Escribe: Rogelio Llanos Q.
Son
las nueve de la noche en el coloso de River Plate. El público localizado en la
cancha se remueve inquieto en sus ubicaciones y se escuchan aplausos y silbidos
de impaciencia. Hay mucha expectativa por ver a Slowhand tras diez años de ausencia de los escenarios bonaerenses.
Parte de nuestro interés está centrado en la composición del set list. Nuestra curiosidad tenía que
ver con la interrogante de si incluiría algunos temas de su último disco Back Home, disco que consideramos lastimosamente
fallido. Bien dice Joaquín Sabina que la felicidad no se lleva bien con las
musas. Y no le falta razón. Eric Clapton ha confesado que ahora vive una etapa
de estabilidad emocional, de felicidad hogareña y, precisamente, el título del
disco mencionado alude a tal experiencia de manera abierta y categórica: tras
muchos años viajando entre la bebida y los alucinógenos, al fin la vuelta al hogar, al amor conyugal y
al universo de las travesuras infantiles. Bien por su felicidad, lástima por
una creatividad en espera de oportunidades propicias.
Con
tal antecedente, entonces, nuestra curiosidad por los temas que su concierto
incluiría es bastante grande. Eric Clapton no es un artista de un ayer reciente,
es toda una leyenda del blues y del rock. Es más, aquellas composiciones de uno
de sus últimos discos que no nos impresionaron
(salvo el tema con el que abre su álbum, So
Tired), interpretados ante una multitud pueden sonar diferentes. Ya Bob Dylan
nos ha demostrado lo que puede hacer con aquellos viejos temas de sus
comienzos, pero también con los recientes: en el escenario, el artista se
transforma, se eleva, y puede –como un acto mágico- convertir la canción
intrascendente en una versión nueva, inolvidable, única. Y Eric Clapton no sólo
lo sabe, suele hacerlo en sus inspiradísimas presentaciones en vivo.
A
las nueve y diez de la noche aparece en escena Eric Clapton, abrigado con una
casaca oscura y una hermosa Fender
Stratocaster celeste en ristre. Se apagan las luces del estadio, quedan
encendidas unas pocas sobre el escenario y apenas da unos pasos ante el público
ya está pulsando las cuerdas de su guitarra y las primeras notas de Key to the Highway se escuchan en medio
de los gritos y aplausos del público que lo recibe de pie. Su saludo, un escueto “good evening” y los
sonidos de su guitarra que electrizan el ambiente, son el prólogo de toda una
declaración de principios en que se convierte su primera canción: tengo la
llave de la carretera, iremos directo hacia la frontera, un beso rápido de
despedida, pues ya no habrá retorno posible.
Eric
Clapton continúa en el camino, como Dylan, como McCartney, como los Stones. No
importan los años, morirán con las botas puestas. Y como esos viejos
dinosaurios, Clapton exhibe ante propios y extraños sus virtudes, su maestría.
Nunca como ahora, tan real y tan patente aquel dicho: la antigüedad es clase. Y
tras el primer y rápido “thank you”, sin prólogo alguno arranca una pequeña
introducción para una sentida versión de Tell
the Truth: sí, no importa quién seas o hacia donde te dirijas…abre los ojos
y mira hacia tu interior.
De
inmediato los acordes secos y característicos de Hoochie Coochie Man, el clásico de Willie Dixon remece el estadio.
La voz ronca de Clapton y las notas agudas de su guitarra alternan
armoniosamente con los coros de Michelle John y Sharon White y los teclados de
Chris Stainton y Tim Carmon. Una versión para el recuerdo.
Y
cuando creíamos que ya habíamos tocado el cielo, Eric Clapton nos descerrajó un
directo al corazón: Old Love. Versión
única e irrepetible, que jamás hemos escuchado anteriormente. Allí Clapton lo
dejó todo. Inspiradísimo en cada uno de aquellos viejos versos de 1989 que
escribiera junto a Robert Cray para el hermoso Journeyman. Pero la emoción llegó al tope cuando hizo un prolongado
intermedio con su guitarra. Versos dirigidos al viejo amor, cuyo rostro aún
recuerda, el viejo amor que aún duele porque la llama no se ha extinguido. Ver
a Clapton entregándose generosamente en el escenario en esas notas sostenidas
de su guitarra, vibrando a la par que su corazón, fue una experiencia que colmó
nuestra emoción. Un grande, sin duda
alguna.
I shot the Sheriff en tiempo de reggae y su pequeño homenaje a Bob Marley
distendieron el ambiente. Clapton y su coro femenino lograron un buen
contrapunto de voces en una versión que no se diferenció mucho de la que
conocemos tanto en sus interpretaciones en estudio como sobre el escenario.
Era
la hora del blues. El tiempo del homenaje a los amados Muddy Waters, BB King y
sobre todo Big Bill Broonzy y su toque de guitarra acústica. Sentado y con la
acústica en las manos, en la cálida noche primaveral de la hermosa Buenos
Aires, Clapton reprodujo con Driftin’ y
Nobody knows you when you´re down and
out, aquellas notas blueseras que
nos transmitieron fielmente esas sensaciones que el artista descubrió en su
encuentro con el primitivismo relajante de esa música que, en su juventud, le
abrió las puertas de un universo hecho de negritud, añoranza y marginalidad, y
que ha cultivado con tanta unción y lealtad a lo largo de su extensa y fructífera
carrera musical.
No
podemos negar que nos emocionamos apenas escuchamos las primeras notas de Lay Down Sally, un blues ligero a paso
de polka, que nos trajo gratísimos recuerdos de aquel hermoso álbum Just One Night de 1980, grabado en
Budokan, Japón. Ya en esa época Chris Stainton acompañaba a Clapton en los
teclados. Lay Down Sally, el tercer
‘track’ del álbum le daba un toque de frescura y de desenfado que fue también
posible percibir en la interpretación actual. Échate, Sally, y descansa en mis
brazos, ¿no crees que necesitas alguien con quien hablar? Vamos, Sally no
necesitas irte tan pronto….Composición sencilla, blues agridulce que esconde un
leve aire de melancolía, que luego se acentuaría con aquellos versos en los que
expresa, con el sentimiento a tope, que no hay cosa más maravillosa que motivar
a que el objeto de su amor haga realidad sus más encendidos sueños (When somebody thinks you are wonderful).
El
final de este bloque acústico llegó con el clásico de los años setenta, Layla. Una versión sentida, lenta y
emotiva, escrita para quien fuera uno de sus grandes amores, Patty Boyd, que,
en la época en la que Clapton compuso el tema, era la esposa de George
Harrison. El tema descubre el amor loco, el amor desesperado y autodestructivo,
que el cantante vivió desde el momento que conoció a quien se convirtió en la
prenda de su afecto, y a quien persiguió sin descanso hasta hacerla suya. Esta hermosa canción, en su versión original,
con guitarra eléctrica, acordes furiosos y entonación agitada ponía en
evidencia la turbulencia de una relación afectiva que marcó a fuego al artista.
No podemos negar que esperábamos esa versión eléctrica que escuchamos cuando
jóvenes, olvidando que las aguas encrespadas de entonces, ahora se han calmado
y que la pasión de ayer es hoy, al margen de las heridas causadas, un hermoso e
inolvidable recuerdo. Mientras Clapton desgranaba con emoción su nueva versión
de Layla, nos preguntábamos si al
menos conservaría la bella coda de piano de la canción original, suerte de
movimiento calmo luego de la tempestad. No, no la conserva más.
De
pie otra vez y con la Fender Stratocaster
nuevamente en ristre, Clapton inició el riff
de guitarra característico de Badge
con lo cual, una vez más, nos contagió
júbilo y emoción. Apartado del micrófono ejecuta su riff introductorio, luego da unos pasos hacia adelante, pega su
rostro al micro y dispara con su voz cargada y grave: “Thinkin' 'bout the times
you drove in my car….”, y cuando finaliza el sexto verso de la canción, “Then I
told you 'bout our kid, now he's married to Mabel”, una pausa, se aleja del
micro mientras los sonidos de los instrumentos (guitarra, teclados, platillos…)
quedan flotando en el ambiente electrizado del estadio. Luego de unos segundos,
se adelanta, mira la cuerda que ahora va a pulsar, aprieta el pedal y lanza el riff puente característico de este
segundo movimiento. El sonido limpio de su guitarra encuentra eco en el latido
de nuestros corazones. Cada nota, cada sonido nos envuelve, nos fascina, nos
carga de ilusión. Y luego, continúa: “Yes, I told you that the light goes up
and down”, para luego de concluir “Yes, before they bring the curtain down”, y prolongar
la emoción con aquellos sonidos agudos que salen de los últimos trastes de su
guitarra, predios predilectos
de
uno de las más grandes guitarristas de todos los tiempos. Cierra los ojos,
mueve la cabeza, se inclina hacia atrás, se deleita con los sonidos que extrae
de su instrumento. Chris Stainton, el tecladista, se une inspiradísimo a esta
suerte de ordalía y, finalmente, toda la banda y los coros se unen en un
vibrante “Where is my badge?” que nos emociona y nos hace ponernos de pie.
Siguió
otro homenaje a Patty Boyd, Wonderful
Tonight, en una versión corta, pero no por ello menos inspirada. Y, sin
duda, su Before You Accuse Me, rozó
también el cielo. Un blues guerrero con un largo intermedio que permitió gozar
del virtuosismo de los tecladistas Chris Stainton y Tim Carmon, virtuosismo que
se reiteraría en el homenaje al bluesero Robert
Johnson en Little Queen of Spades.
El esperado Cocaine, y un pequeño encore constituido por otro homenaje a
su maestro Robert Johnson –Crossroads-
fueron el espléndido cierre de un
concierto que colmó nuestras expectativas, alimentadas a lo largo de los muchos
meses de espera, desde aquella mañana en que nos enteramos que Slowhand iba a recalar en el amado
Buenos Aires. Entre el Key to the
Highway y el Crossroads, la vida
se convirtió en un caminar a través de un pentagrama sembrado de recuerdos de las
muchas horas pasadas junto al tornamesa viendo girar los viejos long plays, remembranzas
lejanas de aquella niña que se entusiasmaba con los vibrantes riffs de Layla e imágenes
emotivas de aquellas ilusiones que surgen entrañables día a día mientras la
música satura nuestros oídos y el sol empieza a despuntar cada mañana.
Lima, 25 de
octubre de 2011.
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