Escribe: Rogelio Llanos Q.
Caminaba
por los pasillos de la hermosa librería El Ateneo de Buenos Aires, sí, aquella,
la de la cuadra 18 de Santa Fe, cuando en uno de sus estantes divisé un libro
en cuya portada había un rostro conocido. Era la mirada socarrona de Joaquín
Sabina. A su lado, había otro rostro, desconocido para mí, en ese entonces,
pero cuya mirada y gesto, no sé por qué, lo emparentaba con Sabina, lo hacía
cómplice suyo. Me acerqué, tomé el libro y lo primero que leí fue la inscripción
superior que decía Así se escribió el
disco Vinagre y Rosas de Joaquín
Sabina. Más abajo figuraba el nombre de Benjamín Prado y a continuación, en
letras un tanto borrosas el título del libro: Romper una Canción.
Habiendo
escuchado muchas veces el disco y habiéndome preguntado otras tantas sobre el
significado de algunos de sus textos, pues el libro tenía que ser mío. Además,
siempre me apropio de todo lo que tenga que ver con el Sabina y en los
conciertos, a pesar de conocer todas o casi todas sus canciones, hago los
esfuerzos necesarios para obtener el set
list, aquel papel que, pegado en el suelo del escenario, sirve de guía de
canciones a los músicos de la banda y al mismo vocalista.
Benjamín
Prado es el coautor de las letras de las canciones del disco Vinagre y Rosas. La primera vez que
supe de este poeta con pinta de músico de banda de rock (como lo definió
Enrique Planas) fue, no sé si en el 2006 o el 2007, luego de leer Sabina, En Carne Viva, el libro de
entrevistas de Javier Menéndez Flores. En esa ocasión, el nombre de Prado
aparecía al lado de Luis García Montero (a quien también conocí, gracias a su
colaboración fructífera con Miguel Ríos), Almudena Grandes (de quien aún
recuerdo con gran aprecio Las Edades de
Lulú) y Ángel Gonzales, aquel poeta que Sabina siempre menciona con cariño
y a quien terminó dedicándole post-mortem,
al alimón con Prado, la emotiva –y en el
tono de las canciones rancheras, es decir con ritmo movido y festejo- Menos Dos Alas.
Decía,
pues, que el nombre de Benjamín Prado lo leí por primera vez en medio de los
poetas líricos cercanos al entorno del Sabina. Cierto, tal vez antes no había
caído en cuenta que Benjamín, también era mencionado por Luis García Montero
cuando prologó el Ciento Volando de
Catorce, ese conjunto de sonetos que Sabina publicó y que sólo un pequeño
círculo de poetas, amigos y admiradores, valoraron de manera debida.
Pero,
haciendo honor a la verdad, es a partir del libro de Menéndez que Benjamín
Prado empieza a convertirse para mí en un nombre conocido. Sólo nombre. A su
poesía recién me asomo a partir del Vinagre
y Rosas, cuyas letras, ya lo hemos adelantado son producto de las peleas
mortales -cada frase, cada palabra,
luchada a brazo partido- y de las celebraciones apoteósicas (con baile
incluido) entre dos viejos amigos que, decidieron unir sus esfuerzos para
librar un combate contra la incapacidad para escribir que genera la felicidad
hogareña (Sabina) y restañar las heridas de guerra que produce el desamor
(Prado).
Benjamín
Prado vino hace poco a Perú. Aprovechó de un encuentro de escritores que hubo
en Lima, para presentar su libro, No me
cuentes tu vida, una breve antología de sus poemas que va desde 1986 al
2011. Realmente, demasiado breve. Pues luego de leerla y releerla, en voz alta
como recomienda Sabina en la contratapa, para emocionarse, para enamorarse, uno
quiere continuar la lectura y tener los poemarios completos. Y a Crisol iremos,
pues dicen que la obra del español ya está viniendo a Lima, o de lo contrario,
amenazamos, iremos a Madrid tras ella. Como fuimos tras el 60MP3 de Miguel Ríos, hace algunos años.
En
Romper una Canción, Benjamín Prado
nos cuenta que luego de la partida de la mujer amada, quedó hecho polvo.
Deprimido. En ese momento su encuentro con el Sabina y la propuesta de éste de
irse a Praga a componer unas canciones para lapidar a la infeliz que osó
destrozar los sentimientos del vate y limpiar con sus despojos las heridas del
amor, fue providencial. Cuenta Benjamín –y lo hizo también en la noche de
presentación de su libro- que el Sabina le propuso recorrer los predios líricos
del gran José Alfredo Jiménez, y tras las primeras reticencias de un rockero,
deprimido, pero rockero al fin, aceptó el envite tras escuchar esa joyita que
brilla y hace galopar el corazón: cuántas
cosas quedaron prendidas/hasta dentro del fondo de mi alma;/ cuántas luces
dejaste encendidas:/ yo no sé cómo voy a apagarlas; o esa otra, del macho
mexicano o chulería del derrotado: Te vas
porque yo quiero que te vayas;/ a la hora que yo quiero te detengo,/ Yo sé que
mi cariño te hace falta,/ porque quieras o no, yo soy tu dueño.
Y
a Praga se fueron a componer versos y de allí trajeron un puñado de canciones,
de hermosas canciones. Una de ellas es Virgen
de la Amargura. Bella, intensa, dura. Virgen
de la Amargura, entre los sonidos limpios y briosos de una guitarra
acústica inspiradísima (gracias, Antonio (1), qué genial eres), y las delicadas
notas finales del Norwegian Wood (2)
que cierra el tema (otra vez, gracias Antonio) me saca de mis depresiones, me
da lucidez, me emociona, me exalta, me hechiza. Gozo y sufro con cada verso,
que ahora reconozco su origen. Ya sé de dónde vienen esas palabras, esas frases
que hablan del conquistador sometido y del orgullo herido: La guerra ha terminado./ yo vengo a arrodillarme ante tu cama. / Te
rezan mis soldados / y el palacio está en llamas, / tu general arría mis
banderas,/ las fieras entran a la catedral.
Y con resonancias rancheras, atenuadas por el ruido de esos trenes y
estaciones sabinianos, los versos
finales: te vas y no te vas/ y cuando
vienes /rezo para que los trenes/ se equivoquen de estación.
Luego
de leer, entre la emoción y la exaltación, No
me cuentes tu vida, ya sé, repito, de dónde nacen algunas de esas frases
del Vinagre y Rosas. Querer y no
querer, seguir amando y desear olvidar. Benjamín Prado ya lo había adelantado
en Lo mismo y lo contrario: : Yo sólo quiero oscuridad y humo./Yo he
venido a decir/ que te he olvidado;/ que volveré a olvidarte cada día,/ cada
uno de los días de mi vida. Un algo así como el truffautiano: Ni contigo ni
sin ti.
Y
viene también a mi memoria ese pequeño regalo para Sabina y Jimena, que
Benjamín titula Bandera blanca. Por
su lenguaje construido de palabras duras, guerreras y ligadas al dolor: Cada mitad de tú y yo / puso su alambre de
espino / lloró cristales y astillas, / fue un soldado en las trincheras. Claro, ese fue el antes, cuando eran el tú y
el yo, cuando libraron sus propios combates y tuvieron sus propias heridas.
Heridas de guerra, heridas de amor. El amor es como un campo de batalla. Hay
exaltación y gloria; hay dolor, hay melancolía. De las batallas amorosas nadie
sale indemne. Pero hay remansos de paz, y durante ellos se impone la celebración,
las palabras dulces: Entonces, volvió lo
azul, / se izaron banderas blancas, /
ellos dijimos perdona, /nosotros tendieron puentes, / tú vives porque yo existo, / yo moriría por
ti. / Bandera blanca, mi amor./ Bandera blanca, amor mío.
Amor
y dolor, luces y sombras, días y noches, la calma y la tempestad. El poeta
camina por todos esos senderos. La luz lo alegra, lo llena de júbilo; las
sombras, la oscuridad, lo inquietan, lo perturban. El poeta es un hombre feliz
y triste a la vez. Es él y otro al mismo tiempo. Pero ambos buscan la casa
iluminada de la colina como en el poema del mismo nombre. Celebración de la
luz, de las calles, ventanas y letreros
encendidos, de las casas iluminadas, del cielo azul, de pájaros solitarios que
propagan el sol y de luces que, en verdad eran ángeles de la noche. Triunfo de
la luz sobre las sombras, pero la sombra existe para que exista la luz: la mano azul del ángel que mezcla fuego y
sombras en nuestros corazones (Luis
Cernuda en Hyde Park Gate).
Benjamín
Prado contó que Bob Dylan fue el punto de partida de su carrera como poeta y
escritor. Cuando joven escuchó un disco de Dylan y pensó de inmediato que
quería ser como él. Para mi Dylan es una
especie de kilómetro cero. Oyendo los discos de Dylan a mí me dieron, por
primera vez en mi vida, ganas de escribir. Lo considero algo así como mi Puerta
del Sol particular, la persona que te incita, que te hace pensar, yo quiero
hacer algo parecido a lo que hace este tipo. Le tengo esta gratitud personal, y
luego, me gusta muchísimo lo que hace. Soy de esos que tiene 600 discos de
Dylan y cosas por el estilo, colecciono todo el rato cosas sobre él. Yo creo
que está muy bien tener ídolos, por qué no recuperar la vieja palabra. Sin
ídolos no podría vivir porque vivir sin admiración, vivir sin referencias es
como tener los pies sin apoyar en el suelo".
Sí,
los ídolos, juegan un papel importante en la vida. Esos ídolos son la gente que
uno admira, que uno recuerda a cada instante, y que se convierten en una suerte
de amigos a los que privilegiamos acudiendo a ellos en momentos decisivos o
vitales en busca de respuestas, de compañía, de afecto. Los ídolos y su música
que nos emociona, los ídolos y sus libros que nos conmueven, los ídolos y sus
películas que nos dan cobijo durante la tormenta. La obra de los ídolos,
cualquiera que ella sea, la hacemos nuestra, cual tesoro invalorable que
guardamos con cariño e ilusión. Como el amor, como el recuerdo o el sentimiento
por la mujer amada.
Benjamín,
que es ahora uno de mis ídolos también tiene sus ídolos empezando por uno
común: Bob Dylan. Allí nomás, siendo muy joven,
apenas 19 años, acertó a conocer a
Rafael Alberti, quien fue la mayor influencia que tuvo en la publicación de su
primer libro Un caso sencillo (1986).
Pero Alberti no sólo fue una influencia, fue su gran amigo, y su maestro. Esa
capacidad de celebración del maestro, aún para las cosas pequeñas, Prado la ha
hecho suya en su poesía, y ese reconocimiento va desde la declaración abierta
en el poema El mismo que esperábamos
(Llegaste entonces, / tus ángeles /
dejaron/ su oro en mi vida.) hasta la construcción de un libro homenaje, Lo que canté y dije de Rafael Alberti,
que reúne con gratitud los poemas que le
dedicó.
Y
en No me cuentes tu vida, los
nombres de sus ídolos recorren sus páginas, una y otra vez, acudiendo a la mención
precisa, como en Yo y Anna Ajmátova
(Tengo en la mano / un libro de Anna
Ajmátova que dice: en el futuro / arderán lentamente las cosas que han pasado),
a la anécdota emotiva y conmovedora como en Marga Gil en la isla (Estamos
en el año / 1932 y Marga / se enamora de Juan Ramón Jiménez. / Es una chica
oscura. Hay un túnel que une / su corazón y el ruido de los bosques. / Un día
entra en la casa. / Un día escribe / ya nada me separa de ti, salvo la muerte);
a la invocación múltiple y desesperada en De
qué me sirve ahora (¿Dónde están
ahora Rilke y Ajmátova y Neruda? / ¿Dónde están ahora Ovidio / y Auden / y
Robert Lowell? / ¿Dónde están todos esos a quienes di mis labios, los que
vivían con mi corazón?), a la prístina composición de imágenes como en Frío como el infierno (Y tú no estás. / Yo cierro una ventana, miro
el televisor, leo a Ungaretti, pienso: la distancia es azul, yo soy lo único
que hay entre tú y este frío); a la cita evocativa como en Cada mañana (Cada mañana, Jaime Gil de Biedma / se muere en Barcelona, / Shelley
sube / a su barco en la costa de Italia, / Raymond Carver / escribe su poema
sobre Antonio Machado); o al juego delicioso de la adivinanza erudita como
en Acertijo (¿Qué poeta / comparó el humo con el Laocoonte? / ¿Qué poeta escribió: /
basta que alguien me piense, para ser un recuerdo? / ¿Quién afirma que la
última gota es siempre una lágrima?).
La
pasión por el término preciso y el verso encendido, la calidez del homenaje a
sus ídolos amados, la apelación constante a la naturaleza y a sus elementos, la
exploración incansable a través de los caminos luminosos y los valles de las
sombras, la necesidad de curar sus heridas con las palabras son algunas de las constantes que anidan en una
obra que toca delicada y sutilmente la puerta de los sentidos, de los afectos.
En
la presentación de No me cuentes tu vida,
Benjamín leyó unos versos que aparecen en su poemario Marea Humana (2006). En dicho poemario aparecen una serie de
arquetipos humanos a través de los cuales el poeta ingresa en los predios del
odio, el rencor, la tristeza, la
avaricia, la violencia, la poesía, el conocimiento, la alegría. La reflexión de
Benjamín Prado se desliza una vez más entre las luces y las sombras. Una vez
más, el yo (yo miraba / los bosques /
desde un tren) y el tú (Tú venías a
mí / como septiembre acude a las manzanas). Y en esa Marea humana, plena de sentimientos encontrados y diversos, está
también el amor y sus entresijos, la entrega desbordada y las defensas contra
el vértigo del abismo.
En
la antología se ha incluido las partes III, IX, X y XII de El Enamorado, dedicadas a explorar el bosque intrincado de ese
sentimiento cuya forja es la lealtad con
heridas y la paz entre cuchillos.
Prado es categórico, determinante. Para él el amor es todo o nada: Yo te lo ofrezco todo/Pero no pidas menos, /
mi amor, / ni te equivoques: / si me das a elegir entre perderte / por completo
o estar conmigo en parte, / voy / a decirte / adiós. Y si acaso, el amor
huye, dejándolo al borde del abismo, acudirá al último - reducto de sus fuerzas
para sobrevivir: Convoqué a la venganza,
/ al rencor / al orgullo; / le devolví a mis manos sus puñales, / la crueldad a
mi boca / y el egoísmo a mi corazón. Y soberbio dirá: Pero hoy ya estoy a salvo de tus ojos, / los cuerpos de las otras ya
han olvidado el tuyo / y a todo lo que espero / ya no le faltas tú. Pero,
créanme, en el fondo de su alma, habrá
dolor: Como va a equivocarse / el que
consigue a cambio de lo que más quería / la recompensa de su libertad.
Como
si de una novela se tratara, la antología incluye una especie de epílogo –Ya no es tarde- que pareciera ser algo
así como una estación, por ahora, final: el amor ha vuelto otra vez, le pide
que no le cuente su vida, y acepta que el amor
es un ciego con un arma en la mano y que, ineludible e ineluctablemente,
hay que correr al encuentro de las balas…Sí, ha llegado María, acabó el
invierno, salió el sol.
Lima,
19 de abril de 2011.
Notas
(1) Antonio
García de Diego, guitarrista de estirpe, amigo de Joaquìn Sabina y miembro de
su banda. Toca con la misma habilidad y talento los teclados y la armónica. Un
maestro, sin duda.
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