29/4/14

EN EL BOSQUECILLO ENCANTADO


Escribe: Rogelio Llanos Q.

Cuentan algunas crónicas que la portada del álbum Amorica de The Black Crowes causó controversia no porque mostraba un abultado y atractivo sur femenino cubierto por un pequeña calzoncito con motivos alusivos a la bandera norteamericana. No. No fue ese el motivo de la controversia. La verdadera razón fue el vello púbico oscuro y rizado que asomaba por la parte superior de la minúscula prenda femenina. Imaginamos que los espectadores formaron dos grandes bandos. Los que tomaron el asunto con humor y con ánimo provocador, disfrutando de la originalidad del diseño y los que se rasgaron las vestiduras por el supuesto mal gusto del diseñador que, no tuvo el tino de hacer desaparecer ese vello feo e invasor.

Esta noticia la leí hace tiempo en una página de Internet en la que se hacía la defensa cerrada del afeitado o de la depilación de esos vellos impertinentes con que la naturaleza ha castigado la bella geografía femenina. Decía la nota de marras: “En la actualidad e íntimamente relacionado con la evolución de las tendencias en la moda (tipos de ropa interior y trajes de baño, pantalones de talle bajo, etc.), el cuidado del área del bikini es cada vez más importante entre las mujeres”. Esta inmisericorde  poda venusiana aparece, pues, como una imposición de la moda. La ropa interior ha ido acortándose cada vez más y ¡ohh! Que feo que como colofón de la arrechara de la joven, al bajarse el pantalón o al levantarse la falda, el joven galán, al dirigir la mirada al pubis cubierto por el pequeño calzoncito, vgea asomar por los costados unos vellos abundantes y oscuros que pugnan por liberarse, creciendo hacia los costados y amenazando con llegar a esos vértices maravillosos que conocemos como ingles.
No, no, la belleza, para estos cultores o creadores de modas, es un cuerpo femenino impoluto y uniforme, árido como un desierto, ausente de vegetación, y con las dunas y pequeñas montañas que otros creadores de moda han impuesto en estos tiempos modernos. Para estos señores, señoras o señoritas que dictan el gusto que todos debemos tener, la naturaleza se equivocó, cometió un gravísimo error al hacer posible que en ese sur femenino que atrae inevitablemente a hombres y mujeres y en el cual se decide casi siempre la suerte y destino de una pareja, crezca tamaño bosque, de colores fúnebres y desagradable apariencia. Y ni qué decir de aquellos otros vértices, llamados axilas, en donde los vellos también atentan contra la delicada femineidad.
He allí una oportunidad de mejorar lo que la naturaleza ha creado, dijeron seguramente, inspirados, más que en aquellas pinturas de la historia del arte, en el beneficio económico que la oportunidad del negocio que ya empezaban a atisbar. Cortes al ras o cortes con figuras caprichosas fueron las alternativas que empezaron a proliferar de manera paralela a la cada vez mayor venta de calzoncitos minúsculos y cuya expresión fue minimizándose bajo la forma de la denominada tanga brasilera o el ahora famoso hilo dental. ¿Se imaginan a una mujer con un triángulo frondoso, luciendo el hilo dental. Los vellos saldrían por todos lados, ocultando la minúscula tira, y más que tapándola, literalmente engulléndola en esa suerte de follaje amenazador.
Jamás he visto algo parecido. Sí, en cambio he visto esos hilos dentales que cubren por la retaguardia la inquietante división de sus poderosos hemisferios y, por delante - como diseñado por la más moderna computadora para que no sobre y falte nada – la misteriosa y esencial grieta, puerta de acceso al placer femenino. Debo admitir que la primera vez que vi este hilo dental, lo hice sin discreción alguna, intentando memorizar las formas para luego poder reflexionar sobre él. Debo decir, además, que ese hormigueo interior a la altura de mis genitales que me anuncia que mi proceso de excitación o arrechura está en marcha, pues brilló por su ausencia. Hace muchos años, aún lo recuerdo, un par de vellos oscuros, largos y algo gruesos, escaparon por el costado del bañador de una buena amiga. Mi turbación, acompañada de una violenta erección, no se hizo esperar. Tuve que decirle que los escondiera. Me gané tremendo regañón por indiscreto (pero después hubo muchas risas y bromas), y no pude a lo largo de ese día y muchos días después, liberarme de esas imágenes que, perversas y provocadoras, volvían una y otra vez a mi mente, inquietándome, haciéndome soñar y fantasear.
Amo el vello púbico. Y lo amo, precisamente, por esa cualidad perturbadora que posee. Imaginemos por un momento un cuerpo de piel blanca o morena. Sobre ese fondo, un vello negrísimo u oscuro (siempre más oscuro que la piel) en aquella zona genital que Courbet ha llamado El Origen del Universo, constituye un contraste violento, fascinante, hermoso. Una visión abrupta de ese cuerpo nos conmueve, nos deja paralizados, inmóviles, mientras el corazón se echa a galopar con una fuerza inaudita cortándonos el resuello y haciéndonos sentir más vivos que  nunca.
Para mí, ese momento en que la mujer, abrasada por el deseo, se quita el calzón o abre las piernas mostrando sus genitales cubiertos por esa salvaje vellosidad, es una experiencia que no tiene comparación alguna. Es la naturaleza que responde al llamado de la misma naturaleza. Es el encuentro con aquel turbulento y misterioso mundo primitivo del que provenimos. Y pongo énfasis en la palabra misterioso, porque, precisamente, esos vellos que crecen de manera terca y osada, constituyen en su conjunto una especie de cerco que impide una clara visión de lo que se esconde en medio de ellos. Es la selva natural, es la naturaleza primitiva defendiendo su tesoro invalorable, su fuente de juventud, su mágico sendero.
Quienes defienden la deforestación de ese bosquecillo encantador acuden a la historia para sustentar su gusto y su actitud.  Mencionan que los egipcios, griegos y romanos apelaban a la navaja para borrar de sus cuerpos todo vestigio de pilosidades que atentaran contra sus opciones estéticas, que a la vez les recordara aquellos años de su primera juventud e inocencia. Habría algo de cierto en ello, si consideramos esa casi obsesión por el cuerpo juvenil. Y no hay que olvidar que la pedofilia era algo totalmente permitido en las sociedades griega y romana. También sostienen que en la India había una predilección por la extirpación del vello púbico. Aquí, sin embargo, habría que tomar en cuenta que en La India, todas las mujeres deben ocultar el pelo con un manto. La visión del pelo es para ellos una fuente de turbación. Por extensión, creemos, el vello púbico seguramente fue causa de inquietud y perturbación.
A lo largo de la historia el vello púbico ha sido motivo de controversia. Que si los artistas mostraban el vello de la mujeres. Que si los artistas preferían no dejar huella de esos vellos, rezagos de la era primitiva. Lo cierto es que muchos artistas prefirieron obviar o corregir a la naturaleza, pero hubo algunos, como Goya o Courbet, que se atrevieron a desafiar las convenciones imperantes. Siempre sentí curiosidad por el desnudo femenino y la forma como los artistas encararon su desafío. No sé, sin embargo, cuál fue la razón que los llevó a obviar el bosquecillo . Sí puedo afirmar que la razón que los motivó a obviar u omitir esas fascinantes pilosidades, fue la misma que los llevó a omitir u obviar el detalle de de los genitales femeninos.
Se dice que en los años veinte las mujeres empezaron a lucir los brazos y las piernas, y que como consecuencia de ello, apareció la costumbre de afeitar dichas zonas. Creo que es entendible la razón dada. Era el deseo de lucir unas piernas torneadas, firmes y delicadas. Era el deseo de lucir unos brazos proporcionados y armoniosos.  El vello era un obstáculo para la apreciación de los miembros femeninos. Por tanto, la alternativa del afeitado encontraba una razón, una justificación. Y miremos el centro de este sustento: eliminar el vello sobre los brazos y sobre las piernas para que sea posible una mejor apreciación o visión. Tal razón no es aplicable al vello púbico. ¿Acaso se elimina el vello púbico para que se aprecie mejor lo que está debajo de él? ¿se corta el vello púbico para mostrar mejor los genitales? La respuesta es no. Casi todas la mujeres que optan por el depilado o el afeitado dan como razones la estética o la higiene, lo que en términos sencillos significa la posición ya analizada anteriormente: ‘mejorar lo que la naturaleza ha creado’. En buena cuenta: fuera la naturaleza. Cuando ahora todos intentamos volver a lo natural por saludable y bello, en el campo de Venus se va cínicamente a contracorriente.
Se sostiene, por otro lado, que así como nos cortamos el pelo es bueno también hacer una poda en el vello púbico. No estoy de acuerdo con esa inferencia. El vello púbico, como bien sabemos –salvo en casos raros y excepcionales, que no sé si existan- crece hasta un cierto límite. No va más allá, aunque de forma encantadora, algunos vellitos insinúan su avance –y que es precisamente eso, una insinuación, y no una realidad (no hay que asustarse)- hacia el abdomen, rompiendo la base de lo que, de otra manera, sería una suerte de triángulo invertido perfecto. No me referiré al corte estilizado con formación de figurillas caprichosas, porque, bajo mi punto de vista, resulta de un gusto dudoso.
Hay quienes me dirán que no tengo el derecho de criticar lo que cada mujer puede, debe o quiere hacer con su cuerpo. Cierto. Muy cierto. No intento pontificar. No intento establecer regla alguna ni me propongo anatematizar a quienes les gusta agarrar las tijeras y recortar su bella pilosidad. Sólo opino e intento sustentar mis opiniones y mis gustos. En otras palabras, trato de dar elementos de juicio que sean útiles para aquellos que comparten mis puntos de vista y, para quienes discrepan, motivarlos a que encuentren algunas razones o motivos que vayan más allá del simplificador me gusta o no me gusta. Además, se trata, sin duda, de un tema que a mí me apasiona. Pero, sigamos….con lo mismo…
Los defensores de la tala toman como un hito el 2003, año en el que Tom Ford (¿alguien puede decirme quién es Tom Ford?) le solicitó al célebre Mario Testino que fotografíe a una chica con la G de Gucci formada en su pubis. Tuve la oportunidad de leerlo en un foro en el cual había un inmenso consenso entre las jóvenes acerca de lo ’lindo’, ‘estético’ y ‘delicado’ que era la posesión de una figurilla formada con el vello púbico. Como colofón, un estilista ofrecía a las jóvenes su nutrido catálogo de figurillas posibles de hacer con su hábil tijera, figurillas que iban desde el poco original corazón hasta el inefable bigote de Hitler. Inevitablemente me hice la pregunta de si sería yo capaz de mantener una erección a la vista de tales desvaríos. Después de toda esa fiebre taladora, que Philips lanzara el 2005 el llamado Bikini Perfect, que afeita, recorta y depila, según el gusto de la mujer, no me llamó en absoluto la atención, aunque sí me causó cierta curiosidad por saber si el mercado peruano lo había aceptado. Tal parece que no. No sé si porque es un fiasco o porque es muy caro o si es porque hay cosas que todavía hay que ofertarlas de manera oculta en esta Lima moralista e hipócrita.
Según unos artículos revisados en internet, el pubis es, después de las piernas y axilas, la tercera parte del cuerpo más depilada entre las mujeres europeas. En Latinoamérica, quizás sea también así, especialmente en las zonas donde el consumo de productos foráneos es alto, como las capitales, por ejemplo. Las razones del por qué se afeitan o depilan el pubis, son de lo más variadas. La nota leída habla de una encuesta realizada por Philips a 3749 mujeres. El 31 % de ese universo declaró que lo hace para sentirse más cómoda. ¿Más cómoda? ¿Y qué les incomoda en el vello púbico? ¿Les pica cuando se sientan o se acuestan o cuando juntan las piernas? ¿les molesta el vello púbico al momento de la penetración? ¿tienen ellas mucho trabajo para encontrar el clítoris en medio de la maleza? No entiendo a ese 31 % de mujeres que muy alegremente pasa la taladora por ese bello sur que la naturaleza le ha regalado para su contemplación, juego y placer.
Pero, sigamos con la estadística encontrada. El 69% restante dice que se depila por motivos de seducción. Vaya, vaya. Ahora resulta que la mujer encuentra a un hombre que le gusta y lo primero que hace es mostrarle su pubis ‘arreglado’ o ‘maquillado’. Un motivo más para desear ir a Europa y poder apreciar ese elemento de seducción que ahora, gracias a Philips, se está perfeccionando cada vez más. Veamos el desglose de ese 69%. El 32% manifestó que con el corte se sienten más sexy. Las imagino mirándose en el espejo y cortando primorosamente su vello púbico hasta que su sentido del gusto les dice que han llegado a ese punto en el cual su pareja va a quedar rendida a sus pies. Rescato de este grupo la dedicación al corte, el cuidado amoroso de sus genitales, el uso del espejo portátil para mirar una y otra vez sus genitales. En suma, rescato esa actitud por todo aquello que significa valoración de su cuerpo, aún cuando yo no esté de acuerdo con sus criterios estéticos. El 23 % lo hace para vestirse con ropa más atrevida y provocativa, es decir tras los pasos de la inefable Britney Spears. Famosas son sus fotos en las que acude a una discoteca con una ropa minúscula tal que al bajar del vehículo, un fotógrafo avispado le sacó una instantánea de su vulva completamente libre de vellos. ¿Qué veo yo en esas fotos? Unas piernas magníficas, sí, en posiciones muy sugerentes, pero entre ellas una pequeña raya vertical, una abertura expuesta sin gracia alguna, como si se tratara de una grieta o una fisura en medio de una sabana de agradable tersura pero de un inevitable tono monocorde. Y el 13% se corta los vellitos para agradar a su pareja. Y lo que debería hacer este 13% es –sano consejo- cambiar de pareja.
Y ¿cómo recortan el vello púbico las mujeres? El instrumento más socorrido son las tijeras, pero no faltan quienes utilizan la cera (pobre piel, y así muchas levantan la voz en defensa de la ecología), la cuchilla (piensan que tienen una barba y disponen de su brocha, fuentecilla y cinta afiladora…sólo me gustaría ver cómo se embadurnan de jabón los vellitos….alguna vez ví una película del pornógrafo Tinto Brass donde ello sucedía y debo admitir que tuve una media erección) o las cremas depilatorias (más medios artificiales sobre una zona absolutamente delicada, hecha para la caricia, el beso y el lamido…todo un maltrato que me parece injusto).
Lo cierto, mal que les pese a muchas o muchos (pues parece que ahora los que están por el corte forman una legión), es que poseer el vello púbico es lo normal, lo natural. Depilarse o afeitarse no es ni normal ni natural. Y, una vez más se me dirá que tal definición no importa si lo que realmente interesa es sentirse bien. Sin embargo, insistiré en una razón, que ya adelanté hace un momento, para dejar que el vello crezca libre y salvaje como alguna vez escribí. Como todos sabemos, cada persona tiene una piel más o menos sensible. El afeitado, depilado o rasurado inflama o puede inflamar la delicada piel que rodea a la vulva. Muchas mujeres se someten a esta práctica aún padeciendo la molestia o el dolor que causa.
En resumen, hay pues tres razones principales que esgrimen las mujeres inclinadas hacia el corte del vello púbico: higiene, comodidad y estética. Hemos respondido a las dos últimas razones, pero no hemos tocado la primera –la higiene- que la dejaremos para el final. Asimismo, hay quienes optan por el corte total y quienes gustan tan sólo de delinear el contorno a fin de poder usar los minúsculos bikinis de ahora sin pasar la vergüenza de mostrar algunos vellos rebeldes que intentan fugarse por cualquiera de los bordes de la prenda diminuta.
El corte total está más difundido de lo que se puede pensar (en una encuesta aparecida en Internet, aunque de baja confiabilidad, aparecía un 53% de todas la mujeres que se afeitaban). En el cine porno es muy común encontrar a las actrices mostrando vulvas exentas de toda pilosidad. En su afán de descubrir todo al espectador, arrasan con el vello púbico y queda así al descubierto el clítoris y su capuchón así como los labios menores. Toda la magia del misterio que el vello oscuro y frondoso contribuye a alimentar, se pierde inevitablemente en una exhibición totalmente aséptica y anodina. Hay excepciones, sí señor… Una de ellas es aquella en la que los labios menores –húmedos y cómo pétalos de una flor- están perfectamente delineados y su cierre y apertura ocurren de manera delicada y armoniosa. Ese pequeño espectáculo sí justifica –de manera excepcional- el corte del vello. Y es que aquí, el corte, tal como lo hemos mencionado en un párrafo anterior, se hace para mostrar la belleza que el vello oculta. Una vulva con esa configuración es digna de apreciarse en toda su magnitud.
Delinear el contorno del vello púbico para que el bikini pueda contenerlo sin que haya pilosidades amotinadas, es una tarea bastante común entre las mujeres de hoy en día. Mi opción, sin embargo, ha sido siempre la de preferir que las mujeres usen un bikini de mayor dimensión, muy ajustado para que se dibujen bien sus formas y que evite la coartada del corte solo por necesidad. Aquellos bikinis que usaba Raquel Welch, Ursula Andress y Briggite Bardot son memorables. Delataban sin vergüenza alguna lo que contenían y eran de las dimensiones suficientes como para albergar los preciosos vellos de esas mujeres sobre cuyas piernas maravillosas giró todo un mundo mágico y encantado.
El corte del vello púbico no es exclusivo del mundo íntimo de la mujer. Hay artistas que han utilizado esa práctica para cierto tipo de expresiones o manifestaciones. Hace tres años, el artista chileno Alex Meza rasuró el pubis de su modelo y le dio la forma de euro. Según sus propias declaraciones, con tal acción intentaba reflejar las concepciones de poder que han caracterizado la relación entre los sexos masculino y femenino en la historia. No contento con rasurar a una mujer anunció luego que en su nuevo ‘happening’ iba a tener a siete mujeres.
La base de este proyecto fue El Origen del Universo de Gustave Courbet, cuadro en el que en primer plano aparece un pubis femenino cubierto de una mata de vellos frondosa y oscura. El rostro de la mujer está fuera de los límites del cuadro, de tal manera que el centro de atención es ese pubis inquietante y perturbador. Ese cuadro fue concluido en 1866, pero fue en 1995 cuando se exhibió públicamente por primera vez. El artista chileno parte de esta tela para materializar su objetivo. De todo hay, pues, en la viña del señor.
Y cómo cambian los tiempos. Ahora afeitar una vulva puede tener implicancias políticas. Antes, si bien nadie hablaba –por lo menos públicamente- de vulvas afeitadas o sin afeitar, sin embargo, sí se manifestaba el carácter indecoroso o antiestético de ciertas pilosidades: cejas, axilas, cabello largo. Y lo que la sociedad moralista propendía era a la tala inmisericorde de aquellos restos de la mujer primitiva. En los años sesenta, el acto de afirmación política reivindicado por las feministas fue la conservación de esas pilosidades. Y aunque no sabemos mucho acerca de qué pasaba con los vellos del Monte de Venus, sin embargo, es dable suponer que muy pocas se lo tocaban a la vista de los principios morales, religiosos propios de sociedades conservadoras. Así pues, el depilado era considerado como un gesto de sometimiento al poder del hombre. De allí que en cierto momento fue posible ver y admirar los pequeños bosquecillos que yacían en las axilas de aquellas mujeres dispuestas a no dejarse someter por el varón.
No pasó, sin embargo, mucho tiempo antes de que los comerciantes y los creadores de modas intervinieran introduciendo algunos criterios falaces que bien pueden rebatirse con los mismos argumentos. Decían, por ejemplo, que el corte era beneficioso porque cuando el vello es espeso y largo disimula completamente los órganos de la mujer, dejando menos visibles sus formas y colores. Pero si precisamente es esa condición la que hace de una vulva un órgano apreciable y fascinante. Ese juego ambivalente de ver y no ver, descubrir y no descubrir, saber y no saber es el que carga de emoción la relación de una pareja. Nunca tener la total certeza de qué color son los labios menores o el clítoris, en cada relación sexual descubrir cómo crece el clítoris y qué color adopta la vulva. Todo un desafío en el que los vellos cumplen una función de ocultamiento maravillosa. Y que se complementa con ese lenguaje simple que parece provenir de ese bosquecillo maravilloso: para que puedas entrar a ver el tesoro acaríciame, apártame, obsérvame y mira solo lo que yo te dejo mirar…solázate también mirándome.
Hay quienes sostienen que la presencia de un follaje abundante atenta contra un cunnilingus gratificante y placentero. El comentario más común es que a la pareja le disgusta atrapar un vellito con la lengua. Y bueno, en materia de gustos y colores no han escrito los autores. Para quienes prefieren una vulva ‘peladita’ , que sean felices así. Yo sostengo, lo contrario. Un cunnilingus requiere destreza y resistencia. De la segunda cualidad no hablaré en esta ocasión pues es materia distinta del tema abordado. De la primera, sí voy a hablar. Para empezar, las manos y la mejilla deben acostumbrarse a sentir y a diferenciar la textura del pequeño bosquecillo. Poner la mejilla sobre los vellos y frotarla ligeramente, sintiendo el olor de la vagina y la suavidad de los vellos es todo un placer. Los dedos deben ser diestros para apartar con delicadeza el follaje y descubrir el camino hacia esa llavecita del placer que es el clítoris. Ubicar el pequeño capuchón, frotarlo suavemente hasta sentir que el clítoris se endurece. Seguir frotando despacio. Tirar ligeramente hacia atrás el capuchón para liberar el clítoris, para observar su pequeña cabeza. Pasar con calma la lengua sobre él y deleitarse con los gemidos de ella y su cuerpo tensándose de placer. Continuar en esa agradable tarea sintiendo cómo la vulva se moja más y más. Y ahora sí, apartar la vellosidad que cubre los labios y sentir la felicidad de poder mirar y admirar la forma de estos pétalos. Observar su color rosado, en algunas más pronunciado que en otras. Deleitarse en las húmedas formas interiores de la vagina, aquellos restos del himen que alguna vez cubrió celosamente la entrada, acercar la nariz al surco y aspirar con profundidad y disfrutar de ese olor fresco y natural. Y pasar la lengua por el umbral de la vagina, bebiendo esos jugos que salen del interior de la mujer deseada, de la mujer amada. Pasar la lengua por el vello púbico y humedecerlo. Y sentir al poner la mejilla sobre él, esa cálida y agradable humedad que nos devuelve a esa visión armoniosa del contacto íntimo del hombre con la naturaleza. Y si hay un pelillo que se pega a la lengua, hacer como el niño o el joven que se revuelca feliz sobre el grass, apartar con cariño la hierba adherida a nuestro cuerpo y seguir disfrutando de su textura, de su suavidad, de su olor. Bosquecillo maravilloso, de hierba que nos acoge, de hierba que nos alegra, de hierba que  propicia nuestra felicidad.
Dejé para el final una última razón por la cual una mujer opta por afeitarse o depilarse: la higiene. Hay varios aspectos a encarar aquí, empezando por el concepto que liga la suciedad al vello púbico. Esta frondosa mata de vellos ubicada en la zona genital femenina fue en el pasado una zona prohibida. La mujer no accedía a ella sino para lavarse y rápidamente, durante el baño. Tocarse, examinarse, explorarse, fueron actividades consideradas pecaminosas, con lo cual la mujer perdió durante muchos años, quizás siglos, la posibilidad de conocerse y apreciar su cuerpo y, especialmente, su genitalidad.
Fue, pues la zona prohibida porque allí entraba el órgano del hombre, mancillándola, envileciéndola. La reivindicación de la mujer ocurría sólo a través de la maternidad. Antes de eso, era sólo un instrumento para la expansión de la prole. La penetración sólo ocurría con ese fin. Y en ese momento el pene que ocupaba esa vagina tenía el sello de lo sucio y pecaminoso al ser conscientes de que –a efectos de obtener alivio y placer- dicho pene había estado antes en las vaginas de aquellas mujeres condenadas a la perdición. La penetración con fines procreativos era, entonces, el precio que había que pagar para expandir el apellido. El vello femenino, en tanto resto y evidencia de lo primitivo, fue mal visto y considerado sucio e inmoral. Por otro lado, la función excretora de la mujer sumó una razón más para este concepto de suciedad de los genitales femeninos y, por tanto, del vello púbico que, los hacía evidentes. Finalmente, estando proscritas todas las posibles señales de placer femenino, los genitales y el vello púbico y su aspecto turbador también fueron encorsetados, y en algunas sociedades considerados como aquellas partes íntimas de la mujer que son feas y sucias.

Aún ahora es posible encontrar a mujeres que desconocen su genitalidad, que les repugna tener relaciones sexuales y que sólo las tienen para evitar (inútilmente) que el marido les sea infiel o para procrear. Para ellas, una manera de alejarse de esa suciedad e inmoralidad, es hacer desaparecer el vello púbico, a fin de que los órganos sexuales tengan esa apariencia de inocencia que sólo poseen las vulvas jóvenes. Higiene y complejo de culpa van de la mano construyendo infelicidad y frustración.

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