29/4/14

Resumiendo algunos hallazgos: UNA (LUJURIOSA) MIRADA SOBRE LA VIDA SEXUAL EN LA ANTIGUA CHINA



Parte I


Se quitó sus vestidos y la ropa que llevaba debajo,
revelando su blanco cuerpo de delgados huesos y piel suave.
Cuando hicimos el amor,
su cuerpo era suave y húmedo como ungüento.
Más tarde,
la sangre en mis venas se calmó
y mi corazón se aplacó en mi pecho.

De Sobre Una Hermosa Mujer,
Szu-ma Hsiang-ju (¿? – 117 a.C.)


Para la dama de mirada resplandeciente,
hermosa sonrisa y eterna juventud

Escribe: Rogelio Llanos Q.


El descubrimiento

Hace ya un buen tiempo, mientras esperábamos que llegara la hora de entrar a una de las salas de El cine PUCP, nos animamos a entrar a La Tertulia, pequeña librería que forma parte de este complejo cultural y que, de vez en cuando, presenta ediciones que nos entusiasman aunque con gran deterioro de nuestra economía. Pues bien, allí, en medio de biografías, novelas y ensayos, en lo que serían las novedades del mes aparecía, impúdico y atrayente, un voluminoso libro de casi 600 páginas titulado La Vida Sexual en la Antigua China, cuyo autor es el holandés R. H. Van Gulik. Resistiendo las curiosas y burlonas miradas de los visitantes, tomamos el libro y nos pusimos a revisarlo como siempre solemos hacer: abriéndolo por la mitad, al azar y leyendo un párrafo para ver si nos conquistaba, si despertaba ese delicioso impulso de la posesión. El comienzo de la página 255 fue determinante: XXII. Mujeres apropiadas para el coito. ¡Hmmm, caramba, esto sí que está formidable!, nos dijimos, y la lectura de dicha página (que no trataremos ahora en esta nota, sino en la siguiente parte) nos envolvió totalmente. Nos imaginamos ahora, lo que habrán pensado los concurrentes a la librería en esa tarde invernal del pasado año, pero, la verdad es que ya hemos logrado superar esas vergüenzas y prejuicios que suelen hacer que la gente eluda –y con no pocos complejos de culpa- las secciones de sexo y erotismo que hay en nuestras pobrísimas librerías y, entonces, ahora disfrutamos de esta sección tanto como cuando hurgamos en los estantes de libros de música y literatura clásica o peruana.

Ciento dos soles era el precio del libro de marras. No los teníamos en ese momento, y además, estábamos a escasos minutos del inicio de la película que habíamos ido a ver. Volveremos mañana, nos consolamos, pensando en si lo encontraríamos o no. Pero al día siguiente no pudimos ir y tampoco el resto de la semana. Todo se nos puso en contra y, como suele suceder cuando ya no vemos el objeto de nuestra admiración –ingratitud humana, al fin y al cabo- nos fuimos olvidando poco a poco de él, aunque de vez en cuando el recuerdo del sugerente capítulo leído nos hacía prometernos un retorno inmediato al lugar del descubrimiento. Y es que el hallazgo de un libro o un disco es como el encuentro con una linda mujer. Nos deslumbra, nos fascina, nos encanta. Lo miramos o lo hojeamos u oímos  con delicadeza y apreciamos su contenido, su belleza, su sonido, su olor. Pero sucede también que este hechizo puede romperse cuando una lectura o audición atenta  muestra que no todo lo que brilla es oro, y entonces ¡oh! desilusión, entramos en un pequeño período de desazón y nos consolamos leyendo o recordando algún párrafo de un antiguo libro o escuchando las viejas melodías que, sabemos, hacen vibrar las fibras más sensibles de nuestro corazón.

Pues bien, como todas las situaciones que vivimos tienen o deben tener un final o desenlace, la historia de este libro también lo tiene. Pasaron aún tres semanas antes de que, finalmente, volviéramos a La Tertulia y lo viéramos una vez más allí, en el mismo lugar, y diríamos, si no fuera porque nos acusarían de exagerados, en la misma posición en que lo dejamos luego de revisarlo en nuestra anterior visita. Lo compramos, llegamos a casa, leímos muchos párrafos sueltos e incluso criticamos, en alguna carta a una amiga, algunos de los conceptos vertidos en el texto. Hace unos días empezamos la lectura, vamos a decir formal del libro, y debemos admitir que se lee con facilidad, hay mucha información histórica incluida de manera muy ordenada que nos ha permitido aprender rápidamente acerca de las dinastías chinas, sus costumbres conflictos y evolución, tópicos que siempre nos parecieron enrevesados y de nada fácil acceso para los profanos como nosotros.

El propósito

La Vida Sexual en la Antigua China es una suerte de recorrido por la historia de ese país milenario, pero tomando como columna vertebral  las formas, costumbres y creencias relacionadas con la actividad sexual y cuyos propósitos iban más allá de la simple perpetuación de la especie para situarse en una órbita tal en la que era posible encontrar entremezclados la búsqueda del placer (con sus códigos, normas y reglamentos) como el ritual purificador en tanto las manifestaciones sexuales vinculaban a la pareja más estrechamente con el entorno físico o el paisaje, a partir del convencimiento de que el sexo era también la reproducción en pequeño de la íntima vinculación de los elementos fundamentales de la naturaleza.

El libro arranca en 1500 a.C, en la primera mitad de la dinastía Chou y llega hasta 1664 d.C. con la dinastía Ming. Se dice que luego, vino una etapa fuertemente represiva que condenó a la hoguera los testimonios gráficos de la actividad sexual y a la desaparición de todo intento de dejar para la posteridad todo aquello que evidenciara tan gratificante quehacer. A pesar de ello, algunos testimonios se han conservado, especialmente entre los años antes anotados. En cambio, el autor indica que muy pocos documentos han podido sobrevivir a la censura en los años posteriores.

Debo manifestar que aún no he concluido la lectura de este libro, cuya redacción es bastante fluida y con lo cual no sólo es posible el acceso al detalle erudito de esta cultura sorprendente, y que hoy da que hablar por el gran desarrollo económico alcanzado a pesar de los traumas históricos vividos, sino que además resulta sumamente divertido comparar la libertad y transparencia con la que se abordaron en auqella época estos temas que en la sociedad de hoy, apenas si se empiezan tímidamente a discutir.

Pues bien, digamos que hemos llegado en nuestra lectura hasta el fin de la primera dinastía Han (cubierta en alrededor de 130 páginas), esto es el año 24 d.C. Resumiremos hasta aquí nuestros hallazagos. Si  bien el contexto político y social es muy importante para comprender mejor el aspecto sexual de la vida de los chinos, sin embargo, por razones de tiempo y espacio prescindiremos de ellos para centrarnos en aquellos aspectos que abordan estrictamente el ámbito sexual y que más nos han impresionado.

Primero, la mujer

Lo primero que llamó nuestra atención es la ubicación de la mujer en la China del 1500 a.C. Las investigaciones realizadas encuentran que tanto en la literatura como en la pintura erótica de la época el hombre es representado con el color blanco y la mujer con el color rojo. Lo que de allí se desprende como conclusión es que la mujer era considerada, en aquellos tiempos, sexualmente superior al hombre. Y es que el color rojo ha representado en la China el poder creador, la potencia sexual, la vida, la luz, la felicidad (p. 34). El blanco, en cambio, y como ya es sabido, siempre ha representado para los chinos las influencias negativas, escasa potencia sexual, la muerte, el luto (p. 35).

Pero, también, hay un elemento adicional importante que fue descubierto en los manuales de sexo chinos de comienzos de nuestra era: la mujer como guardiana de los arcanos del sexo y como depositaria del conocimiento sexual (p. 36). Muchos años más tarde, sin embargo, será precisamente por esta condición –y la cultura Occidental no se quedó precisamente atrás- que la mujer será reprimida (y en algunos casos enviada a la hoguera) y sometida a la dictadura del hombre, pero de ello trataremos en otra ocasión.

Esta situación de privilegio de la mujer no duró mucho, pues la escuela de Confucio, en la dinastía Chou, exaltó al hombre como indiscutible jefe y guía de familia y consideró a la mujer como símbolo de las Tinieblas. Sin embargo, continuó predominando la idea de la mujer como la Gran Madre que alimentaba y fortalecía no sólo a los hijos sino también al cónyuge  a través del acto sexual. Valle profundo (útero) y puerta misteriosa (vulva) fueron los términos utilizados para identificar a la mujer dentro del rol sexual asignado.

Sexo y naturaleza

Los chinos relacionaban de manera muy imaginativa y original a los hombres y mujeres y sus respectivas relaciones sexuales con la naturaleza. Así, desde tiempos remotos  los chinos consideraban que las nubes eran óvulos de la tierra que se fecundabam con la lluvia, suerte de esperma del cielo (p.50). El hombre y la mujer simbolizaban el equilibrio de los elementos y si la unión de ambos carecía de armonía, era de temer que sus efectos se sintieran en toda la tierra y en sus diferentes ámbitos: sequía, inundaciones, etc.

Una singular visión de los chinos era aquella que sostenía que el soberano necesitaba de una gran cantidad de esposas para nutrirlo y perpetuarlo (p.50). De allí que tenía una reina, tres consortes, nueve esposas de segundo rango, 27 esposas de tercer rango y 81 concubinas, y la regla general era que el soberano copulara con mayor frecuencia con las mujeres de menor rango, y después, con las de más alto rango. Con la reina sólo copulaba una vez al mes. La razón de este orden estricto era la creencia extendida de que la fuerza vital del hombre se nutría con las secreciones vaginales de las muchas mujeres con las que compartía su lecho antes de copular con la reina (p.51).

Para la gente común, las reglas eran menos estrictas y en algunos casos inexistentes. La llegada de la primavera era motivo de fiestas comunales. Allí los jóvenes se relacionaban y entonaban canciones que hacían alusión a la fertilidad y al erotismo. La vida sexual de las jóvenes, en tanto podían aceptar y luego rechazar a sus parejas, era, según se indica, particularmente intensa y gratificante (p. 56).

Hacia la segunda mitad de la dinastía Chou (770 – 222 a. C.), el poder político central empezó a declinar en la misma medida en que los señores feudales adquirían una mayor independencia. Esta mayor independencia corrió pareja con un mayor libertinaje, que a su vez fue acompañado de una actividad represora motivada por la aparición de algunas enfermedades. Los chinos pensaban que todo exceso sexual era dañino y, por el contrario, creían que apelando a algunas reglas para la ejecución de la cópula, ésta daba resultados beneficiosos para la salud, llegando, incluso a tener cualidades terapéuticas (p. 76).

La magia y la adivinación ocuparon un lugar especial en la cosmovisión de los chinos y utilizando tallos de plantas y una serie de simbolismos gráficos lineales predecían el futuro según su ubicación. Estas formas de oráculos fueron desplazadas al aparecer el I-ching (Libro de las Mutaciones); y, tanto este libro como el Libro de las Odas fueron los textos rectores de la vida pública y privada de los chinos.

Yin y Yang

El I-ching denomina yin y yang a las fuerzas negativa y positiva, respectivamente. Ambas fuerzas cósmicas perpetúan el universo. La primera, yin, refiere a la mujer, y la segunda, yang, al hombre. La interacción de ambas (Sendero u Orden Supremo), es decir el contacto sexual, es la base de la vida universal (p.80).

Yin y Yang, mujer y hombre. Siempre primero la mujer. Tal parece que fue la norma en la China antigua. Incluso en los hexagramas con los que se simbolizaban los elementos o fenómenos naturales (fuego, agua, trueno, tierra, cielo, etc), el consagrado a representar la unión sexual mostraba a la mujer ocupando la parte superior y en cuanto a la simbología el fuego representaba al hombre y el agua a la mujer y la interpretación de tal simbología alude con originalidad y certidumbre a la respuesta orgásmica de la pareja:  ‘El fuego se inflama rápidamente, pero también se extingue fácilmente con el agua; ésta, por el contrario, necesita mucho tiempo para calentarse con el fuego, pero se enfría asimismo muy lentamente’ (p. 82). No por algo, la posición copulatoria de la mujer cabalgando sobre el varón es quizás la más indicada para desencadenar el orgasmo femenino, tan esquivo en otras posiciones por la ausencia del roce clitoridiano con el pubis de la pareja. Los chinos, sin duda, fueron unos observadores muy atentos del comportamiento sexual humano.

Hay un viejo, breve y hermoso relato que el autor incluye en el libro, el cual alude a la despedida de los amantes. Ella dice lo siguiente: “Vivo en la ladera meridional de la montana Wu (Wu-yang), en la cima de una alta colina. Durante el alba soy las nubes de la mañana, durante la noche la lluvia copiosa. Cada mañana y cada noche estoy rondando la terraza Yang”. Una vez más, el cielo y la tierra, las nubes aluden deliciosamente a los óvulos y secreciones femeninas; y la lluvia, al desbordante semen masculino (p.83). Y, quizás, lo más importante, es ella quien expresa con mucha gracia la naturaleza del acto sexual, es ella, que vive en las alturas (encima del hombre) y poseedora del conocimiento sexual, quien instruye debidamente al hombre.

Entre Tao y Confucio

Durante esta segunda mitad de la dinastía Chu apareció esa corriente de pensamiento de gran influencia para la cultura china y para el pensamiento humano en general, llamada taoísmo, expresada en el libro denominado Tao-te-ching o Libro del Camino Supremo y su Virtud, a través del cual se preconizaba la vida en armonía con la naturaleza. La mujer era venerada en tanto se encontraba más cerca de las fuerzas primordiales de la naturaleza, y porque en su útero se generaban nuevas vidas (p.88).

Por el contrario, las ideas moralistas de Confucio –en conflicto con los taoístas y budistas- eran el sustento de un estado patriarcal, que recién a partir de la dinastía Han empezarían a arraigar e la mentalidad china, adquiriendo el grado de doctrina de estado. Su efecto sobre el papel de la mujer fue claramente negativo: la mujer pasaba a un segundo plano, siendo absoluta e incondicionalmente inferior al hombre (p.91).

La visión del mundo de los chinos fluyó, entonces, entre el taoísmo y el confucianismo. Este último determinaba inflexiblemente la ubicación social  y familiar del hombre por encima de la mujer,  en tanto que las relaciones sexuales seguían como norma la doctrina taoísta, es decir, la mujer como la Gran Instructora de la vida sexual (p. 92).

La deliciosa esencia yin

Pero, ¿cómo concebían los chinos la actividad reproductiva humana? Pues no hay que olvidar que tendrían que pasar muchísimos años antes de que el hombre supiera de la unión del esperma masculino con los óvulos femeninos.  Antes, las idean eran muy vagas y se sostenía que los óvulos junto con las secreciones y fluidos del útero y la vagina constituían la inagotable esencia yin, es decir una especie de revestimiento del útero que permitía que el semen –fluido de cantidad limitada- se convirtiera en embrión (p. 92).

Por tanto, en el coito no sólo se cumplía la función de la concepción, sino que también se fortalecía la vitalidad masculina vía la absorción de la esencia yin de la mujer. De allí esa necesidad del hombre de copular con muchas mujeres para revitalizarse, pero –como es de suponer-ello implicaba la ausencia de eyaculación hasta el momento en que la mujer estuviera apta para la concepción. Enriquecer el yang con el placer del yin y llegar a la concepción sólo cuando el yin vital estuviera altamente activado, lo que se creía que sucedía al quinto día después de la menstruación; mientras tanto lo recomendable era que él motivara el orgasmo de ella, pero sin eyaculación alguna. Y es que el orgasmo femenino era considerado fundamental para que la mujer llegara al nivel máximo de la esencia yin. De allí lo importante que era el la capacidad del hombre de prolongar la cópula el mayor tiempo posible a fin de absorber grandes cantidades del yin esencial que lo fortalecería (p.94).

Por extensión, se creía que la pérdida de esencia yang en los días de mayor fecundidad de la mujer tenía como compensación el nacimiento de hijos perfectamente constituidos. Y, por lo mismo, la masturbación masculina era objeto de prohibición. La masturbación femenina, en cambio, era aceptada teniendo en cuenta que el contenido de esencia yin era inagotable (p. 95 y 96). En cuanto a los juegos eróticos previos, eran bienvenidos en función de la preparación de la mujer para el coito, ocupando el beso un lugar privilegido. La variedad en cuanto a las posiciones copulatorias eran recomendables, existiendo manuales cuyo objeto principal no era la diversión sino la instrucción.

La fellatio sin eyaculación también era aceptada, y las pérdidas de secreciones o de semen mismo se compensaban con la esencia yin que el hombre absorbía de la saliva de la mujer (p. 98). El cunnilingus era completamente aceptable porque formaba parte de los previos o porque el hombre absorbía oralmente la vital esencia yin. La relación con prostitutas no estaba prohibida porque se creía que ellas disponían de una vasta cantidad de esencia yin, la que compensaba las pérdidas seminales del hombre. Por el contrario, la abstinencia y el celibato, tanto en el hombre como en la mujer eran mal vistos; en el caso de ellas se hablaba de designios nefastos y eran objeto de persecución por parte de las autoridades. De allí que, muchos años más tarde, los budistas y católicos tuvieran muchas dificultades para encontrar aceptación (p. 99). En suma, el acto sexual era un rito que alcanzaba ribetes de sagrado, es por ello, principalmente y no por vergüenza, que se efectuaba en la intimidad.

Autoritarismo y fiscalización

Hacia el siglo III a.C surgió la dinastía Ch’in que no quiso dejar piedra sobre piedra de la dinatía Chou que la había antecedido y destruyó la organización feudal del período anterior para para dar paso a un estado fuerte que redistribuyó la tierra a los campesinos, enviando a la hoguera todo el registro gráfico y literario existente exceptuando aquello que tenía que ver con la magia, medicina y agricultura. Su triunfo, sin embargo, no duró demasiado y fue reemplazada por la dinastía Han, que gobernó China por cuatrocientos años desde el 206 a.C hasta el 220 d.C. (p.103-104). Para no extendernos sobre los aspectos sociales y políticos de esta dinastía que le dio mucha gloria a la China antigua, sólo diremos que fue aquí donde el estado adoptó su configuración definitiva y se inició un largo proceso de expansión territorial.

En materia sexual hubo una intervención fiscalizadora en las costumbres populares y las grandes fiestas primaverales que permitían la búsqueda de pareja se llevaban a cabo ahora con el control de un funcionario. Los jóvenes se casarían a los treinta años y las mujeres a los veinte, de manera obligatoria y sin necesidad de ceremonia alguna. Al final y al cabo, los ejércitos empeñados en conquista de nuevas tierras, requerían de grandes recursos humanos.

Las ideas de Confucio tuvieron un mayor arraigo, especialmente en lo que a organización familiar se refiere, y en el intento de evitar que el sagrado orden familiar fuera trastocado por el libertinaje, abominaron el cortejo sexual. Sí, en cambio, se reconocía el derecho de la mujer a satisfacer sus necesidades sexuales, sobre el lecho mismo. Y este derecho estaba normado por un protocolo que establecía el orden y la frecuencia con que el hombre debía sostener relaciones sexuales con sus esposas y concubinas (p. 111).

Para los hombres tanto del pueblo como de la clase comerciante (que empezó a tener un mayor auge), que no podían participar de los lujos de la clase dominante,  la búsqueda de concubinas tenía lugar en los prostíbulos, cuya aparición estuvo vinculada a los cambios radicales en la situación económica del pueblo chino.

A manera de epílogo

Para terminar la primera parte de esta extensa nota sólo mencionaremos algunos hechos sueltos, sobre los cuales será interesante volver en algún momento. Uno de ellos es la costumbre – que también tuvo su arraigo en la cultura occidental- de las mujeres de afeitarse las cejas y pintarse otras con tinta de color azul o negro, costumbre que, según refiere el autor, se mantuvo en boga hasta el siglo XII (p.118). Otro punto importante que Van Gulik indica en la página 127 es la mención explícita del acto sexual en los textos literarios de la época, el vocablo ch’in,  que se traduce como tener intimidad, así como la expresión ting-me, que significa “calmarse (la sangre) en las venas” y que utilizada en la literatura china servía para describir los efectos benéficos del acto sexual.

Y ya, decidiendo ponerle punto final a esta parte, sólo deseamos apuntar que una manera de conocernos mejor es sumergirnos sin prejuicio alguno en esas zonas que el ser humano tiende a ocultar por vergüenza, pudor, religión, educación o por las razones que sean. Una de esas zonas, la principal creemos, es la de nuestros comportamientos sexuales. Indagar en los hábitos sexuales del antepasado del hombre es un poco ir descubriendo lo que ahora finalmente somos, y es también una forma de aprendizaje que legaremos a quienes vienen detrás de nosotros. Anotaremos aquí una frase que también descubrimos en este libro y que, nos parece, subraya de manera inmejorable lo que acabamos de manifestar: “Los antiguos crearon el placer sexual para regular todos los asuntos humanos. Aquel que regule sus placeres sexuales se sentirá en paz y vivirá muchos años”.

(continuará)


Lima, 11 de junio de 2006.

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