29/4/14

TITANIC (1997)

Director: James Cameron


Un grupo de buscadores de tesoros explora las profundidades marinas en busca de los restos del Titanic. Su objetivo principal es encontrar un diamante valioso que estuvo en posesión de uno de los pasajeros del barco al momento del accidente y cuya antigüedad se remonta a la época de Luis XVI. Para ello, se valen de un equipo sofisticado y preparado para soportar altísimas presiones. Ubicada la caja fuerte, la expectativa es grande, pero la euforia se torna en decepción: sólo hay papeles deteriorados por el agua y el tiempo. Sin embargo, hay un dibujo al carbón, que despierta curiosidad porque la mujer desnuda que allí aparece luce un collar con el diamante buscado. La televisión propala el hallazgo. Una anciana se entera de la noticia y admite haber sido ella la modelo de aquél dibujo. Trasladada al barco de los buscadores de tesoros, los recuerdos vienen a su mente y cuenta, a partir de allí,  los pormenores de su historia, que es la historia del Titanic, que es la historia del amor de su vida.

Una historia de amor...

Una idea básica sumamente interesante liga Titanic con El Secreto del Abismo (1989, The Abyss), ambas del director James Cameron. Se trata del grupo de hombres a la búsqueda de un material importante o de alto valor monetario (submarino nuclear o diamante antiguo), la lucha tenaz contra los elementos de la naturaleza (el mar y los peligros que él encierra), el enfrentamiento con la violencia de los hombres y la fatalidad, y, finalmente, el encuentro con algo mucho más simple, pero a la vez, valioso, que tiene que ver con el ser humano, sus experiencias más vitales y sus más nobles sentimientos: el reencuentro de la pareja en El Secreto... y la historia del florecimiento de un amor en Titanic.

Pero, a diferencia de El Secreto... , en Titanic la narración se realiza en primera persona y el film asume el punto de vista del personaje femenino. Un largo “flash back”, entonces,  da cuenta de la aventura vivida por Rose y tal planteamiento determina la naturaleza del acercamiento a los sucesos. La historia, pues, pasará a través del filtro de la memoria y los sentimientos de la protagonista, abriendo la posibilidad de reelaborarla o reinterpretarla. El film, sin embargo,  descarta toda posibilidad de profundizar en los personajes. Nada de cuestiones reflexivas o complejas. Por el contrario, asepsia y algunos caminos trillados caracterizan esta historia de amor cuyo maniqueísmo ha sido atribuido a la filiación del film al cine de géneros.

El esquema básico que Cameron desarrolla en la primera parte del film responde a una vieja fórmula que se sintetiza en tres etapas: descubrimiento y acercamiento (el muchacho pobre conoce a la muchacha rica), obstáculos y sufrimientos (la pareja encuentra la férrea oposición sentimental y de clase de la familia de ella), reafirmación y descenlace trágico (la pareja persiste en su relación a pesar de todos los contratiempos y juntos enfrentan el episodio final). Una historia trivial, suerte de Romeo y Julieta trasladada a comienzos de siglo, en un escenario especial y con sus infaltables aristas melodramáticas. Encontramos, eso sí,  una puesta en escena basada  en imágenes cuidadas y tonos dorados. La luz y el color, sin embargo adquirirán tonos oscuros hacia el final de la aventura, cuando las sombras de la noche y la presencia de la muerte, en medio del mar, se apropien de la pantalla cinematográfica.


...pero también una aventura

La historia de amor entrelazada, de repente, con la catástrofe del barco. El romance combinado con la aventura. Fórmula de características similares a los anteriores films de Cameron. Sólo que esta vez la intención del director es hacer que ambos términos adquieran proporciones gigantescas, evitando que la historia de amor avasalle a la aventura y viceversa. Cameron gusta pensar su film en los términos de Lo que el viento se llevó (1939, Gone with the wind, Victor Fleming): el relato de un gran amor en medio de un universo que desaparece, como tema; el hundimiento del barco como un paralelo del incendio de Atlanta, como imagen. Su ambición, y he aquí parte importante del problema del film,  es tan desmedida como el “Titanic” mismo. Cameron pretende que el amor de Jack y Rose sea inolvidable como la tragedia del crucero, que el recuerdo de este hecho histórico esté ligado al episodio romántico por él creado.

Realidad y ficción entremezcladas, ligadas indisolublemente.  De allí la opción elegida: evitar la dispersión de las múltiples historias y variados personajes. En todo caso,  detalles pequeños que resuman la soberbia, las falsas apariencias, la hipocresía, la marginación, como elementos circundantes, amenazantes y omnipresentes en el universo de la pareja. Así, revelándose en medio de tanta sordidez disimulada por el lujo y las formas elegantes, aflorará con mayor nitidez el sentimiento amoroso de los jóvenes protagonistas. El descenlace, tal como ya lo hemos adelantado, será la conjunción de una tragedia colectiva - el mayor desastre naval de la marina mercante que  llegó a costar la vida de mil quinientas personas- y una tragedia particular: el fin de una historia de amor juvenil, inocente y desesperado.


Mezcla de géneros

Titanic  parecería constituir la culminación de una etapa filmográfica de James Cameron, etapa dedicada a explorar sus posibilidades con el medio fílmico. Mezcla de géneros, filiación al clasicismo americano, personajes dotados de ciertos rasgos obsesivos, pasión por los relatos de aventuras, tramas que incluyen persecuciones, violencia y desastres y un gusto y una tendencia, nada ocultos, por la monumentalidad y el exceso, son las peculiaridades comunes a todas sus cintas, de las cuales, justamente, Titanic vendría a ser el paradigma mayor.

Cameron explota muy bien la posibilidad de combinar los géneros. Apela con ello a la memoria del viejo cinéfilo y a la curiosidad y deseo de evasión del espectador medio. Y es que esa posibilidad tiene un atractivo muy fuerte: revitalizar ciertas fórmulas olvidadas con el tiempo. El romanticismo y la aventura ligan muy bien, siempre y cuando las imágenes sean lo suficientemente elocuentes como para arrastrar emocionalmente al espectador y poner en suspenso lo que se ha dado en llamar la conciencia crítica, vía la originalidad y la convicción. Los grandes maestros del cine clásico americano si no lo supieron o racionalizaron, lo intuyeron de una manera sorprendente.

Esas imágenes están presentes en Titanic: la fuga de los amantes por entre las calderas del barco, el recorrido de Rose por los pasillos a la búsqueda de un medio para liberar a Jack, la intensa búsqueda de salvación de ambos mientras el agua va inundando los diferentes compartimientos del barco, el desastre final, la búsqueda de los sobrevivientes.

Como un buen cine clásico

Esta imágenes no hacen sino confirmar que Cameron es un director habilidoso y con mucho oficio. Posee un notable manejo del espacio, que se manifiesta, sobre todo, en la última hora del film, cuando la tragedia se desencadena. La cámara abarca los diferentes ambientes del barco y capta con agudeza  las reacciones de los numerosos personajes ante la tragedia: el sentimiento de derrota del constructor; la vileza de Cal, que no duda en utilizar a una niña para salvarse; la resignación del capitán; la desesperación de los pasajeros de tercera; el sentido del deber de los miembros de la orquesta, que no vacilan en seguir tocando a pesar de que el barco se está yendo a pique. Y luego de la catástrofe, el silencio,  la oscuridad y la muerte, como dueñas absolutas de las heladas aguas del océano.

Aquí, encontramos al Cameron virtuoso y sagaz. Aquí, no hay tiempo para el apunte superfluo. Por el contrario, todos los detalles se integran en una acción ininterrumpida a la manera de un gran mosaico de la tragedia. El ritmo del film es trepidante. La angustia de los pasajeros, nacida de la inevitabilidad de la muerte, nos es comunicada con todo su horror y violencia. La narración apasionante envuelve en su vorágine a los personajes y el espectador asiste fascinado al desencadenamiento de la tragedia.  Ni grandilocuencia, ni gratuidad. Titanic se convierte en una máquina muy bien aceitada capaz de emocionarnos y devolvernos a las viejas matinés y las puntuales citas con el buen cine clásico americano.

Una reconstrucción cuidadosa, pero...

Titanic es una película de altísimo presupuesto, que el director no duda en proclamar abiertamente. El vestuario y la decoración han sido preparados con gran cuidado y refinamiento. La reconstrucción de los diferentes ambientes del barco y la simulación del hundimiento, han sido realizadas venciendo no pocos obstáculos y con un gran acabado técnico y visual. La recreación de época elaborada, de manera principal, a través de los comportamientos (afectación y comentarios a media voz, falsas apariencias) y la vestimenta de los personajes, así como los temas de conversación, que trasuntan la soberbia y vaciedad de un grupo supuestamente representativo de la aristocracia de comienzos de siglo, proyectan darle a la vez un tinte crítico y  de autenticidad a la representación cinematográfica.

Sin embargo, tal esmero no ha podido ocultar algunas debilidades del film, que tienen que ver, fundamentalmente, con la construcción de los protagonistas de la historia, construcción centrada en los pasajeros de primera,  y su limitada densidad dramática. Los personajes son convertidos en fichas de un juego monumental, con función específica e invariable. Su tipificación es completamente negativa y carece de matices. El afán de crear prototipos es evidente (la vanidad de los constructores, la ambición y egoísmo de Ruth, la fidelidad perruna del guardaespaldas de Cal, la vulgaridad pueblerina de Molly, etc.), como una manera de definir rápida e inequívocamente a sus personajes, apoyándose, eso sí,  en unos buenos secundarios: Kathy Bates, David Warner, Frances Fisher. De allí que esta reconstrucción no nos llega a satisfacer a plenitud.

Maniqueísmo y relato

Este maniqueísmo afecta con mayor fuerza a los protagonistas principales. Jack y Rose son seres modélicos, hábiles y puros y, especialmente, de físico atractivo. Cal, el prometido de Rose, en cambio, es un tipo antipático, violento y sin escrúpulos. Para Cameron, sin embargo,  el relato directo y sin tropiezos es lo que cuenta, los personajes, esquemáticos y empobrecidos, son meros componentes de la estructura narrativa que lo sustenta. La veracidad de los personajes es sacrificada en aras de una narración eficaz y ello se evidencia en algunas inconsistencias.

Así, las razones de Rose para intentar suicidarse, por ejemplo, carecen de convicción. El aburrimiento y hartazgo de su clase social no están lo suficientemente sustentados. Las imágenes no nos permiten leer más allá de lo que el personaje femenino refiere.  De igual forma, su sometimiento a las maneras rudas y afectadas de Cal, no se compadece con su carácter fuerte y decidido, que la lleva a situaciones como la de posar desnuda para alguien a quien recién conoce, bailar, beber y alborotar en un medio completamente ajeno a ella o a intentar sin desmayo la salvación de su vida. Y por el lado de Jack también hay momentos poco logrados, como esa secuencia pretendidamente graciosa en la que es invitado a participar de la cena de los aristócratas. Cameron fuerza la situación estableciendo que el azar le permita a Jack disponer de un frac que le queda como anillo al dedo y, luego, haciendo que su comportamiento y parlamentos tengan una desfachatez impostadas. Situaciones como las mencionadas impiden, en buena medida, dar credibilidad al universo que el director nos muestra.

Cameron, de alguna manera ya lo hemos manifestado, es un cineasta que ante todo lo podemos conceptuar como un narrador nato. Las mejores virtudes que encontramos en sus cintas precedentes y en buena parte de Titanic, se ubican en el ámbito de la acción constante, ininterrumpida, que no permite la incursión de elementos que distraigan la atención del espectador. En sus películas, los encuadres ceden su perfección a la funcionalidad de la narración. El montaje fluye naturalmente dentro de este mismo esquema narrativo, evitando digresiones o apuntes superfluos. Por ese motivo, llama la atención ese momento, de clara y poco sutil intención calificadora, en el cual se alterna de manera burda la bulliciosa fiesta en el compartimiento de tercera (donde viaja la clase popular y a la que casi no se le presta mayor atención) y la aburrida conversación de tema político de los personajes de la primera clase o aquél otro, de simbolismo machacón, en el que Ruth le ajusta el corset a su hija Rose y le reconviene su actitud, como si no estuviera claro el mundo de rígidas normas sociales en las que ambas se mueven. Más aún, es inadmisible esa caída en la tentación esteticista o poetizante, cuando los amantes se sitúan en la proa del barco, con los brazos extendidos y se solazan con “ese sentimiento de libertad”, crepúsculo y vista circular aérea incluidos, propio, más bien,  de un comercial publicitario.


Un villano mal diseñado

El error fundamental de Cameron, sin embargo, reside en el diseño del villano. Y nuestra crítica no va por el lado antipático del personaje, pues esta “cualidad” podría ser un arma a favor de él, si estuviera bien ensamblado. Un film como Rob Roy (1994, Michael Caton-Jones) muestra esta posibilidad. Allí, Tim Roth encarna a un personaje odioso y cínico, de una moral opuesta a la del héroe escocés, sin embargo, resulta atractivo en su amaneramiento y crueldad y un adversario adecuado a la estatura del personaje protagonizado por Liam Neeson. Cal, en cambio, es un tipo de maneras rudas, de actitudes previsibles y, en algunos momentos caricaturescas -como cuando  la persecución a tiros en medio del desastre general- y cuya expresión, petrificada durante toda la película, delata de un lado a un actor de recursos histriónicos muy limitados y, de otro,  los defectos de un guión descuidado en la construcción de un personaje importante y, más bien, preocupado por hacer hincapié en la vertiente aventurera -la catástrofe y lo que ella conlleva- del film. Cameron olvidó aquella vieja enseñanza práctica de los clásicos: para realzar al héroe y al film, hay que fortalecer la imagen del villano. Así, por ejemplo, Hitchcock en Intriga Internacional (North by Northwest, 1959) logró con James Mason una gran caracterización de un villano, a la vez que un digno rival de amores de Cary Grant (ambos tras Eva Marie-Saint): elegante, cortés, sin disminuir un ápice su esencia amenazante  y peligrosa.

Este mal diseño del villano, que vulnera la estructura del film, no es privativo de Titanic. Incluso, una película como El secreto del abismo (1989, The Abyss), que seguimos considerando el mejor trabajo de James Cameron, adolece de este defecto. El militar obsesionado con el espionaje ruso, capaz de hacer detonar una bomba atómica sin importarle las consecuencias, presenta los mismos rasgos que el personaje encarnado por Cal. Ambos presentan una estructura robotizada. Nos queda la impresión de que estos personajes son una suerte de prolongación de los “Terminators”, aquellas creaciones del mismo Cameron, programadas para destruir aún a costa de su propio fin. Pero, si en El Exterminador (1984) y El exterminador 2 (1991), tratándose de una máquina el diseño se revelaba original y divertido, no resulta así en Titanic, donde, más bien, se aprecia como una torpeza y falta de originalidad.

Un director ambicioso...

Cameron, no hay duda alguna, se ha jugado el todo por el todo. Titanic ha sido el proyecto de su vida. Cinco años de trabajo testimonian su esfuerzo. Sus propias declaraciones así lo confirman. Sus presupuestos cada vez más abultados indican la confianza que los entes financieros han puesto en él.  El problema de este director reside, sin embargo, en su excesiva ambición, que lo ha llevado mayormente a emprender empresas desmesuradas en las que la dramaturgia ha sido reducida a su mínima expresión aplastada por la  proliferación de efectos especiales, logrados maquillajes y millonarios destrozos materiales. Cameron es, además,  de los que se inclinan por  decir a grandes voces, lo que bien podría manifestarse con una cierta sutileza e ingenio.

Tal pareciera que su pasado de supervisor de efectos especiales (oficio de cuando trabajaba para Roger Corman) ha dejado una impronta difícil de borrar. No olvidemos que habiendo participado como guionista en Rambo,  fue un año después el realizador de Aliens, el regreso (1986, Aliens), donde no sólo multiplicó al monstruo y lo sacó a la luz, sino que dotó a la cinta de un aliento guerrero y truculento que el film inaugural de la serie de Ridley Scott, carecía.

No obstante, El Secreto del Abismo permitió descubrir a un cineasta instintivo, de gran intuición y creador de imágenes poderosas. Pues, si bien no está alejada de las características propias de la superproducción, sin embargo, su poder de fascinación, que no es deudor de los recursos técnicos utilizados,  nos va envolviendo paulatinamente. Más allá de los meros artificios propios de un film de ciencia-ficción, la historia del reencuentro de una pareja de esposos al calor de la aventura física vivida, nos emociona por su intensidad y su verdad. Vean, si no, la formidable secuencia de la muerte y vuelta a la vida de Mary Elizabeth Mastrantonio. Cameron llega allí, como en algunos otros momentos más de esta cinta,  a la cima de su oficio, cosa que no pudo realizar, a pesar de las virtudes y millones adicionales en Titanic.

Una cinta, finalmente, entretenida

Con todos su defectos, sin embargo, Titanic es una cinta que se ve con placer, especialmente la última hora dedicada a poner en escena los momentos culminantes de la tragedia. Cameron no será un autor, pero al menos, es un buen artesano que sabe mantener en vilo al espectador, arrastrándolo en su gusto por la aventura y las emociones fuertes. Y la inversión multimillonaria en tal empresa -moralismos aparte- es completamente legítima.

Sea como fuere, Titanic de por medio, Cameron resulta culpable - y no es el único, por supuesto - de que muchos espectadores sigan pensando que para ser una buena película, ésta debe ser larga y costosa.Toda la avalancha comercial y publicitaria desatada a raíz del estreno mundial del film contribuye a catalizar tal idea.

Pero, valgan verdades, Cameron es también uno de los  principales responsables de que la gente haya vuelto a creer en las imágenes fílmicas, que los más remolones, acostumbrados o en proceso de acostumbrarse a la empobrecida imagen de video, se asomen ahora de manera curiosa y entusiasta a esa grande y hermosa ventana  que es la pantalla cinematográfica.


Rogelio Llanos Q.

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