29/4/14

LA MAGIA DEL VIOLÍN



Escribe: Rogelio Llanos Q.

En el geniograma de El Comercio leo ‘Violines de Cremona’. Cinco casilleros. No puede ser otra la respuesta sino Amati. Las otras posibilidades como Stradivarius o Guarnieri están descartadas por tener más de cinco letras. Se despierta mi curiosidad por saber lo que encierran estos tres nombres que los aprendí en el pasado, precisamente llenando los divertidos geniogramas que publica el viejo diario limeño.

Entro a la página de Joseph Wechsberg, que no será la más documentada, pero sí da una serie de datos que satisfacen mi deseo de conocer algo de estos instrumentos cuya panoplia de sonidos es muy amplia, sonidos que podemos reconocer si escuchamos con atención –es la única manera de hacerlo- aquellas composiciones en donde el violín construye la melodía o sirve de armazón al ensamblaje musical.

Para empezar, los Stradivarius tendrían alrededor de trescientos años de antigüedad y a la fecha, según el autor referido,  existirían unos ochocientos Stradivarius, doscientos cincuenta Guarnieris y habría únicamente seis originales de Andrea Amati. Todos ellos procedentes de Cremona, ciudad famosa por la gran cantidad de instrumentos que allí se han construido.

Un dato interesante: el violín es obra de un solo hombre, suerte de demiurgo que modela con sus manos el instrumento cuyos sonidos le serán propios, únicos e inimitables. Esos sonidos serán la impronta de su creador, quien conservará hasta su muerte los secretos y misterios de aquellos sonidos capaces de tocar mágicamente nuestras fibras más sensibles causándonos emoción, desasosiego, alegría, tristeza o felicidad.

Desconocía que un violín se compone de setenta a noventa piezas, pero es muy ligero, apenas doscientos ochenta gramos. Y dicen los que saben que “el sonido dulce y aterciopelado de un Stradivarius difiere del Guarnieri dal Gesú, que es sensual y terso”, siendo los Amati unos violines de voz “intensa y rica”. Los Amati empezaron a fabricarse en el renacimiento, pero fue el nieto de Andrea Amati, Niccolo, el que alcanzó el mayor prestigio, y fue él –tomen nota de este dato- quien enseñó algunos de sus secretos a Antonio Stradivari y a Andrea Guarnieri. Ni más ni menos.

¿Dónde residen los secretos de este bello instrumento? La lógica nos conduce a pensar que en la madera. Pero, cuidado, no se trata de una única madera, Wechsberg nos informa que hay varios tipos de madera: “arce en el fondo de la cabeza, las costillas y el puente; abeto europeo en la tapa acústica, los soportes, las partes no visibles, la barra armónica y el alma; y palisandro en el diapasón, la cejilla, las clavijas, el cordal y el botón del cordal”. Las formas las trabajaban los maestros según criterios muy propios, en muchos casos de manera intuitiva y sin un conocimiento racional de las leyes físicas o matemáticas. Sabían, en cambio, que en la curva interna de la tapa tenía que ir necesariamente una fina varilla de abeto y que si esa disposición cambiaba, el tono obtenido diferiría catastróficamente del previsto en la mente del creador.

Y, finalmente, un dato que a mí particularmente me ha fascinado: la sonoridad del violín, ese timbre que le es particular proviene del barniz. Sí, el barniz que permite preservar al instrumento confiriéndole, al mismo tiempo, una belleza visual, también le otorga –en el ámbito del sonido- su especificidad, su personalidad. Y aquí, la historia y la leyenda se entremezclan. Siguiendo siempre el texto de Wechsberg, nos enteramos de una vieja creencia en torno a los materiales mágicos que usaba Stradivarius: la sangre de un dragón, “sustancia gomosa y roja obtenida del fruto de una palmera malaya que Marco Polo trajo del Oriente”. Ahora se utiliza el alcohol en lugar del aceite para efectuar un rápido secado del barniz. Los tiempos de la magia han ido siendo derrotados por los tiempos pragmáticos de la producción en serie y la globalización. Nosotros, sin embargo, al escuchar los sonidos de un violín seguiremos pensando en aquellos genios de Cremona que desde ese pasado remoto siguen oficiando de demiurgos en sus talleres en penumbra, poblados de maderas y aceites, escoplos, cinceles y cuchillas y un sonido en la mente presto a surcar –hechicero y emocionante- el espacio infinito.


Lima, 31 de mayo de 2009

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