30/4/14

MI TÍA LUZ



Escribe: Rogelio Llanos Q.


Ayer por la tarde, mientras trabajaba, recibí la noticia por teléfono: la tía Luz ha muerto. Una frase escueta, simple y directa, pero suficiente para golpear con extrema dureza a todo un universo familiar que giró en torno a ella y que supo de su franqueza, vitalidad y generosidad. Sí, una frase que siempre traté de esquivar de mis pensamientos, porque ya fuera más tarde o más temprano, siempre iba a ser injusta, terrible, inaceptable.

No atiné a decir palabra alguna. Me quedé en silencio. Como respuesta: un corazón estremecido, un cuerpo tenso, los puños apretados, las lágrimas atropellándose por salir y el sollozo apenas disimulado por el  desborde de la emoción.  Cuántos años intentando exorcizar esa frase terrible intercambiándola por aquella otra plena de ternura y de gratitud: ¡Que Dios la bendiga y que le dé tantas alegrías como ella nos ha regalado.

Pero la vida, como bien lo expresó el artista admirado, es buena pero no es nada justa. Y el tiempo pasa tan velozmente que la juventud, si es gozosa y placentera, pareciera no durar más que unas horas. Y mi juventud fue alegre y placentera gracias a la tía Luz y al tío Pepe y a aquella familia que se nucleó en torno a esos dos nobles corazones. Ellos me abrieron las puertas de su hogar y, entonces, fui uno de ellos. Soy, pues, uno de ellos.

Ayer, luego de escuchar aquella frase terrible, las imágenes que desfilaron por mi mente me trasladaron a aquel duro noviembre de 2010, cuando el tío Pepe emprendió su viaje final. Una de esas imágenes fue la de la tía Luz frente al féretro que contenía los restos de su Pepito, de aquel tío generoso, noble y entrañable. Aún la recuerdo,  sentada, con la mirada vacía y su mente, no sé, quizás perdiéndose ya en ese bosque fantasmagórico de recuerdos felices y por tanto ahora más dolorosos, y de realidades inventadas para ocultar el presente insoportable y cruel.

Cuando abracé a la tía Luz en ese día fatal, algo me dijo ella sobre su Pepito. Fueron unas palabras cariñosas. No las recuerdo con exactitud, pero luego en tono conmovido la escuché balbucear ‘ya se me fue mi Pepe’. Sí, la muerte del tío Pepe fue para la tía Luz la pérdida de algo esencial, de un algo que formaba parte de ella. Y es que ambos eran uno. La bondad de uno era la de los dos y la generosidad de los dos era la de aquellos seres privilegiados, y cada vez más extraños en el mundo de hoy, que actúan movidos por el amor y los afectos.

Lo cierto es que la tía Luz empezó a irse ese mismo día. Recuerdo que alguna vez, en una de nuestras muchas conversaciones que tuvimos a lo largo de los diecisiete años que viví con ellos, ella me confió el miedo que sentía de que alguna vez llegara el momento de la separación. Ella sabía que el tío Pepe, tan sensible, tan vulnerable al dolor físico y espiritual no soportaría la soledad. Ella se pensaba más fuerte, pero siempre rogaba a Dios que ese día tardara una eternidad en llegar. Sí, tardó en llegar…pero llegó. Y, entonces, la tía Luz decidió irse con su amado Pepito. Sí, yo creo que la tía Luz nos dejó aquel aciago día de noviembre del año 2010.

Estoy a pocos años de llegar a los sesenta. La juventud se ha alejado y con ella muchas ilusiones han quedado atrás. Pero no tengo queja alguna. Al contrario, doy gracias a Dios porque he tenido una vida muy linda y una familia muy hermosa. Diecisiete años los pasé al lado de la tía Luz y del tío Pepe, de Gladys y de Gino, de sus hijos y de Henry…y de la tía Chepita. Fueron mis años de felicidad  juvenil. Entre la bohemia celebratoria y la irresponsabilidad gozosa, pasaron aquellos años en los que aprendí que la felicidad estaba en el dar alegría a los demás, en el tender la mano con tanta nobleza a quienes pedían ayuda, en el convocar a toda la familia para hacerles sentir la dulzura de la unidad y de los afectos compartidos. ¿Cómo no dar gracias a Dios por haber recibido de ellos su amor, su comprensión, su tolerancia, su soporte material y espiritual? ¿Cómo no agradecerle a la vida por haberlos tenido junto a mí cuando más los necesitaba, precisamente en aquellos años de mi formación personal y profesional?

Gracias a ellos pude prolongar aquella felicidad que aprendí a conocer cuando niño: la de compartir el placer de una mesa de suculentos manjares sazonados por la charle amena y afectuosa de los seres queridos, de los amigos queridos. Gracias a ellos pude pasar horas de horas leyendo, escuchando música o simplemente compartiendo su vida familiar en medio de bromas, historias y anécdotas que el tío Pepe contaba con fruición mientras la tía Luz celebraba con su risa franca y sonora. Gracias a ellos pude realizar mis estudios universitarios, rodeado de aquella atmósfera familiar que me estimulaba, me animaba y me comprendía.

Ayer, tía Luz, me enteré que la linda casa de ingeniería fue derribada y que ahora es, no sé si un taller u otra cosa. Sé que nunca más volveré por allí, porque ahora esa casa llena de recuerdos sigue tan hermosa y tan entrañable en el fondo de mi corazón: sí, allí está el ‘paneaux’ del tío Flavio, el canto de los periquitos del tío Pepe, el pequeño Menelí tuyo, los gritos de la lora Aurora, las increíbles fiestas de cumpleaños, navidad y año nuevo, las risas contagiantes del tío Yaro, de don Ronald, del señor Alfredo, del fiel Estremadoyro. Y está la dulzura de tu hija Gladys, la palomillada del primo Henry, la invariable gentileza de Gino, las travesuras de Ginito y Nicole….Sí, todo eso vive ahora más que nunca en mi corazón, tía Luz.

Ayer entré a mi biblioteca y me puse a observar el enorme mueble que contiene mis libros bien amados. Yo recuerdo que al llegar a casa de los tíos allá por 1972, empecé a guardar mis libros en un pequeño estante que pronto quedó chico y no me quedó más remedio que irlos acumulando en cajas. Sabedora de mi cariño por los libros, un día la tía Luz me dio la sorpresa. Mandó a construir un enorme estante para que yo pudiera poner allí mis libros. Hasta ahora conservo el mueble. Tuvimos que desarmarlo para poderlo poner en una de las habitaciones de mi departamento. Sí, allí permanece poblado de todas aquellas obras literarias y cinematográficas que me han dado placer. Allí permanece como el recuerdo cariñoso y entrañable de aquella tía que me quiso como un hijo y a la que yo evoco cada día con cariño, trayendo a mi mente aquellos momentos –que fueron muchos- en los que en medio de chismecillos y confidencias deliciosos poníamos en evidencia el profundo afecto que nos unía.

Descansa tía Luz. Tu vida, como la del tío Pepe ha sido fructífera. Cada uno de los que aquí se han reunido para darte el último adiós te lleva en el corazón y te recuerda con cariño. Yo, por mi parte, debo hacerte una última confidencia: cada día al salir de casa, siempre pienso en mi papá, en mis tías Luzmi e Imel y en el tío Pepe, y les digo, vamos papá, vamos tías, vamos tío Pepe, hoy me tienen que ayudar para que todo salga bien. A partir de hoy, tía Luz, tía querida, pues, no te va a quedar otra cosa sino escucharme, como solías escucharme en mi juventud, allí, en la mesita de la cocina, y, por supuesto, tendrás que darme una mano, tendrás que darme – y te imagino entre risas cómplices y bromas irreverentes-  tus sabios consejos de mujer aguerrida, de esposa empeñosa y de mamá entrañable.

Hasta pronto, tía Luz.

Lima, 31 de julio de 2012.

Oración fúnebre leída en su entierro.

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