Escribe:
Rogelio Llanos Q.
Búsqueda y
hallazgos
Conocí la obra de John Galsworthy gracias al escritor
polaco, nacionalizado ingés, Joseph Conrad.
Allá por los años setenta, descubrí a Conrad a través de Los Duelistas e inicié a partir de allí
una búsqueda tenaz de sus libros en cuanta librería encontraba a mi paso. Los
escasos datos biográficos de este escritor, que en aquellos años pude hallar, me
revelaron un detalle muy significativo: su amistad con John Galsworthy fue
determinante para que este último abandonara su profesión de abogado y se
dedicara a las letras.
Recuerdo que en la avenida Nicolás de Piérola, en el
centro de Lima, había varias librerías. En la cuadra ubicada entre Rufino
Torrico y Cailloma había dos, una casi enfrente de la otra. Si la memoria no me
engaña, una de ellas, la de la acera derecha, subiendo hacia la Plaza San
Martín, era un local que, creo, pertenecía a la vieja librería Studium. Yo la
frecuentaba mucho porque estaba justo a unos pasos de la vieja Academia Sigma
donde me preparé para ingresar a la Universidad de Ingeniería. Muchísimas
veces, saliendo de clases, me entretuve allí explorando entre sus anaqueles y
mesas, una oferta que, ciertamente, no era muy grande, pero que ya me había
provisto de algunos clásicos con los cuales empecé a alimentar mi pequeña
biblioteca de entonces.
Con el paso de los años fui conociendo otras librerías,
pero siempre retornaba a ella. Una tarde, aún lo recuerdo, miraba los libros
ubicados en un mostrador móvil. De pronto, mi mirada quedó fija en un libro
cuya portada era el colorido dibujo de una joven sentada bajo la sombra de un
árbol y hacia el fondo, cruzando un pequeño campo, una casona con sus
chimeneas. No era, precisamente, una portada atractiva. A primera vista podría
haberse tomado como una ilustración para una novela romántica de amores
juveniles y sin mayor trascendencia. El título de la novela, ubicado en la
parte superior, era Prado Florido,
lo cual, repito no nos decía cosa alguna. Sin embargo, sobre el título figuraba
el nombre del autor: John Galsworthy, y eso sí nos impactó porque ya sabíamos
–por nuestra devoción a Conrad- que se trataba de ese inglés que abandonó su
cómoda posición de hombre de leyes para emprender la aventura literaria,
siguiendo los pasos de sus admirados, Joseph Conrad y Thomas Hardy.
Era el primer libro de Galsworthy que caía en mis manos.
Las aventuras sentimentales de Dinny, en medio de un paisaje que revela a la
moderna sociedad británica en ascenso, en los tiempos inmediatamente
posteriores a los de la reina Victoria, nos impresionó de manera muy grata como
para continuar la búsqueda de otros libros del autor. En la vieja librería La
Familia, que quedaba también en Nicolás de Piérola, pero en aquella cuadra a la
que se llegaba cruzando la esquina de Nicolás de Piérola y Garcilaso de la
Vega, encontré tiempo después, casi refundidos entre tanto libro de autor
desconocido, otras novelas del autor de La Saga de los Forsyte.
A diferencia de lo ocurrido con Conrad, cuya obra he podido pacientemente reunir y leer en su totalidad, no he podido completar las dos
colecciones que Galsworthy publicó bajo los nombres de La Saga de los Forsyte [El
Propietario (1906), El Veranillo de
San Martín de un Forsyte (1918), El
Tribunal (1920), Despertar (1920)
y Se Alquila (1921)] y Una Comedia Moderna [El Mono Blanco (1921), La Cuchara de Plata (1926) y El Canto del Cisne (1928)]. De La Saga…, me ha sido imposible
conseguir El Veranillo… y de la
trilogía, El Canto del Cisne.
Pero esta búsqueda que aún no ha terminado, me ha
deparado muchas sorpresas agradables. En Buenos Aires, en esas antiguas
librerías donde se encuentran viejas joyitas de segunda, tercera o enésima
mano, encontré en ocasiones distintas Más
Allá y Se Alquila. Esta última
novela ya la tenía desde los años setenta, pero al verla viejita, cubierta
precariamente con un plástico y a sólo diez pesos, experimenté tal emoción que decidí
rescatarla. Tenía que tener este libro en mi biblioteca y acariciarlo y amarlo
como si de un ser vivo se tratara.
En otra ocasión, estando en Montevideo y ya perdidas las
esperanzas de encontrar alguna obra más de Galsworthy, pregunté en la librería
Puro Verso si tenían alguna obra de este autor inglés. Cuál no sería mi
sorpresa al saber que si bien no había ejemplar alguno allí, sí lo había en
otro local denominado Más Puro Verso. Así que hacia allí me dirigí (1) a la
búsqueda del segundo episodio de la trilogía conocida como Una Comedia Moderna. Libros nuevos y viejos se juntaban en los
atiborrados anaqueles que ahora aparecían ante mis ojos como una provocación.
No sólo conseguí La Cuchara de Plata.
También encontré una edición viejísima que contenía tres novelas de Galsworthy:
Esperanzas Juveniles, Prado Florido y Más Allá del Río.
Antes de viajar a Madrid en marzo pasado busqué en el
catálogo de La Casa del Libro y encontré que tenían una última edición de La Saga de los Forsyte. Ilusionado y
con la emoción al tope, no esperé encontrarla yo mismo como suelo hacer y la
pedí al dependiente. Su respuesta fue una estocada en el corazón: no la tenemos
ya. Cuál habrá sido mi expresión de desencanto que, de inmediato, me dijo: “Pero
tenemos otra novela de Galsworthy, Bajo
el Manzano”.
Lo que yo estaba lejos de imaginar al tomarla en mis
manos en ese momento, es que esta novela, que la leí en la tarde de un sábado
glorioso, iba a proporcionarme una intensa emoción, que me condujo a un estado muy
cercano al de aquella felicidad que encontré cuando siendo aún joven descubrí
los pequeños tesoros que guardaba la biblioteca de mi padre. Bajo el Manzano, resultó ser una
pequeña obra maestra que el azar puso entre mis manos.
De esa novela, breve, sencilla y elegante, es que quiero
ahora escribir.
Bajo el
Manzano
Al lugar donde has sido feliz
Es mejor que no trates
Nunca de regresar
Joaquín Sabina, El Blues de la Soledad
Han pasado veinticinco años desde el día en que Frank
Ashurst y Stella Halliday se casaron. Como parte de su celebración deciden
pasar la noche en Torquay, que es la ciudad donde se conocieron. Se detienen en
medio del camino, atraídos por el paisaje. Ella toma sus acuarelas y se interna
en el prado. Él, desde la carretera, donde ha detenido su coche, observa
emocionado el lugar, posando su mirada en un montículo que, de inmediato,
identifica como una tumba sobre la que reposa un ramo de flores. Se anima a
caminar por el lugar al que siente cada vez más atractivo y, de pronto, con el
corazón corriendo como caballo desbocado, descubre que muchos años atrás él
estuvo allí y que vivió momentos muy hermosos que, con el paso del tiempo y las
experiencias acumuladas, los había olvidado. Pero, ahora las imágenes de ese
pasado casi olvidado, retornaban con una fuerza inusitada.
Y, entonces, se vio a sí mismo, muy joven, con sus
estudios de abogacía concluidos, haciendo un alto en su excursión en el sitio
donde ahora estaba, a causa de una rodilla herida. Recordó su encuentro con Megan,
la bella muchacha que vivía en la granja donde él finalmente consiguió
alojarse. Recordó, entonces, cada detalle de aquellos días que vivió en ese
lugar a la espera de recuperarse para continuar su camino. Y mientras esperaba,
rememoró con nostalgia aquellos sentimientos que empezaron a nacer en su corazón
impresionado por la sencilla y delicada belleza de una joven que también sentía
la presencia del amor en su noble corazón.
La estancia de Frank en la granja adquirió en ese entonces otros
matices. La bella luz natural que daba vida al paisaje parecía ahora iluminar
intensamente el alma de Frank. Había magia en el lugar y esa magia había tocado
su corazón. Sintió el encanto de la vida. Ahora había esperanza, había ilusión.
Porque, además, Megan, la linda granjera que lo ayudó a encontrar alojamiento,
que le curó la herida, que le dedicó algunos momentos de gratísima charla, le
descubrió, en un instante pleno de magia, que su corazón también latía bajo
el impulso del amor.
Emocionado, Frank evocó las promesas de amor, y sus
encuentros con Megan, tan fugaces como los abrazos y besos compartidos en la
soledad nocturna y bajo un manzano, cómplice y silencioso. Por la mente de
Frank pasaron luego aquellos episodios que los caprichos del azar dispusieron de
manera inesperada e insensible. Recordó el dolor por el amor que se aleja, las
indecisiones lacerantes frente a un corazón que se agita, que se calma, que se
endurece, que se rompe. Su mente recorrió, como si de una película se tratara,
sus horas felices de la mano de aquellas jóvenes amigas que, sin saberlo,
fungían de pequeñas hechiceras conduciendo al joven a un destino nuevo e
impensado.
De esta manera, John Galsworthy lleva a su protagonista
al encuentro con un pasado cargado de momentos bellos y felices, pero en los
que también anida el dolor, la angustia, la desilusión. Frank ha llegado a un
lugar donde se reencuentra con el paisaje conocido y amado y que despierta en
él los recuerdos agridulces de una juventud poseída por el hechizo de los
afectos y las pasiones. Pero, también,
Frank ha arribado al sitio donde conocerá el desenlace de aquella hermosa
historia que se inició con la visión de una joven, cuya imagen “se recortaba
contra el cielo, llevando un cesto…” y cuya falda de cenefa oscura, el viento
empujaba contra sus piernas (2).
Todo el relato está teñido de una profunda nostalgia.
Galsworthy describe en detalle los ambientes y los personajes, cargando al
conjunto de emoción y ternura. El descubrimiento de Megan ante los ojos de Frank
es una suerte de epifanía, que el autor resume en la breve expresión de su
protagonista: “¡Qué guapa!”. Interiormente, sin embargo, esta visión es muy
rica en detalles. La descripción de Galsworthy, prolija y elegante, es lo que
la vena poética de Frank empieza a atesorar en su mente y en el corazón: “Su
cabello oscuro se ondulaba desordenado sobre la frente ancha, tenía el rostro
pequeño y el labio superior –escaso- dejaba ver el centelleo de los dientes,
las cejas eran rectas y oscuras, las pestañas largas y negras; pero sus ojos
grises parecían un milagro: inocentes y confiados como si aquel día los hubiera
abierto por primera vez” (3).
Galsworthy captura nuestra atención por la particular
manera como une a los personajes y, al mismo tiempo, nos va mostrando las
señales que conducirán a su alejamiento. El dolor físico de Frank Ashurst es el
pretexto para acercar a los protagonistas. A la cura física le seguirá la
ansiedad y los anhelos propios de una pasión amorosa que empieza a despertar. Con
las delicias del amor naciente, aparecen los primeros síntomas del dolor y de las
penas del alma que los aguardan. Unas heridas se curan, pero otras se abren, y
ellas, habrán de reconocer con amargura, son heridas difíciles de sanar. Veintiséis
años después, Frank aprenderá que el recuerdo mismo y el desenlace de la
historia al que ahora accederá, son capaces de reabrir aquellas heridas que
nunca, quizás, se cerraron. El amor, nos dice Galsworthy, es como una primavera
en la que florecen los más dulces sentimientos y los gestos más nobles, sin
embargo, el amor obedece a un Dios que reclama inevitablemente sacrificios. Y
como en todo sacrificio, siempre habrá víctimas.
Tiempo atrás, había juventud e inocencia. Galsworthy las
describe con fruición y establece un nexo íntimo entre la conducta de sus
protagonistas y su itinerario vital y la belleza y luminosidad del paisaje
campestre. Frank pone a prueba su rodilla, explorando el campo y sus
alrededores. Su estado de ánimo se fortalece a la vista de una naturaleza que
desborda gracia y encanto hasta en sus más pequeñas manifestaciones. El autor
lo describe así “Como en pleno éxtasis, observaba los brotes rosados de las
hayas que habían tardado más en florecer recortarse contra el azul del cielo,
bajo los rayos del sol, o los troncos y ramas de los pinos silvestres, que
parecían pardos bajo una luz tan violenta, o ya en el páramo, los alerces
doblados por el vendaval que tan vivos se veían cuando el viento hacía ondear
sus hojas verdes y tiernas por encima de las ramas oscuras, enmohecidas”. La
vida expresándose en todo su esplendor y transmitiendo al personaje esperanza y
alegría de vivir.
En Bajo el Manzano,
la naturaleza florece y hace florecer la ilusión en la vida de los personajes. La
naturaleza es testigo de sus primeras efusiones amorosas. La naturaleza es
también compañera de sus aventuras vitales. Pero también ella está presente
como complemento de las acciones y movimientos que los protagonistas llevan a
cabo: “Aquel domingo, al final de la semana, mientras escuchaba el canto de un
mirlo al atardecer, tumbado en el huerto, y componía un poema de amor, oyó que
se abría la puerta de la cerca y vio a la joven correr entre los manzanos…” (4).
Y, poco después, luego de que Megan le diera evidencias de que su amor era
correspondido, Frank, entre la sorpresa y el desconcierto, siente que “la
primavera que lo rodeaba parecía más viva y hermosa que antes: los cantos del
cuco y del mirlo, la risa del pito real, los oblicuos rayos del sol, las flores
que habían servido de corona a su cabellera” (5). Exultante, urgido por la
necesidad de dar curso a esa felicidad que llenaba su corazón, entonces, “se
dirigió a los páramos y, desde un fresno que se alzaba junto al seto, una
urraca alzó el vuelo para anunciar su llegada” (6).
Pocas veces he tenido la oportunidad de leer unos textos
que describen con sorprendente sencillez la belleza de la naturaleza al mismo
tiempo que hace de la expresión de cada uno de sus integrantes –las plantas,
los pájaros, los seres humanos- una representación de lo perfecto de la
creación. Hay armonía en el canto y en el vuelo de las aves, hay magia en el
movimiento de las hojas de los árboles, hay gozo en el corazón humano que se
regodea en el espectáculo diario y auténtico de la vida.
Pero la vida de los hombres está marcada por las
jerarquías, las clases y el orden social. Y este es un asunto que Galsworthy no
lo pasa por alto y, más bien, lo aborda directamente aunque con mucha sutileza,
y desde el principio de la novela. Al llegar a la granja, el punto de vista de
Frank y su amigo, cargada de referencias culturales, difiere de la expresión
sencilla de los campesinos que los acogen. Hay, sin duda, una brecha que se
abre entre los dos universos –el citadino y el campestre- y que, inevitablemente, influye en sus
conductas, en sus dudas y vacilaciones y, definitivamente, en el derrotero de
sus vidas. Porque los sentimientos que se empiezan a compartir demandan decisiones,
en las cuales juegan un papel esencial las circunstancias del momento, el
entorno que los ampara y una educación que todavía mantiene algunos rasgos remanentes
de la época victoriana.
Galsworthy ama el paisaje y se hace cómplice de sus
protagonistas a los que hace vivir momentos de plena felicidad. Pero, el autor
no intenta cambiar el curso lógico de los acontecimientos. Él conoce el peso de
la diferencia social y aún con dolor y con nostalgia hace prevalecer la
diferencia de clase. Pero Galsworthy es un escritor sensible. La fuerza de la
realidad no lo lleva a recargar las tintas. Apela, entonces, a la frase irónica
para criticar algunas actitudes de sus personajes ubicados en los estratos
mayores. En ningún momento deja de querer a su protagonista. Diría, más bien,
que tiende a compadecerlo, a comprenderlo.
Quizás, el medio de donde viene Frank, no le ha
permitido, con su rigidez y sus convencionalismos, ahondar en los meandros de
la conducta humana. Ha podido, sí, apreciar la belleza de Megan desde el primer
instante, pero “siendo como era un condenado inglés, no había percibido la
exquisita delicadeza y la capacidad afectiva de la joven de Gales” (7). Su
formación, además, lo hace consciente que tiene un futuro asegurado siempre y
cuando responda a la racionalidad que su clase le exige. Galsworthy escribe no
sin cierto sarcasmo, “además, era un hombre responsable y no se dejaba llevar
por el entusiasmo” (8). Frase sarcástica porque el nacimiento del sentimiento amoroso
que empieza a inquietar su alma, hace
tambalear aquella formación fría y estricta que ha recibido y que lo debe
conducir a asumir sus deberes como ciudadano en la inflexible y puritana organización
social a la que pertenece.
Ya sabemos, es cierto, que a pesar de las promesas de
amor intercambiadas con Megan, su relación no llegará a buen puerto. Lo sabemos
desde la primera página del libro. Sabemos, además, que la buena relación que
mantiene con Stella, su esposa, ha sido duradera y provechosa. Pero los
recuerdos que él desgrana a lo largo de aquel día que se detuvo en el prado,
indican que esta experiencia sí lo marcó de por vida. Ahora debe reconocer que
fueron aquellos, tal vez, los momentos más felices de su existencia. Y también,
quizás, los más dolorosos, por la decisión que tuvo que tomar luego de aquel
intento frustrado por dar marcha atrás.
Porque ese retorno al pasado de Frank conduce inevitablemente a esos momentos en que dejó atrás la edad de la inocencia. Galsworthy hace recordar
a su protagonista aquellas horas de dulzura y felicidad- y de duda, también- : “Mientras
el corazón de la joven latía al ritmo del suyo y sus labios temblaban al
contacto de los de él, Ashurst sólo sentía el gozo del momento. El destino la
empujaba a sus brazos, ¡no podía desobedecer al amor! Pero cuando sus labios se
separaron en busca de aliento, empezó a dudar otra vez”. Ella: “Moriré si no
puedo estar junto a usted”. Y él: “Nos iremos a Londres. Te mostraré el mundo.
Y cuidaré de ti, Lo prometo, Megan…” (9).
¿Qué lo detuvo aquél día a Frank Ashurst e impidió que
corriera detrás de “… aquella pobre personita desconcertada, de aquellos ojos
ansiosos que examinaban todos los rostros…” y que “…desamparada, como el
perrillo que se ha apartado del amo…no sabía si correr hacia adelante o hacia
atrás…”? (10). ¿Se daba cuenta ahora de que se trataba de un amor que no era
posible porque tras consumirse la pasión todo quedaría en nada? ¿Preveía tal
vez la tan temida marginación social? Quizás –y eso era un consuelo para Frank-
Megan, que amaba sus árboles y el campo, jamás podría haberse adaptado a las
exigencias de la gran ciudad.
Ahora, en medio de esa pradera, Frank Ashurst ha ido al
encuentro de un pasado que, implacable, lo interroga y cuestiona su existencia
misma. No me cabe duda que, más allá de la última frase con la que Galsworthy
cierra su historia, Frank nunca volvió a ser el mismo.
Cada frase, cada párrafo de este libro singular nos
emociona por su certeza, por su elegancia, por su sensibilidad. ¿Cómo es
posible escribir con tanta sencillez sobre la compleja conducta humana? Galsworthy
pertenece a aquella estirpe de escritores clásicos que se han llevado el
secreto a la tumba.
Finalmente, debo decir que la traducción de Susana
Carral, es impecable. Respeta el estilo depurado y brillante de Galsworthy y
transmite fielmente el sentido de la composición de un autor que puesto a
narrar una historia de amor terminó contándonos con una escritura exquisita
acerca de la vida y sus encrucijadas, así como también sobre los caminos
impredecibles por donde nos puede conducir el azar. O el amor.
Lima, 18 de mayo de 2014
___________________________
Notas
(1)
Impulsado por
la perseverancia de una Yola que nunca dejó de creer que en una ciudad como
Montevideo, con su movimiento cultural tan intenso, desconocieran la obra de un
escritor famoso. Yo, sigo pensando, a pesar de los pequeños hallazgos que
Galsworthy sigue siendo poco valorado.
(2)
Página 19
(3)
Ibíd.
(4)
Página 44.
(5)
Página 47.
(6)
Ibíd.
(7)
Página 25.
(8)
Página 31
(9)
Páginas 66 y
67
(10)Páginas 98 y 100.
1 comentario:
Estimado Rogelio:
Estoy totalmente de acuerdo con usted. Galsworthy sigue siendo un autor poco valorado y uno de los mejores que he tenido la gran suerte de leer y el mayor honor de traducir. Gracias por sus comentarios.
Espero darle una alegría si le digo que Reino de Cordelia ha publicado también -en unas ediciones maravillosas en tapa dura- los dos primeros títulos de Una comedia moderna y tiene previsto sacar el tercero en diciembre.(El segundo y el tercero acompañados de sus correspondientes entreactos o interludios) Además, en noviembre también publicará la primera trilogía completa, con entreactos en un solo tomo. El año que viene continuará con la tercera trilogía. Si entra usted en la página web de la editorial, podrá verlos. Un saludo y gracias de nuevo:
Susana Carral
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