(New York I love you)
Dirige: Mira Nair,
Natalie Portman, Shekhar Kapur y otros
Escribe: Rogelio Llanos Q.
Puestos a escribir sobre Me enamoré en Nueva York (New York I love
you) nos encontramos con que no hay en el film escena o secuencia alguna
que nos haya causado emoción o despertado el más mínimo interés. Es sumamente
frustrante ver a actores de la talla de Andy García, Ethan Hawke, Julie
Christie, John Hurt o Eli Wallach recitando parlamentos sin convicción alguna y
perdidos en medio de historias que se proponen –no sin cierto ánimo
exhibicionista- ser originales, como sucede
en el episodio dirigido por Shekhar Kapur, cuya vena fantástica se confunde con
el sueño o con el recuerdo.
Las historias pudieron haber
ocurrido en cualquier parte del mundo. No hay elementos de anclaje a la gran
urbe neoyorquina. En ningún caso podemos decir que hay una integración entre el
paisaje y los personajes. Todas las historias, que tienen como temática el amor
en sus diferentes variantes, transcurren teniendo como fondo el abigarrado paisaje neoyorquino, en el que miles de transeúntes se desplazan
con apuro y ensimismados en sus problemas y angustias en esa verdadera jungla
de asfalto y acero. Sí, transcurren en ella, pero jamás logramos establecer el
nexo entre la anécdota y el paisaje geográfico en el que ocurre.
No sé si la presencia de
cineastas foráneos como Jian Weng (episodio del ladrón que termina robándole la
chica a Andy García), Mira Nair (episodio en el que Natalie Portman entra a comprar
una joya y termina despertando sueños e ilusiones) o Shunji Iwai (historia en
la que Orlando Bloom, teléfono en mano, suelta una larga perorata sobre amores
y libros), por mencionar algunos ejemplos, contribuyen con sus desaciertos a
darle una mayor sensación de extrañeza al film. Lo cierto es que, bajo nuestra
percepción, estos directores, con algo más que experiencia en el oficio, nunca llegan a tomarle el pulso a la ciudad.
Los episodios se suceden unos a
otros de manera plana, sin convicción, que se evidencia tanto en los diálogos
como en las imágenes que de inmediato revelan el rumbo previsible de los
acontecimientos: no necesitamos que Maggie Q le diga a Ethan Hawke que ella es
una prostituta, lo intuimos o lo sabemos mucho antes, y que Robin Wright y
Chris Cooper son pareja lo captamos desde el comienzo. El desarrollo de las
pequeñas historias no enriquece la visión que tenemos de los personajes, y los
acontecimientos no adquieren la autenticidad necesaria para dar credibilidad al
universo mostrado.
En las secuencias de enlace entre
los episodios, encontramos a un
personaje femenino que deambula con su cámara de vídeo tratando de captar la
vida y el rumor cotidianos. Quizás, los responsables de la producción quisieron
con ello aludir al trabajo propio, tal vez pensaron hacer algo que se pareciera
a ese impulso espontáneo y primario de quien pasea por la ciudad con una cámara
pequeña y de aficionado dispuesto a captar la vida neoyorquina en su fluir
rutinario. Quizás esperaban transmitir la frescura que emana de ese encuentro
libre y sorpresivo con el universo filmado. Quizás. Pero la presencia de diez
cineastas con diferentes sensibilidades y con historias bajo el brazo
totalmente heterogéneas y sin componer una estructura orgánica ligada con solidez
a la ciudad que las alberga, pone en evidencia las graves carencias del film, de las cuales
la mayor es la falta de esa voluntad de indagación apasionada y profunda que sí
es posible encontrarla, por ejemplo, en los films del español José Luis Guérin
(En Construcción, En la Ciudad de Sylvia), en las que la
cámara del español se sumerge y se compenetra con las ciudades por las que
pasea.
Lo cierto es que el film dirigido,
con premeditación y alevosía, a encantar a la platea, tal como lo intentara hace
un tiempo París, je t´aime, no llega
a levantar vuelo y lo mejor que podemos decir de él es que, en su elefantiásico
reparto, es posible ver algunos nombres, cuya irrupción en algún tramo del film
sorprende y despierta expectativas…aunque luego, lástima, todo se eche a perder
y genere desilusión. Eli Wallach, cuyos trabajos ahora en su edad otoñal, están
impregnados de un aura entrañable, aquí, en el episodio que dirige Joshua
Marston, está al borde de lo patético encarnando al anciano que, de brazo de su
pareja, oscila entre el reniego y el amor. Como sombrío resulta ver a James
Caan, el gran Sonny de El Padrino,
trabajar en el, quizás, peor episodio del film, a cargo de Brett Ratner: aquí,
un Jimmy Caan, cumplidor (¡qué duda cabe!) y desperdiciado, hace de padre de
una muchacha que simulando ser tullida, utiliza a su pareja de ocasión para
realizar sus fantasías.
Que Me Enamoré en Nueva York, como antes París, je t´aime, no le hagan justicia a las ciudades que les
sirven de referencia no significa que ellas
sean ajenas u hostiles a la imagen cinematográfica. Nueva York nunca ha
sido más inquietante que en los filmes de Martin Scorsese (Historias de Nueva York, Calles Peligrosas, After Hours), y jamás
tan hechicero, con las notas de Gershwin en la banda sonora, como en el Manhattan de Woody Allen. Y el encanto
de París quedó fielmente plasmado en las imágenes entrañables de Antes del Atardecer de Richard
Linklater. Sin duda, tales películas, al margen de aquellas virtudes
cinematográficas que la crítica puso de relieve en su momento, fueron también el
encuentro feliz de unos personajes, una historia y una ciudad. Algo que echamos
de menos en Me enamoré de Nueva York.
Lima, 26 de agosto de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario