It´s
not dark yet, but it’s getting there.
Dylan
Por: Rogelio Llanos
Éramos muy jóvenes
cuando vimos La Pandilla Salvaje (1969). Adolescentes, casi unos niños.
Un “western” sobrecogedor que nos hizo preguntarnos una y otra vez el por qué
de esa violencia desmesurada y el por qué de esos personajes que siendo
bandoleros, sus imágenes - adquiriendo dimensiones heroicas- quedaban fijadas firmemente
en nuestra memoria.
Años después la
reencontramos y la emoción persistía, pero esta vez los planos certeros de Ben
Johnson, Warren Oates, William Holden y Ernst Borgnine, caminando por las
calles polvorientas y atiborradas de soldados de un olvidado pueblo mexicano de
la frontera, nos descubrieron el universo crepuscular de estos pistoleros en
retirada, fieles a la amistad y a su propia moral.
Holden, Johnson y
Oates salen del burdel. Una mirada, un gesto, una sonrisa y ya está con ellos,
Borgnine, de pie, decidido, también, a morir. Armas en la mano, caminan con
paso firme y la mirada en alto en busca del amigo (Ángel) que Mapache –el jefe
de la soldadesca-tiene prisionero. En la banda sonora, una ranchera y un
redoble. El ambiente se llena de tensión.
La cámara sube y pasa
rápidamente por el rostro de Oates, entrando luego en cuadro el rostro de
Holden y luego el de Borgnine. Estatura de héroes en la épica peckinpahiana.
Ahora los cuatro giran y se detienen. En el contraplano, Mapache muestra su
disgusto por la llegada de los cuatro. Pike-Holden no está dispuesto a transar,
quiere que Mapache le entregue a su amigo. Dignidad y amistad no se negocian.
Hay un cuchillo
amenazador en las manos de Mapache que, sin embargo, parece ceder a la exigencia de la Pandilla. Un
ligero endurecimiento en el rostro de Borgnine anticipa el descenlace trágico:
Ángel degollado cobardemente por Mapache. No hay, entonces, vacilación de parte
de Pike-Holden, que desenfunda su revólver rápidamente y hiere de muerte al asesino.
Borgnine dispara su rifle. Efusiones de sangre del cuerpo del villano que se
estremece acribillado por las balas. Descarga catártica. Venganza estremecedora.
Y luego, un silencio
mortal y el olor a pólvora en el ambiente. Rostros endurecidos, cuerpos al
descubierto, armas en la mano y el gesto decidido en cada miembro de la
Pandilla. Desconcierto entre la soldadesca descabezada. Pero, para la Pandilla
ya es muy tarde para seguir huyendo. Los tiempos están cambiando, pero ellos no.
Es el final de la ruta, de la cabalgatas con la ley pisando sus talones, de la
soledad, de las traiciones. Es aquí y ahora donde han de decidir su destino
trágico, violento y de cara al sol. Finalmente, ha llegado la hora de la
redención.
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