(Raging
Bull, 1980, Martin Scorsese)
Escribe: Rogelio Llanos Q.
Cuando Jake La Motta es arrojado a la
cárcel y, estando frente a uno de los muros de su prisión, se golpea la cabeza
y se pregunta por qué lo tratan así, negando a reconocerse en ese ser miserable
en que se ha convertido, ha tocado fondo en la espiral de violencia en la que
ha estado inmerso. A partir de allí, dice Martin Scorsese, sólo puede volver
a subir para renacer. Y, efectivamente,
desde entonces, Jake La Motta será un hombre
distinto. Los golpes, la sangre, los celos obsesivos habrán quedado atrás, para
dejar paso a un showman, un hombre
que juega con las palabras, que hace reír, que vive de recitar a Shakespeare,
Tennesee Williams o Paddy Chayevsky. En suma, es un hombre que está tratando de
sobrevivir y, para quien, en palabras del mismo Scorsese, se abre una
esperanza.
El descenso al horror, la violencia sin
freno, la culpa, la expiación, el renacer, la esperanza. Todos estos términos
forman parte del universo de Scorsese y, en el caso de El Toro Salvaje, vuelven a explicitarse como parte de un rito de
purificación. Jake La Motta ,
un boxeador de los pesos medios asume sus peleas como quien se empeña en la
expiación de una culpa: la absorción de un castigo desmedido es la constante de
cada encuentro independientemente del resultado. Y esa misma rudeza ejercida en
el ring es transportada a su hogar, donde, salvo el primer encuentro con
Vickie, cada momento está provisto de una tensión a punto de estallar. En el
mundo del boxeador Jake La Motta
no hay paz alguna, el infierno se traslada con él y envuelve a todo su entorno.
La Motta , héroe
o antihéroe, solitario y perdedor deberá conocer el horror antes de emprender
su nueva lucha por recuperar el aplauso del público.
El
Toro Salvaje
no es propiamente una película sobre el mundo del boxeo aun cuando su personaje
sea un boxeador o aun cuando se muestren algunas escenas de las peleas
sostenidas por La Motta
en su camino al título. A Scorsese no le interesa los tejes y manejes que hay
detrás de cada pelea. Ya lo dijimos antes. El
Toro Salvaje es un filme sin concesiones acerca de una expiación. Por
tanto, su interés se va concentrando en torno a la figura de su personaje,
soberbiamente encarnado por Robert De Niro, y el tratamiento que Scorsese le va
impartiendo a su película se va tornando cada vez más estilizado conforme
progresa y nos acercamos a la derrota final de La Motta. El
ring se va estrechando, el rostro se va deformando, los flujos de sangre son
más impresionantes, el cuerpo lacerado del boxeador ocupa toda la pantalla
mientras el agua y la sangre se mezclan en una suerte de baño preparatorio para
el sacrificio, los golpes son demencialmente amplificados, la borrosa imagen
del contrincante que se acerca en ralenti
va semejando la llegada lenta pero implacable del destino con su carga bestial
y punitiva. El Toro Salvaje es un
poderoso estudio sobre la violencia vivida y ejercida por un hombre en un medio
que el cine más comercial casi siempre ha sido proclive a utilizar para
reforzar el mito del sueño americano. La mirada de Scorsese si bien es dura y
descarnada, no está exenta de comprensión. Y el espectador adhiere a esa
mirada, subyugado por la rara mezcla de violencia y belleza que sólo es posible
encontrar en una obra maestra.
Lima, segundo semestre de 1995
Escrito para La Gran Ilusión
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