Escribe: Rogelio Llanos Q.
Siempre he tenido terror a las
arañas. Grandes o pequeñas, reales o en imágenes, estos animales que en el
imaginario del hombre y en las diversas mitologías han representado al mismo
tiempo la paciencia y la maldad, nunca han dejado de causarme repulsión. Allí
donde aparece alguna, un zapatazo funciona, de manera invariable, como una suerte
de exorcismo del estado de pánico en el que ingreso inevitablemente. Aunque en
realidad ese pánico jamás me ha paralizado lo suficiente y, más bien, me ha impulsado
a actuar con decisión buscando el medio más efectivo para acabar con la
amenaza.
Los documentales y filmes de
ficción sobre las arañas me estremecen y me ponen los pelos de punta. Y, a
despecho del asco y del miedo que estos bichos me suscitan, las imágenes –impresionantes,
violentas de este microcosmos animal- generan sobre mí un efecto hipnótico: no
puedo apartar mis ojos de la pantalla. Si hasta tomé la decisión de ir a ver la
película Aracnofobia (1990, Frank Marshall) cuando la estrenaron. Aunque, en
honor a la verdad, debo decir que el film era muy truculento e inverosímil, a
tal punto que el efecto terrorífico buscado por el director de la película se
revirtió e hizo que pronto yo perdiera el interés en la historia.
Tengo, pues, un extraño
sentimiento de atracción y aversión por estos animales que cualquier
información que llega a mis manos sobre ellos, la leo con una avidez inusual.
Más tarde, como una manera de socializar mis temores, comparto lo aprendido con
otros y, no pocas veces, el asunto de marras termina siendo un buen motivo de
conversación.
Hace unos días, el noticiero científico
que suelo recibir a través de Internet trajo un texto que habla de una relación
estrecha entre la electricidad y las telarañas. El resumen de la nota decía que
gracias a los efectos de la electricidad estática, tanto insectos como
partículas contaminantes del aire son capturados por las telarañas. Este
fenómeno ha sido descubierto –no sé si hace poco o mucho tiempo- por los
científicos de la Universidad de Oxford.
Veamos la explicación: las
telarañas tienen un pegamento que es un buen conductor de electricidad, y cuyas
propiedades electrostáticas le permiten atrapar todas las partículas que poseen
cargas eléctricas. De esta manera, la araña captura en su impresionante red
polen, polvo, pequeñas semillas, insectos voladores, pero también partículas
procedentes de sustancias que contaminan el ambiente.
Afortunadamente hay en algunos investigadores,
y especialmente en los físicos, una particularidad: no sólo se acercan a la
naturaleza con la curiosidad del hombre de ciencia, lo hacen también atraídos
por el equilibrio y la armonía de los fenómenos de la naturaleza. Es decir, al
interés científico que gobierna su trabajo se suma una profunda emoción por la
expresión estética descubierta en el mundo que lo rodea. Es posible, entonces,
comprender el sentido de las palabras de Fritz Vollrath, director del estudio:
“La elegante física de estas redes las convierte en filtros activos, perfectos
para la captación de contaminantes presentes en al aire, como los aerosoles y
los pesticidas”.
Vollrath no sólo aprecia la
cualidad estética de la telaraña, sino que, además, como científico de estirpe,
se proyecta hacia el futuro y ve la posibilidad de aplicar los principios
físicos que ve en el hecho natural en un invento cuya concepción ya empezó a
germinar en su cerebro.
Hablamos de una posibilidad de
uso, pero en realidad hay muchas posibilidades. El científico ve también a las
telarañas como elementos de predicción de la calidad del aire. Y la explicación
es sencilla: la araña suele comer su tela y luego construye otra. La nueva
telaraña, entonces, adquiere determinadas características según lo que ella haya
atrapado durante el tiempo que le sirvió de red al pequeño animal. Y el ejemplo
al que acude el científico nos deja sorprendidos: si hubiera restos de LSD la
tela tendría un aspecto ‘hermoso’; y, en cambio, su aspecto sería ´terrible’ cuando
hay restos de cafeína. Por tanto, si se observa con detenimiento el aspecto de
la tela –y, previa formulación de los patrones adecuados - se podría saber qué
elementos contaminan el aire de la zona.
Así pues, un animal tan repulsivo
y amenazante como una araña es capaz de crear algo útil y estéticamente
atractivo. La próxima vez que me encuentre un bicho de estos, trataré de
contener mis impulsos homicidas pensando en lo que el científico vio en este
pequeño y aterrador universo animal…pero, luego, dejando atrás el momento de
reflexión, nada evitará que yo, respondiendo a mis miedos ancestrales, aseste
mi golpe mortal.
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Fuente: La electricidad ayuda a las telarañas a capturar presas y partículas
contaminantes. Universidad de Oxford. Revista: Tendencias Científicas.
Lima, 21 de enero de 2014
Escrito para el noticiero digital de Quimpac
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