14/6/10

SABINA Y LAS CENIZAS DEL AMOR



Te vas y no te vas
Y cuando vienes
Rezo para que los trenes
Se equivoquen de estación

Virgen de la Amargura
(Joaquín Sabina, 2008)

Escribe: Rogelio Llanos Q.
Fotos: Gaby Llanos A.

En el 2008 Sabina era un hombre que disfrutaba de los placeres hogareños allá en su piso de Madrid junto a su Jimena que, por ahora, parece haberle robado el corazón, y quizás, también esa inspiración a la que tanto él echaba en falta. Pues bien, Sabina era un hombre feliz y, ni siquiera los amigos de tragos y canciones, podían motivarlo para iniciar la azarosa aventura de grabar un nuevo disco. Quiso la casualidad que en una noche de copas su buen amigo el poeta Benjamín Prado y él intercambiaran propuestas de epitafios y prolongaran su noche de farra hasta llegar a la conclusión de que había que darle curso al mal de amores que por entonces padecía Benjamín.

La chica, a quien ellos llamaban Virgen de la Amargura, no sólo lo había dejado maltrecho, lo había llevado al borde de la desesperación y la estupidez. Pues ello, reclamaba venganza. Y en la más ilustre tradición dylaniana, la mejor venganza era la de escribir unos versos, unos buenos versos, que pusieran en su sitio a la chica y le devolvieran al malherido la dignidad perdida. Así, pues, el deslenguado del Sabina, perverso y sabio, le hizo una propuesta deshonestísima: aprovecharse de sus desgracias e irse a escribir canciones a Praga, algo así como Dylan y Sam Shepard en los años del Rolling Thunder Revue. Pues, Benjamín no dudó en darle el sí. Y ambos, marcharon hacia las orillas del Moldava, pues si había que pisar cristales, que fueran de Bohemia, sin duda alguna.
Algo de esta historia contó Sabina en su concierto en Lima como un preámbulo a Cristales de Bohemia, el tercer surco de su último disco Vinagre y Rosas. Ya para entonces, había hecho la declaración de principios de ese disco con Tiramisú de Limón: “Hice un solo desafinado / con las cenizas del amor….Pero esta noche estrena libertad un preso / desde que no eres mi juez…Nena, dónde crees que vas / quién te parece que soy / no mires hacia atrás que ya me voy / Que sepas que el final no empieza hoy”.


Y ya para entonces, nos había anunciado también, con Viudita de Cliquot, que estaba decidido a revisar aquella vida agitada y desopilante por la que anduvo itinerante y aventurero (“yo aposté por las fichas caídas de tu dominó”) y que lo puso al borde de la muerte (“descorché otra botella con la viudita de Cliquot”), a través de aquellas viejas canciones que empezó a componer y cantar de cuando “Londres fue Montparnasse sin gabachos, Atocha con mar”.
Y pasando del dicho al hecho se fue hasta 1994 y el álbum Esta Boca es Mía para interpretar Ganas de. “Prefiero la guerra contigo al invierno sin ti” es uno de sus versos emblemáticos convertido en estribillo en una de sus muchas declaraciones arrebatadas. Y, después, los amores de paso, los amores que empiezan en noches agitadas y terminan con las resacas del alba: Medias Negras, Aves de Paso y Peor para el Sol.


Y no faltaron las alusiones a amigos y conocidos, empezando por aquella dirigida a la ilustre dama de poncho rojo con la que compartió copas y coplas en el Bulevar de los Sueños Rotos, siguiendo con el rosarino de los afectos y desilusiones en Llueve sobre Mojado y terminando, en la voz de Pancho Varona con el irónico Conductores Suicidas, que Sabina le dedicara al Monolo Tena, que le disputara amores y pasiones ,y que por la época en que fue compuesta la canción se encontraba en el callejón sin salida de las drogas.
Homenaje a amigos presentes y ausentes en un concierto en el que hubo espacio para los recuerdos y los afectos, para el humor y la gracia. Entre la descarga rockera y la agridulce ranchera, Joaquín Sabina nos brindó una selección de temas en la que si bien extrañamos nuestros predilectos (Más de Cien Mentiras, Virgen de la Amargura, De Purísima y Oro, etc), nos dejó ampliamente satisfechos por su entrega y por esa gran complicidad que hay entre el cantante, los músicos y los técnicos que asumieron este encuentro con el público limeño como una gran celebración.


"Esta es Metálica", dijo Pancho Varona y la banda arrancó con un riff de guitarra que sacudió el escenario. Y es que para Antonio García de Diego, las notas rockeras no tienen secretos. Es uno de los grandes guitarristas de España, hábil con los teclados y sutil con la armónica. Estuvo muy bien secundado por Jaime Asúa que en el segundo encore nos demostraría en la hitchcockiana El Caso de la Rubia Platino lo que sabe hacer con las cuerdas y con la voz.

Pancho Varona, el amigo entrañable, el compañero de los malos y los buenos tiempos, el Panchito amigo que no vino en la gira americana de Dos Pájaros de un Tiro, por estar editando el disco oficial, esta vez tuvo el honor de iniciar el concierto farfullando el muy bribón un Lili Marleen desconcertante y burlón. Pedro Barceló en la batería es un viejo conocido nuestro. Ya vino anteriormente acompañando a Sabina y a Serrat, y cuando se trata de pegarle duro a los cueros lo hace con ese entusiasmo propio de los grandes y si no, recordemos ese gran pico del concierto que fue Princesa.



Marita Barros es un punto aparte en la banda sabiniana. Encantadora mujer. Fascinante por sus cuatro costados, Bella, graciosa, pícara. De trasero generoso y firme, y piernas torneadas y hermosas, mostró todo lo que quisimos ver, apoyada en el farol de utilería, cigarrillo entre los dedos y mallas cómplices, asesinas. Dueña de una bella voz, que pudimos apreciarla en su real magnitud cuando ocupó el centro del escenario en Como un Dolor de Muelas. Sí. Su canto, su imagen, su presencia, fue “como traerse al hoy cada mañana, como un suspiro profundo y quedo…fue como si la arena cantara en el desierto”. Tan buena como Olga Román en el solo de Y Sin Embargo Te Quiero, que precedió como en su concierto de hace algunos años al Y Sin Embargo, que en cada interpretación revela mejor al Sabina voluble, al Sabina tierno, pero inconstante.

Y del amor nuevamente al desamor, a perderse entre las calles de Praga para romper el recuerdo de la mujer amada (Cristales de Bohemia), perderse entre amores efímeros y en aquellas casas donde “las malas compañías son las mejores” (Canción para Magdalena) y no saber a dónde huir porque ya no hay islas donde naufragar (Peces de Ciudad). Y cuando llega a “El dorado era un champú / la virtud unos brazos en cruz / el pecado una página web…”, el bajo y la batería retumban con fuerza y el acústico deja paso a unos versos pautados por las guitarras eléctricas que nos ponen la carne de gallina y la emoción al tope. Peces de Ciudad es una de aquellas obras maestras que rozan las alturas conradianas del brazo del mejor Dylan, del mejor Cohen. Canción a la que siempre volvemos sólo para escuchar esa simple y reveladora frase: “En Comala comprendí / que al lugar donde has sido feliz / no debieras tratar de volver…” llena de nostalgia, plena de melancolía.
Después, una sucesión de temas que fueron coreados por una multitud llena de fervor: Quién me ha robado el mes de Abril, Embustera, Calle Melancolía, esta última en esa versión que ahora parece la definitiva y que es posible escucharla en el disco Nos Sobran los Motivos. Una de las pocas ocasiones en que Sabina suele variar en vivo la melodía, siguiendo los pasos de su admirado Bob Dylan. El rendido homenaje a su Jimena (“su jardín con dos terrones de azúcar”), el cariñoso saludo a familiares y amigos y al entrañable y maldito Bryce en el hermoso blues Rosa de Lima, que la cantamos a voz en cuello sólo para repetir “hasta las suelas de mis zapatos te echan de menos”.
Y luego, el final, que ya vemos venir cuando le entra a la rumba de 19 días y 500 noches y allí nomás, con cambio inmediato de guitarras y ritmo, un ingreso raudo y efectivo en las vibrantes y estremecedoras notas rockeras de su ya clásico Princesa.

Dos encores de tres y cuatro canciones respectivamente, pusieron punto final a un concierto que sin renunciar a esa declarada intención de repasar aquellos hitos musicales que marcaron la vida de Sabina, fue lo suficientemente certero para lograr la rendición de un público ya predispuesto a participar con sus gritos, coros y aplausos en este encuentro que más que un concierto fue una suerte de celebración. La celebración de unos afectos, entre una ciudad y un cantante, nacidos al calor de una música, de unos versos, de unos ritmos. La celebración de una amistad.

Una canción de desamor que irónicamente se denomina Amor se Llama el Juego, con Antonio García de Diego en la voz y en el piano nos enmudece: “El agua apaga el fuego / al amor los años….Y cada vez más tú / y cada vez más yo / sin rastro de nosotros”. Algunos corean la canción siguiendo a un Antonio que esta noche está inspiradísimo. Hacía mucho tiempo que no escuchaba esta canción. No la recordaba. Pertenece al álbum Física y Química (1992). Le siguió esa balada con aires de música mexicana llamada Vinagre y Rosas, con baile incluido, y que da título al último disco de Sabina. El set concluyó con el clásico fin de fiesta, entre frases agridulces, alegres melodías y guitarrón de mariachi: el dúo Noche de Boda e Y Nos Dieron las Diez.

Acercándonos ya a la medianoche Jaime Asúa remeció el escenario con una virulenta El Caso de la Rubia Platino. Si su contrapunto con Sabina en Llueve sobre Mojado dejó insatisfechos a los admiradores de Fito Páez, opinión que no comparto, pues en esta canción se sacó el clavo. Potente y certero, demostró que está a la altura de una banda capaz de soportar a un Sabina que fiel a sus influencias y a los amigos nunca ha dejado de explorar nuevos caminos, ritmos y géneros. En el universo de Joaquìn Sabina entran desde Bob Dylan a Leonard Cohen, desde José Alfredo Jiménez a Chabela Vargas, desde César Vallejo a Pablo Neruda. Y de vez en cuando, ese universo se amplía para acoger –en el estudio, en las letras o en el escenario – a Joan Manuel Serrat, Miguel Ríos, Ana Belén, Vìctor Manuel y, ahora último a Los Pereza, cuya colaboración en el disco Vinagre y Rosas ha sido excepcional: Tiramisú de Limón y Embustera son puntos elevados en este disco inolvidable.

Contigo se veía venir. Infaltable en sus conciertos. Y cada vez que la escucho pienso en La Mujer de al Lado, especialmente cuando llega a los versos de. “Y morirme contigo si te matas / Y matarme contigo si te mueres / Porque el amor cuando no muere mata / Porque amores que matan nunca mueren”. Sí, pienso en Gerard Depardieu y Fanny Ardant en esa bellísima historia truffautiana de amor loco que tuvo por epitafio Ni contigo, ni sin ti.

La del Pirata Cojo, con bandera negra y calavera en alto, fue una especie de himno que todos los sabinianos entonaron con el entusiasmo de John Silver y su loro al hombro. Rocío y Carmela, en algún lugar de Lima o quizás allí en algún punto cercano al escenario disfrutaron de esa canción, hecha para ellas, y que aspira a la vuelta del mundo infantil, a los cuentos en noche cerrada y a punto de entrar en el mundo de los sueños.

Sí, ese mundo de los sueños que tal vez complote para no llegar a los cien años. Ese mundo imaginario que, como expresa Mario Vargas Llosa, hace desear y soñar siempre más de lo que podemos alcanzar. Pero si lo que quieres es vivir cien años, canta Sabina, irónico, no vivas como yo. A menos que haya Pastillas Para No Soñar.
Lima, 5 de junio de 2010.

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