20/6/10

RECUERDOS A LAS PUERTAS DE SUDÁFRICA 2010

A mi Gaby, que gritará conmigo los goles de Messi
A Jordi, Nati, Julieta, Luciano, David, allá en el Baires querido

Escribe: Rogelio Llanos Q.

Esta nota la escribí antes de que Suiza humillara al favorito España; once días antes de que los Neozelandeses le jugaran de igual a igual y le quitaran un punto a Italia, poniendo en peligro su pase a la siguiente ronda de la competencia; y en los días previos a aquella tarde en que Gabriel Heinze hiciera uno de los más hermosos goles en lo que va del Mundial, poniendo a la Argentina en la recta de la clasificación a los octavos de final. Muchas sorpresas estamos viendo en Sudáfrica 2010, y la mejor de todas es que los cuadros sudamericanos están hoy más que nunca con altas probabilidades de ocupar puestos de honor en este torneo que está concitando la atención de propios y extraños. Bueno, allí va la nota, tal como la escribí, lleno de expectativas antes del comienzo de este Sudáfrica 2010, que al igual que las anteriores ediciones, dejará muchos y apreciables recuerdos y anécdotas.

1.

Estamos a escasos dos días de la inauguración del décimo noveno mundial de fútbol Sudáfrica 2010. A esta alturas, nos imaginamos, las entradas para ver la inauguración y la final deben estar ya agotadas, a menos que la reventa haga de las suyas y alguien se anime a comprar las entradas a un precio estratosférico. Conseguir entradas a estas alturas para el partido inicial o la final es prácticamente imposible, salvo que ocurra aquello que pasó en el mundial de Suecia, allá por 1958.

Cuenta la historia que un mozalbete de nacionalidad sueca encontró de casualidad y tirado en la calle un boleto de entrada para el partido final entre Suecia y Brasil. Bien, ¿saben lo que hizo este honestísimo muchacho que había estado pugnando por conseguir el ansiado boleto? Pues, fue a la policía y lo entregó allí para que la persona que lo perdió pudiera reclamarlo. Según se dice, el muchacho recibió una recompensa de dos coronas y media, que equivalía al diez por ciento de del valor oficial del boleto, que en reventa estaba a 500 coronas. ¿Puede alguien imaginarse lo que habría sucedido en nuestra gris y chismosa Lima? Increíble, pero cierto.


Bueno, esta es una de las muchísimas historias y anécdotas acerca de los mundiales de fútbol que relata el periodista y escritor argentino Luciano Wernicke en Historias Insólitas de los Mundiales de Fútbol, libro que compramos en marzo pasado cuando estuvimos en Buenos Aires, a donde viajamos para ver al gran Caetano Veloso. Pues bien, a pocos días del inicio del mundial empezamos a leer este libro y ya a punto de terminarlo, nos dio ganas de compartir con los lectores de nuestras notas algunas de las anécdotas que allí se mencionan, no sin antes recomendar con énfasis la adquisición de este libro que es sumamente divertido. Y si al lector le gusta el fútbol, ¡Qué duda cabe! este libro le encantará.

Y es que se trata de una joyita porque aparte del placer y buen humor que causa su lectura, contiene una buena cantidad de datos e informaciones acerca de cada uno de los mundiales, incluyendo, al final, un anexo de récords registrados en los mundiales, desde Uruguay 1930 hasta Alemania 2006. Y para muestra basta un botón: Nos acabamos de enterar en las páginas finales del mencionado texto que nuestro admirado Zinedine Zidane (cuyo cabezazo al italiano Materazzi, bajo nuestro particular y controversial punto de vista, estuvo bien aplicado…y lluevan sobre nosotros los denuestos) fue el jugador más sancionado: cuatro tarjetas amarillas y dos rojas en doce partidos mundialistas, entre 1998, 2002 y 2006.

2.

Debemos reconocer que la última vez que seguimos con extremada atención un mundial de fútbol fue en 1970. Sí, en aquel Mundial realizado en México cuando nuestra selección cumplió un mínimo papel decoroso y despertó tantas ilusiones, que luego, Pelé y su dream team se encargó de hacerlos trizas en un partido en el que, debemos admitir, nos causó una profunda tristeza y no pudimos evitar derramar unas cuantas lágrimas al ver que el cuadro de Chale, Mifflin y Cubillas, el cuadro de nuestros amores, caía avasallado por esa tremenda máquina de hacer goles que fue la selección brasileña. Creemos que fue a partir de allí, que ya no quisimos saber más de fútbol. A partir de allí, dejamos de interesarnos en el fútbol. Ser hinchas de Alianza Lima pasó a ser un lindo recuerdo y nada más. Y ahora, sólo si estamos de buen ánimo nos sentamos a ver algún partido sin garantía alguna de llegar hasta el pitazo final.

Sí, la selección de Brasil acabó con nuestra entusiasta afición por el fútbol. Teníamos a la sazón quince años. Pero aún adolescentes, éramos grandes conocedores de fútbol, sabíamos de esquemas de juego, recordábamos con suma facilidad los nombres de los jugadores, mencionábamos las formaciones completas de los equipos, éramos los sufridos hinchas acérrimos de la gloriosa Alianza Lima y éramos también grandes admiradores del fútbol brasileño. Leíamos con avidez los periódicos deportivos, como La Crónica y las páginas finales de La Prensa, y recortábamos las fotografías y algunos textos sobre el equipo de nuestra predilección. Sabíamos de la maestría de Pelé y de la genialidad de Garrincha.

Y vaya, vaya, nos acabamos de enterar que Garrincha, el admirado Garrincha, que fue uno de los gestores del triunfo de la selección brasileña en Suecia 1958, casi no acude a ese Mundial debido a que el psicólogo contratado por la federación brasileña para que apoyara al entrenador Feola determinó con sus sesudos estudios que el popular Mané no debería integrar la selección a causa de su bajísimo coeficiente intelectual.


¿Se acuerdan de Nilton Santos? Hmmm, muchos que sólo siguen a los peloteros de nuestro pobrísimo fútbol peruano tal vez no, pero nosotros, a este excelentísimo defensa, sí lo recordamos con mucho afecto: le decían La Enciclopedia porque sabía de fútbol como ninguno.
Pues bien, Nilton Santos y Didí fueron a hablar con el psicólogo de marras, y su genial argumento para que no lo apartara de la selección al gran Garrincha fue: ¡Oiga doctor, Garrincha sabe jugar al fútbol! Unos pies desviados hacia adentro, una pierna seis centímetros más corta que la otra, una columna vertebral desviada y una capacidad intelectual disminuida, no fueron obstáculo alguno para que nuestro apreciado Garrincha, en sus sesenta partidos que jugó con su selección, ganara cincuenta y dos, empatara siete y perdiera sólo uno. Un grande, sin duda alguna.

Y es que estos tipos extraños, diferentes, muestran su genialidad cuando están en su medio. Charlie Parker, el extraordinario músico de jazz, cuya vida llevara al cine el maestro Clint Eastwood, desplegaba esa genialidad al momento de tomar el saxo entre sus manos. Sin su instrumento era un ser desvalido, derrotado por las drogas y el alcohol. El medio de Garrincha era el campo de fútbol y con la pelota en los pies trascendía hacia el mundo del arte.

Luciano Wernicke cuenta una anécdota curiosa sobre lo que era Garrincha fuera del campo de juego: en una ocasión en que paseaba por las calles de Estocolmo, Garrincha compró una radio a transistores, que por esa época valía un ojo de la cara. Era el invento de moda que sólo unos pocos podían adquirirlo. Pues, todo el mundo estaba sorprendido con la adquisición de Garrincha y no pocos lo felicitaron. Pero, de todo hay en la viña del Señor, y los vivos nunca faltan. El masajista le dijo por lo bajo que había hecho un mal negocio porque el aparatito en cuestión sólo transmitía en sueco y que en Brasil no le iba a servir para nada. Garrincha encendió la radio, probó en varias estaciones y, efectivamente, sólo escuchó hablar en sueco. Cuenta el periodista que registra la anécdota que Garrincha, se sintió estafado y maldijo hasta su última generación al vendedor y terminó vendiendo al masajista la radio por un precio infinitamente inferior. Así de ingenuo podía ser este genio del fútbol.

3.

Durante el tiempo que fuimos aficionados al fútbol gozamos hasta la euforia con los triunfos de Alianza Lima y sufrimos hasta las lágrimas con cada derrota. Y las derrotas eran tanto más dolorosas cuando la propinaba la ‘odiada’ crema universitaria. No podíamos ver ni en pintura al cuadro de José Fernández sin sentir una gran rabia interior. Perdónanos gran capitán. Sólo con el paso de los años hemos llegado a admirarte por tu caballerosidad a la altura de ese otro grande que fue Lolo Fernández a quien tuvimos el placer de saludarlo y demostrarle nuestro aprecio muchos años después, en un fugaz encuentro que motivó nuestra gran amiga de los ochenta, Mónica Castillo.

El fútbol ha despertado grandes pasiones, aquí, en la China y en la Cochinchina. Vean si no lo que ocurrió con Moacir Barbosa, el arquero del seleccionado brasileño, que luego de ser un gran ídolo popular se convirtió en el hombre más odiado del Brasil y partió para el otro mundo en un estado de indigencia. Su pecado fue no haber impedido los goles de Juan Schiaffino y Alcides Ghiggia, con los que Uruguay le volteó el partido a Brasil decretando en cuestión de minutos un duelo nacional de proporciones.


Moacir tuvo que exiliarse durante algunos años y cuando en 1993 se animó a visitar a los jugadores que por entonces se preparaban para el mundial de Estados Unidos, uno de los directivos de la federación brasileña lo hizo despedir de mala manera con uno de los guardias del local. Según Wernicke, el autor del libro que nos sirve de guía, el directivo le espetó en su cara a un compungido Moacir: “Llévense lejos a este hombre, que sólo trae mala suerte”. Dicen que hasta el día de su muerte, ocurrida el 8 de abril de 2000, Barbosa se lamentó de lo vivido y expresó lo siguiente: “La pena más alta en mi país por cometer un crimen es de treinta años. Hace cincuenta que yo pago por un delito que no cometí”.

4.

Muchos piensan que el fútbol es sólo un deporte sin mayor importancia y del que es posible prescindir. Hay quienes piensan que no, especialmente aquellos que se llenan los bolsillos organizando todo el tinglado que hay detrás de cada partido y que desde las tribunas –y, sin duda, cómodamente sentados desde un palco especial – se frotan las manos pensando en los jugosos beneficios obtenidos o por obtener. Pero hay quienes también obtienen réditos elevados al trasladar a la esfera política los triunfos que se logran en el campo deportivo.

Y eso no es de ahora. Cuenta Wernicke que unos días antes de que empezara el Mundial de Italia, en 1934, Mussolini convocó al entrenador italiano, Vittorio Pozzo, a quien le dijo: “Usted es el responsable del éxito, pero que Dios lo ayude si llega a fracasar”. Tal amenaza se extendió a los jugadores. El gesto de Mussolini mirándolos y pasándose la mano por la garganta fue muy evidente: el Duce quería el triunfo costara lo que costara. El fascismo reclamaba triunfos. El fascismo necesitaba mostrar al mundo entero cuán poderoso era en todos los ámbitos de la vida civil y militar.

Ese interés por publicitar los logros del fascismo llegó hasta la ridiculez cuando Raimundo Orsi, quien había anotado el gol de la victoria contra Checoslovaquia fue convencido para que se fotografiara efectuando un disparo similar al que había realizado cuando hizo el referido gol. En los años treinta ninguna cámara podía captar las imágenes con la precisión que hoy día es posible obtenerlas, y por ello ningún fotógrafo había registrado la anotación de Orsi. Pero, darle gusto al Duce y satisfacer su vanidad bien valía el esfuerzo de reproducir ese momento arreglando para ello toda una puesta en escena.



Así pues, Orsi, probó muchas veces darle al balón de la misma manera que en el partido, pero sin éxito. La pelota fue por todos lados, menos por el ángulo junto al palo del arco por donde había cruzado rauda hacia las redes la tarde anterior. Nunca hubo tal foto. Y lo que no sabemos es si los fotógrafos lograron salir ilesos de la furia del dictadorzuelo fascista.

5.

Y a propósito de intrusión de los políticos en el fútbol, se nos viene a la mente aquel famoso seis a cero que nos endilgó la selección argentina en el mundial del 78. Sin duda, el Perú es famoso en el ámbito futbolístico por protagonizar el partido más controversial de la historia. Eso, en criollo es algo así como que somos famosos por haber sido ‘coimeados’ para perder el partido. Lo cuenta Wernicke en la página 152 de su libro bajo el subtítulo Partido Polémico. No cuenta muchos detalles, ciertamente, pero sí finaliza el párrafo afirmando que varios jugadores peruanos, en declaraciones anónimas a algunos medios de comunicación, aceptaron que hubo un ‘arreglo’ para llegar a tal resultado.

Acudimos al Internet y escribimos ‘Morales Bermúdez y la Selección Peruana” y la primera entrada que apareció fue la de una nota del argentino Ezequiel Fernández que data de junio de 2008, en la que se menciona que el periodista también argentino Ricardo Gotta estaba a punto de publicar un libro en el que cuenta con pelos y señales cómo ocurrió el mencionado arreglo.
Entre otras cosas Gotta cuenta que Rafael Videla, el dictador que mandó a matar a tantos argentinos felicitó por teléfono a nuestro dictador de turno, Morales Bermúdez, y éste no sólo le agradeció la felicitación sino que, además, le dijo que estábamos contentos por la agradable estadía de los nuestros en Argentina y que “estábamos en deuda con ustedes”.

Si la memoria no nos traiciona, y esto es ya producto de nuestros viejos recuerdos, Morales Bermúdez había mandado al exilio (a Jujuy, con mayor precisión) a unos cuantos ilustres peruanos y a Alfonso Baella Tuesta, según palabras textuales de la famosa revista de izquierda de aquella época, Marka. Esto había sido posible por los acuerdos entre ambos dictadores. Entonces, la deuda no sólo era por la buena acogida a nuestros jugadores, sino también por haber ´recibido’ y puesto a buen recaudo a los políticos expulsados de nuestro país.

Gotta cuenta que Morales Bermúdez llamó a Chumpitaz en una llamada misteriosa que luego se tradujo en una convocatoria de éste hacia sus compañeros para transmitirles las palabras del presidente. Siempre según Gotta, Chumpitaz habría finalizado la transmisión del mensaje diciendo “ ….(el presidente) desea que tratemos de vencer a la Argentina, pero que sabe muy bien lo difícil que es la misión que nos pide. Que nos manda un abrazo fraterno, más allá del resultado que obtengamos. Me dijo eso dos veces". Uno de los jugadores –medio quedado- preguntó a uno de los miembros de la delegación cómo se debería descifrar ese mensaje, a lo que este personaje respondió diciendo “tú sabes”.



La nota encontrada en Internet abunda en información detallada del asunto y menciona como pruebas algunas de las afirmaciones hechas por Gotta en su investigación, tales como la venta del zaguero Rodulfo Manzo al club argentino Vélez Sarsfield, la totalmente insólita visita de Videla y Henry Kissinger al vestuario peruano antes del partido, la orden de que Perú jugara el partido con su camiseta suplente y la donación de trigo de Argentina a Perú. Sólo Chumpitaz y su gente saben la verdad de este escándalo. Lo cierto es que cuando ello ocurrió, hacía ocho años que nosotros ya le habíamos dado las espaldas al deporte rey y lo que allí sucedió simplemente sirvió para reafirmarnos en nuestra decisión de mantenernos apartados de la afición futbolística.

6.

En los últimos años, sin embargo, hemos vuelto a sentarnos –algunas pocas veces- frente al televisor para ver partidos de fútbol. Nos entusiasmamos cuando vemos a jugadores hábiles con el balón. No nos interesa tanto el juego de conjunto. Nos atrae el juego elegante, pícaro y precioso de algunas figuras individuales. Por ello admiramos en el último mundial a Zinedine Zidane. Pero, lo diremos de manera reiterada, lo admiramos más por anteponer el honor personal al éxito deportivo.

Creemos que este retorno a la afición por el fútbol –digamos que bajo nuevos términos- empezó en el 2004 cuando viajamos por primera vez a Buenos Aires. Una noche en la que estábamos acostados en nuestro cuarto del hotel y mirábamos la televisión, atinamos a sintonizar un programa especial sobre el joven goleador Javier Saviola. Mirándolo gambetear, correr como un bólido, esquivar a uno, dos y tres rivales y luego disparar certero el balón y ver a éste golpear las redes del arco del equipo contrario, volvimos a redescubrir esa magia que tienen sólo algunos privilegiados: la magia de hacer parecer fácil lo que es complejo, la magia de combinar los movimientos armoniosos del cuerpo con la fuerza necesaria para impulsar el balón de juego, la magia de convertir en belleza un quehacer cotidiano. Gozamos como niños al lado de nuestra Gaby, saboreando cada gol de un Saviola en sus momentos de inspiración. Al día siguiente, Buenos Aires amaneció con un sol brillante y fue el primero de muchos días hermosos.

Ya son quince minutos pasadas las doce de la noche. Hoy es 9 de junio. Estamos a casi cuarenta y ocho horas del inicio del Mundial Sudáfrica 2010. ¿Qué anécdotas tendrán lugar a lo largo del mes que dura la competencia futbolística más importante en el universo deportivo? ¿Será Messi la gran figura que todos esperamos que sea? No estaremos pegados al televisor como muchos aficionados al deporte de las multitudes. Trataremos de ver, hasta donde sea posible, los partidos de la selección argentina y seguramente nos emocionaremos con cada una de sus grandes jugadas –que las habrán, no nos cabe la menor duda- pensando en que nuestros amigos de Baires la estarán pasando bien y serán felices con los triunfos de su selección. Y sin duda, también, gritaremos goooooolll a todo pulmón cuando Messi envíe la de cuero al rincón de las ánimas como decía un conocido locutor local.

Lima, 9 de junio de 2010.

14/6/10

SABINA Y LAS CENIZAS DEL AMOR



Te vas y no te vas
Y cuando vienes
Rezo para que los trenes
Se equivoquen de estación

Virgen de la Amargura
(Joaquín Sabina, 2008)

Escribe: Rogelio Llanos Q.
Fotos: Gaby Llanos A.

En el 2008 Sabina era un hombre que disfrutaba de los placeres hogareños allá en su piso de Madrid junto a su Jimena que, por ahora, parece haberle robado el corazón, y quizás, también esa inspiración a la que tanto él echaba en falta. Pues bien, Sabina era un hombre feliz y, ni siquiera los amigos de tragos y canciones, podían motivarlo para iniciar la azarosa aventura de grabar un nuevo disco. Quiso la casualidad que en una noche de copas su buen amigo el poeta Benjamín Prado y él intercambiaran propuestas de epitafios y prolongaran su noche de farra hasta llegar a la conclusión de que había que darle curso al mal de amores que por entonces padecía Benjamín.

La chica, a quien ellos llamaban Virgen de la Amargura, no sólo lo había dejado maltrecho, lo había llevado al borde de la desesperación y la estupidez. Pues ello, reclamaba venganza. Y en la más ilustre tradición dylaniana, la mejor venganza era la de escribir unos versos, unos buenos versos, que pusieran en su sitio a la chica y le devolvieran al malherido la dignidad perdida. Así, pues, el deslenguado del Sabina, perverso y sabio, le hizo una propuesta deshonestísima: aprovecharse de sus desgracias e irse a escribir canciones a Praga, algo así como Dylan y Sam Shepard en los años del Rolling Thunder Revue. Pues, Benjamín no dudó en darle el sí. Y ambos, marcharon hacia las orillas del Moldava, pues si había que pisar cristales, que fueran de Bohemia, sin duda alguna.
Algo de esta historia contó Sabina en su concierto en Lima como un preámbulo a Cristales de Bohemia, el tercer surco de su último disco Vinagre y Rosas. Ya para entonces, había hecho la declaración de principios de ese disco con Tiramisú de Limón: “Hice un solo desafinado / con las cenizas del amor….Pero esta noche estrena libertad un preso / desde que no eres mi juez…Nena, dónde crees que vas / quién te parece que soy / no mires hacia atrás que ya me voy / Que sepas que el final no empieza hoy”.


Y ya para entonces, nos había anunciado también, con Viudita de Cliquot, que estaba decidido a revisar aquella vida agitada y desopilante por la que anduvo itinerante y aventurero (“yo aposté por las fichas caídas de tu dominó”) y que lo puso al borde de la muerte (“descorché otra botella con la viudita de Cliquot”), a través de aquellas viejas canciones que empezó a componer y cantar de cuando “Londres fue Montparnasse sin gabachos, Atocha con mar”.
Y pasando del dicho al hecho se fue hasta 1994 y el álbum Esta Boca es Mía para interpretar Ganas de. “Prefiero la guerra contigo al invierno sin ti” es uno de sus versos emblemáticos convertido en estribillo en una de sus muchas declaraciones arrebatadas. Y, después, los amores de paso, los amores que empiezan en noches agitadas y terminan con las resacas del alba: Medias Negras, Aves de Paso y Peor para el Sol.


Y no faltaron las alusiones a amigos y conocidos, empezando por aquella dirigida a la ilustre dama de poncho rojo con la que compartió copas y coplas en el Bulevar de los Sueños Rotos, siguiendo con el rosarino de los afectos y desilusiones en Llueve sobre Mojado y terminando, en la voz de Pancho Varona con el irónico Conductores Suicidas, que Sabina le dedicara al Monolo Tena, que le disputara amores y pasiones ,y que por la época en que fue compuesta la canción se encontraba en el callejón sin salida de las drogas.
Homenaje a amigos presentes y ausentes en un concierto en el que hubo espacio para los recuerdos y los afectos, para el humor y la gracia. Entre la descarga rockera y la agridulce ranchera, Joaquín Sabina nos brindó una selección de temas en la que si bien extrañamos nuestros predilectos (Más de Cien Mentiras, Virgen de la Amargura, De Purísima y Oro, etc), nos dejó ampliamente satisfechos por su entrega y por esa gran complicidad que hay entre el cantante, los músicos y los técnicos que asumieron este encuentro con el público limeño como una gran celebración.


"Esta es Metálica", dijo Pancho Varona y la banda arrancó con un riff de guitarra que sacudió el escenario. Y es que para Antonio García de Diego, las notas rockeras no tienen secretos. Es uno de los grandes guitarristas de España, hábil con los teclados y sutil con la armónica. Estuvo muy bien secundado por Jaime Asúa que en el segundo encore nos demostraría en la hitchcockiana El Caso de la Rubia Platino lo que sabe hacer con las cuerdas y con la voz.

Pancho Varona, el amigo entrañable, el compañero de los malos y los buenos tiempos, el Panchito amigo que no vino en la gira americana de Dos Pájaros de un Tiro, por estar editando el disco oficial, esta vez tuvo el honor de iniciar el concierto farfullando el muy bribón un Lili Marleen desconcertante y burlón. Pedro Barceló en la batería es un viejo conocido nuestro. Ya vino anteriormente acompañando a Sabina y a Serrat, y cuando se trata de pegarle duro a los cueros lo hace con ese entusiasmo propio de los grandes y si no, recordemos ese gran pico del concierto que fue Princesa.



Marita Barros es un punto aparte en la banda sabiniana. Encantadora mujer. Fascinante por sus cuatro costados, Bella, graciosa, pícara. De trasero generoso y firme, y piernas torneadas y hermosas, mostró todo lo que quisimos ver, apoyada en el farol de utilería, cigarrillo entre los dedos y mallas cómplices, asesinas. Dueña de una bella voz, que pudimos apreciarla en su real magnitud cuando ocupó el centro del escenario en Como un Dolor de Muelas. Sí. Su canto, su imagen, su presencia, fue “como traerse al hoy cada mañana, como un suspiro profundo y quedo…fue como si la arena cantara en el desierto”. Tan buena como Olga Román en el solo de Y Sin Embargo Te Quiero, que precedió como en su concierto de hace algunos años al Y Sin Embargo, que en cada interpretación revela mejor al Sabina voluble, al Sabina tierno, pero inconstante.

Y del amor nuevamente al desamor, a perderse entre las calles de Praga para romper el recuerdo de la mujer amada (Cristales de Bohemia), perderse entre amores efímeros y en aquellas casas donde “las malas compañías son las mejores” (Canción para Magdalena) y no saber a dónde huir porque ya no hay islas donde naufragar (Peces de Ciudad). Y cuando llega a “El dorado era un champú / la virtud unos brazos en cruz / el pecado una página web…”, el bajo y la batería retumban con fuerza y el acústico deja paso a unos versos pautados por las guitarras eléctricas que nos ponen la carne de gallina y la emoción al tope. Peces de Ciudad es una de aquellas obras maestras que rozan las alturas conradianas del brazo del mejor Dylan, del mejor Cohen. Canción a la que siempre volvemos sólo para escuchar esa simple y reveladora frase: “En Comala comprendí / que al lugar donde has sido feliz / no debieras tratar de volver…” llena de nostalgia, plena de melancolía.
Después, una sucesión de temas que fueron coreados por una multitud llena de fervor: Quién me ha robado el mes de Abril, Embustera, Calle Melancolía, esta última en esa versión que ahora parece la definitiva y que es posible escucharla en el disco Nos Sobran los Motivos. Una de las pocas ocasiones en que Sabina suele variar en vivo la melodía, siguiendo los pasos de su admirado Bob Dylan. El rendido homenaje a su Jimena (“su jardín con dos terrones de azúcar”), el cariñoso saludo a familiares y amigos y al entrañable y maldito Bryce en el hermoso blues Rosa de Lima, que la cantamos a voz en cuello sólo para repetir “hasta las suelas de mis zapatos te echan de menos”.
Y luego, el final, que ya vemos venir cuando le entra a la rumba de 19 días y 500 noches y allí nomás, con cambio inmediato de guitarras y ritmo, un ingreso raudo y efectivo en las vibrantes y estremecedoras notas rockeras de su ya clásico Princesa.

Dos encores de tres y cuatro canciones respectivamente, pusieron punto final a un concierto que sin renunciar a esa declarada intención de repasar aquellos hitos musicales que marcaron la vida de Sabina, fue lo suficientemente certero para lograr la rendición de un público ya predispuesto a participar con sus gritos, coros y aplausos en este encuentro que más que un concierto fue una suerte de celebración. La celebración de unos afectos, entre una ciudad y un cantante, nacidos al calor de una música, de unos versos, de unos ritmos. La celebración de una amistad.

Una canción de desamor que irónicamente se denomina Amor se Llama el Juego, con Antonio García de Diego en la voz y en el piano nos enmudece: “El agua apaga el fuego / al amor los años….Y cada vez más tú / y cada vez más yo / sin rastro de nosotros”. Algunos corean la canción siguiendo a un Antonio que esta noche está inspiradísimo. Hacía mucho tiempo que no escuchaba esta canción. No la recordaba. Pertenece al álbum Física y Química (1992). Le siguió esa balada con aires de música mexicana llamada Vinagre y Rosas, con baile incluido, y que da título al último disco de Sabina. El set concluyó con el clásico fin de fiesta, entre frases agridulces, alegres melodías y guitarrón de mariachi: el dúo Noche de Boda e Y Nos Dieron las Diez.

Acercándonos ya a la medianoche Jaime Asúa remeció el escenario con una virulenta El Caso de la Rubia Platino. Si su contrapunto con Sabina en Llueve sobre Mojado dejó insatisfechos a los admiradores de Fito Páez, opinión que no comparto, pues en esta canción se sacó el clavo. Potente y certero, demostró que está a la altura de una banda capaz de soportar a un Sabina que fiel a sus influencias y a los amigos nunca ha dejado de explorar nuevos caminos, ritmos y géneros. En el universo de Joaquìn Sabina entran desde Bob Dylan a Leonard Cohen, desde José Alfredo Jiménez a Chabela Vargas, desde César Vallejo a Pablo Neruda. Y de vez en cuando, ese universo se amplía para acoger –en el estudio, en las letras o en el escenario – a Joan Manuel Serrat, Miguel Ríos, Ana Belén, Vìctor Manuel y, ahora último a Los Pereza, cuya colaboración en el disco Vinagre y Rosas ha sido excepcional: Tiramisú de Limón y Embustera son puntos elevados en este disco inolvidable.

Contigo se veía venir. Infaltable en sus conciertos. Y cada vez que la escucho pienso en La Mujer de al Lado, especialmente cuando llega a los versos de. “Y morirme contigo si te matas / Y matarme contigo si te mueres / Porque el amor cuando no muere mata / Porque amores que matan nunca mueren”. Sí, pienso en Gerard Depardieu y Fanny Ardant en esa bellísima historia truffautiana de amor loco que tuvo por epitafio Ni contigo, ni sin ti.

La del Pirata Cojo, con bandera negra y calavera en alto, fue una especie de himno que todos los sabinianos entonaron con el entusiasmo de John Silver y su loro al hombro. Rocío y Carmela, en algún lugar de Lima o quizás allí en algún punto cercano al escenario disfrutaron de esa canción, hecha para ellas, y que aspira a la vuelta del mundo infantil, a los cuentos en noche cerrada y a punto de entrar en el mundo de los sueños.

Sí, ese mundo de los sueños que tal vez complote para no llegar a los cien años. Ese mundo imaginario que, como expresa Mario Vargas Llosa, hace desear y soñar siempre más de lo que podemos alcanzar. Pero si lo que quieres es vivir cien años, canta Sabina, irónico, no vivas como yo. A menos que haya Pastillas Para No Soñar.
Lima, 5 de junio de 2010.

6/6/10

DE CINEFILIA, MANÍAS Y OBSESIONES

Mi caballo volvió solo a casa,
¿Qué fue de John Wayne?

(Viudita de Clicquot,
Joaquín Sabina, 2009)

Escribe: Rogelio Llanos Q.

No sé si estos tiempos sean propicios para una cinefilia. Nos referimos a esa afición por sentarse frente a un écran sobre el que se proyecta un maravilloso haz luminoso en una sala cerrada y oscura, y en la que puede haber otras personas con las que no mantenemos vínculo alguno, salvo el placer de la mirada por esas imágenes en movimiento que nos subyugan, que nos apasionan, que nos emocionan. Digo que no sabemos si los tiempos son buenos para el cultivo de tal afición porque, su agonía –si es que no ha muerto ya- tiene como origen entre otros motivos, la pésima distribución cinematográfica en nuestro país que nos condena a sufrir el peor cine americano, los cines convertidos en mercadillos o comederos y la desaparición de los viejos cineclubes y de la filmoteca de la que tanto se habló y poco se hizo. El puntillazo final pareciera ser ahora el desarrollo tecnológico con la alta resolución de las imágenes en los DVDs y Blue-Rays y posibles de verlos en pantallas caseras cada vez más grandes.

Los tiempos están cambiando, pero yo no, dice Billy the Kid a su ex amigo Pat Garret en la hermosa película de Sam Peckinpah y emprende la huida hacia la frontera. La vieja pandilla salvaje liderada por Pike Bishop (William Holden) ha sido burlada por la estratagema de su ex amigo Thornton (Robert Ryan): hay arena, polvo inútil, en los sacos donde debía haber oro. Y entonces se van al sur, a México, desencantados, melancólicos, a refugiarse en los amores comprados en un burdel o como el obsesivo e inmaduro Amos Dundee a buscar protección en los brazos de la hermosa Senta Berger de cálidos y turgentes pechos y labios hechos para el amor.

Como ellos, hemos iniciado nuestra propia huida. Los cines casi nos son ajenos ahora, salvo si la pantalla se ilumina con los jinetes de Eastwood, los demonios de Scorsese o los antihéroes de Tarantino. Nos hemos refugiado en los DVDs de cine europeo, asiático y latinoamericano, que vemos casi siempre a aquellas horas en las que no hay funciones cinematográficas. Una profunda tristeza nos invade al recordar aquellas matinés, vermut y noches del pasado, cuando nos emocionábamos con los jinetes recortados en el horizonte de Henry Hathaway o John Sturges con música de Elmer Bernstein o con las épicas cabalgatas de los entrañables soldados de John Ford, que nutrieron nuestro imaginario infantil y adolescente hasta el punto de vivir toda nuestra secundaria imaginando que el colegio y el pequeño cuarto de pensión era un fuerte enclavado en pleno territorio comanche.




Sentimos una gran nostalgia por esas tardes de cine. Y por ello ahora preferimos sentarnos, de vez en cuando, a las cinco o seis de la mañana de algunos fines de semana, ante la pantalla de 32 pulgadas de nuestra sala para ver aquellas películas que nos aseguran que no tienen como protagonista principal a los malditos efectos especiales. Y por eso, hace poco, nos hemos emocionado hasta las lágrimas con La Clase (Laurent Cantet, 2006), Las Horas del Verano (Olivier Assayas, 2008) y Mi Noche con Maud (Eric Rohmer, 1969), que las hemos vuelto a ver y hemos vuelto a llorar emocionados. Ya nos compramos casi todo Rohmer y nos hemos propuesto revisar la obra de Eastwood en su totalidad. Así que ya tenemos para llorar todo este año. Así de sentimentalones nos hemos vuelto, y, quizás, no haya más remedio que decir como el personaje de Pérez Reverte, “No queda sino batirse”, y salir, cual hidalgos quijotescos, a romper lanzas contra esos remedos de cine, de filmotecas mediocres y espantajos que llenan de mierda los ojos de tanto público ingenuo.

Sí, extrañamos aquellos días en que la película anunciada con tanta anticipación por los carteles pintados a mano en la vieja Talara, motivaba que el corazón se acelerara con el paso de los días que nos acercaban a aquel momento en que Sublime en mano entregábamos el ticket de cartón a la boletera y nos sentábamos ante un proscenio dominado por un telón dorado que, al apagarse las luces, ascendía lentamente, al mismo tiempo que otro telón granate se dividía en dos y se abría hacia los costados mientras la imagen luminosa, sostenida por la música encantadora de los títulos y créditos iniciales, aparecía sobre el écran. Nunca pude sustraerme a esa emoción intensa de ver cómo los personajes y el paisaje proyectados parecían estar detrás de una cortina, que al abrirla nos dejaba ver una ventana inmensa que hacía posible encuadrar un espacio físico y dramático en el que tras unos instantes de exploración nos envolvía y nos involucraba en su ficción. Mi infancia y mi adolescencia jamás conocieron la pantalla en blanco

Y esa fue nuestra primera desilusión al llegar a Lima a comienzos de la década del setenta. Algunos cines carecían de ese encanto y nos enfrentaban directamente con el écran vacío. Algo de la magia del cine empezó a morir desde allí. Hasta que descubrimos Hablemos de Cine y, entonces, quedamos fascinados por esa suerte de deconstrucción de la imagen cinematográfica. Habíamos visto la magia, ahora descubríamos su esencia, ahora empezábamos a saber de qué estaba hecha esa magia. Y durante muchos años estuvimos a la caza de los viejos números de Hablemos de Cine hasta aquella tarde deliciosa en que participamos jubilosos del saqueo de un viejo local en el centro de Lima donde fuimos protagonistas del hallazgo de ese tesoro invalorable guardado en unos estantes, apilados por números y cada pila, si la memoria no nos engaña, amarrada con una pita impertinente que rompimos sin pensarlo dos veces. Ahora la revista bien amada tiene un lugar especial en nuestra biblioteca. Y volvemos a ella solitarios y silenciosos cada semana, casi secretamente, como un ritual, a veces para hojearlas, a veces para oler su vejez, a veces para releerlas o tan sólo para saber que están allí, con nuestra juventud perdida, con nuestros sueños frustrados, con nuestras pasadas ilusiones.

Durante muchos años coleccionamos, casi de manera obsesiva, los artículos de cine que aparecían en los diarios, especialmente los de Fico de Cárdenas y, tiempo después los de Ricardo Bedoya, luego de leerlos y releerlos. Establecimos con ellos una especie de diálogo silencioso, celebrando las coincidencias y desencantándonos con las diferencias. Conservamos durante muchos años esos recortes que los guardamos con tanto cariño en sobres manila, identificados con los nombres de los directores de cine. Creció tanto la colección que ya no pudimos albergarlos más. Ya no había espacio para más libros, que siempre deben estar al alcance de la mano, y, entonces tuvimos que decirles adiós a los amados artículos periodísticos. No tuvimos el valor de deshacernos personalmente de ellos. Digamos, simplemente, que ya no estuvieron más en nuestra biblioteca. Mario Tejada, burlón como siempre, seguramente nos habría enrostrado esa escena de Quo Vadis, con el Nerón de Peter Ustinov derramando una lágrima por la Roma en llamas. Nos consolamos arreglando con todo el cariño del mundo nuestras viejas revistas de cine en su nuevo hogar.

Con el paso de los años hemos ido dejando de lado esa manía de coleccionar artículos, vídeos, revistas y películas. Quizás sea que empezamos a pensar que ya es hora de irnos desprendiendo de aquellas cosas que nos atan a este mundo, para que la partida sea menos dolorosa. No lo sabemos. Lo cierto es que si de colecciones se trata ya sólo tenemos Hablemos de Cine y nuestros discos de Bob Dylan, Lou Reed y el gran Caetano. Lo demás es un material disperso que si es posible organizarlo y completarlo en buena hora, pero lejanos están ya los tiempos en que corríamos tras el objeto anhelado y nos desesperábamos por completar la pieza faltante. Ahora nos basta con decir “ya caerá”, como solían expresar los viejos vendedores de vinilos de La Colmena.


Pensar que alguna vez fuimos coleccionistas compulsivos. Creo que fuimos coleccionistas desde que, siendo adolescentes, le rompimos, y con justa razón, algunos números de Écran, la revista chilena de chismes cinematográficos, a nuestra hermana Mercedes, para formar nuestra colección particular de actrices en bikini o semidesnudas, cuyas imágenes fotográficas aún persisten en nuestro recuerdo: una en sepia de Briggite Bardot, de pie y con las piernas separadas, como a la expectativa, en actitud de espera impaciente; otra de Claudia Cardinale, con una blusa blanca cuyos faldones cubrían su pubis misterioso, pero su muslo derecho levantado y el perfil atractivo de su pantorrilla ofreciéndose generosos a nuestros ojos libidinosos. Había también una fotografía desvaída en la que estaba Úrsula Andress con bikini minúsculo para la época -hoy es un anacronismo- saliendo del mar. Sus pechos henchidos y voluminosos, sus piernas firmes y torneadas, su mirada y actitud desafiantes eran toda una invitación al disfrute gozoso de la carne. Años después, Halle Berry quiso emularla en Otro Día Para Morir (Lee Tamahori, 2002), pero aún siendo guapa y lasciva, ya fue muy tarde para despertar los instintos básicos de quien prefiere refugiarse en los encantos de las divas sesenteras.


Pero quien se lleva las palmas, en el imaginario adolescente de aquella década turbulenta, es Raquel Welch. La Espía que cayó del Cielo (Fathom, 1964) era una película muy mala, con una acción totalmente ingenua, pero la imagen reiterada una y otra vez de esa mujer de senos opulentos cubiertos por un sostén impertinente y un calzoncito arrebatador para la época de bañadores santurrones de cuerpo entero, nos iniciaron en aquella manía de volver a ver una película tantas veces como el cuerpo o las ganas nos lo exigieran.

Ver una película dos o más veces es una manía que ha sobrevivido con los años. Ya hemos perdido la cuenta de las veces que hemos visto El Último Rock (The Last Waltz) la hermosa película de Scorsese, pero en el cine fueron no menos de diez. Y a los predios de Los hijos de Katie Elder (Sons of Katie Elder, Henry Hathaway, 1965), La Pandilla Salvaje (The Wild Bunch, Sam Peckinpah,1969), Pat Garret y Billy The Kid (Sam Peckinpah,1973), Río Bravo (Howard Hawks, 1959) o Juramento de Venganza (Major Dundee, 1965) hemos vuelto emocionados una y otra vez. Y puedo ser feliz extraviado entre libros y películas, mil y una veces visitados, de Truffaut, Rohmer e Eastwood.




En nuestra lista de películas, que escribía pacientemente en un cuaderno, luego en una agenda y ahora en la computadora, nunca anotamos las veces que vemos una película, sólo escribimos el título en español, el original, la nacionalidad, el año, los actores y el director. Hemos dejado espacios para el resto de la ficha técnica, información que llenaremos dentro de unos pocos años cuando nos jubilemos y tengamos todo el tiempo del mundo, eso esperamos, para dedicarnos a esta pasión de toda una vida.


Sin embargo, el entusiasmo va decayendo cada vez más, y las manías y obsesiones se están perdiendo a tal punto que si nos perdemos algún buen estreno escondido entre tanta basura que exhiben las salas comerciales o si no hallamos entradas para el Encuentro de Cine Latinoamericano, ya no sentimos la pena y la angustia que nos agarrotaban en nuestra juventud. Cuánto sufrimos por perdernos hasta en dos ocasiones la entrañable Jules et Jim (Francois Truffaut,1962). Y cuánto gozamos cuando al fin la pudimos hacer nuestra. Quizás sea que ahora nos queda la esperanza de encontrarla en ese mercado persa que todos los viejos cinéfilos conocen tan bien y sobre el cual un avispado cineasta extranjero dijo que deberían declararlo Patrimonio Cultural de la Humanidad. O tal vez, simplemente sea que el cansancio nos abatió muy temprano o que la vejez nos alcanzó con demasiada rapidez.

Lima, 11 de abril de 2010.

22/4/10

LOS HIJOS DE KATIE ELDER

(Sons of Katie Elder, Henry Hathaway, 1965)

A Chacho, Fico, Juan, Nelson y Ricardo

Escribe: Rogelio Llanos Q.

En Clearwater las cosas están cambiando. Y no para bien. Hastings (James Gregory), el poderoso de turno ha contratado a un pistolero y está adueñándose de tierras y propiedades ajenas. En el pueblo todos parecen aceptar el abuso si con ello la rutina diaria no se altera, si no hay más muertes que las que han ocurrido en el pasado y si esa caricatura de paz se mantiene a costa de agachar la cabeza y renunciar a los derechos más elementales. Esa actitud común a los pobladores, la exterioriza el ayudante del sheriff que ha renunciado a investigar crímenes y desapariciones con tal de que en el pueblo no se escuche el sonido de las armas.


En Clearwater vivió Katie Elder. Ella fue una mujer entrañable y luchadora, que vivía su drama con dignidad y le caía bien a todo el mundo por su carácter jovial y su fortaleza. Katie Elder no pudo resistir la soledad y murió luego de perder el rancho y ver morir a su marido, asesinado por los disparos de un mercenario. Ella tenía cuatro hijos, pero, salvo el último que fue el objeto de su lucha y sus preocupaciones para que estudiara y se forjara una profesión respetable, los demás partieron en busca de un mejor destino atraídos por la aventura y los grandes espacios abiertos de un Oeste en expansión. La muerte de esta mujer, a quien no veremos físicamente y sólo conoceremos por las referencias de los vecinos que supieron de su bondad y temple, convocará la presencia de los cuatro hijos que, a partir del reencuentro familiar, y bajo el liderazgo de John (John Wayne), el mayor, emprenderán un combate para descubrir a los asesinos del padre y recuperar el rancho perdido.

El film tiene dos grandes movimientos: el primero se inicia con la llegada del tren que trae al pistolero a sueldo y concluye con la entrada en prisión de los hermanos acusados de asesinar al sheriff de Clearwater; el segundo, tiene lugar desde la conducción de los hermanos hacia el juzgado más próximo a Clearwater hasta la resolución violenta de la trama. Se trata de dos movimientos que contrastan fuertemente el uno con el otro, siendo, sin embargo, el segundo una consecuencia directa del primero. El encadenamiento de las acciones es muy riguroso y cada plano y cada secuencia están provistos de una gran belleza y una lógica implacable que hacen del conjunto un film entrañable, un western hermoso y, quizás la mejor película de ese director inolvidable que fue Henry Hathaway.

El primer movimiento dosifica bastante bien el humor, el drama, la violencia. Es el movimiento del conocimiento de los hermanos. Han pasado tantos años alejados unos de los otros y, ahora que están nuevamente reunidos para asistir al funeral de la madre, aprovechan el momento para saber qué ha sido de sus vidas. Pero Hathaway, sin llegar a ser un director tan proclive a subrayar lo que Robin Wood llama la intensa conciencia de la expresión física, tan esencial en los filmes de Arthur Penn, opta por definir a sus personajes a través de pequeños y grandes gestos y actitudes: el hermoso plano de John Wayne que mira el funeral de su madre desde una colina cercana y luego el encuadre de él, de espaldas y volteándose rápidamente al mismo tiempo que desenfunda el revólver nos indica claramente que se trata de un pistolero, de un hombre que carga el peso de la muerte de muchos hombres que se pusieron frente a él. El juego pícaro y tramposo de Tom Elder (Dean Martin) en el bar, que se hace pasar por tuerto, los arrebatos y gestos impulsivos de Bud Elder (Michael Anderson, Jr.) que no acepta con facilidad el futuro que le proponen sus hermanos, así como la seriedad y formalidad de Matt (Earl Holliman), que se opone al juego planteado por su hermano Tom en la estación pues contradice el motivo que los ha reunido en Clearwater, precisan con total claridad los caracteres de cada uno de ellos. En Los Hijos de Katie Elder, los diálogos enriquecen las imágenes, pero no las definen. Éstas se bastan a sí mismas para expresar su significado. Como bien expresaría Desiderio Blanco, el espectáculo alcanza las fronteras de lo espléndido, de lo glorioso gracias al movimiento puro de la luz, de los colores, del paisaje, de los gestos. Es el cine elevado a su más alta expresión. Y por ello sus imágenes nos emocionan, nos fascinan.


El reencuentro de los hermanos, afectuoso y nostálgico, no deja de tener sus aristas. Son años que han vivido unos lejos de otros. Sus comportamientos son totalmente disímiles. Y nadie habla de lo vivido, salvo de aquellas experiencias de la juventud cuando estuvieron y crecieron juntos. Pero están en el Oeste, donde la vida se juega a cada paso y ellos lo saben bien. Por ello, el respeto a John, se da no sólo porque es el mayor sino sobre todo porque su leyenda como hombre que une eficazmente la acción a la palabra le otorga a su imagen un gran peso específico. Sus órdenes son ejecutadas sin discusión alguna, aún cuando ello significa para los hermanos poner en peligro sus propias vidas. Ese respeto, sin embargo, no obsta para que entre ellos se intercambien golpes y terminen rompiendo muebles o sumergidos en el río en una suerte de lid fraternal que los lleva a unirse más, a quererse más. Si en los filmes de Arthur Penn, como sostiene el ya mencionado Robin Wood, el dolor parece tan real, en este western admirable de Hathaway, la alegría y el placer del reencuentro en esta primera parte del film tienen la fuerza de lo auténtico.

El segundo movimiento del film nos conduce por las vías de la violencia como una manera de resolver toda la carga emocional y física que se acumula en el primero. Los primeros indicios que revelan las dudas en la muerte del padre de los Elder, así como de las preguntas sin respuesta que hay acerca del nuevo propietario de su rancho, conducen inevitablemente al enfrentamiento. A ello contribuye la ausencia de una legalidad justa y la cobardía de un pueblo que ha aceptado sin rebeldía alguna someterse al poderoso. Las actitudes de los villanos y la falta de valor de los habitantes de Clearwater, permiten remarcar en los Elder, esa estatura moral propia de los héroes de una época y de un lugar que pronto se extinguirían con el advenimiento de la civilización.

La resolución del film, dura, violenta y sin concesiones lo es más aún porque están frescos en nuestra memoria los momentos alegres, bulliciosos y llenos de humor del reencuentro de los hermanos. Hathaway nos ha familiarizado con sus personajes. Nos ha interesado en el desarrollo de su aventura y en su sentido de la justicia. Ante nuestros ojos han crecido y parecen invencibles. Y de pronto, nos descubren su mortalidad, su vulnerabilidad. Los héroes también caen en la lucha. El dolor, la indignación y la ira están bellamente retratados en ese plano de John Wayne disparando arrebatado y fiero los dos revólveres, luego de ver caer a su hermano Matt. En ese momento, en que ni la ley ni la justicia parecen existir, el sentimiento vindicativo de John así como su resolución de acabar con Hastings encuentran su plena justificación.
Los héroes del Oeste deben tomar la justicia por su propia mano, si la ley no basta para sancionar al villano. Ese sentido mínimo de la convivencia y el orden esencial que Hastings se ha atrevido a romper, amparado por el miedo colectivo, deben ser restituidos y hay que acabar con el autoritarismo, el abuso y el crimen. Es la ley natural del Far West. John Elder, por la fuerza de las circunstancias y por esa moral que le impide huir de lo que considera su deber, tiene ante sí una misión y la cumplirá haciendo del fuego vindicativo un elemento purificador. Sólo después de que las llamas acaben con la podredumbre, el arma vengadora, el revólver legendario puede ser rendido ante el representante de una ley, aún débil, aún indecisa, pero necesaria en un universo en formación.

La aventura de los Elder ha concluido y las luces del cine ya han sido encendidas. Sin embargo, en nuestra memoria aún persisten los magníficos planos del film de Hathaway, con los cuatro jinetes cabalgando en la pradera, uno junto al otro, y con la bella música de Elmer Bernstein en la banda sonora. Su recuerdo intenso y amable, con remembranzas de una infancia feliz, nos pone en contacto jubiloso, una vez más, con una épica admirable y hermosa, como no ha habido otra en la historia del cine.

Lima, 20 de abril de 2010

18/1/10

HEATH LEDGER

A Gaby, que durante un buen tiempo quiso descubrir
el origen de las cicatrices de El Guasón

Ennis del Mar (Brockeback Mountain) y El Guasón (The Dark Knight) , personajes que viven ahora en el imaginario de los cinéfilos, están en guerra contra la sociedad. La del primero es una guerra silenciosa, tensa y con un protagonista consciente de su derrota. La del segundo, en cambio, tiene resonancias múltiples y nefastas sobre el mundo del que aspira adueñarse. Ambos personajes comparten, en relación con el universo en el que se mueven, el carácter marginal que llevan como marca de origen, aún cuando se ubiquen en esferas morales radicalmente diferentes. Ennis del Mar es callado, ensimismado, vive en un mundo interior asaltado por los temores, violencias y amenazas que recibió en sus primeros años de sus mayores que condenaban abierta y cruelmente la homosexualidad. Su silencio y su minimalismo gestual forman parte de la careta que ha decidido usar de manera permanente para defenderse de la amenaza exterior. La risa o la manifestación de su alegría –si acaso llega a ella- son momentos efímeros que más parecen pequeños rictus de dolor o de melancolía o quizás pequeños oasis en medio de un paisaje aparentemente desolado. Sí, aparente, porque en ese interior bullen los deseos, las pasiones y esa profunda atracción amorosa que ha empezado a nacer por el compañero entrañable de su aventura física y sentimental en las alturas de Brokeback Mountain. Y la impotencia ante su ausencia se desborda en desesperados golpes de cabeza y puños contra una pared mientras a duras penas logra controlar los sollozos que pugnan por romper el muro con el que ha cercado sus emociones; pero también se escurre de manera emotiva a través del abrazo imaginario al amigo asesinado, acercando su camisa a su rostro para encontrar en su olor y en la caricia de la prenda el recuerdo de su cuerpo y de sus afectos. El Guasón de The Dark Knight conserva en su rostro las cicatrices de un origen oscuro, violento, misterioso. El Guasón guarda un pasado donde el tormento y la exclusión han moldeado al personaje que ahora, consciente de su capacidad destructiva, intenta poner a sus pies el universo de donde él proviene. La corrupción, el robo, el crimen han sido el caldo de cultivo de este personaje que ahora potencia tales actos entre risas malévolas y explosiones de dimensiones catastróficas. El Guasón, con sus cicatrices cubiertas por las pinturas y afeites del payaso, es el mal mismo entronizado en una ciudad en la que sólo han quedado los matices oscuros de una noche permanente, como si él se hubiera apropiado de todos los colores del espectro y hubiera robado de sus habitantes la risa, el humor y la diversión. La verborrea de El Guasón, su risa burlona, sus miradas aviesas, su travestismo, su caminar rápido y desgarbado y sus movimientos y gestos nerviosos con las manos, festejando la destrucción que su presencia motiva, contrastan con la tiesura, el formalismo y la mediocridad de sus antagonistas. Y por ello, con ánimo celebratorio, nos sentimos fuertemente atraídos hacia el lado oscuro de ese ser que hizo de la perversidad la razón de su existencia.

El primero se esfumó con su tristeza y parquedad en ese hermoso y bucólico paisaje westerniano hecho de rocas y vegetación, de cielos azules y ríos de aguas cristalinas, que fue testigo de aquellos momentos de arrebato y felicidad. El segundo, insaciable de carcajadas e ironías, ávido de destrucción y caos, se fundió en el reino de la oscuridad y el horror, como una sombra más oscura que la sombra de la noche (3).

Entre el diazepam, la doxilamina y un menú bien cargado de drogas ansiolíticas, el hombre que hizo de Ennis del Mar y el Guasón, se abrió paso a la memoria colectiva en una, quizás, noche de oscuridad profunda. Solo, insomne y melancólico.

Heath Ledger (1979-2008), alias Ennis del Mar, alias El Guasón, a medio camino entre el descubrimiento y la leyenda, dio también vida cinematográfica al renaciente y emotivo Dylan de los setenta, al de la época del revelador y melancólico Blood on the Tracks (1974) en I’m Not There.

ROGELIO LLANOS

Notas
(1) Brokeback Mountain. Film de Ang Lee, del año 2005.
(2) The Dark Night es un film de Christopher Nolan, del año 2008. Aquí se estrenó como Batman: El Caballero de la Noche.
(3) Frase que me he permitido tomar de El Corazón de las Tienieblas, de Joseph Conrad.