Escribe: Rogelio Llanos
Mencionar PASION DE LOS FUERTES (My darling Clementine, 1946, John Ford) implica evocar unas imágenes cargadas de nostalgia y vitalidad, especialmente aquellos breves momentos de tranquilidad en el agitado Tombstone de 1868 y, sobre todo, las del baile de Wyatt Earp y Clementine. El gesto de Henry Fonda, lanzando el sombrero a un costado y conduciendo del brazo a Cathy Downs hasta la plataforma de baile, resume con gracia e inteligencia la personalidad viril y galante de un hombre fiero con las armas, pero tímido al contacto de la belleza femenina.
El Wyatt Earp que compone Henry Fonda se
nutre de la mitología westerniana y de la fuerte personalidad del actor.
Tratando de convertirse en ganadero, Wyatt se hace nombrar comisario de
Tombstone buscando vengar la muerte de su hermano. Allí hará amistad con el
pistolero Doc Holliday (Victor Mature), rechazará a la guapa, pero tramposa
cantinera “Chihuahua” (Linda Darnell), amará a la dulce y fiel Clementine
(Cathy Downs) y dará cuenta de los malvados Clanton en el célebre duelo del O.
K. Corral. Valores como la amistad, el coraje, el orden, la caballerosidad,
reivindicados por un personaje tan intenso como entrañable, son comunicados de
manera trasnparente por Henry Fonda.
Nobleza en la mirada, solemnidad en el
gesto, fueron las notas peculiares de las figuras protagonizadas por este actor
de temple westerniano. Su distinción subsistió aún en personajes
controvertidos, como lo demuestra el terco oficial de FUERTE APACHE (Fort
Apache, 1948, John Ford) o el pistolero de ERASE UNA VEZ EN EL OESTE (Once upon
a time in the West, 1968, Sergio Leone). Su porte digno fue transmitido con
naturalidad a los héroes que le tocó representar. La dureza de los personajes
encarnados no pudo, sin embargo, ocultar ciertos rasgos de timidez propios del
carácter del actor. Pues bien, con todas esas virtudes están edificadas las
imágenes cinematográficas del sheriff de Tombstone cuya epopeya, reconstruida
con la libertad propia del género, se beneficia del hermoso Monument Valley
fordiano que le sirve como imponente fondo paisajístico.
Dentro de la obra fordiana, Wyatt Earp
representa el vehículo eficaz en la lucha por la instauración de la
civilización. Al margen de las causas vindicativas que movilizan a Earp y a sus
hermanos para hacerse cargo de la ley, es el deseo intenso de establecerse, de
formar un hogar en un lugar donde la vida pueda discurrir tranquilamente y sin
derroches inútiles de adrenalina, lo que modula el comportamiento del héroe.
Las imágenes de Wyatt, jugando a las
cartas, afeitándose en la barbería o sentado en el porche viendo transcurrir la
existencia diaria, son muy claras en su intención de descubrir el anhelo de una
vida en comunidad. La tarea conjunta emprendida por los hermanos, el recuerdo
emocionado del hogar lejano (al final Wyatt se separa de Clementine para ir a
ver a su padre) e incluso, la intención de Wyatt de dejar vivo a su enemigo
para que sufra los dolores de la soledad y el destierro (intención que su
hermano Morgan no comprende y, más bien, decide abatirlo a tiros), reafirman
con gran intensidad el valor que para él adquiere la organización familiar, sólo
posible a través de un orden social basado en la justicia y la libertad.
Objetivo muchas veces logrado, pero pocas veces compartido. Los héroes fordianos, como Wyatt Earp, son una suerte de caballeros andantes que cumplen una misión al servicio de un grupo humano con el cual conviven circunstancialmente y al cual aspiran pertenecer; sin embargo, como si un estigma les acompañara, les es imposible evitar la soledad final. De esa contradicción, nace ese sentimiento de nostalgia que baña buena parte de la filmografía de John Ford.
Objetivo muchas veces logrado, pero pocas veces compartido. Los héroes fordianos, como Wyatt Earp, son una suerte de caballeros andantes que cumplen una misión al servicio de un grupo humano con el cual conviven circunstancialmente y al cual aspiran pertenecer; sin embargo, como si un estigma les acompañara, les es imposible evitar la soledad final. De esa contradicción, nace ese sentimiento de nostalgia que baña buena parte de la filmografía de John Ford.
Definitivamente pues, no existe otro
Wyatt Earp que el encarnado por Henry Fonda en PASION DE LOS FUERTES. No
tenemos muchas referencias del personaje real, salvo que era diestro con las
armas y con la baraja, pero ello, finalmente, no nos interesa. Después de todo,
el mismo Ford se encargó sabiamente de postular la sumisión de la realidad a la
leyenda si ésta era más hermosa. La historia del Wyatt Earp fordiano lo es y,
por tanto, es verdadera, es auténtica.
Escrito para La Gran Ilusión
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