Hola Carlitos, hola Carla:
Lo primero es lo primero. Un pedido: ¿podrían remitirme el
número de su cuenta bancaria para hacer un depósito para ustedes? Pues sucede
que con todo el ajetreo del trabajo olvidé...sí, olvidé hacerme presente con mi
regalo de matrimonio (nuestro regalo, dicen Yola y Gaby a pleno pulmón). Sí,
así somos de ingratos y luego de haberla pasado recontra bien en las cálidas
tierras del inefable Huguito.
Y es que la memoria está que falla, el ánimo está alicaído por
momentos con los avatares del trabajo: histerias, puñaladas, lenguas sueltas
gerenciales que me están haciendo padecer de hipertensión lo que junto con el
colon irritable hacen que mi esperanza de vida no sea precisamente la mejor. O
quizás será por ello que mi subconsciente saliendo en defensa de este cuerpo
maltrecho está haciendo que me olvide de las cosas. Sí, me olvido de las cosas,
pierdo la noción del tiempo y ya no sé si estoy en el pasado, si vivo en el
presente o si el futuro ya pasó. Estoy, tratando de vivir intensamente el
presente y no pensar en el mañana. Por ejemplo ya no pienso que mañana tengo
que presentar un cuadro al jefe con los nuevos precios de la energía, tampoco
pienso que tengo que sacar adelante un pequeño proyecto de transmisión de
señales a los generadores eléctricos y sobre el cual no tengo la más puta idea
de cómo voy a hacer que lo aprueben. Sí,
ya no pienso en ello.
Y pues, por ello, me olvidé de tu regalo. Así es la
ingratitud. Y ahora estoy con un cargo de conciencia enorme, sobre todo porque
en esta memoria que va camino a la tercera edad, aparecen como chispazos los
gratísimos momentos pasados en las tierras de Huguito. Y sobre todo esa
sensación de desestrés. No sé si exista esta palabreja, pero la voy a usar
porque creo que se entiende perfectamente. Sí, esa sensación de desestrés fue
algo interesante y digna de recordarla (ojalá la memoria no me falle) porque yo
pensé que tal estado no existía en estos tiempos de globalización: Yo m estreso,
tú te estresas, ellos se estresan…nosotros nos estresamos y empezamos la pelea
a gritos…
Sí, que rico levantarme el día 17 tomar un baño…primera vez en
muchos años que tomaba el baño con todo el placer del mundo. Sueño bañarme
placenteramente todos los días, pero con el estrés del trabajo, como que es una
obligación más. Pues bien, desetresadísimo ese día, vi brillar el sol por la
ventana de mi habitación. Gaby, milagro de Dios, se había despertado también
desestresadísima.. no había matemática que estudiar, había de por medio un
viaje con su papito, al que quiere muchísimo y al que pronto dejará de querer
porque sólo tendrá ojos para el José
Miguel o José Carlos de turno.. y también con todo el desestrés del mundo se
pegó un baño placentero y preparó un suculento desayuno para ella y su adorado
papito. Dos tostadas por cabeza, porque como bien sabes , en el avión nos van a
ofrecer un delicioso almuerzo. Sí, claro, que sí. Y así desestresados nos
fuimos en el Tico del señor Román al aeropuerto, donde habría tiempo suficiente
para un jugo o un sánguche.
Apurémonos , Gaby, que Vitucho y Liliana están desde las cuatro
de la mañana en el aeropuerto…sí siempre quieren ser los primeros. Así fue
desde el colegio…y piña, a tu tía Liliana, la tía Amanda la traicionó y le dio
el premio de excelencia a su amiga Adria y, entonces, por ello siempre quiere
ser la primera en estar en el Aeropuerto. Seguro que allí la vamos a encontrar.
Y, sorpresa, sorpresa, no estaban, pero sí Don Roberto, la
Sra. Mina, la
Sra. Silvia, que por todo saludo nos
dijeron ¿Y la carta? ¿dónde está la carta mágica? Sí, Vitucho la tiene y está
aquí desde las cuatro de la mañana porque él también quiere ser el primero como
en la primaria allá en la lejana Talara…pero no me dejaron terminar la historia
porque ellos quería y querían la carta. No se preocupen que para eso es el
celular…bendito Dios, gracias al celular que nunca quise usar y que gracias a
mi Gaby, que insistió ahora tengo uno, baratito sí, pero que ahora sirve para
ubicar a los primeros de la clase…Marcamos con tranquilidad, desestresadísimo
por supuesto, el teléfono de Liliana…sí, el código piurano y a quién le importa
ahora que gastemos un poquito más si nos espera un lindo paseo…Y nada, el
maldito celular de Liliana está apagado…probemos nuevamente…y todos mirándome
con la ansiedad de quien está en los últimos minutos de espera del avión a
punto de partir….paciencia, paciencia…teléfono fuera de servicio. Ahora el
teléfono del otro primero de la clase, Vitucho…contesta por favor…aló aló,…sí y
un tipo que me manda a la mierda porque está equivocado…diablos..no tengo el
teléfono de Vitucho. Miren no se preocupen…digo desestresado, yo mismo lo voy a
buscar.. cuiden mis maletas, por
favor…no preocupa tanto que desaparezcan mis calzoncillos, mis medias y mi
pantalón blanco y los zapatos pichulones que Yolita me obligó a comprar, sino
los kilos y kilos de ropa que Gaby ha seleccionado exclusivamente para esta
ocasión, hilo dental incluido..no pueden perderse, sin duda..No te preocupes
contestaron al unísono y con la angustia pintada en el rostro…debieron sacar
copias de la carta para todos…a dónde se habrá ido Vitucho…seguro que ya está
embarcado en el avión…Y allí fuimos a revisar todo el aeropuerto, pero fuimos
por el lado equivocado porque cuando regresamos ya todos estaban felices de
haber pasado lista y haber sido aprobados por la jovencita del counter. Las
puertas de Venezuela ya estaban abiertas. Y dónde estabas Lily? ¿por qué no
funciona tu teléfono? El maldito teléfono estaba en la maleta cerrada con siete
llaves para que no se lo robaran y con su cinta anaranjada y apunto de ser
envuelto con el plástico de seguridad para que no le metan droga alguna. Ya
pues, Lily, el teléfono es para usarlo no para guardarlo. Pero ya todos estaban
felices, menos Vitucho y Lily que tenían tal cara de preocupación, como si el
último virus, bacteria o bicho
descubierto hubiera venido a buscarlos. ¿Y ahora qué te preocupa Lily…si todos
tus exámenes de laboratorio han salido negativos, si ya te aplicaste la última
vacuna con esencia de cenizas?, pregunté con el desestrés pintado en mi rostro.
Es que mi amiga Gaby no llega aún y ha salido de su casa a las seis de la
mañana. Y eran ya las diez. A ver, a ver. El tráfico en Lima no es para tanto.
Te puedes retrasar una hora, pero cuatro es ya una exageración. Que salió de su
casa a las seis y no llega: algo hizo que cambiara de ruta, que se detuviera,
que se distrajera. No se puede pensar de buenas a primeras en lo peor, pero por
la mente de Lily, con toda seguridad que aparecieron tres tipos malencarados con
pistolas o cuchillos llevándose la maleta de su amiga Gaby. No lo dijo, pero
seguramente que maldijo a esta Lima insegura, llena de hampones y que están
merodeando en cada esquina….Ooooooyyyyy, ha salido desde las seis y no llega,
repetía con tal estado de ansiedad que mi desestrés amenazaba con irse al
carajo. Porque no podía permanecer indiferente a la angustia de Lily, a las
nerviosísimas llamadas telefónicas de Vitucho a la casa de Gaby…y de repente la
veía a la apacible Gaby cantando en la casa en el cumpleaños noventaitantos de
la mamá. Diablos y si le pasó algo? Casi iba a sugerir una llamada a la morgue
de Lima. ¿Conoces, Carlitos, la historia del hermano del tío Pepe? ¿el tío
Eduardo, que se desapareció de su casa dos días y que fueron a la morgue y el
tío Yaro tuvo que reconocer el cadáver? Sí, hermano, es él dijo el tío Yaro y
se abrazó llorando al tío Pepe, y se fueron a preparar el velorio y el funeral
y al llegar a casa lo encontraron durmiendo la mona….Pero Gaby no iba a hacer
semejante cosa…y yo, malpensado, ¿no será que tiene una aventurilla, por allí,
una despedida rapidísima y el cansancio la venció? Y no lo dije porque Liliana
me hubiera pegado un sopapo y Vitucho me habría mirado con esas miradas de
moralista de cuando yo era adolescente y me torturaba en la pensión con la
comida. Pero entre los temores extremos de Lily y la sucia imaginación mía,
¿para qué lado habrías optado, Carlitos?
Y, pues, resulta que la amiga de Lily no necesitó la famosa
cartita, hecha en papel sello sexto, con otros sellos más y firma de un
notario, el más connotado de Acarigua. Hubo un error, dicho sea de paso, error
que por un momento inquietó mi desestrés la noche anterior del viaje. La
pequeña Gaby, aparecía como mayor de edad. Y entonces, me acordé de Lily y sus
preguntas claves ¿y si se dan cuenta en Lima? Adiós viaje, porque no hubiera
podido dejar a mi Gaby. ¿Y si se dan cuenta en Venezuela? ¿y si me dicen que estoy tratando de engañar al estado
Venezolano? Entonces, preparé mentalmente un discurso en el que ensalzaba el
espíritu bolivariano de Huguito. Seguro que con ello habría tenido éxito. Pero
otra vez, el espíritu de Lily se apoderó
de mí y me hice otra pregunta clave: ¿y si el funcionario no es chavista? Menudo
problema. Y con el desestrés a punto de irse al diablo, me retiré de la casa de
Meche la noche anterior al viaje, inquietud que amenazaba con crecer con tan
solo mirarle la cara a mi Gaby. Pero me dije, si no sale este viaje por este
motivo, de inmediato compro un pasaje para otro lugar y me la llevo a mi Gaby.
Sí, eso fue lo que pensé y, entonces, el desestrés se aposentó plácidamente en
mi corazón y de mi mente desaparecieron los negros nubarrones que empezaban ya
a aparecer.
Sabías que el cura no está en la lista? ¿Cómo? Sí, el cura no
está en la lista, repitió Lily. Y, entonces, ¿cómo se va a realizar el
matrimonio? Pregunté otra vez. ¿y lo sabe, Carlitos? Pregunté una vez más. Sí,
dijo Lily. ¿Y? Dice que el cura sabe más por diablo que por cura, pero ya no lo
inquietes más a Carlitos que está muy estresado y su presión está alta y tiene
cada vez menos pelos en la cabeza, dijo sabiamente Lily. Al parecer nadie sabía
cómo se llamaba el cura. Y la confusión provino, al parecer porque para todos
los varones que figuraban en la carta de papel sello sexto, muchos sellos,
muchos otro sí digo y firma del notario más connotado de Acarigua (o de
Araure?...¿o era de Cubiro?), repito, todos los varones figuraban como
casados. Por supuesto, tu tía Lily,
Carlitos, estaba ya apenadísima porque de repente el matrimonio se iba a
frustrar, y entró en un serio dilema: le insisto a Carlitos sobre la
inexistencia del nombre del cura en la carta de papel sellos sexto y firma del
notario más connotado de Acarigua, Araure y Cubiro juntos para que vea la posibilidad
de contratar a un cura venezolano o no le digo nada para evitar el incremento
de su calvicie y, sobre todo, para que su altísima presión no malogre los
manómetros de los médicos.
¿Carlitos con presión alta, pregunté yo?. Mi desestrés otra
vez empezaba a inquietarse. Siiiiiií., dijo en tono piurano, la tía Liliana. ¿Qué
no sabes que la presión se le disparó la vez pasada a 18 con 11? Ave maría
purísima…… ¿Y lo sabe Carla?, pregunté curioso. Hmmm, creo que sí. Pues,
entonces, le respondí, ya no hay que preocuparse. Carla le va a bajar la
presión en un santiamén. Ya lo verás, ya lo verás. En el pasado, como bien
sabes, Carlitos, cuando alguien se enfermaba, pues le cortaban una vena, una
pequeña sangría y todo volvía a la normalidad…o se acababa el problema porque
el paciente se moría. Para todo era una sangría. Que si era TBC, sangría; que
si había calentura, sangría; que un mal de amores, sangría. Hoy en día, casi
todos los males se curan con otro tipo de alivio, el mejor de todos, el amor,
pero el amor físico, no el platónico ni el de príncipes azules…el físico. Así
que para el stress, ahora Carlitos tiene otro tipo de sangría; para la presión
alta, ese mismo tipo de sangría. Y así ad infinitud…hasta que la muerte los
separe. Así que a la tía Lily no debería preocuparle su Carlitos, su engreído,
porque ahora tiene a la doctora en casa. Para satisfacer la curiosidad de
todos, ¿cuál es ahora tu presión, querido sobrino? Seguro que menos de 12 con
8.
Esas fueron las aprensiones de los momentos previos al viaje.
Aunque por allí escuché que un esposo había desaparecido y que no se podía
pasar a migraciones porque todos aquellos cuyos nombres aparecían en la carta
de papel sello sexto, con firma del notario más connotado de Acarigua, Araure y
todo el Estado de Portuguesa, tenían que estar juntos para que el funcionario
de migraciones pudiera pasar lista sin problemas. No se vayan, permanezcan
juntos, no se desaparezcan. Y los maridos se iban por su lado a mirar las
guapas chicas que circulan por el aeropuerto y las esposas pensando en ir de
compras por el duty free. Alguien dijo que mantener unido a un grupo humano es
más difícil que juntar a doce monos para una foto. Le doy la razón. Pero por
tratar de estar junto a la tenedora oficial de la carta de papel sello sexto,
firmado por el notario más connotado de todos los estados de Venezuela, pues no
pude sentarme en un restaurante a comer el sánguche que mi estómago (con sólo
dos tostadas con soledad) reclamaba a gritos. Pero ya te conformarás con la
comida del avión, le decía yo a mi estómago que atentaba con sus rugidos contra mi desestrés. En algún momento
apareció el marido desaparecido, pero no sé en qué momento. Lo único que sé es
que presencié algunos cuchicheos acerca de viste cómo lo cuadró, qué cosa has
ido a mirar si sólo debes mirarme a mí…y frases por el estilo que no quise
escuchar porque para mí, en ese momento, el mundo era todo felicidad,
tranquilidad, sin histerias, sin navajazos y sin mentadas de madre.
Bueno, Gaby, le dije, ya estamos otra vez en un avión, pronto
veremos al sobrino Carlitos y pasearemos. La vamos a pasar bien. Fue una buena
decisión acompañar a Carlitos y, de paso, conocer una parte de esta Sudamérica
que solemos olvidar pensando en los Joan Manueles españoles, los trufautts franceses
y las Cecilias alemanas, maravillosos todos..pero, caramba, aquí en esta
Sudamérica nuestra, a pesar de los Huguitos y los Alanes, tenemos nuestras
cositas: mira a las argentinas, lindas, espigadas e hinchas del Sabina; las
brasileñas con sus hilos dentales moviéndose al compás que les marca Caetano
son también encantadoras. Además, Carlitos me ha prometido llevarme a una playa
nudista, para lo cual bajé de peso, utilizando medios extremos (como comer
sanguito y y cebichito, sazonados con escherichia colli, en el ambulante de la
avenida Faucett), vaya que sí, pero los resultados fueron buenos. Que Carlitos
no cumpliera con lo prometido, sólo me lleva a pensar que la deuda sigue en pie
y yo supongo que ahora en Panamá habrá la oportunidad de ir a visitarlo
(gracias por la invitación, ya tomé nota de la casa) y, me imagino que un día
de estos se dará una escapada para averiguar sobre una playa nudista que existe
en Panamá. Como quiera que mi barriga ha vuelto a su estado normal,
utilizaremos el método anterior para ponernos en forma en su momento y poder
estar presentable para la ocasión.
Así le contaba yo a mi Gaby en el avión durante el vuelo a
Caracas, mientras esperaba impaciente la hora del almuerzo. Mi estómago rugía y
pensando en la potencial gastritis que me esperaba empecé a vivir un conato de
estrés. Soy hipocondríaco, y por lo tanto, me vi con una úlcera perforada en
Venezuela, aguándole el matrimonio al sobrino…Para disminuir la tensión, me
puse los audífonos y ohhh, maravilla, fue como la visión de un cielo despejado
después de una tormenta. Los acordes del Like a Rolling Stone, remecieron hasta
la última fibra de mi cuerpo, una descarga eléctrica, un directo al corazón. Y
me sentí en el estado cero del stress. Liberación total. Carlitos, querido
Carlitos, estaba completamente desestresado. Sin sangrías, sin remedios
caseros. Estaba desestresadísimo.
Y ya no me importó que el almuerzo esperado fuera un sánguche
de jamón con queso, el primero de muchos a lo largo de este viaje. Me pareció
un sánguche delicioso, a pesar de las obsesivos llamados de atención de Gaby,
que misma Yola, no se cansó de repetirme que el sánguche tenía mayonesa, y que
la mayonesa podía estar pasada, que podía estar malograda, que las infecciones
producidas con mayonesa llevan irremediablemente al paciente al hospital, que
el paseo se iba a arruinar porque ese sánguche no tenía la fecha de caducidad,
que el sánguche estaba helado y que la grasa debe comerse caliente, que así la
ha acostumbrado su mamá, que cómo es posible que los de Lan sean tan
descuidados, que no tome jugo de naranja porque ya he tomado vino, que si el
vino no me hará mal porque con la infección que había tenido días atrás las
paredes de mi estómago estaban inflamadas, que ella había sido una buena alumna
de anatomía y que por ello sabía que la infección podía desarrollarse en 24
horas. Y mientras veía las escandalosas escenas de su serie OC en su mini
reproductor de DVD, entre escena y escena, seguía repitiendo que de dónde
habrían sacado la mayonesa los de Lan, y cómo saber si estaba buena o no. Y el
vecino de asiento miraba de reojo las escenas de alto voltaje que pasaban en el
equipo de Gaby. Miraba allí y me miraba a mí, como diciendo qué tipo de padre
es éste que le permite ver a su hija esa serie llena de inmoralidades y
revolcones. Así es, Carlitos, la gente todavía se escandaliza de los métodos
modernos de desestrés. Felizmente que la gordita Rampolla, con su carita
angelical, ya consiguió que hasta los curas atraquen estos métodos terapéuticos.
Así que mi Gaby, normalazo nomás.
Y luego los famosos papelitos de migraciones que hay que
llenar. Mi lapicero…¿dónde se quedó mi lapicero? Perdí mi Cross, querido
Carlitos. Y no me dio pena por su valor económico sino por el valor
sentimental: fue regalo de mamá. Con grabación de nombre incluida. Sí, lo perdí
al momento de pasar el control de metales. Se quedó en la canastilla donde puse
mi reloj, celular, monedero y casaca. Y es que justo allí llamaste para
averiguar en qué situación estábamos., así que agarré el celular, el monedero y
la casaca, pero olvidé recuperar el lapicero. Ni modo. No quedó más remedio: a
rey muerto, rey puesto. Compré allí mismo otro Cross, y continuamos
desestresadísimos.
Y ya en migraciones de Caracas, me dí con la sorpresa de que
Vitucho conversaba de lo más animado con la funcionaria encargada de nuestro
control de pasaportes. Para ese momento, Elicia ya había pasado dicho control
así que tu papá estaba en plenas relaciones públicas. Algo llegué a escuchar:
sí, yo en Perú soy seguidor de Humala, que como sabes admira mucho a Hugo. Ah,
caramba, decía ella, que bien que seas pro bolivariano. Sí, todos en la familia
lo somos, decía, con la sonrisa de oreja a oreja. ¿Y tu hijo? ¿Y tu nuera,
también son seguidores de nuestro Hermano Mayor? Pues, claro, sólo por eso
hemos dado nuestro consentimiento y le hemos pedido expresamente al cura, que
dentro del ritual se incluya ofrendas de productos básicos al Señor. Sí,
nuestro compromiso con todos los gobiernos populares del continente es muy
fuerte. Mi hijo y mi nuera admiran mucho a Huguito.
Y, gracias a ello, todos pasamos por Migraciones sin novedad
alguna. Nadie se acordó en ese momento que el cura figuraba como casado, que
Gaby aparecía como mayor de edad, que Liliana había hecho constar en la carta
de papel sello sexto con firma del notario más connotado de todo Sudamérica que
era vegetariana, que Gaby había insistido en que la carta de marras incluyera
una fecha de vigencia en lugar visible y en negrita. No, todos pasamos sin que
nadie dijera ni chus ni mus. Vitucho, Gaby y yo fuimos los últimos en salir.
Dicen que la primera fue Lily. No me llama la atención. Felizmente que no
estuvo la tía Amanda porque de inmediato la hubiera hecho viajar a Adria y la
hubiera puesto primera en la fila. Salimos y aún recuerdo el rostro sorprendido
de Vitucho cuando vio que un muchacho corría de aquí para allá, con dólares en
la mano derecha y bolívares en la mano izquierda, discutía con uno, peleaba con
otro, y sonriente siempre, sacaba cuentas, contaba dinero, abrazaba a una
señora, iba para otro lado, discutía con cuanto cambista había y retornaba
trayendo más bolívares (sólo fuertes, decía él). Abrazaba a una chica, se iba,
negociaba con otros y retornaba trayendo más bolívares fuertes. ¿Y ese no es
Carlitos? Sí, le dije, creo que es él. No lo reconocía porque estaba con un
gorrito con la visera al revés. Tenía un canguro en la cintura y muchos fajos
de billetes que le sobresalían por todos los bolsillos. Carajo!!! Llorente y
Cuenca en Venezuela va viento en popa. Hasta Llorente es chavista. Me siento
orgulloso de ser chavista, me dijo tu papá, Carlitos, viendo cómo habías
aprendido a negociar, a sacar cuentas (ya que él nunca logró pasar de las
cuatro operaciones) y obtener el mejor tipo de cambio en la tierra de Huguito.
Y entre abrazos, dólares, bolívares (sólo fuertes), besos –especialmente a las
chicas guapas que fueron al viaje (Carlitos, Carlitos, que tienes buenas
amigas, sobrino…buenazazazass y todo terreno, como sueles decir)- Carlitos nos
recibió en medio del caos del aeropuerto de Maiquetía. Ya estábamos en tierras
del libertador.
Basta cambiar unos veinte dólares por ahora, para la cena. ¿Y
dónde vamos a cenar, Carlitos? Y yo miraba hambriento los restaurantes del
aeropuerto, pero todo el mundo seguía con los abrazos y los besos y los vivas a
Huguito. Que sí, que Bolívar fue un gran hombre no como dice el miserable de
Morote en ese libro aquel en que hace trizas la figura y obra de don Simón. Sí,
vamos a cenar en el camino a unos diez minutos de aquí. Bueno, bueno. Y de
pronto, miré a mi Gaby. Eran ya las siete y media de la noche. Doce horas
habían transcurrido desde que mi Gaby comió sólo dos tostadas, casi cinco horas
desde que le dio un mordisco al sánguche de jamón con queso y se dio con la
sorpresa de que tenía mayonesa, no había tomado leche en todo el día….que si
Yola lo sabe, pone el grito al cielo, que será pequeña, pero su indignación no
va acorde con su tamaño…y para ella el desayuno es un buen desayuno, el
almuerzo es un recontrabuen almuerzo y la cena sólo es cena si hay un excelente
segundo. Y mi pobre Gaby no había cumplido con esas exigencias…y ya me
imaginaba los reproches de la
Yolita..que eres un mal padre, que no eres capaz de
sacrificar lo que sea para que tu hija coma, que si yo hubiera estado allí ya
habría cuadrado a la gente de Lan para que le den leche a mi hija y que me den
un almuerzo como Dios manda, porque la dieta aquí no tiene sentido… Y, cierto,
yo no había hecho cosa alguna y, por el contrario había permitido que mi hija
durmiera a pierna suelta durante el vuelo, que viera inmoralidades y la había
hecho mi cómplice en aquello de ponte para tomarte una foto, pero apenas si vas
a salir porque el objetivo es una chica guapa que está detrás de tí…
Bueno, faltan solo diez minutos para cenar le dije a Gaby…me
lo ha prometido Carlitos. Hay una Van que nos está esperando afuera, subiremos
rápidamente , partiremos por los alrededores de Caracas y caeremos en un buen
restaurante donde podrás comer un buen bife (recuerda que el papá de Carla
tiene una ganadería con lo cual aporta para la alimentación de los
venezolanos), y tomar un vaso de leche…porque recuerda que si hay ganado hay
vacas…y si hay vacas hay leche. (Gaby,
¿cómo fue aquello que contó Yolita de tu prima Dana? Que ella toma directamente
de la ubre de la vaca?...la verdad es que a mí no me gustaría eso ..ubres son
ubres…al toro le gustarán pero yo prefiero un café sin leche…).
Y todo el grupo salió feliz con sus sesenta bolívares prestos
a gastarlos en la suculenta cena que se avecinaba…sólo diez minutos nos separaban de los bifes que
iba yo a pedir para mí y para Gaby. Las maletas, traigan las maletas….¿Cómo,
dos van? Sí, dos van. Un problema, pensé nadie va a querer separarse de su
equipaje. Hay que subir para guardar sitio dijo Lily. Vamos, Gaby, sube tú
también y guárdame un sitio, yo veo lo del equipaje. Esta es mi maleta, dijo
Lily…y ve que la suban a la van. Esta es mi maleta, dijo la otra Gaby. La otra
Gaby….¿apareció la otra Gaby? ¿Y no es que había desaparecido? ¿Y cómo hizo
para pasar en el aeropuerto de Lima, sin la carta de papel sello sexto con
firma de notario más connotado de clase mundial? Nunca lo supe, sólo recuerdo
los rostros preocupados de Lily y Vitucho, a punto de llorar porque la otra
Gaby salió de su casa a las seis d la mañana y cuatro horas después no aparecía
en el counter de Lan del aeropuerto de Lima.
Y yo ahora requintando (un ligerísimo estrés empezó a
insinuarse) porque todos han venido con una sola maleta, pero Gaby con dos mas
el maletín de mano. A ver si ahora caben todas en la misma van. Y dónde están
la maleta de Gaby? Y vuelvo a ver la maleta de Lily y ya la habían subido a la
van. Todo en la parte posterior de la van. Que esa es mi maleta, que la quiero
parada, que la quiero echada, que por qué no la pones en este lado, que mejor
la pones debajo, que es más conveniente que vaya en la otra van…y el chofer
estresadísimo y yo desestresado porque ya ví que todo está arriba ya en la van
y estamos al fin listos para partir. Que ya pasaron los diez minutos y el
estómago otra vez está rugiendo….y cómo estará el de Gaby, pienso con un dolor
intenso en el corazón. De pronto, has visto mi maleta?, soltó una Lily con voz
de angustia. Sí, está debajo de todas. No, no la he visto!! ¿estás seguro? Bueno, Lily, no he visto a nadie corriendo
con tu maleta, así que debe estar debajo. No…yo quiero mi maleta…!!! Oiga
usted…y el chofer más estresado aún…. Quiero ver mi maleta…pero si su maleta
está abajo. No , no he visto mi maleta.. Quiero ver mi maleta, ya se robaron mi
maleta!!!! Es la de la cinta anaranjada y está forrada con plástico y tiene
toda las seguridad de contra drogas. Y, además, allí está mi vestido para el matrimonio, mi
ceniza, toda mi ropa que la he comprado especialmente para venir a
Venezuela….Quiero mi maleta!!!!!. Y el chofer super estresadísimo …cálmese,
cálmese, que ahora mismo bajo todas las maletas…no me rompa los
tímpanos…tranquilícese…y Carlitos corriendo a traer agua de Azar (estás seguro,
Carlitos que venden Agua de Azar en Venezuela? Seguro que no hay otros placebos
efectivos para la ocasión…). Y todas la
maletas fueron bajadas una vez más. Y ahora quiero abrir mi maleta porque
quiero ver que el vestido no se ha arrugado con tanto movimiento, dijo
inapelable una Lily que parecía estar en la Textil. Y la maleta fue
abierta. Se revisó que todo estuviera completo y en orden. Bueno, ahora sí, hay
que cerrar y subir todo otra vez. ¿por qué se hacen tanto lío los venezolanos?
Dijo una Lily indignada. Unas cuantas maletitas y se cansan de subir y bajarlas….Falta
aquí Meche para que todo salga en orden…
Bueno, ahora sí, partimos y a cenar. Pobre mi Gaby. Si mi estómago ruge como condenado,
cómo andará el de mi Gaby, me pregunto con un ligero estrés, pensando en la
expresión de reprobación de Yola…que ni se entere que Gaby está sin almorzar,
sin comer y sin tomar su leche. ¿partimos ya? Sí, ya partimos, Bravo,
Carlitos. ¿y el cuadro? ¿qué cuadro? El cuadro, Vitucho, ¿no te encargué el
cuadro? Dijo una Elicia con la sorpresa e indignación pintados en el rotro. ¿De
qué cuadro están hablando? Todo el mundo preguntándose ahora acerca de un
cuadro que ahora se interponía entre nosotros y la rica cena que nos estaba
esperando en un lugar cercano del camino. La familia Llanos Vera a la búsqueda
del cuadro, en medio de algunos reproches que, no puedo evitar contarlo porque la
conciencia me remordería: sí, pues, decía ella, no has pensado en el cuadro por
estar conversando con esa morena de migraciones, qué bien que sonreías con ella,
que bien que le contabas la historia del Perú, y le hablabas de los valles y de
las montañas mientras le mirabas los pechos y luego decías que te iba a
encantar viajar al Sur, mientras le bajabas la mirada..y así te has olvidado
del regalo para tus consuegros, ya le voy a contar a tu hija Claudia para que
también te llame la atención…y otras perlas por el estilo que ya no quise
enterarme porque no quería entrar en estrés justamente cuando me encontraba en
el plácido estado del desestrés total. Y mientras tanto, nos enteramos que el
famoso cuadro es un regalo de la familia Llanos Vera para la familia
Campodónico Holguín. ¿Qué cuadro, pregunto yo? ¿Un desnudo como los de los
impresionistas, algo alusivo al matrimonio? No, un bodegón, dijo Liliana. El
chofer escuchó lo del bodegón y dijo que ya no iba a abrir bodega alguna para
bajar las moletas y se aferró a su timón, impaciente. Ya ya lo ubicaron el
cuadro, dijo alguien. Sólo es cuestión de sacarlo de la bodega donde la
guardaron…No, dijo el chofer otra vez y muy molesto, no voy a abrir bodega
alguna para abrir maletas. …no no se preocupe, se está hablando de las bodegas
del aeropuerto. Sí, sólo diez minutos para que lo traigan el cuadro. Otros diez
minutos….y a todo esto ya llevamos casi hora y media parados en el aeropuerto.
Cuadro rescatado. Risas y sonrisas. Carlitos ahora sí
tranquilo sube y se sienta al lado del chofer. Nos vamos a Acarigua o Araure.
Vamos a parar en un restaurante para comer, anuncia Carlitos. Y sigo pensando
en el bife, pero Liliana, previsora nos invita unas Belvitas, que nos
parecieron deliciosas y detuvieron por unos minutos el rugido de mi estómago. ¿Cuánto
es de aquí hasta Acarigua? Unas tres horas, dijiste Carlitos, transmitiendo la
respuesta del conductor superestresado y temeroso de que lo obligaran a volver
a bajar las maletas. Vemos hasta dos restaurantes a la vera del camino. ¿Y por
qué no paramos aquí? Preguntan varios. Yo no digo palabra alguna porque veo que
el conductor sigue estresadísimo. El aire acondicionado me refresca, pero veo
que a varios les molesta y empiezan ya los murmullos de que hay que apagarlo,
regularlo, bajarlo. ¿Dónde vamos a cenar? Las preguntas se suceden una y otra
vez. Y a estas alturas ya son casi las diez de la noche. Al fin un
restaurante…pero cerrado. A continuar el camino y ya bordeando las once una
tienda. Hay quienes se arriesgaron comiendo los sánguches de queso y jamón.
Gaby, cuidando a su papá le dijo no. Sólo galletas y gaseosas. Y mirando la
fecha de vencimiento. Así que las Club Social y las Pepsi reemplazaron esa
noche los bifes y el vino esperados.
¿Cuánto falta, preguntó una Lily preocupada? Las tres horas de
viaje se convirtieron pronto en cuatro y luego en casi cinco. Pronto
descubrimos que el aquisito nomás era de lo más común en tierras de Huguito. Lo
que no contábamos tampoco era que el chofer de pronto entrara en una crisis de
fe y olvidara la ruta a Acarigua (o ¿Araure?). Parada en el camino, consultas,
otros vehículos detenidos. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Y qué hacemos aquí? ¿Y quiénes son los
de los otros vehículos? ¿no conoce el camino? ¿No serán las FARC que han venido
a raptarnos?, ¿son delincuentes? Mi maleta, tengo que ocultar mi maleta. Lily y sus comentarios, en un momento de
susto cuando el chofer se confundió de ruta, se detuvo en el camino, se acercó
sospechosamente a otros choferes, en medio de una noche calurosa en un punto
totalmente desconocido para el grupo de peruanos que iban ilusionados a
participar como testigos de la boda de Carlitos.
Pero no hubo delincuentes embozados con armas en la mano, ni
soldados de las FARC, ni paramilitares de Huguito, ni pirañitas. Lily respiró
por fin cuando llegamos al Motel Payara de Arcarigua o de Araure. Bueno,
Carlitos, ya es hora de que nos aclares dónde estuvimos. De lo último que me
acuerdo de esa noche que llegamos al Motel de Marras fue que tan luego se
detuvo, el chofer desapareció del lugar en menos de lo que canta un
gallo…estresadísimo con aquello de cuánto falta, que apaguen el aire
acondicionado, que lo vuelvan a prender, que tengo hambre, qué dónde queda el
restaurante, que el cuadro volvió a desaparecer, que las maletas hay que
volverlas a revisar, qué qué sitio es este, y otra vez que cuánto falta, que si
conoce el camino. Un poco más y nos quedamos sin chofer en medio del camino. Lo
que me acabo de enterar es que sólo siguió manejando cuando Vitucho le confió
que era chavista y que si abandonaba él, con sus influencias le iba a hacer
pagar caro su actitud.
Y, felicidad, allí en la puerta del Motel estaba Carla
esperando a su amado. Y lo que tampoco podré olvidar es que la espera debió de
ser grande porque no le importó la presencia de treintaintantos feligreses
cansados y hambrientos pues sólo corrió
a abrazar a su Carlitos y lo empezó a empujar hacia los interiores del Motel.
Gaby, me preguntaba que qué es lo que le pasaba a Carla…no te preocupes, hija,
le respondí, dentro de unos cuantos años así vas a a ignorar a tu papito. El
virus del amor, del deseo de amar. Oh, juventud divino tesoro. Oh Manantial de
la doncella. Oh, fresas salvajes. Muchos Ohh, y muchas ahh de sueño también. Noche agotadora. Por supuesto Gaby lo primero
que hizo fue visitar el baño. No sé por qué desde pequeña le encanta mirar los
baños. Aún recuerdo cuando visitamos la casa de las Martitas en Lima, no se
quedó tranquila hasta que entró a ver el baño. Y varias veces.
Yo, me quedé privado, no sin antes pedir que me levantaran a
las cinco de la mañana. Soy madrugador, me encanta ver cómo amanece, tomarle el
pulso al día en su eterno renacer. Y cuando viajo, este es uno de mis mayores
placeres. Y salir a caminar y empezar a conocer los alrededores. Cierto, no
había mucho por ver por allí, pero ver los rostros descansados de los viajeros
(salvo el de Carlitos, salvo el de Carla, y no sé por qué), me causó alegría. Y
ver las caras felices de las amigas de Carlitos me hizo pensar una vez más en
lo linda que es la juventud. Y me propuse tomar una fotografía que la reflejara
plenamente. Esa alegría de vivir, esa sonrisa espontánea, un mundo de ilusiones
reflejado en una sonrisa, el deseo intenso de ver el sol del día siguiente. Y creo
que lo conseguí. Creo que logré capturar esa imagen. Adivinen cuál.
En el desayuno me enteré de lo que eran las arepas. Luego de
darles tremendo mordisco, me enteré que no tenían relleno alguno. Yo pensé que
tenían un poquito de carne, algo de cebolla. No, no eran empanadas. Eran sólo
eso, arepas. Y partimos hacia Cubiro, con aquello del viejo pick-up, pero que
si no toca no es culpa de la maquinaria sino porque la aguja no tiene filo…toma
mientras…y luego, en medio de paisajes motivadores, la nostalgia por el Perú
lejano – Tengo el orgullo de ser peruano y ser feliz- y el chofer otra vez
estresadísimo por las pullas que se mandaban los llanos vera en medio de
matarinas y cholo soy y a mucho orgullo. Y para conciliar, con lo cual el nivel
de estrés del chofer bajó un poco, un canto de amistad, de buena vecindad… y
eso de Cuba, presente; Nicaragua, presente, Venezuela, Presente. No, no es así,
la canción, ya me confundí con esa salsa antiimperialista ,Tiburón, de Rubén Blades. Pero, para el caso, casi era
lo mismo. Mi memoria, de vez en cuando falla. Pero yo creo que es mi
subconsciente. Empezaré otra vez esta historia…., pero no porque ya son las
seis de la tarde y debe estar terminada hoy o no la hago nunca. Y Carlitos
tiene que mandarme su número de cuenta. Y la ingratitud del tío…..
Y llegamos a lo alto de Cubiro, a un restaurante que prometía
comida rica. Vaya vaya, Gaby, por fin un bife. Y bajando del bus, algunas
corrientes de aire helado que calaron nuestros huesos. Pero, papá, ¿no fuimos
especialmente a comprarte esa casaca jean, exclusivamente para este viaje a
Cubiro? ¿Ya no te acuerdas que dentro de las instrucciones que envió Carlitos,
estaba la explicación de que íbamos a subir a
cerca de los 2500
metros para ver desde allí Acarigua, Araure o como se
llame y que allí sí hacía frío y que había que traer una chompa ligera? ¿cómo
te puedes haber olvidado de traer tu casaca? Ahora te vas a resfriar y no vas a
poder bañarte en la playa. ¿y cómo has descuidado a tu hija y no le has dicho
que traiga la casaca impermeable? Si mi mamá se entera, te va a reprochar que
estás descuidando a tu hija querida…
Bueno, hija, ahora vas a comer bien. Todos están pidiendo
Pabellón, y pabellón tendrás… Carne mechada, huevo frito, frejol negro, arroz,
plátano frito, queso y una arepa. Todo con sabor arepa. Y una solera para
calmar la sed. ¿qué tal la cerveza? le pregunté a Gaby. Dijo una sola palabra,
Arepa. Pero igual, disfrutamos mucho con la compañía y el paisaje. Y lo mejor
de todo es que ningún temido centro comercial estaba a la vista. Paseo puro,
para ennoblecer los sentidos a pesar de lo del pick up viejo con aguja sin
punta. Y de repente, el pick up fue atacado por tremendo soroche. ¿Y las
pastillas, Gaby, que te encargó tu tía Elicia? Nos volvimos a olvidar en el
maletín. Pero Gaby, acordándose del Tato en Barranca llevó Combizym, gravol,
ciprofloxacino, digestase, flapex, frutaenzima y cuantos digestivos hay en las
farmacias. Una gravol puso al pick up en funcionamiento. Y se mandó tremendo
baile con el hijo adorado, que dentro de poco iba a cambiar a la mamá por la
mamacita, como dijo en una ocasión la tía Luz.
De regreso, tiendas de artesanía en Quibor. Y la hija feliz
porque al fin iba a hacer gastar a su pobre papá. Que el delfín para la
mamá…pero que también deben ir los delfincitos porque qué van a hacer ellos sin
su mamá, que no seas cruel papá, son sólo unos cuantos bolívares fuertes más,
que para la prima hay que buscarle algo, que para las amigas, que Araceli
siempre me trae regalitos, que para los José Carlos, que para Vivian, que mira
que los tiene grandes, que para la abuelita de Lima, que para la abuelita de
Trujillo. Y para la abuelita de Trujillo una virgencita, para que siga rogando
por su hijo (que no es el predilecto, pero que lo quiere muchísimo) para que lo
libre de los navajazos y de las lenguas viperinas. ¿y para papá? No hay discos
por estos lares. Bueno, al menos ahorraremos. Y fotos, muchas fotos, para
recordar el paseo divertido. Desestresado totalmente. Feliz.
Y luego el bautizo de Toñito. Fotos aquí, fotos allá. Y en el
archivo dedicado al bautizo de Toñito, no hay ninguna de Toñito. ¿Y quién es
Toñito? No sé, creo que es el sobrino de Carla. Y Gaby, se arregló como para el
matrimonio. Papá orgulloso de su hija, pero empezando un estrés porque tenía
que apretarle el corsé mismo Lo que el Viento se llevó o sea rodilla en espalda
y ajuste…. Y más fotos, pero no de Toñito. Elicia bailando con su consuegro.
Vitucho bailando con su consuegra. Fotos en grupo de todas las señoras y
señoritas, que se acomodan para salir bien en la foto, cuando hace rato que la
foto fue tomada. Disparos a diestra y siniestra, sin previo aviso,
consecuencias de haber visto tantos westerns en mi infancia. Yo disparo
primero. Bang bang, clic, clic….Pero salieron hermosas, digo las fotos, no me
lo pueden negar. Salvo, claro está, aquella donde te corté la cabeza, Carlitos,
que fue porque el chofer arrancó bruscamente y me descuadró. También está en el
archivo, porque recuerda un momento preciso: el de los previos al matrimonio,
mientras te cambiabas en el motel y nosotros veíamos a las iguanas. Pero, la
fiesta de Toñito no puede concluir sin antes mencionar la suculenta cena que
sirvió la familia Campodónico Holguín. Aseguro que ni Chávez ha comido una
comida tan rica, con acentuadas resonancias peruanas: el tamalito, delicioso,
la carne deliciosa. Plato limpio, y pude comerme el plato de Lily, pero Gaby me
lo impidió: no es por la vigencia, papá, es que vas a ponerte panzón otra vez.
Un bautizo que concluyó con un recital de una morena que no necesitaba de micro
para hacerse escuchar. ¿y sabe Alma Llanera? Pues, claro que sí. ¿Y sabe
Caballo Viejo? Pues que sí la sabía. Y se las sabía todas. Hasta que no faltó
la envidia femenina y la cagaron porque le preguntaron si sabía El Arbolito.
¿Cuál Arbolito?
Y llegamos al hotel felices y contentos. No suelo bailar
porque como bien sabes sufro de un mal incurable en el pie. Una lástima, yo que
toda una vida quise bailar, para conquistar chicas. Aunque hubo una época en
que si fui bailarín…bueno, bailarín es mucho decir. Vamos a decir que me empeñé
en ensayar un par de pasitos, con lo cual podía hacer frente al vals, la salsa,
el rock y hasta el huayco. Un estilo minimalista. Sólo dos pasos para todo. Y
tengo un amigo que dice que para qué perdemos el tiempo en tanto paso. Él dice
que con solo un paso se puede bailar de todo. Y yo creo que tiene razón. Por lo
pronto, en tu fiesta, sólo utilicé un paso para todo lo que allí se bailó.
Gracias Gaby, por ponerme en evidencia.
Y en el motel, cansado y caluroso me eché en la cama. Gaby en
su sesión de espejo, mirándose y fotografiándose para el recuerdo. Media
capacidad de la tarjeta con close up de Gaby. Bueno, a lavarse y a dormir que
mañana nos espera un día agitado. Entré al baño, prendo la luz y me quedo
helado. Un enorme bicho pegó tremendo salto y quedó pegado en la mampara del
baño. ¿Qué es? ¿un renacuajo? Blanquecino, verdoso, me miraba fijamente. Y yo
paralizado de miedo por la sorpresa. ¿grito? ¿pido ayuda? ¿llamo a Gaby?
¿llamar a Gaby? ¿Y tu no eres el papá que debe cuidar a la hija? ¿la vas
asustar? ¿le vas a transmitir tus miedos? Mierda…estaba pasmado. Y si lo mato,
este bicho debe tener mucha sangre, esto se va a convertir en un asco. La
toalla…sí, la toalla. Lo cogeré con la toalla. Y ¡zasss! Lo atrapé con la
toalla. Cuidado Gaby, hazte a un lado y con toda la repulsión del mundo un
nuevo ¡zasss! A la calle con el bicho. Respiré tranquilo y un tanto asqueado.
Felizmente, no fue Gaby la que se topó con el bicho porque habría despertado a
todo el Motel. Tremendo trauma le habría ocasionado. Si ya estaba traumada con
las arañitas que descubrió en la pared del cuarto y luego las del piso. Sí,
caramba, varias arañitas en el piso, junto a la pata de la cama. La familia de
Boris en pleno. Desde Casma a Acarigua, con amor. Para matarlas con mayor
comodidad, movimos la cama…craso error. Un espectáculo de terror. La cabecera
de la cama estaba surcada por nidos de arañas, era un tejido de telarañas
impresionante. ¿llamar al responsable del hotel a medianoche? Habrían hecho una
limpieza a medias y seguramente que no habría podido dormir pensando que habría
una araña suelta por allí a la espera de que nos durmiéramos para inocularnos
su veneno mortal. Empujé la cama con cuidado y no toqué nada para no
molestarlas por esta noche. Mañana me quejaré y haré que limpien bien este
cuarto. Alejé la almohada de la cabecera y me dispuse a echarme cuando un
maldito grillo pegó tremendo salto que me puso al borde de la angustia. Un
zapatazo acabó con el bicho. No dormí bien, lo admito. Estaba traumado con las
malditas arañas y el sapo.
Los responsables del Motel se cagaron en la noticia. No
limpiaron en absoluto, pero sí nos dijeron que el sapo era un agente ecológico,
pues mataba arañas y así se mantenía el equilibrio. ¿Qué me quiso decir? Creo
que con la llave nos iba a entregar un sapo para que pudiéramos dormir en paz.
Y la noche siguiente fue también angustiante. Pero antes, fuimos a tu
matrimonio, que, la verdad es que estuvo fuera de serie. El ambiente campestre,
la ceremonia, la fiesta, la comida, todo estuvo perfecto. Todos estuvieron
felices. Absolutamente todos, pues hasta los zancudos gozaron a más no poder con
la nutritiva sangre peruana. El cura feliz por el vino que estuvo tomando desde
las primeras horas del día. Si ya desde el desayuno hablaba de que tenía que ir
a hacer los preparativos de la boda y se relamía de gusto al mencionar que el
vino que iba a tomar era de primera. Y se mandó con varios chistecitos en el
desayuno, que de inmediato nos hizo pensar que allá en su pequeño feudo de
Huanchaco, seguramente era un hombre feliz con su vino y su Rosario.
Que tal floro la del padrecito. Conocedor del mundo y de la
vida. Y grato para quienes le invitaron a este paseo por tierras venezolanas.
Les dedicó frases muy simpáticas y olvidó que estaba en plena misa cuando habló
de la mentira que tuvo que decirle al obispo para poder viajar: señor obispo,
me voy a un retiro espiritual a Venezuela, que como bien sabe usted, allí se
prepara un ataque del comunismo sin Dios y sin patria contra nuestra iglesia,
contra nuestra religión. Y yo, un
humilde sacerdote, me ofrezco para el sacrificio de ir a luchar contra
los infieles. Y el obispo conmovido, con lágrimas en los ojos, por la
generosidad del padrecito, le dio el anhelado permiso. Y así fue, Carlitos,
cómo el padrecito llegó a Venezuela, solo para casarte, sólo para decirte que
seas fiel a la mujer que has escogido por esposa, sólo para decirte que ya no
debes pensar en tus amigas por más guapas que ellas sean (y qué guapas que son,
sí señor, a pesar de que la
Yolita, dice que no es para tanto…envidia femenina…nunca una
mujer hablará bien de otra mujer…palabras sabias de tu tío), sólo para decirte
que debes estar con Carla así ella se ponga gordita y le salgan arrugas. Y escuchaste con qué gusto habló aquello de
que hay que tocarse, siempre tocarse. No
dejen nunca de tocarse, dijo una y otra vez. Creo que el curita suele ver el
programa de la gordita Rampolla, que se pronuncia rampola, para evitar malos
entendidos. Sólo ví un momento de incomodidad en el padrecito. Fue cuando tu
profesora empezó la segunda lectura. De pronto se transportó a su teatro
escolar y empezó a recitar mezclando la inflamada proclama patriótica con los
buenos augurios para la pareja. Habló en tono desgarrado del amor que tenía
Adán por Eva y se transformó, de pronto, al recordar a la arpía Eva que le
enseñó a Adán la fruta del mal. Y concluyó,
de rodillas, pidiéndote que no cayeras en la tentación vil de los placeres
mundanos. Yo veía que el padrecito se movía incómodo en su asiento. Por ello,
es que después cuando el teatro concluyó, el curita volvió a dar su segundo
sermón insistiendo en el toqueteo y el intercambio de fluidos. Y hasta casi se
anima a contar el chiste del sapito. Sí señor, en plena misa. Un señor cura.
Y hay una foto de tu mamá levantando el dedo al cielo y
diciéndote con energía que tú tienes que mandar en la casa. Lo cual como bien
sabes atenta contra las leyes de la naturaleza, pero el orgullo es el orgullo.
Carla deberá ser sabia para hacerte creer que tú mandas, y puedas sacar pecho. Bonito
habló el curita y dejó muy bien parados a los curitas del Perú. Y habló largo y
tendido, contagiado del virus chavista. El fuerte sol reinante no fue obstáculo
para que la gente apreciara la calidad oratoria del padrecito. Había viajado
cientos de kilómetros y su presencia no podía pasar desapercibida. Estaba tan
contento que se tomó una buena cantidad de soleras y perdió su maletín de
viaje.
¿Cuántas vacas sacrificaron, Carlitos? Jamás he comido tanta
carne como el día de tu matrimonio. ¿Y viste a tu tía Silvia? ¿viste a tu mamá?
Llevaban entre las dos una enorme costilla. Pusieron un tremendo mandil en el
suelo, se sacaron los zapatos y cuchillo en mano la tasajearon a su regalado
gusto invitando a probar la carne a todo los que pasaron por allí. Gaby,
preocupada, intentaba saber cuál era la fecha de vencimiento de la costilla. Barriga
llena, corazón contento es un dicho que inevitablemente se cumple aquí, en la China y en la Cochinchina, así que
aprovechando que estaban ya sin zapatos, iniciaron tremenda rueda a la que me
arrastraron. Y yo no tuve ni tiempo ni arresto alguno para decir que me dolía el pie. Tremendo
entusiasmo de las cruceñas. Tremendo
bailongo, y yo buscando un cuadradito donde poder bailar semioculto con la
pequeña Gaby, que a cada rato me corregía los movimientos. No, papá esta es
música electrónica, no es salsa. No, papá, esta es la macarena, de cuando yo
era chiquita, se supone que tú la has bailado. No, hijita, siempre odié a la
dichosa macarena porque en esa época detestaba a los de los abanicos. Creo que
en el fondo era homofóbico. Valor, valor. Y Gaby, saltando feliz de poder
bailar en la fiesta de su primo. Ya no se acordaba modestísima, que en la
mañana la habían sentado en el caballito en la peluquería de niños para
arreglarla con escarcha y lazos para el matrimonio. Saltar, bailar, gritar.
Desestrés total. Y sólo un traguito de whisky en el cuerpo, pues tu misión es
que cuides a tu hija y no emborraches como en navidad en que no supiste como
llegaste a la casa. Sí, Yolita, después de dieciséis años me pegué tremenda
huasca, pero no volverá a suceder porque hay que cuidar a la niña de nuestros
ojos.
Recién en la foto me enteré que Gaby también bailó la primera
pieza con Carlitos. Vaya, vaya. Una pregunta para Gaby que estuvo caminando por
aquí y por allá (sshhhh, que nadie oiga): ¿y hubo ya eclipse en esa fiesta? ¿viste
algo? No me has contado el chismecillo….recuerda que hubo apagón, muchos
arbustos, una piscina….y el eclipse creo que ya, para entonces, había empezado,
pues la noche anterior hubo desapariciones, búsqueda de discotecas, sueños
profundos, cambios de dormitorio, cremas en la espalda…...shhhhh ¿y dónde está
Oscar?, pregunta inocente de mi Gaby. Tapando el sol, hijita….
Y tras el desenfreno juvenil, la marinera peruana. Zapatos
fuera, pañuelo en mano y el eterno sacachispas que allí sonó con nostalgia y
cariño. Bueno, siempre será mejor escuchar el sacachispas que la culebrítica.
La torta estuvo deliciosa. Parecía hecha por Juanita: masa suave, agradable,
dulce. Y finalmente, el retorno al Motel Aracnofobia, del cual fuimos
despertados a las seis de la mañana por ti, Carlitos. ¿Te acuerdas? ¿Pero qué
haces despierto a estas horas? Justo a las seis de la mañana, la mejor hora del
mañanero. No he dormido nada, tío, di¡jiste con voz temblorosa. Y se escuchaba
el temblor de todo tu cuerpo. ¿Qué pasa, dijo Gaby? ¿Las arañas no lo han
dejado dormir? No, Gabita. Es la juventud la que no lo ha dejado dormir. Todo
está consumado tío, la carne ya es una sola, ahora ya no sé si llamarme Carla o
Carlos o los dos nombres a la vez. Carlitos, Platón ya lo había dicho, el
hombre y la mujer eran uno solo en el inicio, lo que has hecho es viajar de
retorno a esos inicios. Filosofía de las seis de la mañana. Y ya iba a empezar
a hablar de Aristóteles, cuando me dijiste, tío algo rapidito: tomamos desayuno
en la finca, a las nueve partimos, y disculpe que nuevamente me están llamando
para poner en práctica las teorías platónicas.
Y así quedó consumada esta relación que empezó con unas
palmeras y los cocos que volaban de un lado para otro. Hmmm, creo que la
memoria me está fallando de nuevo. Esta es la historia de José Luis y Mónica.
Ya metí la pata. O quizás es mi subconsciente que intenta defenderse y me
obliga a vivir el presente. Y creo que empezaré esta historia una vez más.
Aunque ya son las ocho y debo concluir. Quisiera hablar del paseo al santuario
donde habían niños-libros, que contaban por unas monedas la historia del
santuario y de la virgen de Coromoto. Quisiera contar sobre los paseos en bote
en el hermoso Morrocoy, y tu conversión súbita en Frodo, el Señor de los
Anillos en los Juanes, quisiera hablar del eclipse y las tomaditas de mano (sí,
seguro que nadie se dio cuenta, je, je, je), quisiera hablar de las playas y
esos hilos dentales que ví, no importa que con celulitis, pero hilos dentales
al fin y al cabo. Quisiera hablar del pequeño galán de Gaby en una de las
playas del Caribe, (pero Gaby, que abusiva, tenía sólo doce años, sólo que creo
que apuntaba a ser zapatón). Quisiera hablar de la cámara perdida y la
indignación de tu profesora, y las lágrimas de la vil acusadora y las disculpas
y los abrazos. Y de los sabrosos desacuerdos del grupo. Un grupo es un grupo.
Sabrosísimo en historias, anécdotas y chismecillos, como para sazonar toda una
velada. Ojalá tu papá se anime a contar la historia completa de tu profesora, la
de los sombreros de cada día y de todos los colores. Historia que la queremos
saber con pelos y señales.
Y bueno, quisiera seguir escribiendo, pero la noche ya llegó.
No pienso revisar el texto. Que lo haga mi Gaby, antes de remitírtelo. Fue
escrito a vuelapluma, en un intento de conservar en la memoria los recuerdos de
un viaje divertido, en el que disfrutamos cada situación, cada anécdota, cada
historia, cada paseo.
Gracias Carlitos, gracias Carla. Nunca olvidaremos todo el
esfuerzo que hicieron para que la pasáramos bien. Pues sí, la pasamos recontra
bien. Y gracias a tu familia, Carla, especialmente a tus padres por su
gentileza y generosidad.
Es domingo, ocho y treinta de la noche. Mi nivel de estrés
está subiendo rápidamente. El lunes se acerca a pasos agigantados y no sé por
dónde vendrá el próximo tiro o el siguiente navajazo. Pero qué importa, pasamos
momentos muy lindos y gocé un montón escribiendo sin descanso esta
carta-crónica para ti, que sé que la esperabas. La hice con mucho cariño para ti
y para Carla. Fue un matrimonio que recordaremos toda la vida. Tal vez en algún
momento, escriba una segunda versión. Por ahora, la dejamos allí….
Rogelio
Lima, 17 de febrero de 2006 (un día como hoy volamos felices a
Venezuela)
Primer PS (¿habrá un segundo?). No pienso escribir una segunda
parte por aquello de que todas las segundas partes son malas. Y también por
aquel principio sabiniano que dice algo así como que al lugar donde has sido
feliz no intentes nunca regresar. Será por aquello de la desilusión, al cambiar
circunstancias, situaciones y personajes. Bueno yo traslado ese principio al
texto y me digo que si lo reviso es probable que me decepcione de lo allí
escrito, que corresponde a un determinado momento, un impulso y unas enormes
ganas de reírme. Hoy mi estado de ánimo no es el mismo, estoy en vísperas de un
viaje a Buenos Aires y Rosario para ver al viejo Bob en compañía de la pequeña
familia, la tensión está subiendo, o sea no estoy en el nivel cero del estrés,
o sea pues estoy estresadísimo, porque aún no termino de hacer el presupuesto,
o sea pues aún no lo he empezado, o sea pues que dentro de poco voy a estar
angustiado pensando en cómo hago para que mis dos mujeres pasen de largo por
las calles de las carteras sin que les entren ganas de hacer estallar el
presupuesto. Casi estoy seguro, segurísimo estoy en realidad, que serían
capaces de renunciar al concierto del viejo Bob con tal de satisfacer su pasión
por los cueros, la ropa, las artesanías. Y no sigo porque desde ya estoy
resentidísimo y con un estrés enorme.
Elicia me ha hecho llegar un reclamo respecto a la nota. Dice
que no he contado todo. Sí, efectivamente, muchas cosas se quedaron en el
tintero como aquella del escándalo canino en pleno santuario de la Virgen de Coromoto. Jamás
había estado en un concierto perruno tan bullanguero como ése. Hasta los
vigilantes estaban sorprendidos por la fiesta chicha que los perros armaron en la
antesala del pequeño museo. Mismo Grupo 5, los machos ladraban, se contorsionaban
y babeaban persiguiendo a una perra que parecía ser el motivo de sus afanes.
Vaya, vaya, ya sabemos, me dije, de donde viene aquello del baile del perreo, y
la monjita que estaba en la boletería, parece que algo sabía porque repetía una
y otra vez, nunca ha ocurrido este escándalo, nunca ha ocurrido este escándalo,
y hasta llegó a santiguarse pensando que el demonio de la concupiscencia había
sentado sus reales en pleno santuario. Y todos mirábamos a los perros esperando
lo inevitable. Y la monjita, miraba de reojo, a ver si por lo menos algo pasaba
que le descubriera las verdades de la vida.
Gaby me miraba con gesto de complicidad. La perra se había
acercado peligrosamente hasta mi bolso. Siempre cargo ese bolso no sólo para
meter allí los discos o libros que suelo comprar (aunque esta vez la sequía fue
clamorosa) sino porque ahora sirve también para almacenar allí todo lo que la
hija no quiere llevar en el suyo. Papá cómprame una botella de agua, y yo desde
ya, tengo que empezar a hacer sitio en el bolso para llevarle la botella de
agua. Y lo mismo con la chompa, los libros, las galletas y cuanta cosa suele
llevar a sus paseos. Y no sé por qué no terminó de comer el emparedado de jamón
con queso que llevó a Coromoto. Dicho sea de paso, Vitucho quedó tan encantado
con estos emparedados, que los comió hasta hartarse y hoy cuenta a todo el
mundo que la comida típica de Venezuela es el sánguche de jamón con queso.
Y ese sánguche de jamón con queso olía a gloria para la perra
que nos empezó a seguir de manera implacable desde que bajamos hacia el nivel
inferior del santuario, camino al pequeño museo. Los años no pasan en vano y
tardé en comprender por qué diablos me seguía la perra. Se acercaba y me
olfateaba. Caramba, me decía, si con el mismo empeño me persiguieran las
mujeres, creo que sería feliz. ¿Por qué me persigue este animal?, seguía
preguntándome, si ya sé que es hembra, y por lo menos ya sé que no se prenderá
de mi pierna como suelen hacer los machos mañosos. Hasta que Gaby se me acercó
y al oído me dijo: es tu bolso, papá. ¿Qué? ¿Qué tiene mi bolso? El sánguche, pues…¡Qué pavo, eres!
¡Mierda…sí, el sánguche! Y ni modo de sacarlo y botarlo porque era tal la
jauría desesperada que corría el riesgo de que se me viniera encima.
El policía se sentía impotente ante tal manifestación chavista
y optó sólo por hacer la finta de que estaba haciendo algo. Todos los perros
ladraban, la única que no ladraba era la perra que estaba a mi lado y que sólo
se apartó cuando yo entré más rápido que volando al museo. Afuera seguían los
ladridos ensordecedores de los perros hambrientos, más hambrientos ahora porque
el olor del sánguche predilecto de Vitucho seguramente los seguía atormentando.
Pero la historia tiene un final feliz. Los perros desaparecieron cuando les dio
la gana, no cuando el policía los amenazó con apalearlos, la monjita respiró
más calmada, aunque se quedó con las ganas de ver las verdades de la vida, pero
el final es feliz también para ella porque continuó viviendo en estado de
pureza, Gaby se divirtió como una chanchita con esa risa contagiante que a mí
me devuelve la alegría, yo pasé un rato entretenidísimo pensando malvadísimo en
el desconcierto de la monjita, y la perrita fue feliz ese día porque se comió
el sánguche, premio a su perseverancia porque esperó que saliera del santuario,
muy educada me siguió hasta la puerta del autobús y posó para una foto con mi
pequeña Gaby.
Ya en el autobús Chicho (¿así se llamaba? ¿no era Chucho?) se
puso a contar cuentos, que fueron subiendo de tono haciendo caso omiso al aviso
de Elicia de que había ropa tendida en el bus. Gaby ¿tú eres ropa tendida?
Bueno, bueno, como los chistes eran tan malos, incluyendo el de la barba de
Fidel Castro, le conté uno buenazo a mi Gaby, un chiste rojillo, pero
imaginativo, que me lo contó un ingeniero de Quimpac, que lo despidieron, creo
que por contar ese chiste. Dice el chiste de marras, que Jaimito (¡Ay, Jaimito,
cuántas barbaridades se dicen en tu nombre!), escuchaba todas la noches ruidos
extraños que provenían del cuarto de sus padres. Gemidos, ayes, gritos
deseperados, golpeteos, llamadas de auxilio, afirmaciones, negaciones,
juramentos, besos, golpes. Jaimito andaba desesperado. La situación se repetía
noche tras noche. Y lo peor o mejor de todo, era que al día siguiente, muy
temprano, cuando se levantaba veía que la paz reinaba en el hogar. Besos,
miradas amorosas de sus padres, abrazos, y deseos de un buen día antes de
marchar hacia el trabajo y la escuela. Pero llegaba la noche y con ella los
temblores, los gritos y los aullidos. Como no hay mal que dure cien años ni
cuerpo que lo resista, Jaimito decidió tomar el toro por las astas. Antes de
que empezara ese remedo del Apocalipsis, Jaimito se adelantó a sus papás y se
metió debajo de la cama. Llegaron los papás, como siempre bien entonados, ella
dispuesta a desestresarse, él dispuesto a someterse a la sangría de rigor para
llegar también al nivel cero de estrés. Metidos debajo de las sábanas empezaron
su habitual fiesta nocturna: besos y
abrazos y el mundo es una felicidad…todo iba bien para Jaimito, que empezó a
pensar que habían fantasmas en su casa, porque lo de sus padres era la gloria
misma. Lo que no contaba Jaimito era con la segunda fase de la fiesta, cuando
las hormonas estaban ya en plena efervescencia. Allí los fantasmas aparecieron
en toda su magnitud. Jaimito estaba angustiado. De pronto, la mamá empezó a
gritar: ¡Basta!!!! ¡Bastaaaa! Y el papá: ¡Me voy, Me voooooy!!! Y Jaimito, ya
no pudo más, salió de la cama gritando: ¡Papá, papá, no te vayas, no te vayas….!!!! Y allí quedó
el chiste. Mejor que los chistes del Chicho, Chucho o como se llame…¿noooo?
¡Qué tal padre, cómo le cuenta tamañas barbaridades a su nena!
Y a propósito de irse, Gaby estaba preocupada porque Oscar no
estaba en su habitación el día del paseo. Alguien averiguó en la administración
del hotel que Oscar, el inocente Oscar, no había llegado a dormir. Gaby, estaba
preocupada porque, valgan verdades, como decía la tía Chepita (¡Ay Máuser, tu y
yo estamos en las mismas condiciones!!!, Máuser era el perrote de la casa), el
chico, que ya no es tan chico, le cayó bastante bien. Calladito, con su libro
en la mano, aunque no sé si lo leía, porque lo atrapé levantando la vista para
mirar –con mirada de enamorado afanoso- el sol de cada día. Más adelante me
preguntó por el libro que yo tenía en mi bolso, Verdad Tropical, si es que por
el hecho de aludir a lo tropical, tenía párrafos candentes. Le dije que, por
supuesto, más aún si el autor era Caetano Veloso, aquel que en su último
concierto en Lima interpretó una canción en la que hacía mención a su deseo de
experimentar los orgasmos múltiples femeninos. Los ojos de Osquitar empezaron a
despedir llamas en ese momento y, prácticamente, me arrebató el libro de las
manos. Bueno, le dije, te lo presto y lo único que te pido es que no me lo
vayas a manchar ni llenar de miel. ¡Sííí!, gritó anhelante. Y, según, me enteré
el día que se desapareció, también desapareció mi libro. En el viaje a las
playas de Morrocoy leía con mucha atención ciertos párrafos del libro, que
luego repetía de memoria. Por esos días se volvió sonámbulo, quienes se
acercaron a él lo veían caminar con la vista fija en el horizonte, repitiendo
las frases aprendidas una y otra vez. Al caer el sol, lloraba
desconsoladamente. Por eso es que en la piscina, cuando Vitucho y Elicia lo
encontraron allí, se había convertido en tritón, pues pensaba que el mar se
había tragado al sol y lo había transformado en sirena. Dicen Vitucho y Elicia,
que malas lenguas por el amor de Dios, que ellos tuvieron que salir huyendo de
la piscina, despavoridos, al ver que Oscar, el joven inocente, “había devenido
en una fiera marina, desatada y trepidante” (sic) y que en plena oscuridad,
junto a su sirena en celo, empezó a remedar el Apocalipsis de los padres del Jaimito
del cuento. Pongo entre comillas y con un sic lo de la frase de fiera marina para
que no quepa la menor duda que este texto les pertenece al pickup y a la aguja
gastada.
Muchas cosas se explican, entonces, cuando el día de retorno a
Caracas, camino al aeropuerto, el joven inocente convertido ahora ya en hombre
hecho y derecho (el sol de cada mañana fue testigo de este renacer), pidió
bajarse del bus para ir solo al encuentro de sus amigos en el centro de la
ciudad. Me devolvió Verdad Tropical totalmente gastado, deshojado, manchado,
con párrafos completamente borrados y algunas páginas en blanco. No me dio las
gracias, mirándome con la soberbia propia de los jóvenes debutantes y, más
bien, me pidió que le entregara un pequeño libro a la sirena, que gracias al
Apocalipsis, había tomado ya la forma humana. Curioso, siempre lo he sido, abrí
el pequeño libro. Jamás había leído tantas frases sobre el amor y que han sido
compiladas para ser expresadas en cada ocasión, es decir, para la hora de la
cena, en la ducha, en el dormitorio, en el microbús, en la piscina, y hasta en
el wáter…hasta en el wáter, como lo oyes, Carlitos. Algo así como “Amor es ser
testigo de tus indigestiones y tus flatos y seguir deseándote al segundo
siguiente como el primer día que te conocí” (Paulo Coelho), y estaba subrayado
con lapicero y estaba resaltado en rosado. De antología. Y había una cita, que
estaba indicada para ser dicha en el aeropuerto: “Cielo, nubes, viento que
acoges cálidamente a los aviones, así seré yo para ti, avión amado, jet
supersónico, turbina poderosa, cuando surques mi geografía, ya en el norte
montañoso, ya en los bosquecillos del sur”. Esta cita, sobrino querido, estaba
escrita a mano, con letra temblorosa, y aparecía sobre una mancha roja de lápiz
labial que no tardé en darme cuenta que tenía la forma de una boca femenina. No
había un nombre al final de la cita pero sí otra frase: ‘El sol sólo sale para
ti’.
¡Ahhh, que tal viaje, este, Carlitos! Hay tantas anécdotas que
siguen quedándose en el tintero, pero yo tengo que hacer mi presupuesto para mi
otro viaje, el tiempo se me acorta, sigo en shorts y, ahora sí, con ánimo de
escribir, pero justo cuando estoy en vena, tengo que poner un punto final…o
quizás unos puntos suspensivos, porque aún queda por contar esa historia de
cuando tú te convertiste en Frodo, el Señor de los Anillos, allí en los Juanes,
allí en esos bancos de arena donde conocí el desestrés total, allí, donde
gracias a ti y a Carla, a mi Gaby y a la lejana Yolita (que se quedó trabajando
para que yo me divirtiera), y al grupo simpaticón, fui feliz, muy feliz.
Lima, 12 de marzo de 2008