18/5/14

John Galsworthy y Bajo el Manzano




Escribe: Rogelio Llanos Q.


Búsqueda y hallazgos

Conocí la obra de John Galsworthy gracias al escritor polaco, nacionalizado ingés, Joseph Conrad.

Allá por los años setenta, descubrí a Conrad a través de Los Duelistas e inicié a partir de allí una búsqueda tenaz de sus libros en cuanta librería encontraba a mi paso. Los escasos datos biográficos de este escritor, que en aquellos años pude hallar, me revelaron un detalle muy significativo: su amistad con John Galsworthy fue determinante para que este último abandonara su profesión de abogado y se dedicara a las letras.

Recuerdo que en la avenida Nicolás de Piérola, en el centro de Lima, había varias librerías. En la cuadra ubicada entre Rufino Torrico y Cailloma había dos, una casi enfrente de la otra. Si la memoria no me engaña, una de ellas, la de la acera derecha, subiendo hacia la Plaza San Martín, era un local que, creo, pertenecía a la vieja librería Studium. Yo la frecuentaba mucho porque estaba justo a unos pasos de la vieja Academia Sigma donde me preparé para ingresar a la Universidad de Ingeniería. Muchísimas veces, saliendo de clases, me entretuve allí explorando entre sus anaqueles y mesas, una oferta que, ciertamente, no era muy grande, pero que ya me había provisto de algunos clásicos con los cuales empecé a alimentar mi pequeña biblioteca de entonces.

Con el paso de los años fui conociendo otras librerías, pero siempre retornaba a ella. Una tarde, aún lo recuerdo, miraba los libros ubicados en un mostrador móvil. De pronto, mi mirada quedó fija en un libro cuya portada era el colorido dibujo de una joven sentada bajo la sombra de un árbol y hacia el fondo, cruzando un pequeño campo, una casona con sus chimeneas. No era, precisamente, una portada atractiva. A primera vista podría haberse tomado como una ilustración para una novela romántica de amores juveniles y sin mayor trascendencia. El título de la novela, ubicado en la parte superior, era Prado Florido, lo cual, repito no nos decía cosa alguna. Sin embargo, sobre el título figuraba el nombre del autor: John Galsworthy, y eso sí nos impactó porque ya sabíamos –por nuestra devoción a Conrad- que se trataba de ese inglés que abandonó su cómoda posición de hombre de leyes para emprender la aventura literaria, siguiendo los pasos de sus admirados, Joseph Conrad y Thomas Hardy.

Era el primer libro de Galsworthy que caía en mis manos. Las aventuras sentimentales de Dinny, en medio de un paisaje que revela a la moderna sociedad británica en ascenso, en los tiempos inmediatamente posteriores a los de la reina Victoria, nos impresionó de manera muy grata como para continuar la búsqueda de otros libros del autor. En la vieja librería La Familia, que quedaba también en Nicolás de Piérola, pero en aquella cuadra a la que se llegaba cruzando la esquina de Nicolás de Piérola y Garcilaso de la Vega, encontré tiempo después, casi refundidos entre tanto libro de autor desconocido, otras novelas del autor de La Saga de los Forsyte.

A diferencia de lo ocurrido con Conrad, cuya obra  he podido pacientemente reunir y leer en su totalidad, no he podido completar las dos colecciones que Galsworthy publicó bajo los nombres de La Saga de los Forsyte [El Propietario (1906), El Veranillo de San Martín de un Forsyte (1918), El Tribunal (1920), Despertar (1920) y Se Alquila (1921)] y Una Comedia Moderna [El Mono Blanco (1921), La Cuchara de Plata (1926) y El Canto del Cisne (1928)]. De La Saga…, me ha sido imposible conseguir El Veranillo… y de la trilogía, El Canto del Cisne.

Pero esta búsqueda que aún no ha terminado, me ha deparado muchas sorpresas agradables. En Buenos Aires, en esas antiguas librerías donde se encuentran viejas joyitas de segunda, tercera o enésima mano, encontré en ocasiones distintas Más Allá y Se Alquila. Esta última novela ya la tenía desde los años setenta, pero al verla viejita, cubierta precariamente con un plástico y a sólo diez pesos, experimenté tal emoción que decidí rescatarla. Tenía que tener este libro en mi biblioteca y acariciarlo y amarlo como si de un ser vivo se tratara.

En otra ocasión, estando en Montevideo y ya perdidas las esperanzas de encontrar alguna obra más de Galsworthy, pregunté en la librería Puro Verso si tenían alguna obra de este autor inglés. Cuál no sería mi sorpresa al saber que si bien no había ejemplar alguno allí, sí lo había en otro local denominado Más Puro Verso. Así que hacia allí me dirigí (1) a la búsqueda del segundo episodio de la trilogía conocida como Una Comedia Moderna. Libros nuevos y viejos se juntaban en los atiborrados anaqueles que ahora aparecían ante mis ojos como una provocación. No sólo conseguí La Cuchara de Plata. También encontré una edición viejísima que contenía tres novelas de Galsworthy: Esperanzas Juveniles, Prado Florido y Más Allá del Río.

Antes de viajar a Madrid en marzo pasado busqué en el catálogo de La Casa del Libro y encontré que tenían una última edición de La Saga de los Forsyte. Ilusionado y con la emoción al tope, no esperé encontrarla yo mismo como suelo hacer y la pedí al dependiente. Su respuesta fue una estocada en el corazón: no la tenemos ya. Cuál habrá sido mi expresión de desencanto que, de inmediato, me dijo: “Pero tenemos otra novela de Galsworthy, Bajo el Manzano”.

Lo que yo estaba lejos de imaginar al tomarla en mis manos en ese momento, es que esta novela, que la leí en la tarde de un sábado glorioso, iba a proporcionarme una intensa emoción, que me condujo a un estado muy cercano al de aquella felicidad que encontré cuando siendo aún joven descubrí los pequeños tesoros que guardaba la biblioteca de mi padre. Bajo el Manzano, resultó ser una pequeña obra maestra que el azar puso entre mis manos.

De esa novela, breve, sencilla y elegante, es que quiero ahora escribir.


Bajo el Manzano

Al lugar donde has sido feliz
Es mejor que no trates
Nunca de regresar

Joaquín Sabina, El Blues de la Soledad




Han pasado veinticinco años desde el día en que Frank Ashurst y Stella Halliday se casaron. Como parte de su celebración deciden pasar la noche en Torquay, que es la ciudad donde se conocieron. Se detienen en medio del camino, atraídos por el paisaje. Ella toma sus acuarelas y se interna en el prado. Él, desde la carretera, donde ha detenido su coche, observa emocionado el lugar, posando su mirada en un montículo que, de inmediato, identifica como una tumba sobre la que reposa un ramo de flores. Se anima a caminar por el lugar al que siente cada vez más atractivo y, de pronto, con el corazón corriendo como caballo desbocado, descubre que muchos años atrás él estuvo allí y que vivió momentos muy hermosos que, con el paso del tiempo y las experiencias acumuladas, los había olvidado. Pero, ahora las imágenes de ese pasado casi olvidado, retornaban con una fuerza inusitada. 

Y, entonces, se vio a sí mismo, muy joven, con sus estudios de abogacía concluidos, haciendo un alto en su excursión en el sitio donde ahora estaba, a causa de una rodilla herida. Recordó su encuentro con Megan, la bella muchacha que vivía en la granja donde él finalmente consiguió alojarse. Recordó, entonces, cada detalle de aquellos días que vivió en ese lugar a la espera de recuperarse para continuar su camino. Y mientras esperaba, rememoró con nostalgia aquellos sentimientos que empezaron a nacer en su corazón impresionado por la sencilla y delicada belleza de una joven que también sentía la presencia del amor en su noble corazón.

La estancia de Frank en la granja adquirió en ese entonces otros matices. La bella luz natural que daba vida al paisaje parecía ahora iluminar intensamente el alma de Frank. Había magia en el lugar y esa magia había tocado su corazón. Sintió el encanto de la vida. Ahora había esperanza, había ilusión. Porque, además, Megan, la linda granjera que lo ayudó a encontrar alojamiento, que le curó la herida, que le dedicó algunos momentos de gratísima charla, le descubrió, en un instante pleno de magia, que su corazón también latía bajo el impulso del amor.

Emocionado, Frank evocó las promesas de amor, y sus encuentros con Megan, tan fugaces como los abrazos y besos compartidos en la soledad nocturna y bajo un manzano, cómplice y silencioso. Por la mente de Frank pasaron luego aquellos episodios que los caprichos del azar dispusieron de manera inesperada e insensible. Recordó el dolor por el amor que se aleja, las indecisiones lacerantes frente a un corazón que se agita, que se calma, que se endurece, que se rompe. Su mente recorrió, como si de una película se tratara, sus horas felices de la mano de aquellas jóvenes amigas que, sin saberlo, fungían de pequeñas hechiceras conduciendo al joven a un destino nuevo e impensado.

De esta manera, John Galsworthy lleva a su protagonista al encuentro con un pasado cargado de momentos bellos y felices, pero en los que también anida el dolor, la angustia, la desilusión. Frank ha llegado a un lugar donde se reencuentra con el paisaje conocido y amado y que despierta en él los recuerdos agridulces de una juventud poseída por el hechizo de los afectos y las pasiones.  Pero, también, Frank ha arribado al sitio donde conocerá el desenlace de aquella hermosa historia que se inició con la visión de una joven, cuya imagen “se recortaba contra el cielo, llevando un cesto…” y cuya falda de cenefa oscura, el viento empujaba contra sus piernas (2).

Todo el relato está teñido de una profunda nostalgia. Galsworthy describe en detalle los ambientes y los personajes, cargando al conjunto de emoción y ternura. El descubrimiento de Megan ante los ojos de Frank es una suerte de epifanía, que el autor resume en la breve expresión de su protagonista: “¡Qué guapa!”.  Interiormente, sin embargo, esta visión es muy rica en detalles. La descripción de Galsworthy, prolija y elegante, es lo que la vena poética de Frank empieza a atesorar en su mente y en el corazón: “Su cabello oscuro se ondulaba desordenado sobre la frente ancha, tenía el rostro pequeño y el labio superior –escaso- dejaba ver el centelleo de los dientes, las cejas eran rectas y oscuras, las pestañas largas y negras; pero sus ojos grises parecían un milagro: inocentes y confiados como si aquel día los hubiera abierto por primera vez” (3).

Galsworthy captura nuestra atención por la particular manera como une a los personajes y, al mismo tiempo, nos va mostrando las señales que conducirán a su alejamiento. El dolor físico de Frank Ashurst es el pretexto para acercar a los protagonistas. A la cura física le seguirá la ansiedad y los anhelos propios de una pasión amorosa que empieza a despertar. Con las delicias del amor naciente, aparecen los primeros síntomas del dolor y de las penas del alma que los aguardan. Unas heridas se curan, pero otras se abren, y ellas, habrán de reconocer con amargura, son heridas difíciles de sanar. Veintiséis años después, Frank aprenderá que el recuerdo mismo y el desenlace de la historia al que ahora accederá, son capaces de reabrir aquellas heridas que nunca, quizás, se cerraron. El amor, nos dice Galsworthy, es como una primavera en la que florecen los más dulces sentimientos y los gestos más nobles, sin embargo, el amor obedece a un Dios que reclama inevitablemente sacrificios. Y como en todo sacrificio, siempre habrá víctimas.

Tiempo atrás, había juventud e inocencia. Galsworthy las describe con fruición y establece un nexo íntimo entre la conducta de sus protagonistas y su itinerario vital y la belleza y luminosidad del paisaje campestre. Frank pone a prueba su rodilla, explorando el campo y sus alrededores. Su estado de ánimo se fortalece a la vista de una naturaleza que desborda gracia y encanto hasta en sus más pequeñas manifestaciones. El autor lo describe así “Como en pleno éxtasis, observaba los brotes rosados de las hayas que habían tardado más en florecer recortarse contra el azul del cielo, bajo los rayos del sol, o los troncos y ramas de los pinos silvestres, que parecían pardos bajo una luz tan violenta, o ya en el páramo, los alerces doblados por el vendaval que tan vivos se veían cuando el viento hacía ondear sus hojas verdes y tiernas por encima de las ramas oscuras, enmohecidas”. La vida expresándose en todo su esplendor y transmitiendo al personaje esperanza y alegría de vivir.

En Bajo el Manzano, la naturaleza florece y hace florecer la ilusión en la vida de los personajes. La naturaleza es testigo de sus primeras efusiones amorosas. La naturaleza es también compañera de sus aventuras vitales. Pero también ella está presente como complemento de las acciones y movimientos que los protagonistas llevan a cabo: “Aquel domingo, al final de la semana, mientras escuchaba el canto de un mirlo al atardecer, tumbado en el huerto, y componía un poema de amor, oyó que se abría la puerta de la cerca y vio a la joven correr entre los manzanos…” (4). Y, poco después, luego de que Megan le diera evidencias de que su amor era correspondido, Frank, entre la sorpresa y el desconcierto, siente que “la primavera que lo rodeaba parecía más viva y hermosa que antes: los cantos del cuco y del mirlo, la risa del pito real, los oblicuos rayos del sol, las flores que habían servido de corona a su cabellera” (5). Exultante, urgido por la necesidad de dar curso a esa felicidad que llenaba su corazón, entonces, “se dirigió a los páramos y, desde un fresno que se alzaba junto al seto, una urraca alzó el vuelo para anunciar su llegada” (6).

Pocas veces he tenido la oportunidad de leer unos textos que describen con sorprendente sencillez la belleza de la naturaleza al mismo tiempo que hace de la expresión de cada uno de sus integrantes –las plantas, los pájaros, los seres humanos- una representación de lo perfecto de la creación. Hay armonía en el canto y en el vuelo de las aves, hay magia en el movimiento de las hojas de los árboles, hay gozo en el corazón humano que se regodea en el espectáculo diario y auténtico de la vida.

Pero la vida de los hombres está marcada por las jerarquías, las clases y el orden social. Y este es un asunto que Galsworthy no lo pasa por alto y, más bien, lo aborda directamente aunque con mucha sutileza, y desde el principio de la novela. Al llegar a la granja, el punto de vista de Frank y su amigo, cargada de referencias culturales, difiere de la expresión sencilla de los campesinos que los acogen. Hay, sin duda, una brecha que se abre entre los dos universos –el citadino y el campestre-  y que, inevitablemente, influye en sus conductas, en sus dudas y vacilaciones y, definitivamente, en el derrotero de sus vidas. Porque los sentimientos que se empiezan a compartir demandan decisiones, en las cuales juegan un papel esencial las circunstancias del momento, el entorno que los ampara y una educación que todavía mantiene algunos rasgos remanentes de la época victoriana.

Galsworthy ama el paisaje y se hace cómplice de sus protagonistas a los que hace vivir momentos de plena felicidad. Pero, el autor no intenta cambiar el curso lógico de los acontecimientos. Él conoce el peso de la diferencia social y aún con dolor y con nostalgia hace prevalecer la diferencia de clase. Pero Galsworthy es un escritor sensible. La fuerza de la realidad no lo lleva a recargar las tintas. Apela, entonces, a la frase irónica para criticar algunas actitudes de sus personajes ubicados en los estratos mayores. En ningún momento deja de querer a su protagonista. Diría, más bien, que tiende a compadecerlo, a comprenderlo.

Quizás, el medio de donde viene Frank, no le ha permitido, con su rigidez y sus convencionalismos, ahondar en los meandros de la conducta humana. Ha podido, sí, apreciar la belleza de Megan desde el primer instante, pero “siendo como era un condenado inglés, no había percibido la exquisita delicadeza y la capacidad afectiva de la joven de Gales” (7). Su formación, además, lo hace consciente que tiene un futuro asegurado siempre y cuando responda a la racionalidad que su clase le exige. Galsworthy escribe no sin cierto sarcasmo, “además, era un hombre responsable y no se dejaba llevar por el entusiasmo” (8). Frase sarcástica porque el nacimiento del sentimiento amoroso que empieza a inquietar  su alma, hace tambalear aquella formación fría y estricta que ha recibido y que lo debe conducir a asumir sus deberes como ciudadano en la inflexible y puritana organización social a la que pertenece.

Ya sabemos, es cierto, que a pesar de las promesas de amor intercambiadas con Megan, su relación no llegará a buen puerto. Lo sabemos desde la primera página del libro. Sabemos, además, que la buena relación que mantiene con Stella, su esposa, ha sido duradera y provechosa. Pero los recuerdos que él desgrana a lo largo de aquel día que se detuvo en el prado, indican que esta experiencia sí lo marcó de por vida. Ahora debe reconocer que fueron aquellos, tal vez, los momentos más felices de su existencia. Y también, quizás, los más dolorosos, por la decisión que tuvo que tomar luego de aquel intento frustrado por dar marcha atrás.

Porque ese retorno al pasado de Frank conduce inevitablemente a esos momentos en que dejó atrás la edad de la inocencia. Galsworthy hace recordar a su protagonista aquellas horas de dulzura y felicidad- y de duda, también- :   “Mientras el corazón de la joven latía al ritmo del suyo y sus labios temblaban al contacto de los de él, Ashurst sólo sentía el gozo del momento. El destino la empujaba a sus brazos, ¡no podía desobedecer al amor! Pero cuando sus labios se separaron en busca de aliento, empezó a dudar otra vez”. Ella: “Moriré si no puedo estar junto a usted”. Y él: “Nos iremos a Londres. Te mostraré el mundo. Y cuidaré de ti, Lo prometo, Megan…” (9).

¿Qué lo detuvo aquél día a Frank Ashurst e impidió que corriera detrás de “… aquella pobre personita desconcertada, de aquellos ojos ansiosos que examinaban todos los rostros…” y que “…desamparada, como el perrillo que se ha apartado del amo…no sabía si correr hacia adelante o hacia atrás…”? (10). ¿Se daba cuenta ahora de que se trataba de un amor que no era posible porque tras consumirse la pasión todo quedaría en nada? ¿Preveía tal vez la tan temida marginación social? Quizás –y eso era un consuelo para Frank- Megan, que amaba sus árboles y el campo, jamás podría haberse adaptado a las exigencias de la gran ciudad.

Ahora, en medio de esa pradera, Frank Ashurst ha ido al encuentro de un pasado que, implacable, lo interroga y cuestiona su existencia misma. No me cabe duda que, más allá de la última frase con la que Galsworthy cierra su historia, Frank nunca volvió a ser el mismo.

Cada frase, cada párrafo de este libro singular nos emociona por su certeza, por su elegancia, por su sensibilidad. ¿Cómo es posible escribir con tanta sencillez sobre la compleja conducta humana? Galsworthy pertenece a aquella estirpe de escritores clásicos que se han llevado el secreto a la tumba.

Finalmente, debo decir que la traducción de Susana Carral, es impecable. Respeta el estilo depurado y brillante de Galsworthy y transmite fielmente el sentido de la composición de un autor que puesto a narrar una historia de amor terminó contándonos con una escritura exquisita acerca de la vida y sus encrucijadas, así como también sobre los caminos impredecibles por donde nos puede conducir el azar. O el amor.


Lima, 18 de mayo de 2014

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Notas

(1)    Impulsado por la perseverancia de una Yola que nunca dejó de creer que en una ciudad como Montevideo, con su movimiento cultural tan intenso, desconocieran la obra de un escritor famoso. Yo, sigo pensando, a pesar de los pequeños hallazgos que Galsworthy sigue siendo poco valorado.
(2)    Página 19
(3)    Ibíd.
(4)    Página 44.
(5)    Página 47.
(6)    Ibíd.
(7)    Página 25.
(8)    Página 31
(9)    Páginas 66 y 67

(10)Páginas 98 y 100.

1 comentario:

Susana dijo...

Estimado Rogelio:
Estoy totalmente de acuerdo con usted. Galsworthy sigue siendo un autor poco valorado y uno de los mejores que he tenido la gran suerte de leer y el mayor honor de traducir. Gracias por sus comentarios.
Espero darle una alegría si le digo que Reino de Cordelia ha publicado también -en unas ediciones maravillosas en tapa dura- los dos primeros títulos de Una comedia moderna y tiene previsto sacar el tercero en diciembre.(El segundo y el tercero acompañados de sus correspondientes entreactos o interludios) Además, en noviembre también publicará la primera trilogía completa, con entreactos en un solo tomo. El año que viene continuará con la tercera trilogía. Si entra usted en la página web de la editorial, podrá verlos. Un saludo y gracias de nuevo:
Susana Carral