22/4/10

LOS HIJOS DE KATIE ELDER

(Sons of Katie Elder, Henry Hathaway, 1965)

A Chacho, Fico, Juan, Nelson y Ricardo

Escribe: Rogelio Llanos Q.

En Clearwater las cosas están cambiando. Y no para bien. Hastings (James Gregory), el poderoso de turno ha contratado a un pistolero y está adueñándose de tierras y propiedades ajenas. En el pueblo todos parecen aceptar el abuso si con ello la rutina diaria no se altera, si no hay más muertes que las que han ocurrido en el pasado y si esa caricatura de paz se mantiene a costa de agachar la cabeza y renunciar a los derechos más elementales. Esa actitud común a los pobladores, la exterioriza el ayudante del sheriff que ha renunciado a investigar crímenes y desapariciones con tal de que en el pueblo no se escuche el sonido de las armas.


En Clearwater vivió Katie Elder. Ella fue una mujer entrañable y luchadora, que vivía su drama con dignidad y le caía bien a todo el mundo por su carácter jovial y su fortaleza. Katie Elder no pudo resistir la soledad y murió luego de perder el rancho y ver morir a su marido, asesinado por los disparos de un mercenario. Ella tenía cuatro hijos, pero, salvo el último que fue el objeto de su lucha y sus preocupaciones para que estudiara y se forjara una profesión respetable, los demás partieron en busca de un mejor destino atraídos por la aventura y los grandes espacios abiertos de un Oeste en expansión. La muerte de esta mujer, a quien no veremos físicamente y sólo conoceremos por las referencias de los vecinos que supieron de su bondad y temple, convocará la presencia de los cuatro hijos que, a partir del reencuentro familiar, y bajo el liderazgo de John (John Wayne), el mayor, emprenderán un combate para descubrir a los asesinos del padre y recuperar el rancho perdido.

El film tiene dos grandes movimientos: el primero se inicia con la llegada del tren que trae al pistolero a sueldo y concluye con la entrada en prisión de los hermanos acusados de asesinar al sheriff de Clearwater; el segundo, tiene lugar desde la conducción de los hermanos hacia el juzgado más próximo a Clearwater hasta la resolución violenta de la trama. Se trata de dos movimientos que contrastan fuertemente el uno con el otro, siendo, sin embargo, el segundo una consecuencia directa del primero. El encadenamiento de las acciones es muy riguroso y cada plano y cada secuencia están provistos de una gran belleza y una lógica implacable que hacen del conjunto un film entrañable, un western hermoso y, quizás la mejor película de ese director inolvidable que fue Henry Hathaway.

El primer movimiento dosifica bastante bien el humor, el drama, la violencia. Es el movimiento del conocimiento de los hermanos. Han pasado tantos años alejados unos de los otros y, ahora que están nuevamente reunidos para asistir al funeral de la madre, aprovechan el momento para saber qué ha sido de sus vidas. Pero Hathaway, sin llegar a ser un director tan proclive a subrayar lo que Robin Wood llama la intensa conciencia de la expresión física, tan esencial en los filmes de Arthur Penn, opta por definir a sus personajes a través de pequeños y grandes gestos y actitudes: el hermoso plano de John Wayne que mira el funeral de su madre desde una colina cercana y luego el encuadre de él, de espaldas y volteándose rápidamente al mismo tiempo que desenfunda el revólver nos indica claramente que se trata de un pistolero, de un hombre que carga el peso de la muerte de muchos hombres que se pusieron frente a él. El juego pícaro y tramposo de Tom Elder (Dean Martin) en el bar, que se hace pasar por tuerto, los arrebatos y gestos impulsivos de Bud Elder (Michael Anderson, Jr.) que no acepta con facilidad el futuro que le proponen sus hermanos, así como la seriedad y formalidad de Matt (Earl Holliman), que se opone al juego planteado por su hermano Tom en la estación pues contradice el motivo que los ha reunido en Clearwater, precisan con total claridad los caracteres de cada uno de ellos. En Los Hijos de Katie Elder, los diálogos enriquecen las imágenes, pero no las definen. Éstas se bastan a sí mismas para expresar su significado. Como bien expresaría Desiderio Blanco, el espectáculo alcanza las fronteras de lo espléndido, de lo glorioso gracias al movimiento puro de la luz, de los colores, del paisaje, de los gestos. Es el cine elevado a su más alta expresión. Y por ello sus imágenes nos emocionan, nos fascinan.


El reencuentro de los hermanos, afectuoso y nostálgico, no deja de tener sus aristas. Son años que han vivido unos lejos de otros. Sus comportamientos son totalmente disímiles. Y nadie habla de lo vivido, salvo de aquellas experiencias de la juventud cuando estuvieron y crecieron juntos. Pero están en el Oeste, donde la vida se juega a cada paso y ellos lo saben bien. Por ello, el respeto a John, se da no sólo porque es el mayor sino sobre todo porque su leyenda como hombre que une eficazmente la acción a la palabra le otorga a su imagen un gran peso específico. Sus órdenes son ejecutadas sin discusión alguna, aún cuando ello significa para los hermanos poner en peligro sus propias vidas. Ese respeto, sin embargo, no obsta para que entre ellos se intercambien golpes y terminen rompiendo muebles o sumergidos en el río en una suerte de lid fraternal que los lleva a unirse más, a quererse más. Si en los filmes de Arthur Penn, como sostiene el ya mencionado Robin Wood, el dolor parece tan real, en este western admirable de Hathaway, la alegría y el placer del reencuentro en esta primera parte del film tienen la fuerza de lo auténtico.

El segundo movimiento del film nos conduce por las vías de la violencia como una manera de resolver toda la carga emocional y física que se acumula en el primero. Los primeros indicios que revelan las dudas en la muerte del padre de los Elder, así como de las preguntas sin respuesta que hay acerca del nuevo propietario de su rancho, conducen inevitablemente al enfrentamiento. A ello contribuye la ausencia de una legalidad justa y la cobardía de un pueblo que ha aceptado sin rebeldía alguna someterse al poderoso. Las actitudes de los villanos y la falta de valor de los habitantes de Clearwater, permiten remarcar en los Elder, esa estatura moral propia de los héroes de una época y de un lugar que pronto se extinguirían con el advenimiento de la civilización.

La resolución del film, dura, violenta y sin concesiones lo es más aún porque están frescos en nuestra memoria los momentos alegres, bulliciosos y llenos de humor del reencuentro de los hermanos. Hathaway nos ha familiarizado con sus personajes. Nos ha interesado en el desarrollo de su aventura y en su sentido de la justicia. Ante nuestros ojos han crecido y parecen invencibles. Y de pronto, nos descubren su mortalidad, su vulnerabilidad. Los héroes también caen en la lucha. El dolor, la indignación y la ira están bellamente retratados en ese plano de John Wayne disparando arrebatado y fiero los dos revólveres, luego de ver caer a su hermano Matt. En ese momento, en que ni la ley ni la justicia parecen existir, el sentimiento vindicativo de John así como su resolución de acabar con Hastings encuentran su plena justificación.
Los héroes del Oeste deben tomar la justicia por su propia mano, si la ley no basta para sancionar al villano. Ese sentido mínimo de la convivencia y el orden esencial que Hastings se ha atrevido a romper, amparado por el miedo colectivo, deben ser restituidos y hay que acabar con el autoritarismo, el abuso y el crimen. Es la ley natural del Far West. John Elder, por la fuerza de las circunstancias y por esa moral que le impide huir de lo que considera su deber, tiene ante sí una misión y la cumplirá haciendo del fuego vindicativo un elemento purificador. Sólo después de que las llamas acaben con la podredumbre, el arma vengadora, el revólver legendario puede ser rendido ante el representante de una ley, aún débil, aún indecisa, pero necesaria en un universo en formación.

La aventura de los Elder ha concluido y las luces del cine ya han sido encendidas. Sin embargo, en nuestra memoria aún persisten los magníficos planos del film de Hathaway, con los cuatro jinetes cabalgando en la pradera, uno junto al otro, y con la bella música de Elmer Bernstein en la banda sonora. Su recuerdo intenso y amable, con remembranzas de una infancia feliz, nos pone en contacto jubiloso, una vez más, con una épica admirable y hermosa, como no ha habido otra en la historia del cine.

Lima, 20 de abril de 2010

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