de enfrentar sus films, buscando complejidades que no existen y que, valgan verdades,
tampoco le hacen falta a sus películas. Su cine, a través de los mecanismos
anotados (la acción, el humor, la violencia, el melodrama) está destinado a
producir en el espectador risas, lágrimas, angustia, euforia. Catarsis y
evasión. Sus películas, al decir del mismo Spielberg, intentan reflejar la
imaginación colectiva de una sociedad sometida a una realidad cada vez más
opresiva.
En tal sentido, los
personajes de Rescatando al Soldado
Ryan, que presentan las mismas peculiaridades de sus otros films, resultan
fácilmente accesibles al espectador. Sus diseños están realizados con trazos
muy generales, incidiendo en alguna habilidad o rasgo de carácter, sin intentar
profundizar en su psicología. Importan en la medida en que se favorece el
relato y se definen en función de las situaciones vividas: el viaje, la
aventura, la incertidumbre del día siguiente. Para conceptuarlos, Spielberg
apela a ciertos estereotipos: el sargento leal, el rebelde Reiben, el cobarde
Upham, el sereno Miller, el certero Jackson, el traidor alemán, etc. No hay
mayor complejidad. El cine de géneros así lo permite, siempre y cuando ellos
estén perfectamente engranados en la historia y posean el suficiente espesor
dramático que los humanice. Spielberg, en términos amplios y siendo fiel al
cine con el que creció, logra construir unos personajes creíbles y
desencantados; en todo caso, héroes, por la fuerza de las circunstancias, más
que por vocación.
Sin embargo, todo hay que
decirlo, algunos personajes tienen un diseño bastante tosco, lo que determina,
en algunos momentos, unas salidas poco afortunadas. Los cambios abruptos en la
conducta de Upham no están justificados en el film por ejemplo. Es un personaje
no sólo falto de autenticidad. Es totalmente ridículo. Y tampoco nos parece
bien volver a presentar al soldado alemán liberado por Miller. Su retorno hacia
el final del film, dando muerte al mismo hombre que le salvó la vida, es de un
esquematismo grosero que nos molesta y apena a la vez, porque empaña la
extraordinaria secuencia final.
Con todo, Rescatando al Soldado Ryan es un film
importante y sobrecogedor. Allí están plasmadas las intenciones básicas del
realizador: ese afán de emocionar, pero a la vez de golpear al espectador. La
guerra, cualquiera que ella sea, no es un juego de niños. La guerra, como
muchas de las experiencias extremas que nos muestra Spielberg en sus películas,
destruye la inocencia en el hombre, lo saca de su tranquilidad diaria y lo pone
frente a un mundo de pesadilla y donde no hay más gloria que el simple retorno
al hogar. La guerra, no importa lo que ella defina o determine, es un monstruo
que causa, destrucción, sufrimiento, muerte. Así lo refleja el film, así lo
hemos entendido nosotros.
Rogelio
Llanos Q.
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