29/4/14

TORO SALVAJE

(Raging Bull, 1980, Martin Scorsese)

Escribe: Rogelio Llanos Q.

Cuando Jake La Motta es arrojado a la cárcel y, estando frente a uno de los muros de su prisión, se golpea la cabeza y se pregunta por qué lo tratan así, negando a reconocerse en ese ser miserable en que se ha convertido, ha tocado fondo en la espiral de violencia en la que ha estado inmerso. A partir de allí, dice Martin Scorsese, sólo puede volver a  subir para renacer. Y, efectivamente, desde entonces, Jake  La Motta será un hombre distinto. Los golpes, la sangre, los celos obsesivos habrán quedado atrás, para dejar paso a un showman, un hombre que juega con las palabras, que hace reír, que vive de recitar a Shakespeare, Tennesee Williams o Paddy Chayevsky. En suma, es un hombre que está tratando de sobrevivir y, para quien, en palabras del mismo Scorsese, se abre una esperanza.

El descenso al horror, la violencia sin freno, la culpa, la expiación, el renacer, la esperanza. Todos estos términos forman parte del universo de Scorsese y, en el caso de El Toro Salvaje, vuelven a explicitarse como parte de un rito de purificación. Jake La Motta, un boxeador de los pesos medios asume sus peleas como quien se empeña en la expiación de una culpa: la absorción de un castigo desmedido es la constante de cada encuentro independientemente del resultado. Y esa misma rudeza ejercida en el ring es transportada a su hogar, donde, salvo el primer encuentro con Vickie, cada momento está provisto de una tensión a punto de estallar. En el mundo del boxeador Jake La Motta no hay paz alguna, el infierno se traslada con él y envuelve a todo su entorno. La Motta, héroe o antihéroe, solitario y perdedor deberá conocer el horror antes de emprender su nueva lucha por recuperar el aplauso del público.

El Toro Salvaje no es propiamente una película sobre el mundo del boxeo aun cuando su personaje sea un boxeador o aun cuando se muestren algunas escenas de las peleas sostenidas por La Motta en su camino al título. A Scorsese no le interesa los tejes y manejes que hay detrás de cada pelea. Ya lo dijimos antes. El Toro Salvaje es un filme sin concesiones acerca de una expiación. Por tanto, su interés se va concentrando en torno a la figura de su personaje, soberbiamente encarnado por Robert De Niro, y el tratamiento que Scorsese le va impartiendo a su película se va tornando cada vez más estilizado conforme progresa y nos acercamos a la derrota final de La Motta.  El ring se va estrechando, el rostro se va deformando, los flujos de sangre son más impresionantes, el cuerpo lacerado del boxeador ocupa toda la pantalla mientras el agua y la sangre se mezclan en una suerte de baño preparatorio para el sacrificio, los golpes son demencialmente amplificados, la borrosa imagen del contrincante que se acerca en ralenti va semejando la llegada lenta pero implacable del destino con su carga bestial y punitiva. El Toro Salvaje es un poderoso estudio sobre la violencia vivida y ejercida por un hombre en un medio que el cine más comercial casi siempre ha sido proclive a utilizar para reforzar el mito del sueño americano. La mirada de Scorsese si bien es dura y descarnada, no está exenta de comprensión. Y el espectador adhiere a esa mirada, subyugado por la rara mezcla de violencia y belleza que sólo es posible encontrar en una obra maestra.


Lima, segundo semestre de 1995

Escrito para La Gran Ilusión

No hay comentarios: