Escribe: Rogelio Llanos Q.
Don
Hans era un hombre duro. ¡Qué duda cabe! Cuando algo no caminaba según él lo
establecía, levantaba el tono de voz y su actitud era la de un león rugiendo.
Sí, yo lo vi en esa actitud en una ocasión y siempre traté de evitarlo. Hablo
de cuando entré a esta empresa y, tímido y asustadizo, empezaba a vivir la que
ha sido mi primera y única experiencia laboral.
Pronto
pasaron los años y una mañana de fines de los ochenta, como supervisor de turno
de la planta química, me tocó enfrentar al temible ingeniero Jahncke. ¡Y vaya
que sí era temible! Todo transcurrió normalmente mientras le explicaba la
situación de la planta. Allí en la oficina del área de Mantenimiento, nos
reuníamos a primera hora de cada mañana para darle las novedades y planificar
las actividades del día.
Yo
me decía: “Bueno, será por poco tiempo mientras está de vacaciones el ingeniero
Manuel Pérez”. Sí, pero ese poco tiempo era una hemorragia de adrenalina cada
día porque don Hans era detallista. Un verdadero inquisidor. Y de los buenos.
Cada día indagaba por cada equipo importante de la planta. Había pasado ya la
primera semana y empezaba ya a acostumbrarme a estos interrogatorios de los
cuales estaba saliendo indemne, cuando una mañana preguntó por un compresor
fuera de servicio. ¿Y por qué estaba fuera de servicio esa unidad?, preguntó
con tono inocente. Y no tuve la respuesta que él esperaba. Y, entonces, el
cielo se abrió como si un rayo lo partiera. Los cimientos de la oficina
temblaron y yo, entre pálido y nervioso intenté iniciar una justificación y
…fue peor. Me armé de valor y levantando el tono de voz respondí que de
inmediato procederíamos a poner en servicio la unidad y determinar su capacidad
de operación. Me miró…y cambiando ligeramente de expresión, tornó a seguir
indagando sobre la planta.
Don
Hans vivía cada momento en Quimpac con una extraña intensidad. Yo diría que
vivía con pasión las incidencias de esta planta que fue la suya desde comienzos
de los años sesenta, en que fue aceptado por su amigo de la infancia, el
ingeniero Beck para que trabajara en el proyecto de la nueva planta de Rayón
Peruana, que pasaría a convertirse en Química del Pacífico, hoy Quimpac.
Esa
intensidad con la que trabajaba, ya en la oficina, ya en la planta misma, era objeto
de mi curiosidad. En mis años de formación, empecé a apreciar en él esa
dedicación a su labor como ingeniero de proyectos. Conocía como pocos la planta
y su opinión era gravitante en el desarrollo del proyecto. Ahorrativo hasta lo
injustificable. Era su manera de ser y era coherente consigo mismo. No pocas
cosas tuvieron que ser corregidas por ese afán de reducir el presupuesto de las
obras. Pero, vaya, imaginación no le faltaba, y su capacidad para salir
adelante borraba todos los defectos que en algún momento existieron. Y de lo
que no me cabe la menor duda es que amaba su trabajo, amaba a Quimpac. La
Quimpac que tenemos hoy en día, es, en gran medida, hechura suya.
En
el año 2000 tuve oportunidad de conversar con él a fin de hacer una nota para
la sección Tiro al Blanco de la revista Hablemos de Quimpac. Me recibió en su
oficina y con un tono amable me expresó ‘off the record’ que dudaba mucho
acerca del interés de lo que iba a decirme. “No creo que valga la pena escribir
lo que le voy a decir”, me dijo mirándome directamente y con los ojos llenos de
lágrimas. El viejo Hans, el gran ingeniero Jahncke, el hombre que antes fue un
león rugiente, estaba emocionado ahora.
Pero no fue la única vez que lo vi
llorar. Este hombre al que yo llegué a apreciar, luego de cumplir con su
período laboral, siguió trabajando en Quimpac como una especie de asesor en
proyectos, y fue en esos años en que tuvimos oportunidad de desarrollar juntos
algunas actividades. Don Hans me buscaba para que lo apoyara en el desarrollo
del perfil de sus proyectos. Igual hacía con Ernesto Bravo, mi compañero de
trabajo, en esa época en que andábamos de ‘proyectistas ambulantes’.
Y fue en
esa época en que don Hans me permitió conocerlo un poquito más. En alguna
ocasión, me atreví a contarle la anécdota aquella en que me gritó enfurecido, y
vi cómo su rostro cambiaba de la sonrisa amable a una expresión de melancolía.
Lo miré emocionado, mientras las lágrimas bajaban por sus mejillas. Volvió a
sonreír y me pidió volver al trabajo que estábamos realizando.
Siempre
miré a Don Hans con no poca admiración. Y creo que esa admiración creció
muchísimo desde aquella tarde de 1989 en que la administración aprista decidió
apartarlo de Quimpac. Me permito reescribir lo que apunté en aquel texto de
Hablemos de Quimpac: “Aún recordamos aquél día del año 1989 cuando por decisión
de una administración corrupta, el ing. Hans Jahncke fue informado a través de
una carta que ya no iba a laborar más en Química del Pacífico. Don Hans trabajó
ese día como si fuera uno más en su agitada existencia, como si esa carta
infame no hubiera llegado jamás a su poder, como reduciendo a la nada la voz de
la prepotencia y el abuso. A las tres de la tarde, sin embargo, la voz del fiel
colaborador Roberto Teruya, rompió la calma aparente de la oficina de
operaciones: “Ya es hora, ingeniero, vámonos”. Con movimientos pausados, como
queriendo eternizar el momento, Don Hans se levantó de su asiento, se puso su
chompa y con su gesto característico de
fruncimiento de cejas, se dirigió a la puerta, donde unos cuantos compañeros de
trabajo lo esperábamos para darle el abrazo de despedida. Unas lágrimas
corrieron por el pálido rostro de Don Hans, y en ese momento supimos, con
tristeza e indignación, que una parte vital de la historia de esta empresa se
iba con él. Pero, los años oscuros pasaron y, justicia y generosidad, mediante,
el ingeniero Hans Jahncke estuvo de vuelta, con su voz tronante, sus ‘folders’
bajo el brazo y su empeño a prueba de balas”.
Ayer
Don Hans Jahncke Gonzales inició su viaje final en medio de la tristeza de su
esposa y de sus seres queridos. Hoy
recibí esta ingrata noticia y he querido rendirle este pequeño homenaje
a un hombre que amó esta empresa y que dio los mejores años de su vida por
ella, apostando por su crecimiento, apostando por su engrandecimiento.
Rogelio Llanos Q.
Lima, 4 de junio
de 2012
PS.
La vieja guardia de duelo: Roberto Teruya, Manuel Pérez, Modesto Zavaleta,
Jinmy Palomino, Domingo Puruguay, Ernesto Bravo, Augusto Huamán, Víctor
Aguilar, Jorge Manco, el ‘chino’ Cárdenas, Jorge Cárdenas, José Aranguren,
César Ramírez, Rogelio Llanos. Y sin duda, llorarán su partida: la Sra. Edith
Sorados, la Sra. Susie Reynoso, Olga Torre, Elena Díaz y Corina Castillo.
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