Para mi entrañable amiga Vilma,
que se emociona con la música de Eddie Vedder y su banda.
Por los gratos recuerdos de un concierto y una película.
Escribe: Rogelio Llanos
Aún
persisten en nuestra mente las imágenes de Pearl Jam sobre el escenario, fieles
todos sus integrantes al compromiso generoso de hacer de su encuentro con el público
de Lima, una larga noche de música y amor. Pero también continúa en nuestro
recuerdo, la visión de un público enfervorizado, saltando, bailando, ‘pogueando’
impulsado por el entusiasmo generado por la descarga potente de unas guitarras eléctricas
más afiladas que nunca, por una batería que no dio tregua alguna a lo largo de
las casi tres horas de concierto, y por una voz poderosa que cubrió todos los
ámbitos de la escala sonora, desde la suave tonada de una tierna balada hasta
el aullido enronquecido del grunge
iracundo.
Hacemos
mención al memorable concierto que Eddie Vedder y sus cómplices dieron en el
estadio de San Marcos el viernes pasado porque al revisar Twenty, el film homenaje que Cameron Crowe les ha dedicado, nos
encontramos con unas imágenes fílmicas similares, imágenes que vimos sorprendidos en el film,
pero que jamás pensamos verlas y vivirlas tan de cerca. Ahora podemos dar fe de
que esas imágenes cinematográficas eran ciertas, eran posibles. Ahora podemos
decir que lo que ellas mostraban no era producto de un trucaje realizado en la
sala de montaje. Hemos visto a una multitud encandilada con la música de una
banda inspiradísima, una multitud que, como si estuviera poseída por el poder
conmovedor de la música, cantó a viva voz, gritó sus iras o sus alegrías hasta
más no poder, estalló en aullidos y movimientos convulsos y arrastró en su
desborde emocional a todos los que se atrevieron a ubicarse a pocos metros del
escenario. Imposible ser indiferente;
todos, de una u otra manera, cayeron –caímos- bajo el influjo de la subyugante música de
Pearl Jam.
Como
tampoco es posible quedar indiferente ante las sentidas imágenes de Twenty. Un film que va de menos a más,
que se levanta como una ola y que en su camino nos descubre las diferentes corrientes
que la animan, que la construyen. Sin la
menor duda, Twenty, es una película
hecha por un fan, tiene las marcas y huellas del admirador encendido, del
enamorado apasionado y talentoso. Esa cercanía afectiva con el objeto de su
amor y admiración, determina sus virtudes, la hace caer en algunos pequeños defectos, los cuales en nada empañan el
resultado final de un film muy apreciable y con momentos mágicos.
Cameron
Crowe se ha propuesto mostrar la historia de la banda, desde sus orígenes
–incluyendo aquellas agrupaciones previas en las que participaron algunos de
sus integrantes- hasta el momento actual. Precisamente, Twenty, hace referencia a los veinte años de vida de la banda.
Veinte años vividos con intensidad, con compromiso hacia su arte y hacia una
forma de encarar la vida que los ha conducido a asumir posiciones de
enfrentamiento al ‘establishment’
mismo. Pearl Jam, como REM lo hizo en su momento, y al igual que Bruce
Springsteen, John Mellencamp, Patti Smith y otros, apuestan por un cambio de
rumbo en un mundo donde lo convencional es la persistencia en aceptar como
posible los fuegos artificiales de ese ‘american
dream’ que los viejos pioneros que
marcharon hacia el Oeste alguna vez pensaron encontrarlo en el horizonte de la
inmensa y agreste pradera. La música de Pearl Jam, cargada de neurosis y
desencanto, no es precisamente el canto victorioso que reclama la conservadora sociedad
americana.
Si bien
el film da algunos saltos en el tiempo y combina imágenes de los noventa con
imágenes recientes, sin embargo, en su estructura básica hay un respeto por el
avance cronológico de los acontecimientos. El escenario es un Seattle bastante
movido, con las diferentes ondas musicales recorriendo sus calles, bares y
teatros, con nombres que surgen de aquí y de allá, y cuyas vidas efímeras
muchas veces desaparecen en medio de la vorágine de una sociedad poblada de
espejismos, de fantasías nocturnas, de evasiones sin término. En medio de esa
jungla de los años ochenta, dos jóvenes intentan hacerse de un nombre a punta
de guitarras eléctricas y de una extraña sensibilidad: Stone Gossard y Jeff
Ament. Ambos, nos dice Crowe, militaban en Green River, una importante banda ‘grunge’ de los ochenta.
Hay en el
comienzo del film una suerte de caos en la presentación del mundillo artístico.
Crowe asume que el espectador está al tanto de la agitada atmósfera en la que Gossard y Ament fundan Mother Love Bone y
convocan a un buen número de admiradores en torno a su banda y a su vocalista
Andy Wood. El éxito y la trascendencia de este cantante, de acentuados rasgos
femeninos, pueden calibrarse bien en el
gesto afligido y palabras sentidas de
Chris Cornell (cantante de Sound Garden) cuando rememora la muerte del
vocalista por excesivo consumo de drogas. Más adelante, Eddie Vedder hace suya la canción Crown of Thorns, que escribiera en su
momento el fallecido Andy Wood. La planificación serena de Crowe, que intercala
planos generales de la banda con planos medios de Eddie Vedder frente al
micrófono, acentúan la intensidad de la interpretación al mismo tiempo que
revela el importante papel que jugó Andy Wood en los comienzos de una banda que
siempre ha sido generosa con los suyos y con su público.
Crowe es
un cineasta con mucha intuición y sensibilidad. Entiende bien el papel que
Gossard y Ament jugaron en la evolución de Pearl Jam, pero sabe también que la
presencia de Vedder catapultó a la banda al estrellato. Vedder era un surfista
que trabajaba en una agencia de seguridad en San Diego…así lo narra él mismo,
mientras la imagen de su rostro se va superponiendo a las imágenes de un mar
que se empieza a agitar lentamente, como prefigurando lo que el futuro
vocalista impulsará –el lanzamiento al éxito definitivo de la banda- con su voz
cargada de emoción y plena de energía. Poco después, Crowe inserta imágenes
recientes de su encuentro con Vedder: allí, le entrega la vieja cinta que
contiene las composiciones que éste realizó a partir de la música de Gossard y
Ament, y que formarían parte de su primer disco, Ten. Vedder observa con curiosidad la cinta y, finalmente, recuerda
haber escrito en ella su número de teléfono. El detalle es interesante porque
la cámara atenta siempre a los gestos de los entrevistados, logra captar la
emoción del cantante ante ese viejo y entrañable recuerdo.
Twenty recorre un itinerario cuyos hitos tienen que ver con la
historia de la banda, los sentimientos, afectos y emociones que surgen de las
experiencias vividas y los recuerdos gratos y desapacibles que,
inevitablemente, pasarían a enriquecer unas composiciones cuya dureza no está
exenta de belleza y lucidez.
Sin duda,
al aparecer Vedder en escena, el centro de gravedad de la banda varió
sustancialmente, pero tanto Gossard como Ament, y luego McCreedy, supieron
asimilar bastante bien el cambio y, más allá de los conflictos propios de una
banda en crecimiento, el deseo de hacer música a través de un grupo perdurable,
se impuso admirablemente.
Las
imágenes de Crowe, que intercalan las presentaciones de la banda con las
declaraciones de sus integrantes, amigos cercanos o del mismo director del
film, revelan en detalle la evolución de Pearl Jam. Como a todo fan de estirpe,
a Crowe le interesa captar el gesto mínimo, la declaración reveladora y, claro
está, aquellas actitudes que asumidas en momentos decisivos, permiten definir
en toda su dimensión a la banda y a cada uno de sus integrantes. Con la llegada
de Vedder a Pearl Jam, la banda adquiere solidez y personalidad.
Nos
cuenta Crowe que en un concierto en Vancouver, allá por 1991, es decir cuando
Vedder recién se iniciaba como vocalista de la banda, mientras interpretaba Breath, vio cómo los agentes de
seguridad maltrataban a un joven que se había pasado de copas. La imagen
documental capta el momento en que Vedder detiene su interpretación para
denunciar el abuso, y, de inmediato, su canto adquiere un tono furioso,
intenso, apasionado. Y recordamos de inmediato, aquella primera vez que lo escuchamos y vimos, a
comienzos de los noventa, en el treinta aniversario de vida artística de Bob Dylan.
En aquella ocasión, se presentó acompañado de su guitarrista Mike McCready e
interpretó una sentida versión de Masters
of War. Imposible olvidar aquellos versos finales de la canción y el gesto
elocuente de desprecio hacia aquellos que organizan y dirigen, desde la
comodidad de sus oficinas, todos los conflictos bélicos que han desgarrado y
hecho infeliz nuestro mundo.
El film
recupera para la posteridad esa capacidad de indignación de la banda.
Indignación contra la violencia (el abuso contra los débiles), indignación
contra la mentira, la injusticia y el militarismo (su interpretación de
Bu$hleaguer, a pesar de las pifias de los pro republicanos, es una muestra de
su valentía y entereza), indignación contra el poder de las grandes empresas
(su lucha a brazo partido contra la compañía monopólica Ticketmaster es un ejemplo de
consecuencia con sus ideas y es una muestra del respeto que le merecen sus
seguidores), indignación contra la fatalidad (la muerte por asfixia de nueve
personas en uno de sus conciertos, no sólo los llevó a preocuparse por los
deudos sino también a exigir seguridad en los lugares en donde se presentan).
Vedder mismo, tal como lo vimos y escuchamos en el concierto, hace un llamado
al público a serenarse, a cuidarse, para evitar situaciones como la que ocurrió
en el Festival de Roskilde en el año 2000.
A lo
largo del film, Crowe alude a las principales influencias musicales de la
banda, influencias que se materializan ya sea en la ejecución de ‘covers’ de
una de sus agrupaciones admiradas (Baba
O’Riley, que proviene de The Who) como también en la interpretación
conjunta de Rockin´in a Free World,
el vitalísimo clásico de Neil Young. Para Pearl Jam, la figura del autor de Harvest Moon, es la de un guía, la de
un padre musical que compartió espacio con ellos de manera generosa y en
múltiples ocasiones, y que les mostró a plenitud lo que significa entregar todo
en el escenario.
Luego de
haber visto a Pearl Jam en concierto y en el film, nos hemos preguntado de
dónde viene esa energía tan poderosa, esa vitalidad que se traslada de
inmediato a la multitud y la levanta, la envuelve, la gobierna. Twenty, quizás, tiene muchas
respuestas. Todas ellas, sin embargo, confluyen en algunos términos que nos
tienden algunas pistas: consecuencia entre pensamiento y obra, talentos y
virtuosismos individuales que lo ponen todo al servicio del grupo, admiración
mutua que deviene en amistades entrañables.
Sí,
amistades entrañables, como la de Eddie Vedder y Jeff Ament, que Cameron Crowe
evidencia en un plano inolvidable: Vedder a punto de quebrarse, mientras
recuerda los comienzos de su amistad con el bajista de su banda. Sí, el hombre
de cuarenta y siete años, el ahora líder indiscutido de Pearl Jam, cuajado en
más de mil conciertos, capaz de mover y emocionar a miles y miles de personas,
sigue siendo el niño de corazón sensible y lágrima fácil, que calmaba sus penas
tocando la guitarra y soñando con ser alguna vez como su admirado Pete Townshend.
Lima, 21
de noviembre de 2011.
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