Director:
James Cameron
Un grupo de buscadores de
tesoros explora las profundidades marinas en busca de los restos del Titanic.
Su objetivo principal es encontrar un diamante valioso que estuvo en posesión
de uno de los pasajeros del barco al momento del accidente y cuya antigüedad se
remonta a la época de Luis XVI. Para ello, se valen de un equipo sofisticado y
preparado para soportar altísimas presiones. Ubicada la caja fuerte, la
expectativa es grande, pero la euforia se torna en decepción: sólo hay papeles
deteriorados por el agua y el tiempo. Sin embargo, hay un dibujo al carbón, que
despierta curiosidad porque la mujer desnuda que allí aparece luce un collar
con el diamante buscado. La televisión propala el hallazgo. Una anciana se
entera de la noticia y admite haber sido ella la modelo de aquél dibujo.
Trasladada al barco de los buscadores de tesoros, los recuerdos vienen a su
mente y cuenta, a partir de allí, los
pormenores de su historia, que es la historia del Titanic, que es la historia
del amor de su vida.
Una
historia de amor...
Una idea básica sumamente
interesante liga Titanic con El Secreto del Abismo (1989, The Abyss),
ambas del director James Cameron. Se trata del grupo de hombres a la búsqueda
de un material importante o de alto valor monetario (submarino nuclear o
diamante antiguo), la lucha tenaz contra los elementos de la naturaleza (el mar
y los peligros que él encierra), el enfrentamiento con la violencia de los
hombres y la fatalidad, y, finalmente, el encuentro con algo mucho más simple,
pero a la vez, valioso, que tiene que ver con el ser humano, sus experiencias
más vitales y sus más nobles sentimientos: el reencuentro de la pareja en El Secreto... y la historia del
florecimiento de un amor en Titanic.
Pero, a diferencia de El Secreto... , en Titanic la narración se realiza en primera persona y el film asume
el punto de vista del personaje femenino. Un largo “flash back”, entonces, da cuenta de la aventura vivida por Rose y
tal planteamiento determina la naturaleza del acercamiento a los sucesos. La
historia, pues, pasará a través del filtro de la memoria y los sentimientos de
la protagonista, abriendo la posibilidad de reelaborarla o reinterpretarla. El
film, sin embargo, descarta toda
posibilidad de profundizar en los personajes. Nada de cuestiones reflexivas o
complejas. Por el contrario, asepsia y algunos caminos trillados caracterizan
esta historia de amor cuyo maniqueísmo ha sido atribuido a la filiación del
film al cine de géneros.
El esquema básico que
Cameron desarrolla en la primera parte del film responde a una vieja fórmula
que se sintetiza en tres etapas: descubrimiento y acercamiento (el muchacho
pobre conoce a la muchacha rica), obstáculos y sufrimientos (la pareja encuentra
la férrea oposición sentimental y de clase de la familia de ella), reafirmación
y descenlace trágico (la pareja persiste en su relación a pesar de todos los
contratiempos y juntos enfrentan el episodio final). Una historia trivial,
suerte de Romeo y Julieta trasladada a comienzos de siglo, en un escenario
especial y con sus infaltables aristas melodramáticas. Encontramos, eso
sí, una puesta en escena basada en imágenes cuidadas y tonos dorados. La luz
y el color, sin embargo adquirirán tonos oscuros hacia el final de la aventura,
cuando las sombras de la noche y la presencia de la muerte, en medio del mar,
se apropien de la pantalla cinematográfica.
...pero
también una aventura
La historia de amor
entrelazada, de repente, con la catástrofe del barco. El romance combinado con
la aventura. Fórmula de características similares a los anteriores films de
Cameron. Sólo que esta vez la intención del director es hacer que ambos términos
adquieran proporciones gigantescas, evitando que la historia de amor avasalle a
la aventura y viceversa. Cameron gusta pensar su film en los términos de Lo que el viento se llevó (1939, Gone with the wind, Victor Fleming):
el relato de un gran amor en medio de un universo que desaparece, como tema; el
hundimiento del barco como un paralelo del incendio de Atlanta, como imagen. Su
ambición, y he aquí parte importante del problema del film, es tan desmedida como el “Titanic” mismo.
Cameron pretende que el amor de Jack y Rose sea inolvidable como la tragedia
del crucero, que el recuerdo de este hecho histórico esté ligado al episodio
romántico por él creado.
Realidad y ficción
entremezcladas, ligadas indisolublemente.
De allí la opción elegida: evitar la dispersión de las múltiples
historias y variados personajes. En todo caso,
detalles pequeños que resuman la soberbia, las falsas apariencias, la
hipocresía, la marginación, como elementos circundantes, amenazantes y
omnipresentes en el universo de la pareja. Así, revelándose en medio de tanta
sordidez disimulada por el lujo y las formas elegantes, aflorará con mayor
nitidez el sentimiento amoroso de los jóvenes protagonistas. El descenlace, tal
como ya lo hemos adelantado, será la conjunción de una tragedia colectiva - el
mayor desastre naval de la marina mercante que
llegó a costar la vida de mil quinientas personas- y una tragedia
particular: el fin de una historia de amor juvenil, inocente y desesperado.
Mezcla
de géneros
Titanic
parecería constituir la culminación de una
etapa filmográfica de James Cameron, etapa dedicada a explorar sus
posibilidades con el medio fílmico. Mezcla de géneros, filiación al clasicismo
americano, personajes dotados de ciertos rasgos obsesivos, pasión por los
relatos de aventuras, tramas que incluyen persecuciones, violencia y desastres
y un gusto y una tendencia, nada ocultos, por la monumentalidad y el exceso,
son las peculiaridades comunes a todas sus cintas, de las cuales, justamente, Titanic vendría a ser el paradigma
mayor.
Cameron explota muy bien la
posibilidad de combinar los géneros. Apela con ello a la memoria del viejo
cinéfilo y a la curiosidad y deseo de evasión del espectador medio. Y es que
esa posibilidad tiene un atractivo muy fuerte: revitalizar ciertas fórmulas
olvidadas con el tiempo. El romanticismo y la aventura ligan muy bien, siempre
y cuando las imágenes sean lo suficientemente elocuentes como para arrastrar
emocionalmente al espectador y poner en suspenso lo que se ha dado en llamar la
conciencia crítica, vía la originalidad y la convicción. Los grandes maestros
del cine clásico americano si no lo supieron o racionalizaron, lo intuyeron de
una manera sorprendente.
Esas imágenes están
presentes en Titanic: la fuga de los
amantes por entre las calderas del barco, el recorrido de Rose por los pasillos
a la búsqueda de un medio para liberar a Jack, la intensa búsqueda de salvación
de ambos mientras el agua va inundando los diferentes compartimientos del barco,
el desastre final, la búsqueda de los sobrevivientes.
Como
un buen cine clásico
Esta imágenes no hacen sino
confirmar que Cameron es un director habilidoso y con mucho oficio. Posee un
notable manejo del espacio, que se manifiesta, sobre todo, en la última hora
del film, cuando la tragedia se desencadena. La cámara abarca los diferentes
ambientes del barco y capta con agudeza
las reacciones de los numerosos personajes ante la tragedia: el
sentimiento de derrota del constructor; la vileza de Cal, que no duda en
utilizar a una niña para salvarse; la resignación del capitán; la desesperación
de los pasajeros de tercera; el sentido del deber de los miembros de la
orquesta, que no vacilan en seguir tocando a pesar de que el barco se está
yendo a pique. Y luego de la catástrofe, el silencio, la oscuridad y la muerte, como dueñas
absolutas de las heladas aguas del océano.
Aquí, encontramos al Cameron
virtuoso y sagaz. Aquí, no hay tiempo para el apunte superfluo. Por el
contrario, todos los detalles se integran en una acción ininterrumpida a la
manera de un gran mosaico de la tragedia. El ritmo del film es trepidante. La angustia
de los pasajeros, nacida de la inevitabilidad de la muerte, nos es comunicada
con todo su horror y violencia. La narración apasionante envuelve en su
vorágine a los personajes y el espectador asiste fascinado al desencadenamiento
de la tragedia. Ni grandilocuencia, ni
gratuidad. Titanic se convierte en
una máquina muy bien aceitada capaz de emocionarnos y devolvernos a las viejas
matinés y las puntuales citas con el buen cine clásico americano.
Una
reconstrucción cuidadosa, pero...
Titanic es una
película de altísimo presupuesto, que el director no duda en proclamar
abiertamente. El vestuario y la decoración han sido preparados con gran cuidado
y refinamiento. La reconstrucción de los diferentes ambientes del barco y la
simulación del hundimiento, han sido realizadas venciendo no pocos obstáculos y
con un gran acabado técnico y visual. La recreación de época elaborada, de
manera principal, a través de los comportamientos (afectación y comentarios a
media voz, falsas apariencias) y la vestimenta de los personajes, así como los
temas de conversación, que trasuntan la soberbia y vaciedad de un grupo
supuestamente representativo de la aristocracia de comienzos de siglo, proyectan
darle a la vez un tinte crítico y de
autenticidad a la representación cinematográfica.
Sin embargo, tal esmero no
ha podido ocultar algunas debilidades del film, que tienen que ver,
fundamentalmente, con la construcción de los protagonistas de la historia,
construcción centrada en los pasajeros de primera, y su limitada densidad dramática. Los
personajes son convertidos en fichas de un juego monumental, con función
específica e invariable. Su tipificación es completamente negativa y carece de
matices. El afán de crear prototipos es evidente (la vanidad de los
constructores, la ambición y egoísmo de Ruth, la fidelidad perruna del
guardaespaldas de Cal, la vulgaridad pueblerina de Molly, etc.), como una
manera de definir rápida e inequívocamente a sus personajes, apoyándose, eso
sí, en unos buenos secundarios: Kathy
Bates, David Warner, Frances Fisher. De allí que esta reconstrucción no nos
llega a satisfacer a plenitud.
Maniqueísmo
y relato
Este maniqueísmo afecta con
mayor fuerza a los protagonistas principales. Jack y Rose son seres modélicos,
hábiles y puros y, especialmente, de físico atractivo. Cal, el prometido de
Rose, en cambio, es un tipo antipático, violento y sin escrúpulos. Para
Cameron, sin embargo, el relato directo
y sin tropiezos es lo que cuenta, los personajes, esquemáticos y empobrecidos,
son meros componentes de la estructura narrativa que lo sustenta. La veracidad
de los personajes es sacrificada en aras de una narración eficaz y ello se
evidencia en algunas inconsistencias.
Así, las razones de Rose
para intentar suicidarse, por ejemplo, carecen de convicción. El aburrimiento y
hartazgo de su clase social no están lo suficientemente sustentados. Las
imágenes no nos permiten leer más allá de lo que el personaje femenino refiere. De igual forma, su sometimiento a las maneras
rudas y afectadas de Cal, no se compadece con su carácter fuerte y decidido,
que la lleva a situaciones como la de posar desnuda para alguien a quien recién
conoce, bailar, beber y alborotar en un medio completamente ajeno a ella o a
intentar sin desmayo la salvación de su vida. Y por el lado de Jack también hay
momentos poco logrados, como esa secuencia pretendidamente graciosa en la que
es invitado a participar de la cena de los aristócratas. Cameron fuerza la
situación estableciendo que el azar le permita a Jack disponer de un frac que
le queda como anillo al dedo y, luego, haciendo que su comportamiento y
parlamentos tengan una desfachatez impostadas. Situaciones como las mencionadas
impiden, en buena medida, dar credibilidad al universo que el director nos
muestra.
Cameron, de alguna manera ya
lo hemos manifestado, es un cineasta que ante todo lo podemos conceptuar como
un narrador nato. Las mejores virtudes que encontramos en sus cintas
precedentes y en buena parte de Titanic,
se ubican en el ámbito de la acción constante, ininterrumpida, que no permite
la incursión de elementos que distraigan la atención del espectador. En sus
películas, los encuadres ceden su perfección a la funcionalidad de la
narración. El montaje fluye naturalmente dentro de este mismo esquema
narrativo, evitando digresiones o apuntes superfluos. Por ese motivo, llama la
atención ese momento, de clara y poco sutil intención calificadora, en el cual
se alterna de manera burda la bulliciosa fiesta en el compartimiento de tercera
(donde viaja la clase popular y a la que casi no se le presta mayor atención) y
la aburrida conversación de tema político de los personajes de la primera clase
o aquél otro, de simbolismo machacón, en el que Ruth le ajusta el corset a su
hija Rose y le reconviene su actitud, como si no estuviera claro el mundo de
rígidas normas sociales en las que ambas se mueven. Más aún, es inadmisible esa
caída en la tentación esteticista o poetizante, cuando los amantes se sitúan en
la proa del barco, con los brazos extendidos y se solazan con “ese sentimiento
de libertad”, crepúsculo y vista circular aérea incluidos, propio, más
bien, de un comercial publicitario.
Un
villano mal diseñado
El error fundamental de
Cameron, sin embargo, reside en el diseño del villano. Y nuestra crítica no va
por el lado antipático del personaje, pues esta “cualidad” podría ser un arma a
favor de él, si estuviera bien ensamblado. Un film como Rob Roy (1994, Michael
Caton-Jones) muestra esta posibilidad.
Allí, Tim Roth encarna a un personaje odioso y cínico, de una moral opuesta a
la del héroe escocés, sin embargo, resulta atractivo en su amaneramiento y
crueldad y un adversario adecuado a la estatura del personaje protagonizado por
Liam Neeson. Cal, en cambio, es un tipo de maneras rudas, de actitudes
previsibles y, en algunos momentos caricaturescas -como cuando la persecución a tiros en medio del desastre
general- y cuya expresión, petrificada durante toda la película, delata de un
lado a un actor de recursos histriónicos muy limitados y, de otro, los defectos de un guión descuidado en la
construcción de un personaje importante y, más bien, preocupado por hacer
hincapié en la vertiente aventurera -la catástrofe y lo que ella conlleva- del
film. Cameron olvidó aquella vieja enseñanza práctica de los clásicos: para
realzar al héroe y al film, hay que fortalecer la imagen del villano. Así, por
ejemplo, Hitchcock en Intriga
Internacional (North by Northwest,
1959) logró con James Mason una gran caracterización de un villano, a la
vez que un digno rival de amores de Cary Grant (ambos tras Eva Marie-Saint):
elegante, cortés, sin disminuir un ápice su esencia amenazante y peligrosa.
Este mal diseño del villano,
que vulnera la estructura del film, no es privativo de Titanic. Incluso, una película como El secreto del abismo (1989, The Abyss), que seguimos considerando
el mejor trabajo de James Cameron, adolece
de este defecto. El militar obsesionado con el espionaje ruso, capaz de hacer
detonar una bomba atómica sin importarle las consecuencias, presenta los mismos
rasgos que el personaje encarnado por Cal. Ambos presentan una estructura
robotizada. Nos queda la impresión de que estos personajes son una suerte de
prolongación de los “Terminators”, aquellas creaciones del mismo Cameron,
programadas para destruir aún a costa de su propio fin. Pero, si en El Exterminador (1984) y El exterminador 2 (1991), tratándose de
una máquina el diseño se revelaba original y divertido, no resulta así en Titanic, donde, más bien, se aprecia
como una torpeza y falta de originalidad.
Un
director ambicioso...
Cameron, no hay duda alguna,
se ha jugado el todo por el todo. Titanic
ha sido el proyecto de su vida. Cinco años de trabajo testimonian su esfuerzo.
Sus propias declaraciones así lo confirman. Sus presupuestos cada vez más
abultados indican la confianza que los entes financieros han puesto en él. El problema de este director reside, sin
embargo, en su excesiva ambición, que lo ha llevado mayormente a emprender
empresas desmesuradas en las que la dramaturgia ha sido reducida a su mínima
expresión aplastada por la proliferación
de efectos especiales, logrados maquillajes y millonarios destrozos materiales.
Cameron es, además, de los que se
inclinan por decir a grandes voces, lo
que bien podría manifestarse con una cierta sutileza e ingenio.
Tal pareciera que su pasado
de supervisor de efectos especiales (oficio de cuando trabajaba para Roger
Corman) ha dejado una impronta difícil de borrar. No olvidemos que habiendo
participado como guionista en Rambo, fue un año después el realizador de Aliens, el regreso (1986, Aliens),
donde no sólo multiplicó al monstruo y lo sacó a la luz, sino que dotó a la
cinta de un aliento guerrero y truculento que el film inaugural de la serie de
Ridley Scott, carecía.
No obstante, El Secreto del Abismo permitió
descubrir a un cineasta instintivo, de gran intuición y creador de imágenes
poderosas. Pues, si bien no está alejada de las características propias de la
superproducción, sin embargo, su poder de fascinación, que no es deudor de los
recursos técnicos utilizados, nos va
envolviendo paulatinamente. Más allá de los meros artificios propios de un film
de ciencia-ficción, la historia del reencuentro de una pareja de esposos al
calor de la aventura física vivida, nos emociona por su intensidad y su verdad.
Vean, si no, la formidable secuencia de la muerte y vuelta a la vida de Mary
Elizabeth Mastrantonio. Cameron llega allí, como en algunos otros momentos más
de esta cinta, a la cima de su oficio,
cosa que no pudo realizar, a pesar de las virtudes y millones adicionales en Titanic.
Una
cinta, finalmente, entretenida
Con todos su defectos, sin
embargo, Titanic es una cinta que se
ve con placer, especialmente la última hora dedicada a poner en escena los
momentos culminantes de la tragedia. Cameron no será un autor, pero al menos,
es un buen artesano que sabe mantener en vilo al espectador, arrastrándolo en
su gusto por la aventura y las emociones fuertes. Y la inversión
multimillonaria en tal empresa -moralismos aparte- es completamente legítima.
Sea como fuere, Titanic de por medio, Cameron resulta
culpable - y no es el único, por supuesto - de que muchos espectadores sigan
pensando que para ser una buena película, ésta debe ser larga y costosa.Toda la
avalancha comercial y publicitaria desatada a raíz del estreno mundial del film
contribuye a catalizar tal idea.
Pero, valgan verdades,
Cameron es también uno de los principales
responsables de que la gente haya vuelto a creer en las imágenes fílmicas, que
los más remolones, acostumbrados o en proceso de acostumbrarse a la empobrecida
imagen de video, se asomen ahora de manera curiosa y entusiasta a esa grande y
hermosa ventana que es la pantalla
cinematográfica.
Rogelio
Llanos Q.
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