30/4/14

THE BEATLES Y MI AMIGO JUAN



Escribe: Rogelio Llanos Q. 

Tendría quizás siete u ocho años cuando ví Yeah, Yeah, Yeah, título con que se exhibió en el Perú A Hard Day´s Night, el famoso film de Richard Lester sobre The Beatles. Era por ese tiempo un niño llorón y engreído, que al resistirme ir solo a la escuela, allá en la lejana Talara, mis padres dispusieron que me acompañara el bueno de Juan.

Juan es ahora un cocinero jubilado, que vive junto a su familia en la soleada Talara. Pero en los años sesenta, el bondadoso Juan trabajaba en labores de cobranza relacionadas con los negocios que papá tenía entre manos: venta de muebles y del periódico La Industria de Piura. Tremendo loco era Juan en esa época. Destrozó una bicicleta Monark, que era el orgullo de papá. Corría como si el diablo lo estuviera persiguiendo. Me divertía verlo manejar la vieja Monark, mientras mi padre miraba con inquietud lo que Juan hacía con aquella herramienta de trabajo que tanto le había costado adquirir y que durante muchos años le había servido como medio de locomoción para ir a la escuela donde laboraba cada día.

Raras veces Juan perdió el humor. La verdad es que nunca lo vi molestarse, pero sí ponerse serio y adoptar cara de circunstancias cuando le fallaba a papá y éste lo regañaba. Al poco rato, sin embargo, ya estaba bromeando o haciendo esas muecas que sacaban de quicio a mi hermana Liliana, pero que yo celebraba casi siempre a carcajadas. Todo el tiempo me cayó bien, Juan, y mucho más cuando  prometió dejarme como herencia, después de su muerte, su hermoso álbum de banderines, que él llenó con empeño y cariño.

Pues bien, Juan fue encargado por mi padre para acompañarme al colegio todo el tiempo que fuera posible, a fin de que yo no me sintiera solo y empezara a llorar. “Seguramente fui un mocoso pesado y antipático, ¿no, Juan?”, le pregunté el año pasado cuando entre lágrimas y abrazos nos reencontramos después de casi cuarenta años. “Sí”, respondió el noble Juan, “usted me hace recordar a Jaime Bayly”. Me reí a mandíbula batiente, no sabiendo cómo tomar esa declaración que Juan hacía ahora con ese tono respetuoso y actitud franca que lo acompañó todo el tiempo que trabajó en casa. “Yo le compraba las figuritas para que usted llenara sus álbumes”, me dijo. Y hablamos y recordamos muchos episodios de esa infancia en la que  conocí la felicidad gracias a todas las personas que me quisieron, me cuidaron y aguantaron todos mis engreimientos: mi querida Juanita, la empeñosa Tere, la combativa Fausta, el generoso Juan.

Y, bueno, pues, este Juan que me llevó a la escuela, al que en plena juventud mi profesor de Transición quiso volver a enseñarle a leer, fue el que, en una tarde maravillosa acertó a llevarme al viejo cine Talara donde tuve  mi  primer encuentro con esos cuatro pelucones que corrían como locos de un lado para otro, perseguidos por jóvenes y adolescentes, y que, de vez en cuando, se detenían para cantar y tocar sus instrumentos, en un idioma del que no entendía palabra alguna, y cuyas melodías muy ajenas a las rancheras de José Alfredo Jiménez que Juanita me hacía escuchar cada día a las diez de la mañana, extrañamente, empezaron a hacer vibrar nuestro joven corazón.

 Pocos años después, mi hermana Mercedes, en un arranque de inspiración que hasta ahora no alcanzo a comprender, llevó a Talara un disco de 45 rpm que tenía en el lado A, She Loves You, el tema con el que se cierra Yeah, Yeah, Yeah. Lo reconocí de inmediato. Y toqué y toqué ese disco tanto en la antigua Telefunken, como en la fiel Grundig, hasta que los surcos, al contacto con la aguja del tornamesa, empezaron a dejar escuchar la familiar ´canchita´, que anunciaba con nobleza que el disco había ya envejecido.  En un viejo Écran, esa revista chilena de chismes cinematográficos en sepia, encontré la letra en inglés de She Loves You. No entendía nada, por supuesto, pero sentía un extraño placer posar mis ojos curiosos por esos versos enigmáticos, el mismo placer que años después sentiría al pasar y repasar mi mirada por las fundas de los long plays mientras los discos giraban y giraban.

Cada vez que escucho el She Loves You o el I´ll Get You (que aparecía como lado B del 45 rpm) viajo hacia el pasado, me lleno de recuerdos y de una cálida nostalgia. Fueron aquellos años felices de los grandes banquetes familiares que papás y tías generosas regalaban a amigos y visitantes, de los dulces reencuentros con los hermanos mayores que regresaban de la gran capital o del lejano Trujillo al hogar amado, de los interminables partidos de fútbol con los amigos del barrio que esperaban impacientes que saliera con la nueva pelota de fútbol. Y me acuerdo de ese Juan bonachón y loco que me dio ese regalo invalorable que hasta ahora atesoro con pasión: el amor por la música de Paul, John, George y Ringo, el amor por el rock and roll.

Lima, 10 de mayo de 2011

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PS. Les adjunto la nota que escribí a propósito del concierto de Paul McCartney así como la fotografía que el ingeniero Manuel Pérez le tomó al Set List (lista de canciones) que Paul usó como guía en su concierto y que con no poco esfuerzo conseguí al final del espectáculo.



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