30/4/14

UN PEQUEÑO RECUERDO DE DON HANS…



Escribe: Rogelio Llanos Q.

Don Hans era un hombre duro. ¡Qué duda cabe! Cuando algo no caminaba según él lo establecía, levantaba el tono de voz y su actitud era la de un león rugiendo. Sí, yo lo vi en esa actitud en una ocasión y siempre traté de evitarlo. Hablo de cuando entré a esta empresa y, tímido y asustadizo, empezaba a vivir la que ha sido mi primera y única experiencia laboral. 

Pronto pasaron los años y una mañana de fines de los ochenta, como supervisor de turno de la planta química, me tocó enfrentar al temible ingeniero Jahncke. ¡Y vaya que sí era temible! Todo transcurrió normalmente mientras le explicaba la situación de la planta. Allí en la oficina del área de Mantenimiento, nos reuníamos a primera hora de cada mañana para darle las novedades y planificar las actividades del día.

Yo me decía: “Bueno, será por poco tiempo mientras está de vacaciones el ingeniero Manuel Pérez”. Sí, pero ese poco tiempo era una hemorragia de adrenalina cada día porque don Hans era detallista. Un verdadero inquisidor. Y de los buenos. Cada día indagaba por cada equipo importante de la planta. Había pasado ya la primera semana y empezaba ya a acostumbrarme a estos interrogatorios de los cuales estaba saliendo indemne, cuando una mañana preguntó por un compresor fuera de servicio. ¿Y por qué estaba fuera de servicio esa unidad?, preguntó con tono inocente. Y no tuve la respuesta que él esperaba. Y, entonces, el cielo se abrió como si un rayo lo partiera. Los cimientos de la oficina temblaron y yo, entre pálido y nervioso intenté iniciar una justificación y …fue peor. Me armé de valor y levantando el tono de voz respondí que de inmediato procederíamos a poner en servicio la unidad y determinar su capacidad de operación. Me miró…y cambiando ligeramente de expresión, tornó a seguir indagando sobre la planta.

Don Hans vivía cada momento en Quimpac con una extraña intensidad. Yo diría que vivía con pasión las incidencias de esta planta que fue la suya desde comienzos de los años sesenta, en que fue aceptado por su amigo de la infancia, el ingeniero Beck para que trabajara en el proyecto de la nueva planta de Rayón Peruana, que pasaría a convertirse en Química del Pacífico, hoy Quimpac.

Esa intensidad con la que trabajaba, ya en la oficina, ya en la planta misma, era objeto de mi curiosidad. En mis años de formación, empecé a apreciar en él esa dedicación a su labor como ingeniero de proyectos. Conocía como pocos la planta y su opinión era gravitante en el desarrollo del proyecto. Ahorrativo hasta lo injustificable. Era su manera de ser y era coherente consigo mismo. No pocas cosas tuvieron que ser corregidas por ese afán de reducir el presupuesto de las obras. Pero, vaya, imaginación no le faltaba, y su capacidad para salir adelante borraba todos los defectos que en algún momento existieron. Y de lo que no me cabe la menor duda es que amaba su trabajo, amaba a Quimpac. La Quimpac que tenemos hoy en día, es, en gran medida, hechura suya.

En el año 2000 tuve oportunidad de conversar con él a fin de hacer una nota para la sección Tiro al Blanco de la revista Hablemos de Quimpac. Me recibió en su oficina y con un tono amable me expresó ‘off the record’ que dudaba mucho acerca del interés de lo que iba a decirme. “No creo que valga la pena escribir lo que le voy a decir”, me dijo mirándome directamente y con los ojos llenos de lágrimas. El viejo Hans, el gran ingeniero Jahncke, el hombre que antes fue un león rugiente, estaba emocionado ahora.

Pero no fue la única vez que lo vi llorar. Este hombre al que yo llegué a apreciar, luego de cumplir con su período laboral, siguió trabajando en Quimpac como una especie de asesor en proyectos, y fue en esos años en que tuvimos oportunidad de desarrollar juntos algunas actividades. Don Hans me buscaba para que lo apoyara en el desarrollo del perfil de sus proyectos. Igual hacía con Ernesto Bravo, mi compañero de trabajo, en esa época en que andábamos de ‘proyectistas ambulantes’. 

Y fue en esa época en que don Hans me permitió conocerlo un poquito más. En alguna ocasión, me atreví a contarle la anécdota aquella en que me gritó enfurecido, y vi cómo su rostro cambiaba de la sonrisa amable a una expresión de melancolía. Lo miré emocionado, mientras las lágrimas bajaban por sus mejillas. Volvió a sonreír y me pidió volver al trabajo que estábamos realizando.

Siempre miré a Don Hans con no poca admiración. Y creo que esa admiración creció muchísimo desde aquella tarde de 1989 en que la administración aprista decidió apartarlo de Quimpac. Me permito reescribir lo que apunté en aquel texto de Hablemos de Quimpac: “Aún recordamos aquél día del año 1989 cuando por decisión de una administración corrupta, el ing. Hans Jahncke fue informado a través de una carta que ya no iba a laborar más en Química del Pacífico. Don Hans trabajó ese día como si fuera uno más en su agitada existencia, como si esa carta infame no hubiera llegado jamás a su poder, como reduciendo a la nada la voz de la prepotencia y el abuso. A las tres de la tarde, sin embargo, la voz del fiel colaborador Roberto Teruya, rompió la calma aparente de la oficina de operaciones: “Ya es hora, ingeniero, vámonos”. Con movimientos pausados, como queriendo eternizar el momento, Don Hans se levantó de su asiento, se puso su chompa y con su gesto característico  de fruncimiento de cejas, se dirigió a la puerta, donde unos cuantos compañeros de trabajo lo esperábamos para darle el abrazo de despedida. Unas lágrimas corrieron por el pálido rostro de Don Hans, y en ese momento supimos, con tristeza e indignación, que una parte vital de la historia de esta empresa se iba con él. Pero, los años oscuros pasaron y, justicia y generosidad, mediante, el ingeniero Hans Jahncke estuvo de vuelta, con su voz tronante, sus ‘folders’ bajo el brazo y su empeño a prueba de balas”.

Ayer Don Hans Jahncke Gonzales inició su viaje final en medio de la tristeza de su esposa y de sus seres queridos. Hoy  recibí esta ingrata noticia y he querido rendirle este pequeño homenaje a un hombre que amó esta empresa y que dio los mejores años de su vida por ella, apostando por su crecimiento, apostando por su engrandecimiento.

Rogelio Llanos Q.

Lima, 4 de junio de 2012


PS. La vieja guardia de duelo: Roberto Teruya, Manuel Pérez, Modesto Zavaleta, Jinmy Palomino, Domingo Puruguay, Ernesto Bravo, Augusto Huamán, Víctor Aguilar, Jorge Manco, el ‘chino’ Cárdenas, Jorge Cárdenas, José Aranguren, César Ramírez, Rogelio Llanos. Y sin duda, llorarán su partida: la Sra. Edith Sorados, la Sra. Susie Reynoso, Olga Torre, Elena Díaz y Corina Castillo. 

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