Mi mamá me pide que le escriba en su libro de recuerdos.
Claro que lo haré, mamá.
Y la imagen de ella sentada en el sillón, junto a la
ventana, leyendo las notas que amigos y familiares han escrito para ella, me
emociona, me llena de ternura.
Me siento junto a ella, le tomo la mano y le
digo que la quiero mucho y ella me responde que ella también me quiere
mucho y, de inmediato generaliza, me
dice que ama a todos sus hijos, y que reza cada día por todos y cada uno de
nosotros.
Me cuenta luego sus historias: la del niño que decía que
estaba frito frito, la de nuestro Ricky que apoyaba su hocico en sus pies al
oírla llorar porque yo había salido de viaje, la del ladrón que no pudo robarme
el carro porque ella oró a Dios para que no me hicieran daño. La escucho contar
sus historias en medio del silencio de esta casa que vivió tiempos hermosos de
bullicio, baile, afectos y unidad familiar.
Me pregunta luego sobre el tío Pepe y la tía Luz. Me
pregunta si han muerto. Y yo le digo, emocionado, y con todo el amor que puede
albergar mi corazón, que hay personas que jamás mueren, como papá, como las
tías Luzmi y la tía Imel, como don Carlitos Revoredo. Sí, los tíos Pepe y Luz
están vivos, mamá. Y están conmigo cada día en mi corazón.
Así pues, hemos pasado un bonito día con mi mamá. Mañana
volveré a Lima, pero me llevo su mirada noble, sus oraciones, las imágenes de
su figura solitaria leyendo y mirando la casa del hijo amado. Y me llevo su
amor.
Te quiero mucho,
mamá.
R.
Trujillo, 28 de septiembre de 2013
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