Escribe: Rogelio Llanos Q.
Tenía alma de niño. Siempre de buen humor y
presto a dar su ayuda a quien la necesitaba. Su presencia a nuestro lado, en
momentos difíciles, fue el soporte moral en el que nos apoyamos muchas veces
para levantar el ánimo y disipar las brumas que a veces enturbiaban nuestro
horizonte. Cuántas tardes, cuántas noches conversamos sobre aquellos temas que
le encantaban: la vida, el futuro, los amigos, la familia. Conversaciones que
él sazonaba con anécdotas plenas de humor sano y que gozaba narrándolas con
múltiples detalles y que, luego, celebrábamos riendo a carcajadas.
A su lado, no se sentía el paso del tiempo. Sus
historias eran interminables, divertidas, amenas. Una de ellas: cuando llegó el
ballet de Senegal al Amauta, fue con la tía Luz (tan generosa, buena y
aguerrida), su esposa, a ver el espectáculo. Sentado en las graderías de
cemento, disfrutaba de los sensuales movimientos de las bailarinas que con sus
pechos descubiertos aceleraban el ritmo cardíaco de los espectadores. La percusión
fue in
crescendo. El movimiento de los bailarines se aceleró al compás de unos
tambores cada vez más frenéticos. De pronto, el músculo de la pierna se le
agarrotó. Un terrible calambre, lo impulsó a ponerse de pie y a zapatear con
fuerza, al mismo tiempo que se frotaba con vigor la pierna. Una y otra vez,
golpeó enérgicamente el piso con el pie. La gente en su entorno, empezó a
aplaudirlo, pensando que, contagiado de la emoción de los bailarines, había
iniciado ese zapateo vigoroso, que sólo concluyó cuando el calambre fue
superado. Muchas veces le pedimos que contara esa historia, muchas veces reímos
a mandíbula batiente con su relato, siempre lleno de gracia y de humor.
Viví diecisiete años
en su casa. Como lo expresé hace más de un año en su funeral: Diecisiete años y
jamás una palabra de reproche, diecisiete años y jamás una pelea, diecisiete
años de afecto, diecisiete años de generosidad. Sí, nobleza y generosidad son
las dos palabras con las que toda la vida identifiqué a este hombre que encontraba
placer en dar alegría a los demás.
Se llamaba José Dusek Vásquez. Le decíamos
cariñosamente, Tio Pepe. Hoy, 2 de mayo, es su cumpleaños. Lo he recordado con
júbilo, sí, porque a él le gustaba la alegría, la fiesta, el baile. Hoy está en
mi corazón y en el de todos los que tuvimos el privilegio de conocerlo y
amarlo.
Para la tía Luz, Gladys, Gino, Henry, Yaro, Gino,
Ginito, Nicole, Renzo, Ariana, señorita Blanca, tía Lidia, y todos los Dusek,
todos, todos…un fuerte abrazo…los quiero mucho.
Lima, 2 de mayo
de 2011
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