30/4/14

A propósito de Twenty, la película: PEARL JAM Y SUS VEINTE AÑOS


Para mi entrañable amiga Vilma, 
que se emociona con la música de Eddie Vedder y su banda. 
Por los gratos recuerdos de un concierto y una película. 


Escribe: Rogelio Llanos


Aún persisten en nuestra mente las imágenes de Pearl Jam sobre el escenario, fieles todos sus integrantes al compromiso generoso de hacer de su encuentro con el público de Lima, una larga noche de música y amor. Pero también continúa en nuestro recuerdo, la visión de un público  enfervorizado, saltando, bailando, ‘pogueando’ impulsado por el entusiasmo generado por la descarga potente de unas guitarras eléctricas más afiladas que nunca, por una batería que no dio tregua alguna a lo largo de las casi tres horas de concierto, y por una voz poderosa que cubrió todos los ámbitos de la escala sonora, desde la suave tonada de una tierna balada hasta el aullido enronquecido del grunge iracundo.

Hacemos mención al memorable concierto que Eddie Vedder y sus cómplices dieron en el estadio de San Marcos el viernes pasado porque al revisar Twenty, el film homenaje que Cameron Crowe les ha dedicado, nos encontramos con unas imágenes fílmicas similares,  imágenes que vimos sorprendidos en el film, pero que jamás pensamos verlas y vivirlas tan de cerca. Ahora podemos dar fe de que esas imágenes cinematográficas eran ciertas, eran posibles. Ahora podemos decir que lo que ellas mostraban no era producto de un trucaje realizado en la sala de montaje. Hemos visto a una multitud encandilada con la música de una banda inspiradísima, una multitud que, como si estuviera poseída por el poder conmovedor de la música, cantó a viva voz, gritó sus iras o sus alegrías hasta más no poder, estalló en aullidos y movimientos convulsos y arrastró en su desborde emocional a todos los que se atrevieron a ubicarse a pocos metros del escenario. Imposible ser  indiferente; todos, de una u otra manera, cayeron –caímos-  bajo el influjo de la subyugante música de Pearl Jam.

Como tampoco es posible quedar indiferente ante las sentidas imágenes de Twenty. Un film que va de menos a más, que se levanta como una ola y que en su camino nos descubre las diferentes corrientes que la animan, que la construyen.  Sin la menor duda, Twenty, es una película hecha por un fan, tiene las marcas y huellas del admirador encendido, del enamorado apasionado y talentoso. Esa cercanía afectiva con el objeto de su amor y admiración, determina sus virtudes, la hace caer en algunos  pequeños defectos, los cuales en nada empañan el resultado final de un film muy apreciable y con momentos mágicos.

Cameron Crowe se ha propuesto mostrar la historia de la banda, desde sus orígenes –incluyendo aquellas agrupaciones previas en las que participaron algunos de sus integrantes- hasta el momento actual. Precisamente, Twenty, hace referencia a los veinte años de vida de la banda. Veinte años vividos con intensidad, con compromiso hacia su arte y hacia una forma de encarar la vida que los ha conducido a asumir posiciones de enfrentamiento al ‘establishment’ mismo. Pearl Jam, como REM lo hizo en su momento, y al igual que Bruce Springsteen, John Mellencamp, Patti Smith y otros, apuestan por un cambio de rumbo en un mundo donde lo convencional es la persistencia en aceptar como posible los fuegos artificiales de ese ‘american dream’  que los viejos pioneros que marcharon hacia el Oeste alguna vez pensaron encontrarlo en el horizonte de la inmensa y agreste pradera. La música de Pearl Jam, cargada de neurosis y desencanto, no es precisamente el canto victorioso que reclama la conservadora sociedad americana.

Si bien el film da algunos saltos en el tiempo y combina imágenes de los noventa con imágenes recientes, sin embargo, en su estructura básica hay un respeto por el avance cronológico de los acontecimientos. El escenario es un Seattle bastante movido, con las diferentes ondas musicales recorriendo sus calles, bares y teatros, con nombres que surgen de aquí y de allá, y cuyas vidas efímeras muchas veces desaparecen en medio de la vorágine de una sociedad poblada de espejismos, de fantasías nocturnas, de evasiones sin término. En medio de esa jungla de los años ochenta, dos jóvenes intentan hacerse de un nombre a punta de guitarras eléctricas y de una extraña sensibilidad: Stone Gossard y Jeff Ament. Ambos, nos dice Crowe, militaban en Green River, una importante banda ‘grunge’ de los ochenta.

Hay en el comienzo del film una suerte de caos en la presentación del mundillo artístico. Crowe asume que el espectador está al tanto de la agitada atmósfera en la que  Gossard y Ament fundan Mother Love Bone y convocan a un buen número de admiradores en torno a su banda y a su vocalista Andy Wood. El éxito y la trascendencia de este cantante, de acentuados rasgos femeninos, pueden calibrarse  bien en el gesto afligido y  palabras sentidas de Chris Cornell (cantante de Sound Garden) cuando rememora la muerte del vocalista por excesivo consumo de drogas. Más adelante,  Eddie Vedder hace suya la canción Crown of Thorns, que escribiera en su momento el fallecido Andy Wood. La planificación serena de Crowe, que intercala planos generales de la banda con planos medios de Eddie Vedder frente al micrófono, acentúan la intensidad de la interpretación al mismo tiempo que revela el importante papel que jugó Andy Wood en los comienzos de una banda que siempre ha sido generosa con los suyos y con su público.

Crowe es un cineasta con mucha intuición y sensibilidad. Entiende bien el papel que Gossard y Ament jugaron en la evolución de Pearl Jam, pero sabe también que la presencia de Vedder catapultó a la banda al estrellato. Vedder era un surfista que trabajaba en una agencia de seguridad en San Diego…así lo narra él mismo, mientras la imagen de su rostro se va superponiendo a las imágenes de un mar que se empieza a agitar lentamente, como prefigurando lo que el futuro vocalista impulsará –el lanzamiento al éxito definitivo de la banda- con su voz cargada de emoción y plena de energía. Poco después, Crowe inserta imágenes recientes de su encuentro con Vedder: allí, le entrega la vieja cinta que contiene las composiciones que éste realizó a partir de la música de Gossard y Ament, y que formarían parte de su primer disco, Ten. Vedder observa con curiosidad la cinta y, finalmente, recuerda haber escrito en ella su número de teléfono. El detalle es interesante porque la cámara atenta siempre a los gestos de los entrevistados, logra captar la emoción del cantante ante ese viejo y entrañable recuerdo.

Twenty recorre un itinerario cuyos hitos tienen que ver con la historia de la banda, los sentimientos, afectos y emociones que surgen de las experiencias vividas y los recuerdos gratos y desapacibles que, inevitablemente, pasarían a enriquecer unas composiciones cuya dureza no está exenta de belleza y lucidez.

Sin duda, al aparecer Vedder en escena, el centro de gravedad de la banda varió sustancialmente, pero tanto Gossard como Ament, y luego McCreedy, supieron asimilar bastante bien el cambio y, más allá de los conflictos propios de una banda en crecimiento, el deseo de hacer música a través de un grupo perdurable, se impuso admirablemente.

Las imágenes de Crowe, que intercalan las presentaciones de la banda con las declaraciones de sus integrantes, amigos cercanos o del mismo director del film, revelan en detalle la evolución de Pearl Jam. Como a todo fan de estirpe, a Crowe le interesa captar el gesto mínimo, la declaración reveladora y, claro está, aquellas actitudes que asumidas en momentos decisivos, permiten definir en toda su dimensión a la banda y a cada uno de sus integrantes. Con la llegada de Vedder a Pearl Jam, la banda adquiere solidez y personalidad.

Nos cuenta Crowe que en un concierto en Vancouver, allá por 1991, es decir cuando Vedder recién se iniciaba como vocalista de la banda, mientras interpretaba Breath, vio cómo los agentes de seguridad maltrataban a un joven que se había pasado de copas. La imagen documental capta el momento en que Vedder detiene su interpretación para denunciar el abuso, y, de inmediato, su canto adquiere un tono furioso, intenso, apasionado. Y recordamos de inmediato, aquella  primera vez que lo escuchamos y vimos, a comienzos de los noventa, en el treinta aniversario de vida artística de Bob Dylan. En aquella ocasión, se presentó acompañado de su guitarrista Mike McCready e interpretó una sentida versión de Masters of War. Imposible olvidar aquellos versos finales de la canción y el gesto elocuente de desprecio hacia aquellos que organizan y dirigen, desde la comodidad de sus oficinas, todos los conflictos bélicos que han desgarrado y hecho infeliz nuestro mundo. 

El film recupera para la posteridad esa capacidad de indignación de la banda. Indignación contra la violencia (el abuso contra los débiles), indignación contra la mentira, la injusticia y el militarismo (su interpretación de Bu$hleaguer, a pesar de las pifias de los pro republicanos, es una muestra de su valentía y entereza), indignación contra el poder de las grandes empresas (su lucha a brazo partido contra la compañía  monopólica Ticketmaster es un ejemplo de consecuencia con sus ideas y es una muestra del respeto que le merecen sus seguidores), indignación contra la fatalidad (la muerte por asfixia de nueve personas en uno de sus conciertos, no sólo los llevó a preocuparse por los deudos sino también a exigir seguridad en los lugares en donde se presentan). Vedder mismo, tal como lo vimos y escuchamos en el concierto, hace un llamado al público a serenarse, a cuidarse, para evitar situaciones como la que ocurrió en el Festival de Roskilde en el año 2000.

A lo largo del film, Crowe alude a las principales influencias musicales de la banda, influencias que se materializan ya sea en la ejecución de ‘covers’ de una de sus agrupaciones admiradas (Baba O’Riley, que proviene de The Who) como también en la interpretación conjunta de Rockin´in a Free World, el vitalísimo clásico de Neil Young. Para Pearl Jam, la figura del autor de Harvest Moon, es la de un guía, la de un padre musical que compartió espacio con ellos de manera generosa y en múltiples ocasiones, y que les mostró a plenitud lo que significa entregar todo en el escenario.

Luego de haber visto a Pearl Jam en concierto y en el film, nos hemos preguntado de dónde viene esa energía tan poderosa, esa vitalidad que se traslada de inmediato a la multitud y la levanta, la envuelve, la gobierna. Twenty, quizás, tiene muchas respuestas. Todas ellas, sin embargo, confluyen en algunos términos que nos tienden algunas pistas: consecuencia entre pensamiento y obra, talentos y virtuosismos individuales que lo ponen todo al servicio del grupo, admiración mutua que deviene en amistades entrañables.

Sí, amistades entrañables, como la de Eddie Vedder y Jeff Ament, que Cameron Crowe evidencia en un plano inolvidable: Vedder a punto de quebrarse, mientras recuerda los comienzos de su amistad con el bajista de su banda. Sí, el hombre de cuarenta y siete años, el ahora líder indiscutido de Pearl Jam, cuajado en más de mil conciertos, capaz de mover y emocionar a miles y miles de personas, sigue siendo el niño de corazón sensible y lágrima fácil, que calmaba sus penas tocando la guitarra y soñando con ser alguna vez como su admirado Pete Townshend.



Lima, 21 de noviembre de 2011.

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