Directora:
Catherine Breillat
Escribe: Rogelio Llanos Q.
No pocos han acusado a Romance de ser una película pornográfica. Que intenta ser audaz es
verdad, y también lo es la rareza del hecho de encontrar en la pantalla, dentro
de la cartelera convencional, imágenes abiertas de fellatio o cunnilingus, ciertamente
tímidas y lánguidas o desesperados y deprimentes, pero al fin y al cabo
imágenes que el espectador común se resiste (públicamente) a ver.
Sin embargo,
señalar como pornográfica una cinta como Romance,
nos parece fuera de lugar y, en todo caso, una opinión muy apresurada, primero
porque la intención de la realizadora se ubica, según propia declaración, en un
ámbito alejado del desarrollo mecánico, rutinario y vacío propio del cine porno:
"La consumación del sexo es agradable, y lo que muestro
es una búsqueda de identidad a través del sexo”, afirma oronda la Breillat;
segundo, porque la película no tiene el propósito de excitar al espectador y,
dudamos, que lo consiga con sus frías y “reflexivas” imágenes y, finalmente,
porque, evitando los insistentes primerísimos planos y los planos de detalle
escapa de los lugares comunes y obscenos propios de las cintas pornográficas. Sí, en cambio, la apreciamos exhibicionista y
provocadora, pero nada más.
Romance quiere ser una película meditativa sobre la condición
de la mujer a partir de la frustrada relación amorosa de una joven, Marie
(Caroline Ducey) con un hombre que la ignora o que la maltrata. Marie, entonces,
inicia un viaje exploratorio a través de una serie de experiencias de orden
sexual con diferentes hombres, que responden a una molesta tipología de laboratorio
(el gigoló, el violador, el sadomasoquista, etc).
El reparo que le hacemos a la película tiene que ver
con el gratuito congelamiento del accionar y conducta de los protagonistas,
buscando de manera forzada en el campo visual, una composición estética que
responda a la particular y cuestionable concepción de la belleza de la
realizadora. Los planos largos, el ritmo moroso, el acercamiento, entre curioso
e impertinente, a los amantes pretenden vanamente, con acciones muy estudiadas,
llevar a la práctica la tan mentada influencia de El Imperio de los sentidos de su admirado Nagisa Oshima.
Hay, además, en la película de la francesa
un afán demostrativo que le resta espesor dramático a la historia y calor
humano a sus personajes. En ese afán, la cineasta instala en la banda sonora
una imprudente voz en off de la protagonista, con un discurso que
oscila entre el rebuscamiento y la grandilocuencia, aspirando a dotar al film
de un carácter reflexivo e intentando allí revelar lo que las imágenes por sí
solas son incapaces de descubrir. Un ridículo desenlace, con maternidad
satisfecha (¿era todo eso lo que buscaba el personaje?) y feliz impunidad
criminal (¿le parece muy original a la directora?), pone punto final a una
película cuya impostación corre pareja con el grado de pretensión de autora que
tiene la Breillat.
Según parece, a esta directora lo que le atrae es la
polémica y la provocación. Por lo que sabemos hoy nuevamente se está
enfrentando a las juntas censoras de su país. Qué tan original y auténtica sea
su posición, francamente no lo sabemos. Sin embargo, a la luz de lo realizado
en Romance, con sus historias e
imágenes que nos dejan poco menos que indiferentes, debemos sospechar que hay
mucho de lo que aquí llamamos con la expresión “posero”.
Y si de erotismo se
habla, recordemos mejor la mirada indiscreta – legítima y sutilmente libidinosa
- de Rohmer sobre los cuerpos de sus actrices en Cuento de Verano. Nuestra gratificación, entonces, será plena y
saludable.
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