Escribe: Rogelio Llanos Q.
Ayer por la tarde, mientras
trabajaba, recibí la noticia por teléfono: la tía Luz ha muerto. Una frase
escueta, simple y directa, pero suficiente para golpear con extrema dureza a
todo un universo familiar que giró en torno a ella y que supo de su franqueza,
vitalidad y generosidad. Sí, una frase que siempre traté de esquivar de mis
pensamientos, porque ya fuera más tarde o más temprano, siempre iba a ser
injusta, terrible, inaceptable.
No atiné a decir palabra alguna. Me
quedé en silencio. Como respuesta: un corazón estremecido, un cuerpo tenso, los
puños apretados, las lágrimas atropellándose por salir y el sollozo apenas
disimulado por el desborde de la
emoción. Cuántos años intentando
exorcizar esa frase terrible intercambiándola por aquella otra plena de ternura
y de gratitud: ¡Que Dios la bendiga y que le dé tantas alegrías como ella nos
ha regalado.
Pero la vida, como bien lo
expresó el artista admirado, es buena pero no es nada justa. Y el tiempo pasa
tan velozmente que la juventud, si es gozosa y placentera, pareciera no durar
más que unas horas. Y mi juventud fue alegre y placentera gracias a la tía Luz
y al tío Pepe y a aquella familia que se nucleó en torno a esos dos nobles
corazones. Ellos me abrieron las puertas de su hogar y, entonces, fui uno de
ellos. Soy, pues, uno de ellos.
Ayer, luego de escuchar aquella
frase terrible, las imágenes que desfilaron por mi mente me trasladaron a aquel
duro noviembre de 2010, cuando el tío Pepe emprendió su viaje final. Una de
esas imágenes fue la de la tía Luz frente al féretro que contenía los restos de
su Pepito, de aquel tío generoso, noble y entrañable. Aún la recuerdo, sentada, con la mirada vacía y su mente, no
sé, quizás perdiéndose ya en ese bosque fantasmagórico de recuerdos felices y por
tanto ahora más dolorosos, y de realidades inventadas para ocultar el presente insoportable
y cruel.
Cuando abracé a la tía Luz en ese
día fatal, algo me dijo ella sobre su Pepito. Fueron unas palabras cariñosas.
No las recuerdo con exactitud, pero luego en tono conmovido la escuché balbucear
‘ya se me fue mi Pepe’. Sí, la muerte del tío Pepe fue para la tía Luz la
pérdida de algo esencial, de un algo que formaba parte de ella. Y es que ambos
eran uno. La bondad de uno era la de los dos y la generosidad de los dos era la
de aquellos seres privilegiados, y cada vez más extraños en el mundo de hoy, que
actúan movidos por el amor y los afectos.
Lo cierto es que la tía Luz
empezó a irse ese mismo día. Recuerdo que alguna vez, en una de nuestras muchas
conversaciones que tuvimos a lo largo de los diecisiete años que viví con
ellos, ella me confió el miedo que sentía de que alguna vez llegara el momento
de la separación. Ella sabía que el tío Pepe, tan sensible, tan vulnerable al
dolor físico y espiritual no soportaría la soledad. Ella se pensaba más fuerte,
pero siempre rogaba a Dios que ese día tardara una eternidad en llegar. Sí,
tardó en llegar…pero llegó. Y, entonces, la tía Luz decidió irse con su amado
Pepito. Sí, yo creo que la tía Luz nos dejó aquel aciago día de noviembre del
año 2010.
Estoy a pocos años de llegar a
los sesenta. La juventud se ha alejado y con ella muchas ilusiones han quedado
atrás. Pero no tengo queja alguna. Al contrario, doy gracias a Dios porque he
tenido una vida muy linda y una familia muy hermosa. Diecisiete años los pasé
al lado de la tía Luz y del tío Pepe, de Gladys y de Gino, de sus hijos y de
Henry…y de la tía Chepita. Fueron mis años de felicidad juvenil. Entre la bohemia celebratoria y la
irresponsabilidad gozosa, pasaron aquellos años en los que aprendí que la
felicidad estaba en el dar alegría a los demás, en el tender la mano con tanta
nobleza a quienes pedían ayuda, en el convocar a toda la familia para hacerles
sentir la dulzura de la unidad y de los afectos compartidos. ¿Cómo no dar
gracias a Dios por haber recibido de ellos su amor, su comprensión, su
tolerancia, su soporte material y espiritual? ¿Cómo no agradecerle a la vida
por haberlos tenido junto a mí cuando más los necesitaba, precisamente en
aquellos años de mi formación personal y profesional?
Gracias a ellos pude prolongar
aquella felicidad que aprendí a conocer cuando niño: la de compartir el placer
de una mesa de suculentos manjares sazonados por la charle amena y afectuosa de
los seres queridos, de los amigos queridos. Gracias a ellos pude pasar horas de
horas leyendo, escuchando música o simplemente compartiendo su vida familiar en
medio de bromas, historias y anécdotas que el tío Pepe contaba con fruición
mientras la tía Luz celebraba con su risa franca y sonora. Gracias a ellos pude
realizar mis estudios universitarios, rodeado de aquella atmósfera familiar que
me estimulaba, me animaba y me comprendía.
Ayer, tía Luz, me enteré que la
linda casa de ingeniería fue derribada y que ahora es, no sé si un taller u
otra cosa. Sé que nunca más volveré por allí, porque ahora esa casa llena de
recuerdos sigue tan hermosa y tan entrañable en el fondo de mi corazón: sí,
allí está el ‘paneaux’ del tío Flavio, el canto de los periquitos del tío Pepe,
el pequeño Menelí tuyo, los gritos de la lora Aurora, las increíbles fiestas de
cumpleaños, navidad y año nuevo, las risas contagiantes del tío Yaro, de don
Ronald, del señor Alfredo, del fiel Estremadoyro. Y está la dulzura de tu hija
Gladys, la palomillada del primo Henry, la invariable gentileza de Gino, las
travesuras de Ginito y Nicole….Sí, todo eso vive ahora más que nunca en mi
corazón, tía Luz.
Ayer entré a mi biblioteca y me
puse a observar el enorme mueble que contiene mis libros bien amados. Yo
recuerdo que al llegar a casa de los tíos allá por 1972, empecé a guardar mis
libros en un pequeño estante que pronto quedó chico y no me quedó más remedio
que irlos acumulando en cajas. Sabedora de mi cariño por los libros, un día la
tía Luz me dio la sorpresa. Mandó a construir un enorme estante para que yo
pudiera poner allí mis libros. Hasta ahora conservo el mueble. Tuvimos que
desarmarlo para poderlo poner en una de las habitaciones de mi departamento.
Sí, allí permanece poblado de todas aquellas obras literarias y cinematográficas
que me han dado placer. Allí permanece como el recuerdo cariñoso y entrañable
de aquella tía que me quiso como un hijo y a la que yo evoco cada día con
cariño, trayendo a mi mente aquellos momentos –que fueron muchos- en los que en
medio de chismecillos y confidencias deliciosos poníamos en evidencia el
profundo afecto que nos unía.
Descansa tía Luz. Tu vida, como
la del tío Pepe ha sido fructífera. Cada uno de los que aquí se han reunido
para darte el último adiós te lleva en el corazón y te recuerda con cariño. Yo,
por mi parte, debo hacerte una última confidencia: cada día al salir de casa,
siempre pienso en mi papá, en mis tías Luzmi e Imel y en el tío Pepe, y les
digo, vamos papá, vamos tías, vamos tío Pepe, hoy me tienen que ayudar para que
todo salga bien. A partir de hoy, tía Luz, tía querida, pues, no te va a quedar
otra cosa sino escucharme, como solías escucharme en mi juventud, allí, en la
mesita de la cocina, y, por supuesto, tendrás que darme una mano, tendrás que
darme – y te imagino entre risas cómplices y bromas irreverentes- tus sabios consejos de mujer aguerrida, de esposa
empeñosa y de mamá entrañable.
Hasta pronto, tía Luz.
Lima, 31 de julio de 2012.
Oración fúnebre leída en su entierro.
Oración fúnebre leída en su entierro.
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