Parte de Combate 1
Querida familia:
La Yolita ya
esfumó nuestro dinero luego de visitar uno de los bazares de la ciudad de Düsseldorf. Hoy fue un día de compras, placer para la
Yola, alegría para la Gaby, sufrimiento para el pobre tío Rogelio, que apenas
puede diferenciar los 50 de los 20 centavos de euros.
Y es que de un
momento a otro me vi sumergido en la vorágine de esta ciudad que es totalmente
diferente a nuestra gris pero entrañable Lima. Hoy día mientras tomábamos
desayuno escuchábamos a Eva Ayllón, y sentí –clichés y patrioterismos aparte –
cierta nostalgia por nuestros inacabables ambulantes e inmortales combis
asesinas.
Pero, bueno, como
todas las historias, ésta debe empezar por el comienzo, y este comienzo tiene
lugar en el aeropuerto en donde por primera vez pasé por el Duty Free. La
Yolita seguro que quiso entrar, pero yo me hice el loco porque no quería llegar
sin ahorros a Dusseldorf.
Todo fue bien
hasta subir al avión. Iberia, por si acaso. A los que no conocen, se le puede
decir, sacando pecho, que se trata de una compañía aérea de prestigio, que los
españoles se han esmerado, etc, etc, aunque sean unos hijos de p... Pero, bueno,
allí nos esperaban unos asientos tan estrechos que con las justas se podía
mover los pies. Sólo faltaba que nos dijeran: Al fondo hay sitio!. Pero mi
terror era mayor pensando que a la hora de bajar me dijeran: Pie derecho!
Porque sucede que en una ocasión me hicieron bajar al vuelo en una combi
asesina y terminé con mis hatos y garabatos tirados por el piso y mi orgullo
hecho trizas. Por otro lado, las chicas, que ya no eran tan chicas (pero que en
su tiempo habrán gozado como locas, según mi mente retorcida) no nos miraban
tan bien y un poco más y nos tiraban los refrigerios en la cara. Pero, claro,
estamos en lo que se conoce como el gallinero. Nada barato, pero gallinero al
fin. Todo sea por estar con mi Gaby y la Yolita y por ver a la Ceci y A Dani en
su propio habitat (un simpático y acogedor nido de amor, donde suenan Sabina,
Paez y valses peruanos) .
Para aliviar a
los incómodos pasajeros, y esto por si acaso para los futuros viajeros, hay una
revista (creo que se llama Ronda o algo así, y está en español) en la que se
dan instrucciones para mantener activa la circulación; desplace las manos de
esta manera, las piernas dóblelas asá, no se olvide del cuello: muévalo
lentamente hacia un costado, evitando –alerta- chocar con la cabeza del vecino
(si se trata de una vecina, esté aún más alerta para evitar la cachetada a que
probablemente se haga acreedor). Para los varones, en letra chiquita, se dan
instrucciones para atenuar la ingeniería
hidráulica natural que por efecto del frío se puede poner en marcha de manera
indiscreta y constituir un baldón para la familia.
Luego de
memorizar las instrucciones, pasé a la sección chismes. Allí me enteré que
Pablito Milanés va a grabar un disco con Bob Dylan, Steve Wonder, Sting, etc.
Extraña mezcla, pero desde ya me preparo para escucharlo. Mi lectura se
interrumpe porque el chófer, digo el piloto anuncia a través de su sobrecargo
(algo así como el palanca de nuestras combis) que no nos preocupemos (el parche
por delante) que hay una pequeñísima falla electrónica debido a la
interferencia de los adelantadísimos instrumentos electrónicos con las señales
de un impertinente celular (handy le dicen aquí en Alemania) o una desafiante
computadora, encendidos por algún gringuito (que también pueden ser brutos como
nuestros queridos cholos del Perú y balnearios.
Nos anuncian que van a hacer
pruebas y, para ello, van a desenergizar el sistema. Señores y señoras, en buen
cristiano eso significa apagón general. En ese pequeño territorio español
enclavado en el Perú, los apagones también tienen lugar, como también tienen
lugar las mentiras porque nos dicen que ese apagón (al pan pan y al vino vino)
va a durar un par de minutos y, en realidad, se extiende por más de quince
minutos. Hay inquietud en la pequeña familia y en todos los viajeros. Las
llamadas de atención se suceden una y otra vez: Apaguen sus celulares y los
ordenadores, por favor!. Qué educados son los españoles. Yo pienso: Apaguen sus
celulares, carajo!, que ya quiero volar y estar en el otro lado del Atlántico y
después sacar pecho y decir: Estuve en Alemania!.
Pero no, hay un
gringuito (seguro que es un gringuito de esos suicidas) que se empecina en
tener su celular prendido. Total: casi cuarenta minutos perdidos, al cabo de
los cuales, la voz feliz del sobrecargo anuncia que el problema ya fue
solucionado. Una sospecha muy latina: No será que han inventado esta falla para
ocultar que no conocen bien sus instrumentos? Todo fujimorista, yo habría hecho
descender a todos los parroquianos y uno por uno los habría revisado antes de
que ingresen al avión.
Listo, problema
solucionado. Y la duda hamletiana: ser o no ser. ¿No se producirá la falla en
pleno vuelo?. Pero no digo palabra alguna, para no meterle miedo a mi chiquitina que está
ilusionada con ver a la Ceci y a Dani. Por ella que el matrimonio tuviera lugar
otra vez para bailar La Mayonesa. Despegue correcto y empezamos a subir: El monitor
nos asusta: nos elevamos hasta los 10,000 y pico de metros, la temperatura
mucho más abajo de 20 grados bajo cero. De repente, el monitor nos avisa que
estamos atravesando Huancayo. Algo es algo. Para distraer mi nerviosismo (nos
esperan como trece horas de vuelo), pienso ver alguna de las películas
programadas. Caramba, me digo, que buenas cintas: Mr Arkadin, de Orson Welles,
Shane de George Stevens, el Casablanca de Humphrey Bogart. De repente, Qué
desilusión!, eran las películas para la gente que va en primera. Qué caray, qué
pretensión. La cultura cuesta, por si acaso. Para nosotros, que pagamos la
miseria de 1500 dólares por cráneo, una comedia totalmente olvidable con Meg
Ryan, y una película para tarados con Sean Penn: Yo soy Sam!
Será preferible
leer. Llevé mi libro sobre Lou Reed. Trataré de olvidarme de las incomodidades,
leyendo sobre los electroshocks a los que fu sometido el gran Lou cuando era
joven. Sus desgracias me invitarán a ser solidario con él y me evadiré del
momento actual, donde mis dos piernas ya me empiezan a doler. Empiezo: Capítulo
1. Y no puedo ir más lejos, porque el pasajero de adelante, movió el respaldar
de su asiento y ya no hay más sitio para mi libro. Trato de leer de costado,
justo cuando pasa la aeromoza que me lanza una mirada de reprobación.
No hay tiempo
para quejarse, porque ya viene la comida. Pediré un vinito, digo yo. Bajo el tablero y, de pronto, me encuentro como en un asiento para bebé. No puedo moverme, y
justo la Yolita quiere ir al baño. Establecemos un orden para poder salir.
Pienso que podría patentarlo. Se trata de unas reglas básicas: 1 Levantar la
bandejita, 2. Subir el tablero, 3. Tomar la bandeja de Gaby, 4. Gaby levanta el
tablero, 5. Yo me levanto del asiento, 6. Gaby se pasa para mi asiento, 7. Gaby
se levanta, 8. Yola me pasa su bandeja. 9. Yola levanta el tablero. 10. Yola se
pasa al asiento de Gaby, 11. Yola se pasa a mi asiento. 12. Gaby y yo nos
ponemos a un lado. 13. La mamá Yoyo sale al fin al pasadizo. 14. La mama Yoyo
se pone en cola a esperar para hacer la pila. Dios quiera que la vejiga de la
Yolita tenga todavía espacio para albergar el rubio líquido (subrayo rubio,
algo de rubio tenemos, caramba).
La Gaby y yo
tomamos nuevamente asiento. Me quedo ligeramente dormido. No sé cuanto tiempo
ha pasado, pero la cara de felicidad de la Yolita, me dice que cumplió al fin
con su cometido. Otra vey tenemos que organizarnos: 1. Rogelio se levanta. .2.
Pasa la Yolita. 3. La Yolita baja el tablero. 4. Le paso su bandejita de
comida....etc, etc. Si quieren conocer el método en detalle, me avisan.
Hace rato que
terminamos de comer y seguimos con las bandejas semivacías delante de nosotros.
El vino español, más o menos, cuñadito, a base de uva tempranillo. En cambio, a
la Yolita, suertuda, le tocó un cabernet sauvignon, que no lo terminó de tomar
y yo me lo acabé. Algo es algo. Pero el sitio es tan incómodo que cualquier
otra cosa que nos amontonen es un estorbo: auriculares Para qué? Si ni siquiera
hay sonido estéreo, más vino, no, ya no hay donde ponerlo, medias para abrigar
los pies (o para disimular ciertos olores provenientes de derivados lácteos).
Felicidad hasta el momento, éxito en los malabares para evitar que las cosas se
caigan. Elegancia y mesura ante todo, no olvidarlo. Y de pronto, maldita sea,
se derrama el vino y mi casaquita de viajero de 170 Nuevos soles manchada y la
vergüenza de sentir la mirada burlona de un vecino de mirada de loco que se
parece Donald Suterland. Al fin se llevan todo. Un respiro de satisfacción y ya
no hay otra cosa que descansar un poco, si es que ello es posible.
Las tres de la
manana. Me despierta un sensación extraña. Creo que bebí demasiado. Sudo frío.
Mi estómago me molesta. Voy al baño. De paso doy una miradita a los pasajeros,
la mayoría duerme. Felizmente no hay nadie cerca. Como soy de los ruidosos, es
preferible que no haya nadie en las inmediaciones para evitar el bochorno a la
hora de la salida. Pero esa salida no va a ser fácil porque mi presión ha
decidido hacerme una mala pasada y se está yendo rápidamente para abajo. ¡Dios
mío, que no me desmaye, que no me desmaye! Y un sudor helado empieza a correr
por mi frente. Levanto la cabeza a fin de mantener el equilibrio, no sé cuánto
tiempo transcurre mientras mi naturaleza trata de imponerse al mal tiempo.
Busco el papel higiénico y Maldita sea!, alguien lo acabó y lo único que hay
son algo así como toallas de papel, que ruego no vayan a atorar el baño. Salgo
con cierta dificultad, no sin antes rogar que nadie esté esperando en la
puerta. Suerte, nadie se da cuenta de mi desventura y llego a mi asiento
dispuesto a desmayarme allí. Si me muero, que sea con dignidad, con los
pantalones arriba. Felizmente, mi presión se va normalizando y el sueño hace
que pasen las horas sin sentirlo (así será la muerte?).
A una hora de
nuestro punto de llegada (Barajas, Madrid, la tierra de Sabina, alegría por
ello), la Yolita ordena (Sí sargento, a sus órdenes): Al baño!, a lavarse los
dientes y a liberar al cuerpo de todas las tensiones físicas. Actúo, esta vez,
con más confianza, pero olvidé apelar a la experiencia. Nuevamente, me olvido
del papel higiénico y los degenerados de Iberia, se han olvidado de reponer el
papel agotado. Pero, el verdadero problema es ahora el lavatorio, está atorado.
Y ahora, cómo me lavo. Ni modo. Yo soy ingeniero y en Quimpac si hay que
ensuciarse las manos, no hay que poner peros. Manos a la obra. Mismo señor
Estremadoyro y tío Pepe en el cine Le París, desarmando el ventilador. Yo tengo
que desarmar el tapón del lavatorio. Así lo hacemos, retiramos, luego los
papelillos allí atracados, pero el agua no pasa. Hago un remolino con mis
dedos, a fin de crear una succión, y nada. Tengo ahora que intentar desarmar un
pequeno filtrito a fin de que pase el agua, intento moverlo y logro empujar
otro papel que allí había. Suerte, ahora sí pasó el agua. Ahora procedemos a
lavarnos las manos. No hay jabón. Empujo una y otra vez el botón para activar
la bomba de jabón. Nada. Después de varios intentos, cae una pizca en mi mano.
Abro la válvula para que caiga el agua. Cae tremendo chorro que se lleva todo
el jabón en contados segundos. Intento cerrar la válvula en vano. El agua sigue
cayendo a chorros. Escucho que la gente se impacienta afuera. Y ahora qué diablos
hago para detener la caída de agua! Es como si todos los aparatos se hubieran
peleado conmigo. Sigue cayendo el agua y yo dale que dale a la válvula, para
arriba, para abajo, para el costado. Resignado a recibir la afrenta pública, me
resigno a salir dejando en mal estado el lavatorio, mientras un aviso frente a
mí me recuerda que por educación y consideración a los demás debo dejar limpio
el lugar. Luego de algunos segundos, milagrosamente el agua se detiene. Ufff,
qué bien. Ahora procedo a limpiar con la toallita el lavatorio y a salir
decentemente del pequeño lugar.
Un brusco
aterrizaje, que terminó por marear a mi pequeña Gaby, concluyó este episodio que
bien podría titular: EL PLACER DE VOLAR...POR IBERIA.
En Madrid, no
tuvimos problemas. Muy amables los policías y yo más perdido que cuy en feria
(frase de mi cuñado), agradezco haber venido con la Yolita, cuya capacidad de
orientación es admirable. Mujer de mundo: su tercer viaje a Europa, un alemán
perfecto, generosa con mi dinero, siempre sabe qué hacer. Y la nota placentera:
una morena escultural, con hot pants y sin ropa interior muestra para placer de
mis atribulados ojos, su hermosa naturaleza, que otro mezquinamente la
disfrutará para él solito. Y la Gaby: Te has dado cuenta, papá? No tiene
calzón! Y yo, indiferente y frío: sí hija aquí todo eso es normal. Y mientras
tanto, mi corazón golpeando tan fuerte que podría sufrir un infarto y ser pasto
de la prensa amarilla.
La morena de
marras sólo desapareció de mi vista cuando tomó el avión para Granada.,
mientras, nosotros sentados, -misma familia unida jamás será vencida (apártate
Satanás, no vengas a tentarme) en la sala de espera, aguardando la hora de
tomar el avión para Düsseldorf. Unos gritos desaforados me sacan de mi letargo:
una pelea de pareja por teléfono. Un tipo que agita, levanta los brazos y le
grita a su pareja que ya tiene suficientes problemas como para hacerse cargo
de los suyos. Lo único que falta es que estrelle el celular en el piso. Todos
seguimos muy de cerca los incidentes. El tipo va y viene gritando a todo pulmón
sus desgracias. En cierto momento entra a un pasadizo. Ya no se escucha,
pero la Yolita no quiere perderse nada el lío así que, Qué casualidad!, dice
querer ir al baño. Lo cierto es que sólo ella fue testigo del desmadre final.
La Gaby gritaba que lo que necesitaba tal tipo era un Nervocalm (pregúntenle a
Mafalda, para qué sirven esos comprimidos).
El vuelo a
Düsseldorf en el Ciudad de Burgos fue mejor. Los mozos atendieron con mayor
amabilidad, no necesité ir al baño, me tomé un rico vino. Entré a un aeropuerto
de ciencia ficción: paredes y pisos brillantes, ningún recepcionista (ojalá
ningún choro peruano se entere de esto), recuperamos nuestro equipaje que
puntualmente bajó de otro avión coincidiendo con nuestra llegada, y de pronto
una voz femenina, como si fuera de otro planeta, diciendo: Your atention,
please...., pero en alemán. Estaba en territorio germano. No sé como, pero allí
estaba. Y si no me dejan entrar los de inmigración? Sin embargo, avancé con los
bultos –permiso, llegó el circo: una maleta más pesada que mis culpas y dos
enormes maletines, aparte de nuestro equipaje de mano componían nuestras
pertenencias. Y ¡sorpresa!, Daniel y Ceci abriendo los brazos! Alegría
colectiva. Qué importa lo pasado si aquí tenemos algo nuestro, nuestra querida
Ceci, y el ahora nuestro apreciado Dani. Y, ahora, ya estamos dos días en esta
impresionante ciudad alemana, disfrutando de la amabilidad de nuestros
anfitriones, conversando hasta altas horas de la madrugada....pero, mejor ya no
sigo, lo dejamos para la próxima. Me siento bien. Gracias mama Meche, gracias
Lily, gracias cuñadito, por haber insistido para que yo venga. Y gracias Yolita
y gracias Gaby por no permitir que yo esté lejos de ustedes. Tan lejos y tan
cerca, aún sigo en casa.
Un abrazo para
todos,
Rogelio
Parte de Combate 3
Estimados Ernesto, Jorge e ing. Zavaleta:
Lo primero es lo primero: un fuerte abrazo
y un afectuoso saludo para todos los amigos de Quimpac.
Por acá todo va bien, relajándome bastante
como para volver con mayores bríos y cumplir con mis deberes con la empresa.
Gracias al soporte logístico de mis familiares aquí en Düsseldorf, mi estancia
en esta ciudad y en los lugares
visitados se convierten en algo totalmente placentero, lamentando eso sí que no
haya la holgura económica necesaria como para darle gusto a esa tendencia
consumista de la cual estamos irremediablemente impregnados los habitantes de
esta cultura occidental y cristiana. Sin embargo, la vista de un paisaje que
combina lo moderno con lo antiguo teniendo como fondo las abundantes áreas
verdes, el río Rhin y los bosques circundantes, es lo suficientemente
reconfortante como para sentirse agradecido por lo que me ha tocado ver y
vivir.
Hemos hecho algunos viajes a otras ciudades
alemanas como Aachen (nosotros la conocimos antes con el nombre de Aquisgrán,
lo cual nos lleva a Carlomagno y a la
construcción de la famosa catedral que lleva el nombre de la ciudad), Colonia
(famosa también por su imponente Catedral) y a la ciudad holandesa de Vaals,
que está cruzando la frontera con Alemania. Cerca a esta ciudad de Vaals se
encuentra un mirador de aproximadamente 150 metros, el cual permite ver las
ciudades fronterizas de tres países: Alemania, Holanda y Bélgica. Realmente es
impresionante ver las zonas urbanas rodeadas de un verde hermoso y acogedor.
La gran dificultad para mí es el idioma
alemán. El inglés es, sin embargo, el idioma salvador. A través de este idioma
puedo comunicarme con la familia de mi sobrina y en algunos lugares públicos.
Pero, “comodón“ al fin y al cabo, prefiero que la Yola o mi sobrina se
encarguen de las tareas de comunicación mientras yo miro aquellas cosas que me
interesan: libros (los pocos que hay en inglés), discos (demasiados en grado
sumo para mi exiguo capital) y, sobre todo, mujeres (rubro que requiere un
párrafo aparte).
Y no es que pueda decir –como tal vez
quisiera- que las alemanas son multiorgásmicas o que son expertas en aquellas
tareas entre sórdidas y placenteras tantas veces conversadas en nuestros
sabrosos almuerzos de Quimpac. No podría decirlo porque sencillamente mi
pequeña Gaby está conmigo todo el día, y mi mujer en aquellas horas en las que
no está en el Instituto Goethe. Pero, además, como ustedes bien lo saben, mi
lealtad es invulnerable, así que el pecado capital de la carne, con todo el
dolor que ello implica, me lo perdí definitivamente. Pero, lo anterior no
significa que los sensores no funcionen. Por lo menos, ellos trabajan a la
perfección. La ingeniería hidráulica trabaja, como es de prever, para uso
interno y mercado local.
Pues bien, Madrid me recibió con un
monumento de piernas torneadas, pechos opulentos y una tez ligeramente morena.
Con la temperatura incrementada y las turbinas en funcionamiento, observé que
tras la ligera blusa y el febril “ hot pants“
sólo había carne y de la fina. Pero, donde los ojos amenazaron con salir
de sus órbitas fue cuando la morena, arrechísima y asesina, se sentó y subió su
hermosa pierna a la silla. Se imaginan a la morena con el ligerísimo “shorts“, peleada con la
ropa interior y mostrando con todo el desparpajo del mundo lo que la naturaleza
generosamente le prodigó? Pero, eso sí,
les aseguro que la navaja de afeitar, lamentablemente, había realizado la
innoble tarea de segar parcialmente lo que tal vez haya sido un húmedo, salvaje
y florido jardín.
Luego del episodio anterior pensé: si así
es en Madrid cómo será en la liberal Alemania. Me equivoqué totalmente. Por lo
menos aquí en Düsseldorf todas son mezquinas. La moda es pantalón ceñido a la
cadera y blusa corta (algunas mostrando más de lo que nuestras compatriotas
suelen hacer) dejando al descubierto el ombligo. No queda otra cosa que
imaginar lo que veríamos si el pantalón bajara unos milímetros. Por lo pronto
trataré de fijarme más en los ombligos ... con fines estrictamente de
investigación. Pero hay que hacerlo con cuidado, pues me ocurrió que una cajera
en una de las grandes tiendas de Düsseldorf pensó que yo la estaba mirando y
molestísima se bajó violentamente la blusa y me asesinó con la mirada. Juro,
sin embargo, que yo no la miraba a ella si no a mi mujer, que estaba pagando
sus compras. Lo que sucede es que la Yolita es bajita y su estatura llegaba,
precisamente al ombligo de la mujercita de marras.
Pero, en descargo de las mujeres alemanas,
que no creo que sean puritanas por más que que aquí haya nacido Lutero, diré
que el clima se ha portado mal. Lástima, los abrigos deben cubrir aquello que
yo quisera ver. Maldito clima!
A mí me dijeron que aquí es verano, pero en
verdad de verano no tiene nada. Es más bien como un otoño limeño, con días muy
grises y fríos. Sólo que aquí llueve a cántaros y hay que usar paraguas, aunque
la última vez que lo usamos, mi Gaby y la Yola casi salen volando arrastradas
por la fuerza del viento. Un cuadro tragicómico: parecíamos los tres chiflados
estorbándonos mutuamente con los paquetes, los paraguas que se invertían y los
esfuerzos inútiles por parecer lo menos provinciano posibles.
Por primera vez he vivido una tormenta, con
rayos y truenos. Me levanté especialmente (3:00 de la madrugada, hora de
Alemania) para ver el cielo poderosamente iluminado por los relámpagos (según
mis cálculos el rayo más cercano habrá caído a unos tres kilómetros de la
zona), percibir la potencia del trueno y ver la intensa lluvia caer y anegar
las calles. También hemos sentido un temblor de grado 4. En Dusseldorff nunca
ocurren temblores, razón por la cual debemos asumir que la responsabilidad cae
en cierto “sudaca“ que trabaja en Quimpac y que cree de manera obsesiva que sus
temblores son producto de exportación.
A propósito de productos, las cosas aquí en
Dusseldorff son sumamente caras. Lo único que falta es que cobren por respirar.
Por si acaso, y esto va para las cotizaciones en Euros, el tipo de cambio es 1
Euro: 1.023 USD (además cobran comisión por el money exchange). Por otro lado,
sacar dinero con el Credimás implica el pago de una comisión de casi 5 dólares.
Me estaba olvidando de algo interesante.
Düsseldorf es considerada la barra más grande de Alemania. Se bebe cerveza
desde que amanece hasta que anochece. Todos los dipsómanos de este país recalan
en Düusseldorf para dar rienda suelta a su apetito alcohólico. Los viernes y
sábados a partir de las 6 de la tarde y hasta altas horas de la madrugada las
calles del centro de la ciudad hierven de bebedores, drogadictos (marihuana y
hachís, son las predilectas), mujeres solas y acompañadas, punks, y toda una
fauna humana dispuesta a descargar las tensiones de la semana. El rumor de todo
este gentío se incrementa de manera impresionante conforme van pasando las
horas y nos vamos acercando a esta zona de la ciudad, que es precisamente donde
vive mi familia. Para la gente joven dispuesta a beber sin límite alguno o a
conocer a alguna fémina de las muchísimas que pasean por el lugar éste es el
lugar ideal. Para mí, que me acerco a los cuarenta y diez, el sitio es
demasiado movido. Sin embargo, llama la atención que si de seguridad hablamos
Düsseldorf se lleva las palmas. Recuerdo haberme desplazado un día en el metro
a las 2 de la mañana sin problema alguno. Ciertamente, no pude dejar de sentir
temor al pasar por entre algunos émulos de los “skin heads“ que lucían
agresivos al lado de sus enormes perros guardianes. Dicen que son pura pinta.
Por ahora, quiero pensar que es así. Una última cosa, hasta ahora no he bebido
cerveza, prefiriendo el vino que es bueno y barato. Por tal motivo, en un rapto
de locura, aprovechando el buen ambiente del bar del irador de Düsseldorff me pedí un Bordeaux del
ano 98 que me costó la friolera de 33 Euros; por supuesto había más caros, pero
eso es para los superintendentes de Quimpac que ganan mucho mejor que este
pobre ingeniero.
Bueno, tengo que parar por ahora. Ojalá
pueda volver a escribirles más adelante. Lo que sí deseo expresar una vez más
es que aún con todas las cosas bellas que uno puede ver o adquirir en esta
Alemania Reunificada, yo no cambiaría a mi país por nada del mundo. La
amabilidad de su gente, la calidez de los amigos, el afecto familiar se imponen
con generosidad a las combis asesinas y a la inevitable cloaca política
peruana. Por ello, dejándome llevar por mi naturaleza sentimental, permítanme
darles desde acá un fuerte abrazo y reafirmar mi profundo afecto por todos y
cada uno de ustedes, haciéndolo extensivo –cómo no- al “big boss“ (cuya última
colina tomada fue la del horno de Paramonga, para honor y satisfacción del área
de producción), a José, Guillermo, Jorge Paz, Juan Carlos, Johnny Shoes y, por
supuesto a las chicas Julissa, Esmilda y, claro está, Olguita Torre. En fin
saludos a todos, y aquí con todo el respeto y reconocimiento debido un saludo
especial para el señor Linares y el ingeniero Chau, así como para los
ingenieros Meerovicci y Carranza.
Su amigo,
Rogelio
PS.
Cuestión de trabajo. Ing. Zavaleta: Le recuerdo que de acuerdo al contrato de
energía, en el mes de julio, el sábado anterior al 28 de julio se debe bajar la
carga en las horas punta, porque existe la posibilidad de que la máxima demanda
del sistema se produzca en ese día debido a un explicable mayor consumo de
energía.
PS2. En la nota
enviada, con gran injusticia omití enviar saludos para el ingeniero Flit, de
quien me acuerdo a cada momento debido a aquella frase referida a los alemanes
y que se cumple a cabalidad y a cada momento: “Para qué hacer las cosas fáciles
si se pueden hacer difíciles“ ; pero también, me acuerdo de Petra y los
tranvías.
Parte de Combate 4
Hola a todos (Ernesto, Jorge, Ing.
Zavaleta,.......................................):
Hoy día 1 de agosto ha sido un día de descanso obligado, luego
de varios días de caminar y caminar mirando y remirando lugares, parques,
calles y también, por supuesto, chicas. A las tiendas de discos ya no quiero
entrar porque, aparte de haber agotado la cuota destinada a ese rubro
(imposible llevar uno más), no soy masoquista como para insistir en mirar
aquello que no va a ser posible tener...por ahora (pensando de manera
optimista).
Hablando de discos, lo que más me llama la atención es su
precio bajísimo. Alguna vez han visto en nuestra querida Lima algún disco por
dos dólares? No mencionen a los piratas porque lo voy a considerar una ofensa.
Pero, bueno, seré categórico: en Lima es imposible encontrar un buen disco por
ese precio. Aquí hasta es posible conseguir pequeñas colecciones por 7 dólares
(BB King, Edith Piaf, Frank Sinatra, y una lista interminable de cantantes,
bandas y compositores). Vivir en Alemania y no convertirse en un melómano
ilustradísimo es un pecado. Los discos están literalmente botados,
especialmente los clásicos y los llamados
“oldies“ (antiguos). Dos clásicos de Dylan (Another side of BD y Blood
on the tracks) en edición especial con cajta incluida, 6 dólares, es toda una
oferta tentadora, pero, lástima, ya los tengo. En la antigua tienda Phantom de
Lima, donde cobraban hasta por pisar la alfombra, los compré a 22 dólares cada
uno. Un robo. Los mal pensados dijeron que Phantom quebró porque los negocios
no van con los de gustos invertidos. Yo diría que, más bien, quebró por querer
vender los libros como si fueran papas, al peso. En una ocasión quise comprar
un libro sobre Dylan. 50 dólares, me dijo Etty Fefer –creo que así se llamaba
la niña (después me enteré que era pintora (de brocha gorda?). Tan caro?, atiné
a decir, escandalizado por lo exorbitante del precio. Mirándome como si fuera
un ignorante escarabajo, me escupió su desprecio de manera irrefutable e
intelectualísima: No ve que el libro es pesado y gordo? Así que por pesada y gorda la modernísima
tienda Phantom pasó a formar parte de esa Atlántida peruana conformada por el
sinnúmero de tiendas y empresas quebradas y olvidadas.
Aquí en Alemania, sin embargo, también existe un mercado informal,
llamado mercado de pulgas. El día que visitamos Colonia (la ciudad famosa por
su catedral), camino al Museo del Chocolate, al cual nunca llegamos, caímos por
allí. Digna de visitarse, sin duda. Venden de todo (cristalería, joyería,
objetos antiguos, ropa, libros,...y discos.
Todo, por supuesto sin factura alguna. En medio de tanta gente y tanto
vendedor, no necesité mis lentes para ubicar un “bootleg“ de Dylan. Lo
dramático del caso es que detrás de ese disco, habían cinco más. No necesito
decir que fue precisamente allí cuando mi bolsillo quedó limpiecito, pues el
vendedor habrá sido alemán, pero su instinto comercial era el de un avezado
ambulante peruano. De todas maneras, Colonia permanecerá en mi recuerdo porque
allí encontré un material discográfico imposible de ubicar en las tiendas
formales.
Pero también debo decir que Colonia es una ciudad bastante
amigable, con sus plazas llenas de gentes y lugares al aire libre para tomarse
un vino, conversar y contemplar el paso a veces apurado, a veces
relajado de las lindas chicas del lugar. Una advertencia para los visitantes
sudamericanos: llevar sus casacas y no ir en shorts (esta recomendación no va
para los calurosos, léase Arturo y Jinmy). Los vientos en el entorno de la
Catedral son bastante fuertes y fríos. Si las chicas van con falda, su
calzoncito debe ser el más nuevo que tengan - hay que recordar que el calzón
con hueco es de muy mal gusto y el de blondas se ve muy anticuado- y, asimismo
hay que dejar la vergüenza a un lado, debiendo estar preparadas para emular de
manera inteligente a la siempre fascinante
Marilyn Monroe en la película “Seven year itch“.
Si Colonia y su rancia tradición histórica me causó una
gratísima impresión, Oberhausen (o por lo menos la zona que visité de esta ciudad)
–cuyo ambiente comercial a lo Miami (que no conozco, pero la imagino)- me
saturó hasta el hartazgo. Entramos a un inmenso Jockey Plaza, cuyo pasadizo
central estaba decorado con vacas pintadas con toques contemporáneos. Esta
muestra de dudoso gusto llegó a su punto capital con una vaca con el disfraz de
hombre araña. Con toda seguridad, que al autor de tamaño desaguisado estará
ahora en estado catatónico luego del tremendo desborde imaginativo. Las
mujeres, en cambio, felices de visitar
el lugar: perfumes, carteras y zapatos son un bocado apetitoso para sus
exigentes paladares. Yo, en un pequeño rincón, pidiendo a Dios que cambiara,
aunque sea por esa única vez, el orden de este mundo. Pero, las mujeres son
implacables: aunque no compren están dale que dale, mirando, tocando y
retocando todo lo que ha sido inventado para satisfacer su natural vanidad y
afectar el bolsillo ya del orgulloso aunque sufrido papá o del fiel aunque
también sufriente esposo.
Aachen es otra linda ciudad de Alemania, ubicada a una hora de
Düsseldorf. Una linda placita ubicada frente al edificio de la Municipalidad se
presta para la conversación amigable y la observación atenta de los visitantes.
También aquí tenemos una Catedral famosa e impresionante por sus elevados techos
labrados y por los múltiples detalles y riquezas allí guardados. Esta catedral
es la de Aquisgrán, cuyos detalles, si el ánimo no me abandona, los contaré en
otra ocasión. En esta ciudad, una vez más, los libros y los discos casi
regalados. A propósito de libros, aquí en Aachen está construyéndose una
librería de cinco pisos (si mal no recuerdo), será la más grande si no del país
por lo menos de la región. Se jodieron, que duda cabe, los brasileños, ellos
que siempre presumen de tener lo más grande del mundo.
Lástima que los libros estaban en alemán, idioma totalmente
indescifrable, áspero y poco grato al oído (con el perdón de la Yolita). Una
pequeña digresión: no me imagino haciendo el amor en alemán: ig liebe
dig,...ag, ...eg,...ug. Flaccidez total. Un dato curioso para los latinos: en
algunas tiendas de Aachen (así como en otras ciudades), los productos están
fuera, y, para pagarlos hay que entrar. No hay guardias, no hay alarmas (salvo
en la puerta del edificio). Incluso, según me refería un familiar, hubo ocasión
en que el libro se compraba en un lugar y se tenía que pagar en la siguiente
cuadra.
La honradez es un valor máximo dentro de la organización
social alemana, pero creo no equivocarme al afirmar que la delación es, tal vez
su mayor defecto. No faltó por allí una vieja dama indigna que acusó a mi
pequeña Gaby de llevar en su pequeña mochila algún producto sin pagar. Y ni se
diga del pobre extranjero al que en el camino a Aachen tuvo problemas con el
inspector de trenes: en la siguiente estación dos gendarmes lo estaban
esperando. Vieja costumbre la de tirar dedo que se exacerbó en una magnitud
inconcebible en la segunda guerra mundial. Sin duda que mi imaginación
alimentada por tantas películas de guerra, en un comienzo me hizo ver un nazi
en cada alemán pasado de los setenta o un neonazi en cada uno de los
estrambóticos germanos tatuados o pintarrajeados. Ya me veía convertido en jabón según la tragicómica narración de José
Adolph, escritor peruano (amigo de la Yolita, por si acaso no me creen),
algunos de cuyos antepasados fueron víctimas de los “pishtacos“ alemanes.
De todo hay pues en esta modernísima Alemania, donde no todo
lo que brilla es oro. Las calles de Düsseldorf, por ejemplo, sólo brillan al
amanecer, porque a lo largo del día, se van llenando de puchos de cigarros,
botellas y papeles, pero también de las deyecciones de los perros, personajes
privilegiados de esta ciudad. Y antes de pasar a hablar sobre estos animalejos,
tiraremos dedo a la señora Marina Sequeiros por este término rebuscado, pomposo
y encubridor: se trata ni más ni menos que de la caca, mierda o excremento de
los chuchos, que adorna las calles de la ciudad y que ya me embarraron en una
ocasión mis cuidadas zapatillas, que no por haberlas compradas en el humilde barrio
de Magdalena (la de las pistas con huecos) se merecían tamaña afrenta. Quiero
creer que nadie me vió –salvo mi Gaby, pero las vergüenzas en casa son menos
dolorosas- cuando como quien no quiere la cosa lavé mi zapatilla en un pequeno
charco formado con la lluvia del día anterior. En todo caso fue menos
humillante que ese triste episodio en Lima (en una estación de gasolina, para
más señas) cuando me tropecé y me desparramé delante del chismosísimo Jorgito
Manco y de otras personas que no deseo nombrar para evitar que nuestra
autoestima se reduzca a su mínima expresión.
Pero, sigamos con los perros. Lindos los animalitos. Pueden
subir al metro, a los tranvías, a los taxis. Son bienvenidos en los
supermercados y en las grandes tiendas y restaurantes. Que si se orinó el
perrito en una esquina: Que graciosa la criaturita! Pobre del ser humano que
siga su ejemplo: lo crucifican por antisocial. Torturando a mi vejiga hasta más
no poder llegué con las justas a nuestro departamentito. Mi reino por un
caballo, dijo un monarca inglés en una tragedia shakesperiana; un water por un
euro, pensaba yo mientras cruzaba dramáticamente las piernas para evitar una
repetina involución a mis primeros años de vida. Uff, que alivio!, resoplé en
aquél momento liberador, orgásmico (pero juro que no fueron más de dos
sacudidas) mientras requintaba no tener los mismos derechos que los perros.
Pues bien, ser perro en Alemania es tener ciertos privilegios.
En las vías de transporte tienen asegurado su sitio. Si se trata de un perro de
estirpe, se verá muy mal que un humilde sudaca esté sentado y no le ceda su
lugar. Pero eso sí, tienen que pagar su boleto, los alemanes no perdonan si se
trata de dinero. Pues hasta para ir al bano hay que pagar. En la estación de
trenes cuesta 0.10 Euros. En un restaurant de la ciudad de Benrath pude ver que
el peaje era de 0.50 Euros. Y pensar que cuando ví semejante cobro en el Museo
de Arte de Lima, puse el grito al cielo: Pagar S/. 0.50? De cuándo acá? Ignorante de mí! Recuerdo haber exclamado:
Estas cosas sólo ocurren en un país subdesarrollado como el Perú! Qué
verguenza!, mientras el encargado del cobro se encogía de hombros dicendo: Paga
zambito!, los Miró Quesada y compañía han dispuesto que para cagar en este
museo tienes que pagar y punto. Esa es la democracia. Y efectivamente, los Miró
Quesada, que han visto de la realidad europea mucho más que yo (Qué tal
pretensión la mía!) , tenían razón. Siguiendo su ejemplo tan luego llegue a
casa pondré un chancho como alcancía y que propios y extraños se matriculen si
es que quieren descargar sus fluidos
corporales.
El clima es algo muy importante en Alemania y creo que en toda
Europa. Es todo un tema de discusión. Hoy día es invierno y al día siguiente es
verano. Que si es invierno, a ponerse la casaca y el paraguas para la lluvia.
Que si es verano, hora de comer helados y ponerse ligero de ropas. En este
último caso el calor es insoportable; el único consuelo es que podemos ver a
las chicas ligerísimas de ropas. He visto tetitas, pezones y calzones a rabiar. Salud, señores. Esto es
vida! Lástima no poder tocar, pero para algo Dios, nuestro bienamado creador,
nos ha dado el sentido de la visión. Pero lo mejor de todo es que las mujeres
alemanas no tienen remilgos de ninguna especie (salvo la de aquella tienda, que
les conté en una carta anterior, pero lo atribuyo al hecho de ser yo un
pobrísimo sudaca) para mostrar sus encantos. Les aseguro que en Alemania y
Amsterdam (Holanda) no he encontrado a ninguna mujer que se esté estirando
inútilmente la falda para ocultar su minúscula y carísima braguita, a
diferencia de lo que suele ocurrir con nuestras soberbias compatriotas que se
ponen una tímida minifalda y luego están que no saben ni cómo sentarse para que
no les vean el horrible calzonazo comprado en Polvos Azules.
Fue, sin embargo, en Holanda donde ví la audacia mayor. Una
señora bien despachada, madurita pero sin aún el peso de las canas, se ató las
zapatillas en caliente (como suele decirse en Quimpac), esto es, levantó la
pierna más allá de lo que la buena educación recomienda (el paso de ganso de
los nazis cuando marchaban, quedó chico) y, entonces, mi vista de águila captó
lo que todo varón normal (seré normal?) desea siempre paladear. Pero no fuí el
único privilegiado. Toda la multitud que caminaba por esa concurrida calle de
Amsterdam lo disfrutó a plenitud. Ella, muy dignamente siguió su camino. Era de
color blanco o rosado. No pude precisar más.
Y a propósito de Holanda, algo que nunca me perdonaré es no
haber visitado la zona roja. En buen cristiano, la calle de las putas, elevada
ahora al rango de recomendado lugar turístico. Qué le podía decir a mi Gaby?
Anda y mira si llueve en la esquina? Sacrificios de buen padre, deuda impagable
con mi lado Mr. Hyde.
Pues bien amigos, un Beaujolais – Villages, tinto francés me
está esperando. Vamos a celebrar el cumpleanos de la Yolita y el de Gaby que ya
se avecina.
Saludos para todos. El mismo afecto de siempre para ustedes y
todos los amigos y companeros de Quimpac.
Un abrazo para todos, redundando de manera impune y con
premeditación y alevosía.
Rogelio
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