30/4/14

ANTONIO TABUCCHI Y SOSTIENE PEREIRA



Escribe: Rogelio Llanos Q.


Este año se fue Antonio Tabucchi (Pisa, 24 de septiembre de 1943 - Lisboa, 25 de marzo de 2012) y, salvo algunas pequeñas notas necrológicas, no hubo mayor interés de nuestra prensa en repasar la obra de este escritor de caligrafía fina y elegante y de una sensibilidad muy acentuada que lo llevó a crear mundos oníricos, mágicos y personajes errantes, tan extraños como entrañables, y en los cuales es posible descubrir una profunda humanidad, que nos acerca, que nos emociona.

Podríamos detenernos en El tiempo envejece de prisa (2009) y disfrutar plenamente con el repaso de un conjunto de nueve relatos notables, el primero de los cuales empieza, melancólico, con una confesión que, de inmediato nos mueve a ponernos de lado del viejo profesor que se conmueve mientras alude a Wislawa Szymborska, poetisa polaca: “Le pregunté sobre aquellos tiempos en que éramos aún tan jóvenes, ingenuos, entusiastas, tontos, inexpertos. Algo de eso ha quedado, excepto la juventud, respondió”. El tiempo fugitivo, el tiempo que pasó, los sueños y las vidas que alguna vez fueron son los temas abordados aquí por el entrañable Antonio Tabucchi.

Podríamos hojear Los volátiles del Beato Angélico (1999), ese ‘rumor de fondo’, como lo llama el mismo Tabucchi, que devino en textos inspirados, a veces enigmáticos, y siempre imaginativos, que apelan a nuestros sentimientos más que a la razón.

Podríamos sumergirnos con placer en los agitados mares surcados por los balleneros de los que habla Dama de Porto Pim (1983), un libro que reúne historias cuyos paisajes –visitados por Conrad o Melville- son habitados por personajes que deambulando entre la realidad y la fantasía adquieren un matiz legendario rodeados de esa melancolía y nostalgia que se desprende de la pluma de este escritor bien amado.

Sí, podríamos escribir largo y tendido sobre cada una de aquellas aventuras literarias de Antonio Tabucchi, aventuras que nos impactan, que nos cargan de tristeza o nostalgia, pero que, al mismo tiempo, nos incitan al disfrute de la frase feliz, al goce del relato fantasioso, y a la celebración silenciosa y única del encuentro con personajes que, entre la profunda vitalidad y el naufragio desasosegante, apelan a nuestra sensibilidad, apelan a nuestra comprensión.

Decíamos que podríamos escribir sobre todos esos personajes, paisajes y mundos fascinantes. Pero no. No ahora. Ahora queremos escribir sobre una novela en la que hay un personaje muy querido por el autor: Sostiene Pereira (1994). Pereira es un personaje que Antonio Tabucchi creó a partir de los recuerdos de un ser de carne y hueso, según lo expresó él mismo al final de su libro. Hoy, pues, queremos escribir sobre ese Pereira, un periodista gordo e hipertenso que recorre sudoroso las calles de su amada Lisboa (aún cuando la ciudad, con los agitados vientos que recorren la Europa de los treinta es cada vez menos acogedora); viudo irredento,  que conversa cada día con el retrato de su mujer; católico sí, pero incapaz de creer en la resurrección de la carne, y que está a la búsqueda de un colaborador para la sección cultural que él dirige en un periódico local vespertino.

Una nota aparecida en el diario acerca de la muerte,  un asunto que obsesiona al protagonista- y en la nota hay ideas comunes que llaman poderosamente su atención- hacen decidir a Pereira acerca de la conveniencia de contactar con el autor del texto –un joven llamado Monteiro Rossi-  pensándolo ya como colaborador de la página cultural que él mantiene en el vespertino Lisboa, página a  la que él define –como piensa que es todo el diario- apolítica e independiente. Sí, Pereira vive en una burbuja y cree, no sin cierta ingenuidad, que en medio de toda la turbulencia política que arrasa a Europa es posible hablar de arte y literatura sin el riesgo de contaminación alguna. Sin embargo, por los lugares donde pasea hay signos de esa polución –loas al dictador Franco, loas a los soldados portugueses que apoyan a la dictadura- pero él intenta vivir al margen de ese organismo vivo y letal que corroe al viejo continente. Su sorpresa y terror no proviene de la presencia misma del monstruo en el mundo en el que él habita. No, su sorpresa y horror nacen del temor de que tal vez su futuro colaborador forme parte de ese monstruo, y que su presencia o sus escritos corrompan ese microcosmos cultural que él ha creado y que tanto aprecia.

El mundo de Pereira está hecho de recuerdos, en los que se refugia constantemente y de textos propios y traducciones que él publica encomiablemente en el Lisboa. Cuando joven, Pereira fue un periodista de renombre. Ahora, en su otoño se ha refugiado en un periódico de tirada limitada a las horas de la tarde. Su labor es mantener vigente la página cultural en un diario que no le concede mucha importancia al arte o a la literatura. Es un diario al servicio del régimen, y en el cual las posibilidades de expresarse con libertad han sido anuladas. Pero Pereira cree que sí es posible hablar de cultura, que hay un espacio que puede albergar textos sobre Bernanos, Mauriac o Maupassant. Pereira está firmemente convencido de que es factible disponer aún en un diario sometido a las imposiciones de la dictadura de un espacio donde la cultura pueda ser expresada en forma pura, sin interferencias con la dura realidad presente y que se dirija sin obstáculos hacia un público que no desea verse perturbado con temas controversiales. Pereira aspira a una vida tranquila, previsible, sin inquietudes mayores que las que demanda la entrega puntual de los artículos periodísticos. Y fiel a su modo de ser le expresa a Monteiro Rossi, su único colaborador en el diario, que prefiere un homenaje a  Mauriac que un elogio a García Lorca, cuya obra poética se afecta por aquellas aristas políticas que rodearon la acción y muerte del español antifranquista.

Ya desde las primeras páginas de esta novela apasionante, Tabucchi establece las bases del conflicto que enfrenta a los dos protagonistas. Son personajes que nacen contrapuestos y cuyos mundos, como luego se va descubriendo en la novela, son antagónicos, aún cuando comparten un punto de vista: el mundo está en decadencia, la vida actual transcurre en un ambiente corrupto y amenazante. Aunque la actitud de ambos ante ese entorno que violenta sus derechos y libertades es diferente, el acercamiento entre ambos va ocurriendo de una manera casi insensible. Monteiro Rossi, es un joven idealista que apuesta por una coherencia entre el texto escrito y la acción, entre el juicio crítico a la obra intelectual de aquellos escritores a los que admira o rechaza y la decisión de luchar por un mundo en libertad. Pereira intenta establecer, a su modo, una coherencia entre esa indiferencia por el mundo que lo rodea –indiferencia con algunos certeros arranques de repulsión por ese entorno procaz y atenazante- y una forma de actuar que lo lleva a seleccionar escritores y textos que impresionan su sentido estético, pero su vena sensible y su profunda humanidad lo hacen soportar al joven levantisco y rebelde como también alejarse o rechazar a quienes representan ese entorno opresor y del cual él, atrincherado en su burbuja, se siente ajeno.

Antonio Tabucchi construye su historia haciendo que sus personajes converjan en una espiral que los va acercando hacia el territorio de las definiciones. El itinerario no ofrece escapatoria alguna, pero está teñido de afectos, inquietudes y desasosiego y revela, al mismo tiempo, el amor del autor por sus personajes: Monteiro Rossi y Pereira. Del primero le atrae y resalta su juventud impulsiva e idealista; del segundo, el proceso de transformación que va experimentando en la medida en que la relación con el joven se va estrechando. Los nombres de los personajes – Monteiro y Pereira-  además, aluden al aprecio profundo que Tabucchi tenía por Portugal. Amaba Lisboa, desde que la visitó y conoció y se enamoró de la obra de Pessoa. Le atraía la niebla misteriosa que cubría la ciudad y el encanto de esa luz blanca que lo sedujo tanto como a Alain Tanner, el suizo que hizo de la ciudad la gran protagonista de su film En la Blanca Ciudad (1983). Allí, en esa Lisboa en la que Tanner descubrió para su personaje la belleza, el amor, la calidez humana, Tabucchi descubre para Pereira el horror que empieza a contaminar la ciudad entrañable, el país amado. Pero Pereira cree que es posible vivir eludiéndolo, manteniéndose al margen de él. Ahora, en su madurez, ha decidido vivir entre aquellos íconos literarios que alguna vez lo hicieron feliz. Y los relee, los traduce, los publica en aquella isla de la fantasía que es la sección cultural del Lisboa.

Pero los espacios se acortan. Pereira acude diariamente a la redacción del periódico, que es un piso alquilado y decadente en cuyo zaguán hay una mujer, la portera, que controla todos sus movimientos y ha hecho del chisme la razón de su vida. Y del chisme a la vigilancia ominosa y a la delación hay un paso: un día Pereira descubre que ahora ella controla también sus comunicaciones telefónicas. En los restaurantes, a donde acude a comer sus omelettes a las finas hierbas y a beber las infaltables limonadas, ya no se respira el ambiente festivo y cultural de antaño. Los mozos hablan a media voz y los pocos intelectuales que aún llegan allí son presa del desaliento y el deseo de huir de una ciudad y un país cada vez más hostiles. Sólo queda su pequeña casa, allí donde se refugia para descansar y recordar, para hablar con el retrato de la esposa muerta, aquella mujer que alguna vez fue una jovencita frágil y pálida, que escribía poesía y de quien no quiere hablar porque, pudoroso, sostiene que tales detalles que forman parte de ese pasado que él ama y extraña son suyos y de nadie más.

Por motivos que ni él mismo se explica, Pereira ha aceptado a Monteiro Rossi como colaborador, pero todos los textos que el joven redactor le presenta son invariablemente encarpetados. Su nota sobre García Lorca, que empezaba advirtiendo del asesinato político del poeta español, era, a los ojos de Pereira, totalmente impublicable. Menos aceptable todavía fue el siguiente artículo que Monteiro Rossi escribió sobre el escritor fascista Marinetti y de quien se expresaba como un oscuro personaje, pendenciero, enemigo de la democracia y un violentista admirado por el Duce y sus secuaces. Lo interesante del punto de vista de tales textos es que eran la prolongación de una manera de ser de un joven que escribía de acuerdo a lo que Pereira le había recomendado cuando se conocieron: seguir las razones del corazón, “que son las más importantes”. De allí que, a pesar de que ninguna de las notas que Monteiro Rossi escribió fueron publicadas, sin embargo, y sin dejar de refunfuñar, le hacía llegar unas monedas que, bien lo sabía, el joven rebelde las necesitaba.

¿Por qué Pereira no cortó su relación laboral con Monteiro Rossi? ¿Por qué el viejo escritor se interesó en el destino futuro del joven periodista? Pereira sospechaba que Monteiro Rossi estaba involucrado en alguna actividad clandestina. Su olfato periodístico le advertía que la burbuja en la cual él anhelaba vivir estaba en peligro. Pudo haberle dado la espalda, quizás hasta denunciarlo, pero Pereira, el hombre cultivado, que amaba la literatura, seguía también las razones del corazón. Desplazándose entre la intuición y la sensibilidad, Pereira aceptó apoyar a Monteiro Rossi. Había en él la fogosidad juvenil que tal vez Pereira alguna vez tuvo, y había convicción y pasión en sus textos, aquellos artículos que la racionalidad de Pereira rechazaba, pero que no se atrevía a desechar y los guardaba mecánicamente en sus archivos.

De pronto, el único espacio en el que Pereira podía moverse con entera libertad es invadido por la contaminación externa. El rastrillaje policial, la violación del domicilio, las detenciones arbitrarias, las ejecuciones sumarias son la rutina diaria de una sociedad militarizada. La casa de Pereira es el último refugio de Monteiro Rossi, a quien los esbirros del salazarismo (fiel seguidor de Franco y de las dictaduras fascistas), lo buscan por todo Lisboa. Pero ese último refugio es pronto arrasado por los agentes de la dictadura. En la casa de Pereira hay ahora asesinos, armas de fuego, humillación y una violencia inaudita. La casa de Pereira ya no es más el lugar de evocación de una época feliz. Es el lugar donde junto al lacerado cuerpo de Monteiro Rossi, arderá todo el pasado de un Pereira consternado y se pondrá en marcha un nuevo itinerario vital.

Sostiene Pereira que en ese momento se le ocurrió una locura y que bien valía la pena ponerla en práctica. Sí, él era un periodista a cargo de una rutinaria sección cultural. Los sicarios le habían advertido antes de irse que no dijera nada, que mantuviera en silencio lo que había ocurrido en su casa. Sin embargo, Pereira tenía un arma, pero no lo supo hasta ese momento en que se le vino a la mente romper la burbuja y apelar a la locura. En la edición vespertina del día siguiente la rutinaria sección cultural se convirtió en la afirmación definitoria de un periodista que llevado por la indignación se enfrentó con valentía al poder fascista de turno.

Sostiene Tabucchi que el personaje de esta novela nació allá por 1992, días después de leer en un periódico acerca de la muerte de un periodista portugués que él había conocido fugazmente en París, y a quien recordaba porque se había enfrentado valientemente a la dictadura de Salazar. La imagen del protagonista se fue afirmando con el paso de los días, tomando datos de aquí y de allá. La historia, la literatura misma, el teatro contribuyeron al diseño de este personaje entrañable símbolo del intelectual que tiene el deber de optar a la hora de la verdad, aquella hora donde no caben las medias tintas, ni la justificación cobarde. Sí, aquella hora donde el hombre tiene que actuar con coraje y dignidad.

Lima, 24 de junio de 2012

Rllq.


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