Cuanto
más famosas son las actrices, más escasos son sus desnudos. Así ocurrió con
Sofía Loren. En sus comienzos no tuvo reparo en mostrar sus pechos. Nosotros,
por cuestiones de edad, no pudimos verlos y sólo los imaginamos en El Cid o La Caída del Imperio Romano a partir de esos suspiros que le fueron
propios y que agitaban sus oprimidos pechos en un violento sube y baja que
amenazaba con romper su vestido y recuperar su deseada libertad. La lista es
larguísima y por ello, de las actrices del pasado sólo he de mencionar a Romy Schneider que,
para sepultar a su ingenua Sissi, fue muy generosa en La
Piscina de Jacques Deray.
De
todas maneras, las europeas siempre fueron más audaces que las norteamericanas,
vean si no a Juliette Binoche en Obsesión
o a Victoria Abril en cuanta película actúa. Un pequeño recuento, con las más
publicitadas, nos da la razón. Así, tras
un inicio volcánico en Cuerpos Ardientes,
Kathleen Turner se volvió mezquina; Meg Ryan fingió -pero, qué bien- un orgasmo
en Harry y Sally y eso fue todo ;
Winona Ryder, sólo llegó con su pequeños, pero seguramente deliciosos senos, a
la simple insinuación en Drácula;
Michelle Pfeiffer, flaquita ella, tal vez con poco que mostrar, pero, vaya que
sí resulta provocativa en Relaciones
peligrosas. Por otra parte a Demi Moore, a pesar de su destape en Striptease, no le hacemos caso por su
falta de talento. En cambio, estamos seguros que Sharon Stone, después de Bajos instintos y de su dignificación
de mano de Scorsese en Casino, no
volverá a las andadas.
Para
Elizabeth Shue la fama está por llegar. Por ello se atrevió a mostrar sus
atributos en Adiós a Las Vegas. Su
papel de prostituta es totalmente creíble. No tiene un cuerpo esbelto, pero, en
cambio, es carnalmente atractivo. Al decir de Hitchcock, tiene el sexo inscrito
en el rostro. De su provocativa figura destacan sus opulentos pechos,
resaltados a través de sus ceñidas y escotadas blusas roja o negra con las que
suele ir a la búsqueda de sus clientes o, en la intimidad de las habitaciones, a través de un sostén negro, que impide la
visión de sus pezones, pero que contribuye a hacerlos más enigmáticos y anhelados. Una ligera
inclinación en la ventana del vehículo que conduce Nicolas Cage nos permite
aquilatar sus firmes y voluminosas tetas, capaz de enloquecer a cualquiera,
menos a él, alcohólico irredento. Más adelante, saliendo de la piscina, la
Shue, arrechísima, se pone a caballo sobre él, levanta la botella, bebe y, la
muy ladina, deja que el licor se deslice por su brazo. La expectativa crece
porque ella se anima a sacarse el traje de baño, descubriéndose los senos, pero
sólo vemos, velozmente, uno a plenitud.
Vuelve a levantar la botella y esta vez permite que el licor resbale por
sus tetas desnudas. Sin embargo, cuando nos disponíamos a disfrutar del
espectáculo, Mike Figgis, el director (video-clipero al fin y al cabo) y
Nicholas Cage, maldito borrachín, nos lo echaron a perder: en lugar de
continuar en plano-secuencia como se insinuaba, Figgis opta por cortar en
varios planos y utilizar innecesariamente el “ralenti”, mientras los rayos del
sol - captados en un plano lateral de
los personajes y en ligero contrapicado - y la cabezota de Cage interfieren en
la visión del tan anhelado botón.
Ciertamente,
las tetas de la Shue no son comparables, en volumen, con las de Stella Stevens,
por ejemplo, que viene a cuento porque también hizo de prostituta buena en el
western La balada del Desierto y,
además, turbó nuestra juventud veinteañera con su abundancia mamaria. Peckinpah
sabía lo que hacía: entre vapores alcohólicos y putas tetonas se evadía de las
masacres fílmicas de sus productores. La escena donde la Stevens nos deja ver
buena parte de sus abultadas tetas, se iniciaba con el pie de Jason Robards
enjabonado por las manos de la Stevens, el ángulo de visión se iba abriendo y
entonces inclinada hacia adelante, la actriz nos regalaba con una impresionante
muestra de sus poderosas mamas que se sacudían enérgicamente por el esfuerzo
que realizaba la Stevens para sacar la mugre del desconcertado Jason Robards.
Una pena que el viejo vaquero tuviera que ajustar cuentas al falso predicador
que le interrumpe los placeres carnales. Nos perdimos para siempre de apreciar
los ansiados pezones de una actriz que destacó en papeles secundarios en el campo
de la comedia durante los años sesenta.
Rogelio Llanos Q.
Artículo escrito para La Gran Ilusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario