30/4/14

HUD, EL INDOMABLE



(USA, 1963, Martin Ritt)

Escribe: Rogelio Llanos Q.

Un plano general de un paisaje despojado, vacío, inaugura el film.  Sobre la línea del horizonte,  al fondo, vemos un vehículo motorizado en movimiento. Un nuevo plano nos muestra una vieja camioneta en cuya parte trasera va un caballo. El paisaje americano, antes una pradera cruzada por jinetes al trote o al galope, es ahora una cinta de asfalto en la que los caballos son conducidos en carros hacia algún rancho o un rodeo. O quizás al matadero como en The Misfits.

Sí, estamos en el territorio del Far West, pero es un territorio que está cambiando. La pista que cruza el centro del pueblo, hace tiempo que no hace resonar los cascos de los caballos ni levanta el polvo de las cabalgatas apuradas de aquellos vaqueros afanosos, que tras semanas o meses en el campo, solían en el pasado irrumpir en el ‘saloon’ del pueblo para saciar su sed y sus impulsos pasionales.

No, ahora, el joven ranchero se traslada en un cómodo y amplio descapotable, un cadillac que maneja a toda velocidad y que le sirve para complementar un atuendo que lo hace más atractivo ante las mujeres, casadas o solteras, a las que desdeña o ama, según su estado de ánimo o su capricho.  El sentido del honor quedó atrás. La caballerosidad ante hombres y mujeres quizás alguna vez existió, pero, definitivamente en el momento actual no quedan resquicios de ella.

Hud (Paul Newman), es cínico, peleador, oportunista y ambicioso. Tiene mucho éxito con las mujeres, a las que frecuenta cada noche libre y no le importa lo que los demás piensen de él. Su padre, el viejo Bannon, es, un sobreviviente del lejano Oeste. Tiene su ganado y su rancho y, a pesar de los años y de la crisis, aún está pensando en hacer crecer su propiedad. Ha comprado unas reses en México y todavía es capaz de ilusionarse viendo caminar sus toros por el cada vez más árido paisaje de Texas. Sí, es capaz todavía de ilusionarse, aún cuando no confía en Hud, porque no  desarrolla sentimientos de cariño o lealtad hacia persona alguna.  Hud sólo atina a responder con dureza que su madre murió muy pronto.

Martin Ritt  hizo de Hud, El Indomable un film sobre la decadencia de una época, el fin de esa etapa que los westerns, convertidos en instrumentos de la historia, la embellecieron y la elevaron hacia las alturas de las grandes leyendas o mitos. Entre la realidad y la leyenda, que se inscriba la leyenda, fue el epitafio que cerraría el episodio de uno de los últimos hombres del oeste fordiano: El Hombre que mató a Liberty Valance. Pero, ahora –situándonos en los turbulentos sesenta- ha llegado la hora  de escribir la verdad sobre una etapa clave en la sociedad americana, sobre una tierra en la que germinó odio y progreso. Es la hora de revelar la verdad de una generación. La verdad de una Historia. Y ella, dice Ritt,  no es más hermosa ni idílica. Es dura y desagradable. Es violenta y hasta repulsiva.

En la mirada de Martin Ritt hay melancolía, hay tristeza, pero mucha lucidez. Ritt es un cineasta salido de la televisión, que perteneció a esa onda de directores movidos por un intenso y auténtico sentimiento social, y que, en su caso particular,  lo llevó siempre a profundizar en los comportamientos, gestos y expresiones de los seres humanos, siendo al mismo tiempo muy crítico respecto al mundo que le tocó vivir. Sus personajes siempre han tenido como móviles de sus actos, las preocupaciones raciales (Conrack, Hombre) o sociales (Norma Rae), y, casi siempre, ellos han sido víctimas de la incomprensión de un medio intolerante y agresivo. En Hud, sin embargo, Martin Ritt utiliza a un personaje que, por el contrario, se desentiende de tales preocupaciones y, más bien, representa la transición hacia una formación social cada vez más egoísta y excluyente.

La manera de definir a los personajes por parte de Ritt es ejemplar: a comienzos del film Lon (Brandon de Wilde) busca a su tío Hud en el pueblo. De pronto, vemos a alguien que está limpiando los restos  de objetos rotos y ya sabemos que por allí anduvo Hud. Lo corrobora dicho personaje lamentando el deseo incumplido:  ojalá jamás hubiera entrado Hud a su local. Más allá, otro personaje alude a la presencia de un descapotable en las inmediaciones, entonces, ya intuimos en que el vanidoso Hud ha estado toda la noche tras una presa. A los pocos instantes,  cuando Lon ubica el carro, ve en el piso un zapato de mujer. Nuestras sospechas, entonces, se han confirmado. Hud está en el interior de la casa y cuando sale, desafiante y soberbio, todos ya tenemos ahora una idea muy clara de cómo es el personaje. Bastaron unos cuantos apuntes para que el espectador supiera de la catadura moral de Hud. Así de eficaz era el entrañable Martin Ritt.

Y veamos algo más respecto a cómo describe las relaciones de Hud con su entorno familiar. Al llegar al rancho, Hud apenas si saluda a su padre, y trata con desdén al ama de llaves, desdén en el que no está exenta la presencia del deseo. El joven Lon, mira con no poca admiración a su tío, cuyos movimientos denotan seguridad y confianza.  En el fondo, quiere parecerse a él. Es su modelo. Martin Ritt, en pocos minutos nos ha descrito al personaje, a su entorno físico y ha dado algunas pistas respecto a las relaciones de Hud con los integrantes de su familia. El film luego progresará hacia los conflictos de Hud con cada uno de ellos.

Lo interesante de la cinta es que estos conflictos se dan al interior de un encadenamiento riguroso de las secuencias: cada una de ellas llama inevitablemente a la siguiente, y así el interés jamás decae. La relación de Hud con su padre es totalmente áspera, carente de afectos. Están uno junto al otro porque se necesitan. El viejo lo necesita para que el rancho sobreviva. Hud depende del dinero que le da su padre para llevar a cabo la vida disipada que tanto le atrae. Sin embargo, ahora hay un problema muy serio: las vacas compradas por el viejo Bannon están enfermas y han contaminado todo el ganado.

Hud cree, entonces, que es ya la hora en que debe arrebatarle el rancho a su padre: está tan viejo que fácilmente lo han engañado en el negocio, expresa en voz alta. ¿Y por qué no deshacerse de las reses enfermas antes de tener el diagnóstico?, suelta enfático Hud. ¿Acaso no están podridas las instituciones de este país?, grita exaltado, intentando justificar su opción oportunista e irresponsable.  Pero, el viejo, como aquellos rancheros que construyeron el lejano Oeste, con esa moral inflexible que lucía John Wayne, se niega a actuar como un villano. Sí, un país cuyas entrañas están enfermas, pero en las que aún sobreviven los últimos hombres duros de un Oeste ya cercado, a punto de llegar al crepúsculo de los films de Peckinpah.

Ante lo inevitable, al viejo Bannon no le queda otra alternativa que asumir el momento con dignidad. La tierra, antes sólo hollada por los cascos de los caballos y las carretas que la cruzaron en busca del nuevo Edén, ahora es mancillada por el metal ominoso de los cargadores frontales que hacen de ella una tumba para las reses. Los animales entran a este recinto y la película adquiere un tono elegíaco. Los jinetes, sí, ahora sí vemos jinetes y hombres armados, con rifles, prestos a disparar.  Las imágenes nos muestran los rostros adustos de los hombres que están listos para iniciar la masacre.  Sólo esperan la orden. Y la orden viene del viejo Bannon. Sólo él puede decir cuándo hay que acabar con su ganado. No es la orden para marchar tras la nueva ruta de Chisholm a donde debe ir el ganado para tomar el tren y alimentar a las nuevas poblaciones americanas. No son los gritos de alegría de los vaqueros de Río Rojo, que Howard Hawks los exaltaba con una épica admirable. No, ahora es la apagada voz del viejo Bannon que da la orden de disparar y el joven Hud que aprieta el gatillo para acabar lo que él ya había empezado a destruir, consciente o inconscientemente, tiempo atrás.

Si bien es cierto que la mirada de Ritt hacia el nuevo presente es dura, sin embargo, el enjuiciamiento del pasado, por muy heroico o mítico que la memoria lo recuerde, no resulta siendo tan complaciente. Hud es hechura de su padre. Su rebeldía tiene un origen en la conducta opresora y dura del viejo que, además, conserva rencores lejanos hacia Hud, causante de la muerte de su hermano, en un accidente automovilístico. Hay también en el comportamiento de Hud una suerte de auto castigo, de impulsos autodestructivos y de un cinismo con el que enfrenta a la culpa que siente por esa muerte de un hermano que fue su cómplice, que fue su compañero de juergas y aventuras. E hizo bien, Martin Ritt en no recargar las tintas con complejidades psicológicas y apelar más bien al apunte sutil, al dato clarificador, al gesto necesario.

Y, sin duda, lo que hace de Hud un film atractivo es la continua referencia al western a través de grandes y pequeños anotaciones que se insertan en las imágenes, en los personajes y hasta en la misma banda sonora. Pienso en el joven Lon, personificado por Brandon de Wilde. Lo que hace Ritt con este personaje es una suerte de continuación de aquel chiquillo que, curioso e impulsivo, no se perdió detalle alguno de la gesta de Shane, el desconocido, el personaje del célebre film de George Stevens. Como en ese film, aquí Brandon de Wilde, sigue a su tío Hud a todas partes, celebrándolo y admirándolo, peleando orgulloso a su lado, hasta su desencanto final, desencanto que proviene por el lado afectivo: no puede continuar admirando a alguien que se niega a continuar con el sueño del abuelo, es más que planea derrocarlo para apropiarse del rancho.  No puede admirar a quien intenta ultrajar a Alma, esa mezcla de madre y amante, a la que desea secretamente. No puede admirar a quien quiere destruir ese mundo hecho de héroes y leyendas, hecho del polvo que levantan las reses o los caballos, para sustituirlo por el oro negro que está por emerger de las profundidades de esa tierra a punto de morir.

Pero también pienso en Alma, el ama de llaves del rancho, la eficiente y sacrificada mujer que atiende y hace los gustos de los tres hombres de la casa. Alma es la mujer con la que Hud coquetea cada día, y por la que ella se derrite a solas, pero que se contiene porque ya vivió una vez el fracaso de vivir con un cínico y sinvergüenza. Ella ahora es una mujer libre, capaz de gobernar su cuerpo y sus deseos, capaz de irse a donde le da la gana. Sin duda, una auténtica mujer del Oeste (¿hawksiana?) , capaz de amar intensamente a su hombre o de aniquilarlo si no está a la altura de sus deseos e intereses. Patricia Neal estuvo maravillosa en este film.

Hud, El indomable,  es, sin duda,  la expresión desencantada sobre un Oeste en extinción, avasallado por una modernidad que se impone lenta e ineluctablemente. La banda sonora del film subraya la visión y el sentir de Martin Ritt: el country invasor de la radio es acallado una y otra vez, y sobre él o sobre el silencio impuesto, una tonada austera y cálida, proveniente de las cuerdas de una guitarra, se eleva y nos transmite su ternura y su nostalgia.

Lima, 27 de febrero de 2012.




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