Hola a todos:
Aún no he visto la última película peruana, aunque sí he visto
el trailer. Y escuchar a Gustavo Bueno pronunciar "....mas polvo
enamorado" con una entonación y un gesto que quieren ser graciosos, y
luego vociferar un carajo en un tono copiado de una actuación anterior, he
experimentado una sensación de lejanía mezclado con un sentimiento de vergüenza
ajena que, indudablemente, deberé intentar vencer antes de acudir a ver la
película de Barrios.
Lo de crónica de una trillada película anunciada se puede
advertir desde esta pequeña muestra. Ya sé que me dirán que las películas
debemos verlas sin prejuicio alguno. Pues bien, debo decir que habiéndome
retirado de la crítica cinematográfica (¿alguna vez fui crítico? creo más bien
que siempre fui un cinéfilo apasionado del cine clásico americano, de Truffaut
y Scorsese y...nada más), no tengo ningún empacho en sumarme al cargamontón de
este último y miserable cine peruano. Y que lluevan sobre mí los denuestos de
toda clase. Bienvenidos sean.
Y claro, aunque no tengo vocación de polemista y reconozco
estar en el lado conciliador, bien me hubiera gustado batirme por al menos una
escena de película peruana que me hubiera causado una gran emoción. Un plano,
aunque sea un sólo un plano hubiera querido que se salvara del naufragio.
Reconozco el profesionalismo de Lombardi, su ¿dedicación? al cine, su intento
por abordar temáticas de interés nacional apuntando hacia una realidad compleja
y difícil, aún cuando Ojos Que No Ven resulte más bien esquemática y hecha con
trazos extremadamente gruesos.
Reconozco, asimismo, su intento bastante serio
por crear un universo muy particular, muy personal. Pero aquí se da aquello de
"en el país de los ciegos...". Y es una lástima que sólo podamos
hablar de Lombardi. En los últimos tiempos, ni siquiera podemos entrar a una
discusión del tipo cine urbano versus cine campesino, que fue la polémica que
alborotó el cotarro décadas atrás. Hoy Federico García es un cadáver viviente,
Chicho Durant hace cine sólo para decirse a él mismo y a sus amigos que es
cineasta, Mariane Eyde está en la escuela de párvulos, Cartucho Guerra –lástima
porque buenas intenciones no le faltan- está más cerca de los bodrios
televisivos (le robo la idea a mi amigo Jaime Luna Victoria con el convencimiento
de que no se molestará conmigo) que a los bodrios cinematográficos. Y no hay
más, porque Robles Godoy nunca superó sus hábitos masturbatorios.
Que ahora Ricardo Bedoya diga que estamos dando vueltas en
redondo, no es una novedad. Hace rato que ello viene ocurriendo. Sin duda
alguna, creemos que es necesario volver a hablar del cine peruano. Y es
importante hacerlo ahora. No hay una época mejor que otra para discutir sobre
lo que fue, lo que es y lo que pensamos que puede ser en el futuro inmediato.
Lo que sí creo es que aquí, en nuestro país, ha faltado coraje para hacer un
cine realmente combativo, alternativo. Porque como en alguna ocasión manifestó
el siempre cáustico Ronnie Temoche, no sólo es cuestión de dinero, es sobre
todo la falta de imaginación y sensibilidad.
La cultura cinematográfica está
ausente en nuestros "cineastas", el compromiso social y político
(disculpen que joda con un término setentero, hoy despreciado por la generación
X, críticos incluidos), si alguna vez existió, se resuelve ahora convirtiéndose
en asalariados del gobierno democrático de turno, no importa si alguna vez hubo
declaración mariateguista de por medio. Y hablo de compromisos porque si en
algún momento el cine en Latinoamérica adquirió una gran presencia fue
precisamente en aquellos años cuando las papas quemaban, cuando los tiempos
estaban cambiando y las respuestas empezaban a flotar en el viento (Dylan
dixit): cinema novo, Jorge Sanjinés, el mismo Adolfo Aristaraín.
Me acusarán de pasatista, anacrónico y otras sandeces, pero no
me importa. He visto emocionado el cine de aquellos años. Y es precisamente esa
emoción la que echo en falta en el cine peruano. ¿Alguna escena del cine
peruano me ha despertado siquiera una vez la emoción de algunos de los planos
de El Coraje del Pueblo, de Jorge Sanjinés? No, definitivamente no. ¿Algún
plano o secuencia de film peruano se podría equiparar a cualquiera de los de
Vidas Secas? Un no rotundo es inevitable. ¿Alguna idea, buena idea, en nuestras
películas podría ser reivindicada como un equivalente a lo que hizo a lo largo
de su filmografía Glauber Rocha? Sin sonrojos, por favor.
Lo que intento decir es que el cine, en su concepción más
noble, es una manifestación de una actitud ante la vida, ante lo que nos rodea.
Pero una manifestación espontánea, audaz, sincera, apasionada, aguerrida.
Implica, por lo demás y extremando las cosas, el llevar esta actitud hasta las
últimas consecuencias o fracasar en el intento. No hay alternativa alguna. O es
el cine o es otra cosa.
No se puede hacer un buen cine si se está pensando por qué
perdió el Cristal su último partido. No es posible llamar cineasta a quien en
los setenta balbulceó sobre un supuesto cine campesino y ahora comercializa
manzanitas del diablo o ve extraterrestres de pacotilla. Como tampoco se puede
confiar en la sinceridad de quien en el pasado habló de Brecht y sobre la
necesidad de distanciarse de las imágenes, cuando jamás se ha prestado atención
a las importantes muestras de cine que en no pocas ocasiones programó la
filmoteca de Lima. Y , por supuesto, jamás se reconocerá un cine social digno
en mamarrachos que muestran de manera burda el enfrentamiento de buenos y
villanos.
Habrá que empezar, pues, por definir qué cine queremos ver y
exigir a quienes tienen posibilidades de hacerlo, trabajos que vayan más allá
de los simples méritos comerciales. Que es difícil hacer cine en el Perú, lo
sabemos. Que la imaginación se eche a volar, que la pelea por arrancarle al
gobierno márgenes propicios para la realización cinematográfica no signifique
claudicación de posiciones contestatarias, provocadoras. Que la taquilla sea
buena, no porque se muestren las siliconas de la Astengo o las tetas de la
Urbina, por más arrechantes que ellas sean, sino porque la emoción que las
imágenes generan es capaz de arrastrar a un público que se pasa la voz uno a
otro para no perderse unos diálogos sabrosos y unas escenas capaces de conmover
al espectador. Y si no, que lo diga Aristaraín y la dupleta de films que hace
unos cuantos años llamaron la atención de cinéfilos y profanos (Un lugar en el
mundo, Martín (Hache)).
Y, finalmente, llego a los críticos de ahora. He recibido dos
correos que me han sublevado. En ambos se dice algo así como: Ricardo, coincido
plenamente en lo que dices. Algo así como " un coincido en todo, todo,
todo" (con musiquilla de fondo). Basta, por favor. ¿Así se es crítico,
ahora? Vamos, Ricardo, a jalarles las orejas a los muchachos. Está bien. Yo sé
que les gusta el cine, y espero que sean tan apasionados como para ir hasta la
punta del cerro (y no a la tienda de vídeos más a la mano) por una buena
película y de sufrir como un condenado y llorar de impotencia cuando una
película se escapa y el cerebro no deja de torturar con un "No la ví,
mierda, no la ví". Hasta ahora recuerdo cuando con 40 grados encima,
lloraba no por el maldito dolor de cabeza que me tenía postrado sino porque era
la segunda vez que se me pasaba Jules et Jim, dolor por una película que cual
estrella fugaz pasaba velozmente por las salas cineclubísticas.
Sí pues, Ricardo, un flaco favor te hacen y se hacen a sí
mismos los críticos que coinciden contigo y no esgrimen argumentos de peso para
sustentar sus opiniones y valoraciones. Hay que incentivar la disidencia, la
rebeldía, la polémica. Por supuesto sin llegar al insulto o a las bajezas tipo
Judith de la Matta (¿así se escribe el nombre de esta arpía, digo, de esta
aprista?).
Alguna vez fui testigo de las discusiones entre Ricardo y Emilio. No
recuerdo qué película o películas desencadenaron el intercambio de opiniones
(disculpen la mala memoria, pero 48 años no pasan en vano). Apasionados ambos
defendieron sus posiciones, como si de esa discusión dependiera el destino de
un país. Vamos, podía uno decirse, no es para tanto. Total, se trata de una
película, sólo de una película. Así lo pensé de inmediato, mientras observaba
en un silencio cada vez más incómodo a dos personas cuyos textos siempre he
leído con fruición.
Sin embargo, en varias ocasiones, el recuerdo recurrente de
este enfrentamiento que me ha robado algunas horas de sueño, ha sido la causa
de una reflexión: si tal vez esa actitud –que se origina y tiene como centro
aquellas pequeñas cosas que aparentemente carecen de importancia y que se
manifiestan a través de la revisión apasionada de detalles demasiado simples en
medio de un vivir cada vez más complejo y excluyente - repito, si tal vez esa
actitud no es sino el impulso obligatorio e indispensable, que se requiere para
sacar adelante cualquier proyecto. Como la vida misma, pero asumiéndola con
rebeldía, empeño y pasión. Sí, definitivamente, concluí, vale la pena pelearse
por una película, sufrir por ella, asumir su defensa cerrada, pues en ella, en
ese romper lanzas, en esa argumentación sólida que intenta prevalecer sobre
otros puntos de vista, reside en último término nuestra posición moral.
Pues, entonces, ¡cómo interpretar esas notas de sometimiento,
de aceptación casi incondicional! Vamos Ricardo, todos sabemos que te has
convertido en el padre de una nueva generación de críticos, has sido su
profesor, y ejerces –tal vez a tu pesar, o quizás disfrutándolo- una enorme
influencia sobre ellos. Pero yo creo que sería mucho más saludable la
discrepancia, no al estilo de Pimentel, que es un "Hablemista"
vergonzante (con toda seguridad que se sabe de memoria las críticas de Fico) y
un post modernista posero, sino más bien, por poner un ejemplo y rendir un
pequeño homenaje que se lo debía, en esa onda de Emilio: estoy con ustedes,
pero opino distinto. Y es que, a no dudarlo, si hay un crítico ni tan joven ni
tan viejo, inteligente, original y apasionado, ese es Emilio Bustamante. Por
eso, precisamente, no lo aguantaron en el semanario desde donde fustigó sin
compasión a tirios y troyanos. En medio de la mediocridad, la inteligencia no
es bienvenida.
Digo todo esto porque la nueva generación de críticos tiene
una gran responsabilidad ahora. La cinefilia está cada vez más en retirada, a
despecho de las revistas de cine que han aparecido. Tengo la impresión que ella
se nutre más de vídeos y formatos electrónicos que del cine mismo. La filmoteca
está cada vez más desierta. Y creo que su futuro es incierto. ¿Dónde iniciar la
polémica sobre el cine peruano? ¿A través de los correos electrónicos? ¿Solo
para un grupito de amigos? ¿Y por qué esperar que Ricardo inicie la polémica?
Dentro del grupo de críticos, leo los nombres de Joel Calero y Miguel Rivero.
En alguna ocasión escuché las opiniones de Joel; por un momento me recordó a mi
viejo amigo Pancho, siempre inconforme, siempre discrepante. A Miguel lo sigo a
través de sus textos de crítica literaria, que debería publicar con mayor
continuidad. Pues bien, si Ricardo les diera un espacio en su programa ¿podrían
ellos iniciar el incendio de la pradera o es que sólo se busca entretenimiento
mientras afuera el cine peruano continúa su penosa agonía?
Bueno, después de esta excursión a aquellos predios que me han
dado no pocos momentos de alegría y satisfacción, vuelvo al mundo de los
números y los planos, a ese mundo racional que contribuyó también a la
invención del cine y de la fotografía y que hizo posible el desarrollo de este
aparatito que todos manejamos con placer (lástima Chachito, la máquina de
escribir y el tiempo de espera de las cartas fueron desplazados
irremediablemente): la computadora. Aquí, en este mundo de los cálculos y
proyecciones, créanme, también hay pasión. Y hay broncas, obsesiones y también
risas y alegrías. Pero nada de ello se equipara a la emoción que en el pasado
nos embargó cuando con las luces apagadas el écran nos devolvió la mirada de
Jean Pierre Leaud a través de los barrotes de un carro celular o la magnífica
imagen de un John Wayne solitario recortada en el marco de la puerta al final
de The Searchers. Solo allí intuimos, en medio del dolor de los protagonistas,
lo que puede ser la felicidad. Y por ello seguiremos yendo al cine.
Un abrazo para todos.
Rogelio Llanos
Lima, mayo de 2003