I. BOB DYLAN EN BUENOS AIRES: EMOCIÓN Y SENTIMIENTO
Mañana será un gran día…
(Jordi, al borde de la medianoche del
14 de marzo)
A Yola, Gaby, Jose, Henry, Jordi
y a todos los que allí estuvieron
Escribe: Rogelio Llanos
Ríos de tinta han fluido
tras los conciertos de Bob Dylan en Argentina. Repetiremos algunas frases cuyo
sentido y significado compartimos plenamente y cuya sonoridad toca certeramente
fibras sensibles de nuestro corazón motivando el recuerdo entrañable de aquellas
experiencias maravillosas que fueron las presentaciones del viejo Bob en Buenos Aires y Rosario. ‘Como los buenos vinos’, escribió
Federico Monjeau en el Clarín del 17
de marzo. ‘Mejor imposible’ tituló
el suplemento Espectáculos del mismo
diario. ‘Bob Dylan paseó su leyenda por
Rosario’ fue el pie de fotografía de La Capital ,
diario rosarino, que le dedicó la portada – bellísima fotografía de Bob, guitarra
en ristre, y su banda- y dos páginas completas, una de ellas con una nota cuyo
título – emotivo, generoso - fue ‘Un genio iluminó el Hipódromo’.
Y como la mayoría de
las historias han de empezar por el principio, pues lo haremos remontándonos a
aquella tarde soleada y calurosa del 15 de marzo cuando a las 18.00 h llegamos,
luego de veinte minutos de viaje en tren, a la estación de Liniers en Buenos
Aires y tras una pequeña caminata nos contamos entre los primeros de la fila
para entrar en los dominios del Vélez, que en esos momentos vivía ya la
tragedia de la violenta muerte de un
hincha. Sí, tiempos violentos los que se viven también allí en la Argentina de Gardel, de
Charlie, de Fito, a donde hemos acudido para ver una vez más al legendario
autor de Like a Rolling Stone.
Un escenario austero,
de fondo negro, sin adorno alguno, exento de pantallas y en el que únicamente
se aprecian las poderosas lámparas y reflectores y los instrumentos musicales.
En primer término vemos unas guitarras y una batería que pertenecen a la banda
de soporte de Leon Gieco, quien calienta el ambiente a partir de las ocho de la
noche con temas de homenaje a autores y cantantes latinoamericanos (Zitarrosa,
Cafrune, Mercedes Sosa y otros). Hacia el final de su presentación se le unen Gustavo
Santaolalla y Charlie García con quienes interpreta Pensar
en Nada y El Fantasma de Canterville.
Gratamente sorprendido por la presencia no anunciada de Santaolalla y
Charlie García, el público ya estaba dispuesto para el encuentro con la
leyenda. Con rapidez los técnicos retiran las fundas de los amplificadores,
arman los teclados de Dylan, conectan las guitarras, prueban el sonido y
desenfundan la hermosa batería de brillantes destellos de George Recile. A las
nueve de la noche, todo está listo para el comienzo de un nuevo episodio
magistral del increíble Never Ending
Tour.
Sólo unos minutos
antes de las nueve y treinta de la noche, Dylan entrega el set list a un técnico, quien
lo ubica en varios puntos del escenario. La lista de canciones nunca es la
misma y su composición y orden obedecen a criterios desconocidos sobre los
cuales podemos especular, sin llegar a una conclusión definitiva. Sin embargo,
por los temas abordados, y quizás por la manera de interpretarlos –que responde
a su vez a un estado de ánimo particular- es factible pensar –sin llegar claro
está a una verdad categórica - que Dylan no es ajeno al entorno en el que se
encuentra. De los sesenta a los tiempos actuales mucha agua ha corrido bajo los
puentes, mucha violencia ha lacerado los corazones sensibles. Su música,
aquella que compuso entre los veinte y treinta años, siendo como era
contestataria y de significados plurales, ahora es recreada, con sonidos
fuertes, broncos, vigorosos que
armonizan con aquella voz gastada por el tiempo y por una vida agitada e
intensa, plena quizás, pero turbulenta también. Sin duda, música y arreglos en sintonía con los tiempos que corren. Vigente
a fuerza de poesía, de sutileza, de ironía. Música para hoy y para el futuro.
Las nueve y treinta y
cinco de la noche. Se apagan las luces, sonido de fanfarrias, una voz que
presenta al artista exclusivo de Columbia Records y Bob Dylan y su gente ya
están con sus instrumentos listos para el concierto. La aclamación general es
acallada por el estruendo de las guitarras. Hoy será un gran día, qué duda
cabe. El comienzo de Rainy
Day Women #12 y 35 no tiene ya esos aires circenses de la versión original
del Blonde on Blonde. No, ahora, con
un Dylan armado de su Fender Stratocaster tiene un sonido particularmente duro
y enérgico que nos hace levantarnos de nuestros asientos y corear “Everybody must
get stoned”. Irónico Dylan, una vez más, como siempre. Todo el mundo debe estar
drogado, sin duda, para poder soportar tanta violencia, tanta injusticia…pero
cantemos hoy y vivamos el presente…mañana será otro día. Tras ese comienzo
demoledor, el Lay, Lady, Lay del Nashville
Skyline, que tantas iras despertó en su momento por ir –con su ternura y
sencillez- a contracorriente de los sonidos en boga a fines de los sesenta. La
versión que Dylan nos regala en Buenos Aires mantiene el aire de declaración amorosa,
pero es una declaración expresada con una pasión no exenta de orgullo. El “Until the break of day, let me
see you make him smile”, sonó más bien a “Until the break of day, I want to see you make him smile”. Y luego, un viejo blues, Watching the River Flow, devenido en un
rock furioso, emotivo. El último tema en el que veremos a Dylan esgrimir su
guitarra espoleado por las imágenes agridulces de una canción que se refugia en
el paisaje campestre, en el día soleado, en las aguas turbulentas que fluyen como
la vida misma.
Ahora Dylan está tras
los teclados. Y desde allí, en Masters
of War habla más que canta, advierte y maldice. Las guitarras subrayan cada
verso de este tema que hoy, con su voz gruesa y rasposa, suena más inquietante,
más amenazante. Nunca como ahora habíamos escuchado -con la piel erizada y el
desprecio en nuestro corazón- aquellos versos finales (y que en esta versión se
convirtieron en penúltimos) dedicados a toda esa ralea de políticos y militares
que juegan con las vidas ajenas: “I will
follow your casket / In the pale afternoorn / And I’ll watch while you´re
lowered / down to your deathbed / An I’ll stand over your grave / ‘Till I’m
sure that you’re dead”. ¿Y será
casualidad que a continuación de este virulento tema, Dylan pase una vez más a
la ironía y nos advierta que si el río sigue subiendo el dique se va a romper? (The Levee´s Gonna Break). Quizás., pero tampoco olvidemos que el Modern
Times salió a la luz poco después que ocurriera el desastre de New Orleans. Es muy particular la forma cómo Dylan varía
en esta versión en vivo la entonación del estribillo ”If it keep on rainin', the levee gonna break”, acentuando el ‘gonna break’ y dándole un carácter más
irónico a la composición que se decanta con facilidad hacia un rock’ n roll de ritmo contagiante. Bien por esa primera de Denny Freeman y por
la dulce mandolina de Donnie Herron, cuya versatilidad con los diversos
instrumentos que toca, y que aprendimos a conocer en Oberhausen y París, nos siguió sorprendiendo.
Tras la agitación, el anatema y la ironía, la calma, sin
por ello abandonar la pasión. Una melodía sustentada en los teclados y con un
aire pasatista que remarcan con acierto las guitarras. Dylan, viejo bribón, no
duda en revelar ciertos arrestos juveniles cuando expresa: If I can´t have you / I’ll throw my love into de deep blue sea” en la bellísima Spirit on the Water del Modern Times. Luego, una mirada rápida
al Oscar que reposa sobre un amplificador y cuya figura es realzada por una
pequeña luz proveniente de una lámpara. Es sólo un gesto rápido, pero que nos
indica que Things Have Changed está
en camino. Y con esta soberbia versión, acompasada, con un Dylan que se
retuerce sobre sus teclados y una primera guitarra protagónica, recordamos que
Hollywood no quiso, hace pocos años,
pasar por la infamia del olvido y decidió premiarlo por esta composición
escrita para Wonder Boys, el
recordado film de Curtis Hanson. Unos leves toques de guitarra, unas baquetas
que percuten suavemente sobre unos platillos mientras Bob entra en sintonía con
la banda son los preliminares de Workingman’s Blues #2, en una versión encantadora que
le debe tanto a esos acordes emotivos de Denny Freeman como a la vocalización
sentidísima de un Dylan que nos remeció
cada vez aue que cantaba con voz desgarrada: “Meet me at the bottom, don't lag behind / Bring me my boots and shoes / You can hang
back or fight your best on the front line /
Sing a little bit of these workingman's blues”. Y esa inflexión de arriba hacia abajo con voz emocionada: Workingmaaaan´s bluuueeeess”. Genial Bob. Inolvidable versión.
Sing a little bit of these workingman's blues”. Y esa inflexión de arriba hacia abajo con voz emocionada: Workingmaaaan´s bluuueeeess”. Genial Bob. Inolvidable versión.
Y cuando ya sentíamos que
el concierto había alcanzado sus picos más altos con Masters of War y Workingman’s
Blues, Dylan saca un as debajo de la manga y nos sorprende con una espléndida
interpretación de Just Like a Woman.
Hemos escuchado muchas versiones de este tema, de las cuales tenemos especial
aprecio por dos de ellas: la primera, acústica, en tono de lamento o de súplica
(la del Free Trade Hall, Manchester
5/17/66), la segunda, exultante, embellecida por los teclados de Benmont
Tench y los arreglos preparados con Tom Petty & The Heartbreakers en la
gira de 1986 y que quedó perennizada en el vídeo Hard to Handle. Pues bien, a estas dos versiones ahora le debemos agregar
la interpretada en el Vélez. Una extraña mezcla de pasión, fuerza y lirismo
caracteriza esta interpretación, en la que un Dylan inspirado y sorpresivo
expresa con brío She makes love,
just…like…a woman, separando las palabras, pronunciándolas con fiereza, y
luego, con calidez, casi ternura, But she
breaks just like a little girl. Punto altísimo de este concierto con un
Dylan alternando una voz poderosa, áspera., rugiente con otra más melancólica,
más evocadora.
Una brevísima pausa
para que los músicos se enteren por qué ruta ha escogido transitar el viejo
zorro esta noche, y luego el trueno arrollador de una banda rockerísima
atacando en toda regla: Honest with Me, la
primera incursión en este concierto en los predios del entrañable Love & Theft. Pero, ¡diablos!, cómo
cambia su propia obra, cómo la transforma, hasta hacer de ella otra, totalmente
distinta. Y ese baterista, cómo le pega a los tambores y a los platillos en
este rock duro y compulsivo. Y como en las grandes obras clásicas, tras el
temporal, la calma, la reflexión: la estupenda When the Deal Goes Down, del Modern
Times. Frases exquisitas recitadas con voz ronca y expresión anhelante-
como aquella “You come to my eyes like a
vision from the skies /And I'll be with you when the deal goes down” – y
unas guitarras que con su toque melódico y suave nos transportan por los campos
de la melancolía y la añoranza. Una bella canción acunada entre dos descargas
rockeras, la ya mencionada Honest with
Me y Highway 61 Revisited, que
una vez más nos levanta, nos enciende, nos emociona. Sí, blancos y negros,
pobres y ricos, locos y cuerdos, soñadores e ilusos, pordioseros y jugadores, todos
coincidimos en la vorágine de la autopista 61.
Una vez más unos
toques leves de guitarra y el tambor percutiente, insistente, que abren brecha para
que Bob empiece a narrar una historia plena de añoranzas, de tristezas, de
pesimismo –Oh I miss you Nettie Moore / My happiness is over /
…..I loved you then and ever shall…..The world has gone black before my eyes
– frases subrayadas por el golpeteo de las baquetas de Recile y el melancólico
sonido del violín de Herron. Pero, una vez más, las nubes se disipan y el tono
ligero y relajado del rock’n roll se
adueña del lugar con el infaltable Summer
Days, segunda entrada de Dylan en el ámbito del Love & Theft. Sí, los días del verano ya pasaron, pero siempre
habrá un lugar donde ir, pareciera expresar Dylan mientras se inclina sobre sus
teclados y parece disfrutar del ritmo relajado y contagiante impuesto por esta
banda sólida, intuitiva, capaz de improvisar
y seguir de manera original y segura los hitos establecidos por un Dylan que
entra al escenario a hacer lo suyo, es decir cantar, tal como lo siente, tal
como lo desea, bajo la premisa de que no hay más verdad que aquella que se
expresa con convicción, con dignidad.
Todos esperábamos Like a Rolling Stone. Brazos en alto,
voces múltiples, emoción al tope. No es como la versión potentísima que hizo en
Sao Paulo, pero escucharla en directo nos cautiva una vez más. “How does it feel “, con esa inflexión hacia
arriba en “feeeeeel”. Con
indiferencia hacia el tempo marcado
por la multitud, Dylan hace su propia versión: “to be withoooout a home”. Y gritos y aplausos y más emoción
mientras en la memoria vuelven de manera compulsiva aquellos recuerdos de una
mañana de un largo verano, hace casi treinta años, en que el baquetazo de Bobby
Gregg (el baterista de las sesiones del Highway
61 Revisited) nos abrió las puertas de ese mágico universo musical
construido de sueños y fantasías, de dolor y alegría, de verdad y de ficción. “Like a complete unknoooownnnn”, y la guitarra de Denny Freeman
empeñándose en embellecerla aún más. Pues, pareciera que a esta canción
cualquier innovación de su creador estaría destinada a hacerla más entrañable,
más inolvidable. “Like a rolling stone”,
frase que concluye el coro de la composición, expresada en tono bajo, apurado,
sin inflexión alguna, a contracorriente de un público que la corea siguiendo la
senda marcada por la gloriosa versión primigenia del Highway …. Y con movimientos
y gestos minimalistas de despedida, con las luces aún apagadas, Bob Dylan y su
banda se alejan del escenario.
Quienes estuvimos en
el Vélez Sarsfield nunca nos imaginamos que Dylan sería particularmente
generoso esa noche. A diferencia de lo que hizo en todo Sudamérica, en Buenos
Aires, el encore se compuso de tres
canciones, cuando todos sólo esperaban dos. Ciertamente, la entrega del público
hacia el hombre de Minnesota fue total. Un público que se rindió por completo al
hechizo de la música de un artista que ha optado por vivir en el camino, por
desafiar lo que el talentoso Robbie Robertson definió en The Last Waltz, como esa manera imposible de vivir. Algunos piensan
que Dylan es indiferente a esas manifestaciones de cariño o admiración; dan por
sentado que la ausencia en Dylan de muestras de gratitud o de frases de
acercamiento al público corresponden a una suerte de artista encerrado en su
burbuja genial. Nuestra opinión particular está a contracorriente de esas
creencias extendidas aquí y allá. A Dylan sí le interesa la gente, pero es un
interés muy sui generis, es un
interés que nace de esa necesidad de transmitir a quien desee escucharlo sus
creaciones, a quien sea capaz de emocionarse con sus palabras e imágenes, a
quien pueda entender su dolor, a quien intente comprender sus confesiones o a
quien sea capaz de soportar sus ironías. El Never Ending Tour, la gira interminable que Dylan iniciara en los
años ochenta así lo permite constatar. Esa confrontación directa del compositor y
cantante con la gente dispuesta a oírlo se ha convertido en una permanente
ordalía que Dylan asume con generosidad, pero cuidándose, protegiéndose,
ocultándose a veces, entregándose luego, cuando sabe que los puentes con el
público han sido ya tendidos. Como ocurrió en Buenos Aires, como continuó en
Rosario.
Y bien sabe Dylan que
en el escenario necesita una banda versátil, flexible, intuitiva que se acople
perfectamente a sus cambios de tono, a sus improvisaciones, que se convierta en
cómplice de sus proyectos y aventuras musicales. En cierta ocasión, Bono –el
vocalista de U2- aludió a los halagos de Dylan a la banda irlandesa, cuya
solidez y talento facilitaban la interrelación con el público. Dylan siempre
jugó a la idea de tener su propia banda. Quizás ahora la tiene. Recordemos que
con esta banda ha hecho lo que no hizo en sus anteriores experiencias donde
juntó esfuerzos con The Band, The Heartbreakers y Greateful Dead.: hacer un
alto en la gira y grabar un disco en estudio con la misma banda del tour. Lo
que hemos visto ahora es un Dylan en gran armonía con sus músicos,
exigiéndolos, poniéndose a su nivel y permitiéndoles pequeños lucimientos a
efectos de embellecer sus versiones: recordemos Workingman´s Blues o el mismo Like
a Rolling Stone. Bob Dylan, de manera similar a como lo hiciera el gran
John Ford en su momento bien podría definirse como el hombre que sólo sabe
hacer música. Cierto. Su verdad está en sus canciones y a ellas hay que
remitirse.
Stuck Inside of Mobile with the Memphis Blues Again abrió la última parte del concierto, sorprendiendo a propios y extraños
que esperábamos escuchar la versión en vivo del Thunder on the Mountain, ese opus
notable con el que se inicia el Modern
Times. Y antes, una rápida presentación de sus músicos, liderados por el
bajista Tony Garnier que alternó el instrumento electrónico con el contrabajo.
Siempre eficiente, Garnier, ubicado frente a Dylan, es una suerte de vocero o
de intérprete del compositor ante la banda. Hábil, cerebral e intuitivo, Tony
Garnier acompaña a Dylan desde 1989, un año después de que se iniciara el Never Ending Tour.
A estas alturas del
concierto, Dylan ya había decidido que todo el encore estaría conformado por sus clásicos de los sesenta. All Along the Watchtower, siguiendo los
lineamientos que trazara Jimi Hendrix, remeció los cimientos del Vélez
Sarsfield y, finalmente, un Blowin’ in
the Wind, bronco, irreconocible,
lejos, muy lejos de aquella canción de dulce melodía que Dylan creara en los
sesenta, cerró una velada para el recuerdo. Sí, mucha emoción en un concierto
magistral, bello, repleto de sorpresas, pleno de sentimiento. Extraña
contradicción: fascinación por un hermoso recital de canciones inquietantes, la
mayoría de ellas. Sí, inquietantes porque nadie podría afirmar cuánto más
tendrá que caminar el hombre para encontrar la paz, la alegría, la
autenticidad. Las respuestas, en todo caso, aún continúan flotando en el viento.
May you stay forever young, Bob.
Lima, 24 de marzo de
2008
Continuará…
Fe de
erratas. en el quinto párrafo decía: “Las nueve y quince de la
noche”. Ahora se ha corregido a “Las nueve y treinta y cinco de la noche”. El
error se debe a una pequeña confusión con el inicio del concierto en Rosario.
Esta aclaración la hacemos porque esta nota, editada, se ha publicado ya en la
revista electrónica Rock y Otras Pastas,
que dirige nuestro buen amigo Henry Flores.
II. BOB DYLAN EN ROSARIO: HUMOR Y VITALIDAD
A Lobo Zac y sus amigos que
participaron de la celebración…
Al escurridizo vendedor de polos de los conciertos,
al gentil vendedor de periódicos
de la calle San
Lorenzo, esquina San Martín,
a la gente del Hotel República,
siempre amable, siempre diligente…
Hay trescientos seis kilómetros
entre Buenos Aires y Rosario, que se cubren en aproximadamente tres horas y media
en bus o en media hora en avión. Un tramo bastante corto que conduce al viajero
que viene de la vorágine capitalina hacia la apacible y hermosa ciudad de
Rosario, hacia donde nos dirigimos para ver la presentación final de Bob Dylan
por tierras argentinas. Fuimos tras él y nos encontramos, además, con un lugar
encantador, poblado de gente amable, cruzado por calles que invitan a la larga
y amena caminata y donde existe un inmenso parque con fuentes luminosas y un
verde exuberante que acoge con calidez al visitante. Allí, en ese parque,
de nombre Independencia, se ubica el
viejo Hipódromo de la ciudad, lugar escogido como escenario para el concierto
de la leyenda de Minnesota.
Dicen los cronistas
que Dylan estuvo en Rosario sólo tres horas antes del concierto y que, luego de
concluida su presentación, partió hacia el aeropuerto con rumbo, nos
imaginamos, hacia Punta del Este, Uruguay, donde iba a tener lugar el cierre de
esta parte del tour sudamericano. Quizás, apenas pudo ver o captar los cálidos
colores del paisaje local, pero tal vez intuyó su belleza, porque en Rosario, la
magia de su atractivo se percibe en el ambiente. Quien va a Rosario, no puede
sustraerse al hechizo de su encanto y al afecto de sus pobladores. Por ello, no
nos cabe la menor duda que Dylan, en esa noche inolvidable, supo de ese
encanto, y conoció el particular aprecio de la gente, cuando las tres mil
quinientas personas que asistieron a su recital, lo recibieron y lo despidieron
con tanta efusión, con enorme generosidad. Y, ciertamente, en su paso fugaz por
estos deliciosos lugares, el legendario Bob vino, cantó y triunfó.
Quince minutos después
de la hora programada (nueve de la noche), las luces del escenario se apagan,
la voz del presentador oficial, una vez más, manifiesta el orgullo de la Columbia Records de tener entre sus filas al artista
predilecto, y Bob Dylan y su banda se apropian del escenario donde minutos
antes una banda de jazz había preparado los ánimos de un público compuesto por
gente del lugar y por muchos que llegaron de diversas partes del país. El escenario es similar al que se levantó en
Buenos Aires: austero, cortinas oscuras y potentes reflectores. La disposición
de la banda es la misma: en el lado izquierdo del escenario (visto desde el
público), se ubica Denny Freeman, guitarra líder que, al igual que en Buenos
Aires, le dará unos retoques a las nuevas versiones de Dylan embelleciéndolas;
Tony Garnier a su lado y mirando a Dylan empieza su labor con el bajo
electrónico, combinándolo en ocasiones con el contrabajo, siempre atento a los
gestos, actitudes y movimientos de un Dylan que confía en él para que lo apoye
certeramente en sus improvisaciones y variaciones; hacia el centro, se ubica el
habilísimo George Recile, que contagiado del excelente humor de Dylan le pegó
como nunca a los tambores esa noche inolvidable; los sonidos hawaianos que a
veces se deslizan suavemente en las nuevas versiones del repertorio dylaniano,
se deben al multifacético Donny Herron que se ubica estratégicamente al lado de
Recile y Dylan; atrás del cantante, discreto, pero eficaz, Stu Kimball completa,
con su guitarra rítmica, el quinteto de acompañantes del hombre de Minnesota,
que nos sorprende arrancando con un brioso Cat’s
In The Well, con el que incursiona en el Under the Red Sky, álbum de 1990, período del cual, desde que
empezara su tour por el sur de Río Grande, no había interpretado tema alguno.
Esta vez, Dylan, sabio
y astuto, se dispara y declara sin cortapisas que “the World’s being slaughtered and it’s such a bloody disgrace”. Desde ya, tenemos el presentimiento que este
concierto tendrá sorpresas y variantes sustanciales con respecto al de Buenos
de Aires. Vemos a un Dylan, guitarra en mano, dispuesto, una vez más, a
entregarse con generosidad a las tres mil quinientas personas que, dicen los
observadores, pobló un sector del Hipódromo acondicionado para el show. Don’t Think Twice, It’s All Right, la
reconocemos rápidamente por los primeros toques de guitarra. La versión
interpretada por Dylan es como un susurro continuo que transita por el campo de la nostalgia. Esta
versión, en palabras de nuestro amigo Lobo Zac. “tiene un fondo más
country eléctrico, un tiempo un poco más ligero y por su puesto, la
voz envejecida de Bob”.Bella,
sin duda alguna. En cambio, I’ll Be Your Baby Tonight es convertida en
un blues bastante ligero con el que
Dylan cierra su ‘intro’ con la guitarra. Ya para entonces, Rosario se
había rendido a la leyenda.
Masters
of War y su diatriba contra los
políticos y militares que envían impunemente a la gente al matadero es, una vez
más, fieramente interpretada tras los teclados. Guitarras, teclados y batería subrayan
cada frase lapidaria de un Bob enérgico y vital. La primera de Freeman,
aprovecha unos cuantos espacios para darle mayor fuerza a una versión muy
inspirada. Gran momento del concierto. Y tras la palabra iracunda, una descarga
bluesera a todo tren: Rumblin’ and
Tumblin’, que Dylan compusiera
tomando como base el arreglo de Muddy Waters. La versión que escuchamos en
Rosario de It’s All Right, Ma (I’m Only
Bleeding) es única. No ha habido otra interpretación de esta canción en
todo el tour por América. Parapetado tras los teclados, Dylan prefirió dejarle
a Freeman la responsabilidad de los floreos y subrayados; él se dedicó a
ironizar, con fuerza y con vitalidad. Y, seguramente,
que si los destinatarios de esta composición tuvieran un mínimo de
agudeza mental, seguramente que en su momento le habrían puesto la cabeza en la
guillotina, como dice en algún momento Dylan, “but it’s alright Ma, it’s life, and life only”.
Volver a escuchar en vivo Spirit On The Water fue una gratísima experiencia. La segunda
estrofa de esta canción mantenida en el tour americano sonó muy genuina y
acorde con ese derroche de buen humor que exhibió Dylan a lo largo del
concierto: I'm
traveling by land / Traveling through the dawn of day / You're always on my
mind/ I can't stay Hawai. Una verdadera declaración de amor, que bien podría
proyectarse a estas tierras que lo han acogido y aclamado con generosidad. Y
una sorpresa más: John Brown, con
Donnie Herron en la mandolina. Una vez más su virulenta expresión antibélica:
el soldado que marchó a la guerra, orgullo de su madre (¿la patria, quizás?)
... y el retorno del hijo desfigurado y mutilado entregando las condecoraciones
ganadas…Ovación general y un Dylan satisfecho por los puentes tendidos con el público.
En no
pocas ocasiones observamos al viejo Bob sonriente, levantando ligeramente los
brazos y de cara al público, pero haciéndolo cuando las luces momentáneamente
se apagan tras la conclusión de cada uno de los temas. Bien podríamos
considerar que el concierto de Rosario es una suerte de continuación de lo que
empezó en Buenos Aires. Allí, en el Vélez, tomó el impulso necesario para
llegar a las alturas en Masters of War,
Workingman’s Blues y Just Like a Woman. Aquí en Rosario,
está en las alturas desde el arranque, como si la magia de lo vivido en el
Vélez hubiera sido el impulso que requería para hacer de su show algo realmente
memorable y llegar a esta noche del 18 de marzo con el corazón exultante de
entusiasmo y las ganas de responder a tantas muestras de afecto con lo que sabe
hacer: su música, su impresionante música. Dylan está inspiradísimo y, quizás, por eso
mismo, se le ve feliz, de un excelente humor. No por ello, sin embargo ha
renunciado a ese espíritu contestatario del que están impregnadas esas
canciones que traídas desde los años sesenta mantienen su vigencia, vía la
ironía y la fuerza interpretativa. Así lo entendió el público venido de diferentes
partes de Argentina y de América, así lo entendieron los cronistas que al día
siguiente, emocionados e inspirados, escribieron notas muy hermosas sobre un
concierto único e inolvidable.
Y, una vez
más, escuchamos fascinados Workingman’s
Blues #2 y Highway 61 Revisited y
When the Deal Goes Down. Ante estas sólidas versiones, cargadas de
sentimiento y vitalidad, sólo nos queda gritar a pleno pulmón ¡¡¡God bless you, Bob!!! Sí, porque la música de Bob nos ha acompañado
por más de la mitad de nuestra existencia, siendo uno de los motivos más
poderosos para como dice el Sabina en su lograda Más de Cien Mentiras , “no cortarse de un tajo las venas”. Pero, más de una sorpresa nos esperaba a
continuación: una logradísima versión de This
Wheel’s On Fire, aquella canción que compusiera en colaboración con Rick
Danko, el notable vocalista del entrañable The Band, aquel grupo musical
cómplice de Dylan en aquella fascinante aventura musical llamada The Basement Tapes, y esa otra que
aborda de manera descarnada la ambigüedad de la relación sentimental, Most Likely You Go Your Way (and I’ll Go
Mine), que Dylan encara esta vez con el buen humor predominante de todo el
concierto. Debo sí manifestar que esa versión con The Band a comienzos de los
setenta y que quedó registrada en Before
the Flood sigue siendo uno de los puntos altísimos alcanzados por esta
composición. Inolvidables aquellos versos lanzados con
energía aplastante y sarcasmo….”you say you love me / and you’re thinking of
me….but you know you coud be wrooooonnng”. El dolor y la ironía de aquellos tiempos, sin embargo, se han aplacado en
la versión de ahora, más reposada, aunque no exenta de las aristas propias de
este tema, uno de los grandes del Blonde
on Blonde.
Y los rápidos
compases iniciales de Summer Days
nos invitan a compartir el excelente estado de ánimo del cantante que se agita
y mueve ante los teclados. Pero también sabemos ya que el próximo tema será la
siempre bienvenida Like a Rolling Stone,
que en esta ocasión sí se inicia con el vigoroso baquetazo de George Recile,
que da inicio al desborde jubiloso de la multitud que corea los versos de esta
canción hermosa en sus diferentes versiones, en sus innumerables arreglos.
Dylan con un gesto ligero de despedida se retira junto a su banda del escenario.
La ovación es enorme, los gritos de olé, olé olé se multiplican y nadie quiere
irse a casa sin tener la ocasión de ver al viejo Bob en acción una vez más.
En esta
ocasión Dylan ni siquiera presenta a su banda. No hay palabra alguna dirigida
al público, pero a diferencia de lo ocurrido en Buenos Aires, ha habido una
mayor cantidad de gestos de agradecimiento a lo largo del concierto, gestos
pequeños, detalles minúsculos, pero que nos dan una señal de cómo Dylan también
la pasó muy bien esta noche. Y en el encore
este buen humor se desbordó al interpretar Rainy
Day Women #12 & 35. Risas cómplices entre Dylan y Garnier, a las que se
unían las de Herron y Kimball, mientras Dylan jugaba con la frase “Everybody
must get stoned”. Pues sí que el viejo Bob estaba exultante y no era para
menos. Como escribió un cronista argentino, el concierto de esta noche no pudo
haber sido mejor. Y Dylan fue muy consciente de ello. Aún lo recordamos,
ya al final del show, parado en medio de su banda, mirando a la multitud por
algunos segundos, como sorprendido, quizás, de esa rendida demostración de
cariño y admiración que se expresaba con gritos, olés, vivas, aplausos y brazos
en alto. Pero antes de esa imagen final, inolvidable y emotiva (pensamos que
iban a tomar sus instrumentos una vez más), Dylan remató su soberbio recital
con el clásico All Along The Watchtower,
cuyos broncos sonidos, días después en Buenos Aires, volvían obsesivos en
nuestro recuerdo, como aquellos misteriosos jinetes de los versos últimos de la
canción, cuyas figuras las evocamos recortadas en el horizonte, mientras afuera
el temporal empezaba a aullar.
Lima, 30 de marzo de 2008
Rogelio Llanos
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